24.10.14

Ciudad sitiada

Jerusalén sitiada

Sabiendo que “toda la Escritura es divinamente inspirada y útil para enseñar, para argüir, para corregir, para educar en la justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto y esté equiparado para toda obra buena” (2ª Tim 3,16-17), recibamos la exhortación:

… no te jactes contra las ramas; y si te jactas, sabe que no sustentas tú a la raíz, sino la raíz a ti. Pues las ramas, dirás, fueron desgajadas para que yo fuese injertado. Bien; por su incredulidad fueron desgajadas, pero tú por la fe estás en pie. No te ensoberbezcas, sino teme. Porque si Dios no perdonó a las ramas naturales, a ti tampoco te perdonará.
Mira, pues, la bondad y la severidad de Dios; la severidad ciertamente para con los que cayeron, pero la bondad para contigo, si permaneces en esa bondad; pues de otra manera tú también serás cortado.

(Rom 11,18-22)

Sepamos que somos:

Y a todos los que anden conforme a esta regla, paz y misericordia sea a ellos, y al Israel de Dios

(Gal 6,16)

Y recordemos:

Ha quedado Sión como cabaña en un viñedo, como choza en un melonar, como ciudad sitiada. Si Yavé no nos hubiera dejado un resto, seríamos como Sodoma, nos asemejaríamos a Gomorra.  

Oíd la palabra de Yahvé, príncipes de Sodoma; aprestad el oído a la ley de nuestro Dios, pueblo de Gomorra. ¿A mí qué, dice Yavé, toda la muchedumbre de vuestros sacrificios? Harto estoy de holocaustos de carneros, del sebo de vuestros bueyes cebados. No quiero sangre de toros, ni de ovejas, ni de machos cabríos. ¿Quién pide eso a vosotros, cuando venís a presentaros ante mí, hollando mis atrios?

No me traigáis más vana ofrenda; el incienso me es abominación; luna nueva y día de reposo, el convocar asambleas, no lo puedo sufrir; son iniquidad vuestras fiestas solemnes.

Detesto vuestros novilunios, y vuestras convocatorias me son pesadas; estoy cansado de soportarlas. 

Cuando alzáis vuestras manos, yo aparto mis ojos de vosotros; cuando multiplicáis las plegarias, no escucho. Vuestras manos están llenas de sangre. Lavaos, limpiaos, quitad de ante mis ojos la iniquidad de vuestras acciones. Dejad de hacer el mal.

(Isa 1,8-16)

Y toca:

Por eso, pues, ahora dice aún Yahvé: Convertios a mí de todo corazón en ayuno, en llanto y en gemidos, rasgad vuestros corazones, no vuestras vestiduras, y convertios a Yahvé, vuestro Dios, que es clemente y misericordioso, tardo a la ira y rico en benignidad, y se arrepiente en castigar.

(Joel 2,12-13)

Pues Dios quiere:

Arrojad de sobre vosotros todas las iniquidades que cometéis, y haceos un corazón nuevo y un espíritu nuevo. ¿Por qué habéis de querer morir, casa de Israel? Que no quiero yo la muerte del que muere. Convertios y vivid.

(Eze 18,31-32)

Y:

Arrepentios, pues, y convertios, para que sean borrados vuestros pecados, a fin de que lleguen los tiempos del refrigerio de parte del Señor y envíe a Jesús, el Cristo, que os ha sido destinado.

(Hec 3,19-20)

Y la paz de Dios, que sobrepuja todo entendimiento, guarde vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús” (Fil 4,7).

Amén.

Luis Fernando Pérez Bustamante

23.10.14

No saben bien quién es la Iglesia ni quién es su Señor

Ante la cada vez más enconada guerra en defensa de la verdad, en defensa del poder de la gracia para transformar las vidas, en defensa de la misericordia auténtica de Dios, que nada tiene que ver con esa farsa que aboga por acoger a los pecadores dejándoles esclavos en sus pecados, algunos creen que ya han obtenido una victoria consistente en ningunear, despreciar y abrogar el magisterio bimilenario de la Iglesia de Cristo en materia matrimonial, penitencial y eucarístico.

