Lo que más le gusta a un progresista es prohibir
Hagan el esfuerzo de comprobarlo. No hay nada que más guste a la izquierda autoproclamada progresista, y me da igual por lo civil o por lo eclesiástico, que prohibir. Tienen auténtico terror a la libertad a la vez que acusan de liberticidas al resto.
Me van a permitir tres cosas. Una de siempre y dos de hace nada y menos.
La de siempre. ¿Se han fijado la manía que tienen todos los progres amantes de la libertad de cargarse los reclinatorios de los bancos de sus parroquias o de imponer la comunión en la mano? Para cualquiera que de verdad entienda y defienda la libertad, no hay nada más libre que un reclinatorio en la iglesia. Al que se quiere quedar de pie en la consagración, por ejemplo, a pesar de que lo mandado es arrodillarse salvo dificultad física, o no puede arrodillarse, un reclinatorio no le estorba. Sin embargo, al que desea arrodillarse cumpliendo las normas, se le facilita el poder hacerlo.

Me contaban que llegó un nuevo gerente a la empresa Tal. Primera reunión con los empleados y quiso comenzar haciendo un llamamiento a la sinceridad, la confianza y la transparencia: “aquí lo importante es que todos podamos opinar con libertad, expresarnos con total confianza y que no haya secretos entre nosotros”. Uno de aquellos empleados, por lo bajinis, dijo al de al lado: “nunca te fíes de quien viene pidiendo confianza”. Debe ser eso de dime de qué presumes.
Hay palabras que se convierten en mantras. Es como si alguien de repente hubiese regalado sobres con media docena de ellas y pobre de ti si no las utilizas a diestro y, sobre todo, siniestro. Por ejemplo, consenso, diálogo, crispación, entendimiento, unión, fraternidad, comunión. Da igual políticos que eclesiásticos. Todos con el mismo sobre en la mano y en el cerebro.
Un cachondeo. Con todas las letras.