¿Que es el progresismo?: El largo enfado (I)

En 1937 el teólogo dominico francés Marie-Dominique Chenu distribuía el texto de “Une école de théologie: Le Saulchoir” en una edición casi clandestina de tirada limitada. En 1942, el autor y el libro fueron condenados y fue únicamente en 1985 cuando vio la luz su publicación definitiva. Con todo, durante casi cincuenta años las ideas contenidas en aquel volumen fueron echando raíces en la Iglesia. Ese texto eclesialmente tan controvertido es de vital importancia para conocer el progresismo ya que expone la visión que Chenu tiene de la Teología: una reflexión sobre la situación humana contemporánea y sobre el compromiso presente de Dios.

Según el mismo Chenu, es la interpretación de la visión de Tomás de Aquino, que sugiere que la fe mire a la vida y que la teología estudie al mundo “sub ratione Dei”, bajo la mirada de Dios.

Además de ser teólogo, Chenu era historiador y por eso trataba de demostrar que las grandes visiones teológicas del pasado no habían sido sistemas cerrados, sino formas de reflexión sobre las situaciones contemporáneas, a partir de una espiritualidad específica y en una cultura bien determinada. No hay pues que buscar la Revelación divina en la Biblia y la Tradición eclesial, sino en la “marcha hacia delante”, en el progreso de la fe de los hombres reaccionando ante las siempre nuevas situaciones y las reflexiones intelectuales que ellos inducen en la teología. Estas últimas acaban por constituir la “tradición completa”. Esta es la razón por la que lo que hay que hacer en el “creer y decir” teológicos, “aquí y ahora”, debe ser descubierto, y no sin dificultad, a través de los signos de los tiempos leídos a la luz del Evangelio. La Iglesia debe, en su visión siempre liberadora, encarnarse en la historia.

Esta visión de Chenu tenía que consolidarse en el boceto de la Constitución “Gaudium et Spes” que debía cuestionarse sobre la identidad de la fe en la Iglesia. Si el mensaje cristiano no se deja sustancialmente fijar ni establecer –pensaba Chenu y los teólogos progresistas- y debe constantemente renovarse en respuesta a los signos de los tiempos, ¿cuál es la base de la continuidad de la fe? “Gaudium et Spes” eludió esta cuestión sugiriendo subrayar en cada situación lo que se aplica mal de la enseñanza de la Iglesia. Chenu sitúa finalmente la presencia permanente y liberadora de Dios en la Creación. Desde el inicio el mundo ha sido creado por Dios en vista de la salvación y la liberación, y Jesús manifiesta este diseño y esta intención de la Creación. Según el dominico, es labor de la Iglesia, en su seguimiento de Jesús, hacer lo mismo.

Esto lleva finalmente a Schillebeeckx (Schillebeeckx es el de la capucha) a una conclusión extrema: lo que es normativo no son “los dichos y los hechos de Jesús” sino la relación entre los dichos y los hechos de Jesús y su contexto, observada a la luz de la fe. En una palabra, los creyentes “aquí y ahora” no tienen que repetir lo que Jesús ha dicho o ha hecho, sino establecer una relación con su contexto, “proporcionalmente idéntica” afirma, como la que Jesús estableció con el suyo. Para ello hace falta:

a) una encarnación siempre renovada y cuestionada en la Iglesia.

b) una palabra encarnada siempre nueva y en los contextos siempre nuevos de la historia humana, donde revivan las disposiciones que están en Cristo.

c) Dios propone siempre iniciativas nuevas para que la fe sea una respuesta adecuada a una concreta situación, consolidando el carácter de la encarnación de Dios en Jesucristo y su valor permanente para la historia después de él.

d) Esto exige siempre una iniciativa creadora a los hombres que en un lugar y tiempo determinados forman la Iglesia, constituyéndose así la fe como respuesta a la iniciativa de Dios.

Es evidente que, según ellos, “Gaudium et Spes” ha sido la primera tentativa de la Iglesia para ser “verdaderamente moderna”, en primer lugar porque es un nuevo genero de documento, es una constitución pastoral (nunca antes se había hablado de constitución pastoral) y en segundo lugar porque parte de la vida cotidiana de los hombres en un tiempo nuevo que no se escruta ni examina a la luz de las problemáticas y los modos de pensamientos tradicionales o teológicos. La modernidad –dicen- exige instrumentos de análisis y criterios de enjuiciamiento nuevos, contemporáneos. Esta era la revolución teológica y religiosa progresista.

Esta revolución, para ellos, ha obtenido tres objetivos:

1) Ha hecho posibles importantes movimientos de renovación en la Iglesia y en la Teología en los últimos decenios.