Todos ellos tienden a ignorar lo siguiente:

1- Que la Iglesia de Cristo es columna y baluarte de la verdad (1 Tim 3,15), no una veleta que gira según marca el Príncipe de la potestad del aire (Efe 2,2), acomodándose a lo que quiere el mundo.

2- Que la Escritura ya nos advirtió sobre ellos y, por tanto, superado el estupor inicial, estamos prevenidos:

… pues vendrá un tiempo en que no sufrirán la sana doctrina, antes, deseosos de novedades, se rodearán de maestros conforme a sus pasiones, y apartarán los oídos de la verdad para volverlos a las fábulas.

(2ª Tim 4,3-4)

Como hubo en el pueblo profetas falsos, así habrá falsos doctores, que introducirán divisiones perniciosas, llegando hasta negar al Señor que los rescató, y atraerán sobre sí una repentina ruina.  Muchos les seguirán en sus liviandades, y, por causa de ellos, será blasfemado el camino de la verdad.

(2ª Ped 2,1-2)

3- Que los apóstoles nos han dado instrucciones a los fieles sobre lo que debemos hacer:

Vosotros, pues, amados, que de antemano sois avisados, estad alerta, no sea que, dejándoos llevar del error de los libertinos, vengáis a decaer en vuestra firmeza.  Creced más bien en la gracia y en el conocimiento de nuestro Señor y salvador Jesucristo. A El la gloria así ahora como en el día de la eternidad. 

(2ª Ped 3,17-18)

Os recomiendo, hermanos, que tengáis los ojos sobre los que producen divisiones y escándalos en contra de la doctrina que habéis aprendido, y que os apartéis de ellos,  porque ésos no sirven a nuestro Señor Cristo, sino a su vientre, y con discursos suaves y engañosos seducen los corazones de los incautos.

(Rom 16,17-18)

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21.10.14

Estad siempre gozosos, orad sin cesar

Tras describir lo que ha de ocurrir en los últimos tiempos, cuando se darán “seducciones de iniquidad para los destinados a la perdición, por no haber recibido el amor de la verdad que los salvaría", san Pablo habla a los elegidos por Dios para la salvación.

Pero nosotros debemos dar incesantes gracias a Dios por vosotros, hermanos amados del Señor, a quienes Dios ha elegido como primicias para haceros salvos por la santificación del Espíritu y la fe en la verdad. A ésta precisamente os llamó por medio de nuestra evangelización, para que alcanzaseis la gloria de nuestro Señor Jesucristo. 

Manteneos, pues, hermanos, firmes y guardad las tradiciones en que habéis sido adoctrinados, ya de palabra, ya por carta nuestra.
El mismo Señor nuestro Jesucristo y Dios, nuestro Padre, que de gracia nos amó y nos otorgó una consolación eterna, una buena esperanza, consuele vuestros corazones y los confirme en toda obra y palabra buena.

(2 Tes 2,13-17)

Estimados hermanos, tenemos veinte siglos de historia a nuestras espaldas como para que ahora nos sintamos abrumados por las maquinaciones de quienes son “enemigos de la Cruz de Cristo“, de quienes el apóstol dice:

El término de ésos será la perdición, su Dios es el vientre, y su gloria es su vergüenza, que tienen el corazón puesto en las cosas terrenas. Porque nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde esperamos al Salvador y Señor Jesucristo.  que transformará nuestro cuerpo miserable, conforme a su cuerpo glorioso, en virtud del poder que tiene para someter a sí todas las cosas. 

(Fil 3,19-21)

… y, como leemos en Hebreos:

Pero nosotros no somos de los que se ocultan para perdición, sino de los que perseveran fieles para ganar el alma. 

