A ver si vamos aprendiendo a trampear
Tal y como están hoy las cosas, y más con la pandemia, ya podemos espabilar o lo llevamos claro. El año pasado, por cobardones, nos quedamos sin culto público dos meses. Este año lo tendremos, pero lleno de dificultades.
Entiendo lo de suprimir el lavatorio de los pies del jueves santo. Entiendo que no vamos a andar todos besando la cruz el viernes santo. Eso lo entiende cualquiera, como lo de suprimir todo lo que suponga aglomeraciones, como puede ser una procesión con prevista asistencia masiva. Lo que no es fácil de comprender es el riesgo sanitario de una pequeña procesión de ramos, por ejemplo, desde el atrio al interior del templo o los riesgos para la salud pública de encender el cirio pascual en el exterior y repartir velitas. Somos, en este caso, más sanchistas que el señor presidente y más simonianos que el supuesto doctor Simón.

Se han empeñado o nos hemos empeñado en mirar para otro sitio. Mil reuniones, planes, proyectos pastorales, sugerencias y ocurrencias. Vale. Completamente inútil mientras no nos atrevamos a reconocer la actual situación de la Iglesia católica.
Me dice que todavía no se ha repuesto pero que se quedó tan a gusto. El caso es que hacía años que no pasaba por el pueblo su prima Angelita, que de joven se fue de monja con las Társilas y a la que había perdido la pista hacía tiempo. Postulantado, noviciado, misiones… años sin volver a España y menos al pueblo.
Es que esto es un jolgorio y no precisamente místico. Un total desmadre que va a más por momentos. Cualquier cosa en esta Iglesia nuestra es posible. No pasa nada. Nunca pasa nada.