2) Esta revolución ha sido la puesta en obra de las controversias teológicas de los últimos decenios

3) Esta revolución no puede tener marcha atrás: tiene que ser de una significación fundamental para el futuro.

Sin embargo, afirman que la revolución de la “Gaudium et Spes” está siendo neutralizada por la prudencia eclesial en estos últimos cuarenta años: se ha se ha redirigido el documento hacia el lugar de donde había que alejarlo: la tradición de la enseñanza social católica.

Para los teólogos progresistas la traición, y pues su enfado, comienza con la adjunción de la famosa “nota explicativa” a la “Gaudium et Spes” llevada a cabo por Pablo VI, nota que afirma que la constitución es llamada “pastoral” porque apoyándose en principios doctrinales desea expresar las relaciones de la Iglesia y el mundo, de la Iglesia y los hombres de hoy.

La nota adjunta sugiere pues, que la constitución está en la línea de la enseñanza social católica, que se preocupa expresamente de las situaciones históricas permanentes. En efecto desde que León XIII, con la “Rerum Novarum” inaugurara la llamada “Doctrina Social Católica”, la Iglesia regularmente se ha expresado sobre las circunstancias históricas y sociales. Según la imagen y la idea que la Iglesia tiene de ella, esta se funda sobre los principios atemporales y confiados a la Iglesia por Dios en Jesucristo.

La vuelta a la enseñanza social de la Iglesia fue ya preparada por la Carta Apostólica de Pablo VI “Octogesima adveniens” y concluida con las tres encíclicas sociales de Juan Pablo II (“Laborem exercens” 1981, “Sollicitudo rei socialis” 1987 y “Centessimus Annus” 1991), a partir de entonces considerarán a ambos, traidores al “espíritu del Concilio”.

Una traición consumada cuando el 22 de marzo de 1986 la Congregación para la Doctrina de la Fe, con el cardenal Ratzinger a la cabeza, en su instrucción “Libertatis conscientia” , la doctrina social de la Iglesia es presentada expresamente como “una posibilidad de liberación”. Para el progresismo esa instrucción es la condena a muerte de la “Teología de la Liberación”, explícitamente surgida del impulso de la “Gaudium et Spes”, a partir de la Conferencia de Medellín de 1968 que, según expresión de Gustavo Gutiérrez, consideraba “la solidaridad con los pobres como una forma de contemplación y de escucha de Dios” lo que en lenguaje clásico se denominaba un “locus theologicus”.

Idéntica idea a la de Chenu y los dominicos de “Le Saulchoir” que capitaneaban ideológicamente el movimiento francés de curas-obreros en los años 50 y cuyo slogan era “La présence au monde est présence à Dieu” (La presencia en el mundo es presencia en Dios). El movimiento había sido censurado en 1953 a causa de la propensión a dejarse guiar por “ las confusiones y las necesidades de hoy” según expresión tomada de la encíclica “Humani generis” de Pío XII de 1950.

Esta “inaceptable” reorientación hermenéutica de la “Gaudium et Spes” se convirtió pues en oficial bajo el pontificado de Juan Pablo II. Ya en 1979 en su obra “La doctrine sociale de l´Église comme idéologie” (Ed. du Cerf), Chenu intenta demostrar que la enseñanza social de la Iglesia es una “ideología” y que en su pretendida atemporalidad, tiene una fuerte dependencia de las corrientes contemporáneas de pensamiento social.

Desde entonces les viene el “estar de morros”. Y además porque creen que la Teología sufre una doble presión: la primera, la de la jerarquía eclesiástica, para que la Teología permanezca al servicio de la Iglesia tal cual es; la segunda, la de sociedad actual que intenta convertirla en medio para adquirir un mayor conocimiento y comprensión religiosa, es decir una ciencia epistemológica.

Y ellos se oponen a ello, porque para ellos la Teología no está ni al servicio de la Iglesia ni al de la sociedad sino al servicio del Dios Creador, Liberador y Salvador, es decir al “Dios Praxis” aunque la tierra parezca negarlo (se refieren a la Iglesia y a esta sociedad de alienación). Esta es la paradoja que debe ser pensada y reflexionada de manera creíble. Y he aquí la labor teológica según el progresismo.

Una frustración permanente y una tensión más que constante. Para abortar esa operación habría que acometer las reformas eclesiológicas previstas por el Concilio. Pero también aquí, según ellos, ha habido traición. Total, que del enfado no salen. Lo veremos en un próximo capítulo.

El Directorio de Mayo Floreal
de Germinans Germinabit