(Heb 10,39)

Mas no por ello debemos dejar de estar alertas:

Vosotros, pues, amados, que de antemano sois avisados, estad alerta, no sea que, dejándoos llevar del error de los libertinos, vengáis a decaer en vuestra firmeza. Creced más bien en la gracia y en el conocimiento de nuestro Señor y salvador Jesucristo. A El la gloria así ahora como en el día de la eternidad.

(2 Ped 3,17-18)

Sabiendo a su vez que:

… sois linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido para pregonar el poder del que os llamó de las tinieblas a su luz admirable.

(1ª Ped 2,9)

Gran cosa es que Dios nos conceda andar en la verdad en medio de las tinieblas, el error, los falsos maestros y profetas. Tal cosa hacía feliz al apóstol amado por Cristo, San Juan:

No hay para mí mayor alegría que oír de mis hijos que andan en la verdad.

(3 Jn 4)

Y Cristo mismo alaba a quienes no toleran a os que diciendo ser apóstoles, son mentirosos:

Conozco tus obras, tus trabajos, tu paciencia, y que no puedes tolerar a los malos, y que has probado a los que se dicen apóstoles, pero no lo son, y los hallaste mentirosos, y tienes paciencia y sufriste por mi nombre, sin desfallecer.

(Ap 2,2-3)

A la vez que les advierte:

Pero tengo contra ti que dejaste tu primera caridad. Considera, pues, de dónde has caído, y arrepiéntete, y practica las obras primeras; si no, vendré a ti y removeré tu candelero de su lugar si no te arrepientes.

(Ap 2,4-4)

No olvidéis que aunque la fe es fundamental y debe ser defendida y protegida de quienes quieren profanarla, más excelente es la caridad:

Ahora permanecen estas tres cosas: la fe, la esperanza, la caridad; pero la más excelente de ellas es la caridad.

(1ª Cor 13,13)

Es ya hora de que cumplamos el mandato del Señor por medio de sus apóstol: 

Estad siempre gozosos, orad sin cesar, dad gracias a Dios por todo; pues tal es la voluntad de Dios en Cristo Jesús respecto a vosotros.
No apaguéis al Espíritu, no despreciéis las profecías; pero examinadlo todo y quedaos con lo bueno. Absteneos hasta de la apariencia de mal.
El Dios de la paz os santifique cumplidamente, y que todo vuestro espíritu, vuestra alma y vuestro cuerpo se conserven sin mancha para la venida de nuestro Señor Jesucristo.
Fiel es el que os llama, y que también lo cumplirá.

(1 Tes 5,16-24)

Estimados hermanos, si estamos rodeados de una nube de mártires y santos y contamos con el ejemplo y la gracia de Cristo

Teniendo, pues, nosotros tal nube de testigos que nos envuelve, arrojemos todo peso y el pecado que nos asedia, y por la paciencia corramos el combate que se nos ofrece, puestos los ojos en el autor y perfeccionador de nuestra fe, Jesús; el cual, por el gozo que se le proponía, soportó la cruz, sin hacer caso de la ignominia, y está sentado a la diestra del trono de Dios..

(Heb 12,1-2)

… si sabemos que…

ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los principados, ni lo presente, ni lo venidero, ni las potestades, ni la altura, ni la profundidad, ni ninguna otra criatura podrá arrancarnos al amor de Dios en Cristo Jesús, nuestro Señor.

(Rom 8,38-39)

… si sabemos que contamos con la protección maternal de aquella que cuidó de Cristo cuando era pequeñito, ya que Él mismo nos la dio por madre…

Jesús, viendo a su madre y al discípulo a quien amaba, que estaban allí, dijo a la madre: Mujer, he ahí a tu hijo. Luego dijo al discípulo: He ahí a tu madre.

(Jn 19,26-27)

… en definitiva…

Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros? El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?

(Rom 8,31-32)

Poned en vuestros corazones las palabras de Santa Teresa de Jesús:

Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa, Dios no se muda.
La paciencia todo lo alcanza. Quien a Dios tiene nada le falta: sólo Dios basta.
Eleva el pensamiento, al cielo sube, por nada te acongojes, nada te turbe.
A Jesucristo sigue con pecho grande, y, venga lo que venga, nada te espante.

Y así, “la paz de Dios, que sobrepuja todo entendimiento, guarde vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús” (Fil 4,7).

Amén.

Luis Fernando Pérez Bustamante

19.10.14

Santidad o muerte

Santísima Trinidad

Hemos recibido el don de la fe. Hemos recibido la gracia del bautismo. Hemos recibido la gracia de andar en santidad.  Leemos en la Escritura:

Por lo cual, ceñidos los lomos de vuestra mente y apercibidos, tened vuestra esperanza completamente puesta en la gracia que os ha traído la revelación de Jesucristo.
Como hijos de obediencia, no os conforméis a las concupiscencias que primero teníais en vuestra ignorancia, antes, conforme a la santidad del que os llamó, sed santos en todo, porque escrito está: “Sed santos, porque santo soy yo“.

(1ª Ped 1,13-16)

Sabemos que el Beato Marcelo Cardenal Spínola repetía constantemente: “Si no he de ser santo, ¿para qué quiero la vida?”

Y de él leemos:

La santidad no se pide ordinariamente. Pedimos libertad de males temporales, bienes del mismo orden; pero la santidad, no; y sin embargo, nuestra divisa debiera ser: Santidad o muerte. Por eso la santidad escasea tanto.

Ganarla. ¿Por ventura, por suerte? No. ¿ A fuerza de brazos, de táctica y de habilidad, como se gana una plaza? No, tampoco. El Reino de los cielos no es tampoco de los más sabios. La santidad es una especie de comercio. La parábola evangélica lo indica claramente. En este comercio, el capital es la gracia, la negociación es emplearla o convertirla en gloria de Dios; el interés, la gracia misma aumento de ella.


Y este mísero pecador, que se atreve a escribir a sus hermanos, ruega que Dios le conceda esa santidad que lleva tantos tiempo anhelando. Como escribí hace 17 años:

¿Por qué? ¿Por qué no puedo ser más constante? ¿Por qué me parece eterna la lucha entre mi carne y tu espíritu dentro de mí? Como si yo fuera sólo un observador desde afuera, mientras mi alma se parte, se quiebra. Sólo tú sabes que soy sincero cuando te digo que te amo. Me acuerdo cuando era sólo un niño pequeño, cuando tú y yo nos declaramos amor eterno. ¿Te acuerdas? Yo te prometí servirte con mi vida, aunque casi ni de ti yo sabía. Sólo sé que tú me llenaste de amor y de paz. Sólo sé que desde entonces hablar contigo es mi medicina. Yo tenía muy pocos años, era un niño, pero te quería. Y, ¿sabes?, todavía te sigo queriendo con la inocencia de aquellos días. Tú y yo, a solas, sin más testigos que mi cama y mi almohada. Hablamos como dos enamorados se hablan. Mi voz, temblorosa, se calla, tu voz, poderosa me envuelve. Me enseñas mi lugar a tu lado. Me hablas de tus ilusiones y anhelos. Y yo, que no entiendo aún porqué me escogiste, me quedo alelado; no sé que decir. Palabras que el hombre no entiende, que sólo tu Espíritu me ilumina su significado, son las que tú me hablas. ¿Cuando se daran cuenta de que tú quieres ser nuestro amado? ¿Cuando quitarán el velo de sus corazones? ¿Cuando entregarán sus vidas sin condiciones? ¿Cuando mi Dios? ¿Por qué se empeñan en no dejar que tu amor sea el motor se sus vidas? ¿Por qué no perdonan como tú nos perdonas? ¿Por qué no se aman como tú nos amaste? Oh, mi Cristo, ¿dónde están los que te aman? ¿dónde están mis hermanos? quiero amarlos como tú los amas, quiero dar mi vida por ellos como tú la diste por mi, quiero hablarles de ti, de tu paz, de tu amor, de tu llanto al ver que no se aman entre ellos. ¿Quien se acuerda de tus palabras, mi rey? Amaos como yo os he amado, nos dijiste. ¿Qué hemos hecho? Gritamos, danzamos, levantamos nuestras manos a ti, pero, ¿donde dejamos nuestro amor por el hermano? No tenemos tiempo para oír las necesidades de los demás. Todo es correr de aquí para allá, sube, baja, haz esto, haz lo otro… ¿y tú…?

Me acuerdo el día que me dijiste: Despiértate tú que duermes, y te alumbrará Cristo. Yo estaba dormido, revolcandome en mi propio ego…ese ego que es mi mayor enemigo… quisiera no ser nada sino sólo tu luz en mi vida… morir poco a poco a mí mismo… y dejar que tú lo llenes todo con tu presencia. Quiero seguir siendo tu pequeño, no quiero olvidar cómo te amé siendo niño.. .esa especie de fuego que consumía mi pecho mientras sólo te decía: Te quiero. Qué dos palabras tan bellas: Te quiero. Sólos tú y yo, tú mi Dios, yo tu siervo. Gracias por mirarme a los ojos y declararme tu amor. En él está mi fuerza.

Luis Fernando Pérez (1997)

San José y el Niño JesúsSi llevas un tiempo en que te despiertas en la noche rezando, y si tu alma se turba ante tanta batalla por la fe, recuerda el Salmo que dice:

No se ensoberbece, ¡oh Yahvé! mi corazón, ni son altaneros mis ojos; no corro detrás de grandezas ni tras de cosas demasiado altas para mí. 

Antes he reprimido y acallado mi alma como niño destetado de su madre, como niño destetado está mi alma.
Espera, Israel, en Yahvé desde ahora y por siempre.

(Salm 131)

Confiad en Dios. Rezad. Buscad la santidad. Anhelad la santidad. Encomendaos a nuestra Madre. Recogeos en los brazos de San José como el Niño Jesús lo hizo. 

Luis Fernando Pérez Bustamante

17.10.14

África, una vez más, salva a la Iglesia

Cristo y PedroA principios del siglo V de la era cristiana, empezó a darse a conocer la doctrina herética de un monje británico llamado Pelagio. He aquí una de las muchas descripciones que se pueden encontrar en internet acerca de la naturaleza de sus herejías:

El pelagianismo. En el siglo IV, cuando la Iglesia se ve invadida por multitudes de neófitos, surge en Roma un monje de origen británico, Pelagio (354-427), riguroso y ascético, que ante la mediocridad espiritual imperante, predica un moralismo muy optimista sobre las posibilidades naturales éticas del hombre. Los planteamientos de Pelagio resultan muy aceptables para el ingenuo optimismo greco-romano respecto a la naturaleza: «Cuando tengo que exhortar a la reforma de costumbres y a la santidad de vida, empiezo por demostrar la fuerza y el valor de la naturaleza humana, precisando la capacidad de la misma, para incitar así el ánimo del oyente a realizar toda clase de virtud. Pues no podemos iniciar el camino de la virtud si no tenemos la esperanza de poder practicarla» (Epist. I Pelagii ad Demetriadem 30,16). Somos libres, no necesitamos gracia.

A Dios gracias, San Agustín, obispo norteafricano, tuvo la capacidad de enfrentar los errores de Pelagio con la verdad católica. El santo obispo de Hipona nos describe igualmente la herejía pelagiana:

«Opinan que el hombre puede cumplir todos los mandamientos de Dios, sin su gracia. Dice [Pelagio] que a los hombres se les da la gracia para que con su libre albedrío puedan cumplir más fácilmente cuanto Dios les ha mandado. Y cuando dice “más fácilmente” quiere significar que los hombres, sin la gracia, pueden cumplir los mandamientos divinos, aunque les sea más difícil. La gracia de Dios, sin la que no podemos realizar ningún bien, es el libre albedrío que nuestra naturaleza recibió sin mérito alguno precedente. Dios, además, nos ayuda dándonos su ley y su enseñanza, para que sepamos qué debemos hacer y esperar. Pero no necesitamos el don de su Espíritu para realizar lo que sabemos que debemos hacer. Así mismo, los pelagianos desvirtúan las oraciones[de súplica] de la Iglesia [¿Para qué pedir a Dios lo que la voluntad del hombre puede conseguir por sí misma?]. Y pretenden que los niños nacen sin el vínculo del pecado original» (De hæresibus, lib. I, 47-48. 42,47-48).

La Iglesia procedió a condenar la doctrina pelagiana en varios sínodos locales y finalmente, llegó la sentencia del papa Inocencio I. Pero tras la muerte de ese papa, se sentó en la Cátedra de Pedro un pontífice de nombre Zósimo. Para contarles lo que ocurrió, mejor les cito la Enciclopedia Católica:

No mucho después de la elección de Zósimo el pelagiano Celestio , quien había sido condenado por el papa precedente , Inocencio I, vino a Roma para justificarse ante el nuevo papa, habiendo sido expulsado de Constantinopla. En el verano de 417, Zósimo realizó una reunión con la clerecía romana en la basílica de San Clemente, ante la cual compareció Celestio. Las proposiciones redactadas por el diácono Paulino de Milán, por causa de las cuales Celestio había sido condenado en Cartago en 411, fueron dispuestas ante él. Celestio se rehusó a condenar tales proposiciones, declarando al mismo tiempo en general que él aceptaba la doctrina expuesta en las cartas del papa Inocencio y haciendo una confesión de fe que fue aprobada. El papa fue ganado por la conducta astutamente calculada de Celestio, y dijo que no estaba seguro de si el hereje había realmente mantenido la doctrina falsa rechazada por Inocente, y por tanto consideraba demasiado apresurada la acción de los obispos africanos contra Celestio. Escribió de inmediato en este sentido a los obispos de la provincia africana, y convocó a quienes tuviesen algo que decir contra Celestio para que compareciesen en Roma dentro de los dos meses. Poco después de esto, Zósimo recibió de Pelagio también una confesión de fe artificiosamente expresada, junto con un tratado del heresiarca sobre el libre albedrío. El papa reunió un nuevo sínodo de la clerecía romana, ante la cual ambos escritos fueron leídos. Las expresiones hábilmente escogidas de Pelagio ocultaban el contenido herético; la asamblea sostuvo que las afirmaciones eran ortodoxas, y Zósimo les escribió de nuevo a los obispos africanos defendiendo a Pelagio y reprobando a sus acusadores, entre los cuales se hallaban los obispos galos Hero y lázaro. El arzobispo Aurelio de Cartago rápidamente convocó un sínodo, el cual le envió a Zósimo una carta en la que se probaba que el papa había sido engañado por los herejes. En su respuesta, Zósimo declaró que no había determinado nada en forma definitiva, y que no deseaba establecer nada sin consultar a los obispos africanos. Luego de la nueva carta sinodal del concilio africano, del 1 de mayo de 418, al papa, y luego de las medidas tomadas en contra de los pelagianos por el emperador Honorio, Zósimo reconoció el verdadero carácter de los herejes. Ahora publicó su “Tractoria”, en el cual eran condenados el pelagianismo y sus autores. Así, finalmente, el ocupante de la Sede Apostólica en el momento exacto mantuvo con toda autoridad el dogma tradicional de la Iglesia, y protegió la verdad de la Iglesia contra el error. 

Como ven ustedes, la Iglesia en África fue usada por la Providencia divina para salvar a toda la Iglesia Católica de caer en el error de aceptar los engaños de los herejes de su tiempo.

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