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28.10.15

Nuestra fe no quedará sepultada para siempre en el cementerio de la mentira

Ni siquiera el más optimista de los oficialistas-buenistas puede estar contento con lo que ha ocurrido en los dos últimos años, con una Iglesia dividida en cuestiones que afectan a tres sacramentos y con el espectáculo de manipulación, filtraciones, quejas, enfrentamientos abiertos ante el mundo, textos heterodoxos (Relatio intermedia 2014) o confusos (resto de relatios) de los dos últimos sínodos.

Buena parte de ese embolado en el que nos han metido, y al que muchos buenos pastores se han visto empujados no por voluntad suya, gira en torno a dos conceptos diferentes e irreconciliables de la misercordia divina. Uno, herético, que es una copia barata de las tesis luteranas pero va incluso más allá de las mismas. Se trata de una misericordia que concede el perdón al pecador pero no transforma su esencia, su naturaleza caida, que sigue siendo esclava del pecado. A lo sumo, dicen, ese perdón ejerce una influencia benéfica que anima al perdonado a ser mejor persona. Es un concepto pelagiano o semipelagiano -va por barrios la cosa-, de la gracia.

El otro concepto lo expresó perfectamente nuestro Papa emérito cuando todavía era Papa reinante:

«Para evitar equívocos, conviene recordar que la misericordia de Jesús no se manifiesta poniendo entre paréntesis la ley moral. Para Jesús el bien es bien y el mal es mal. La misericordia no cambia la naturaleza del pecado, pero lo quema en su fuego de amor. Este efecto purificador y sanador se realiza si hay en el hombre una correspondencia de amor, que implica el reconocimiento de la ley de Dios, el arrepentimiento sincero, el propósito de una vida nueva. A la pecadora del Evangelio se le perdonó mucho porque amó mucho. En Jesús Dios viene a darnos amor y a pedirnos amor».

Palabras de S.S. Benedicto XVI en Asís, el 17 de Mayo de 2007, en su homilía en la plaza inferior de la basílica de san Francisco.

Por más que algunos quieran enterrar la verdad en el cementerio de la mentira, la verdad acaba resucitando e imponiéndose. Hay tantas posibilidades de que la fe católica sucumba a las estratagemas de los malvados que la atacan como de que Cristo se quedará sepultado para siempre en la tumba a la que fue a parar una vez crucificado.

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19.10.15

Examinad si los espíritus vienen de Dios

Siendo conscientes de que estamos en medio de una gran batalla espiritual (Efe 6,10 y ss), donde el enemigo principal no es de carne y sangre sino Satanás y sus huestes (otra cosa es que se valgan de seres humanos a su servicio), toca ejercer el discernimiento que Dios da a sus santos -más nos vale crecer en santidad para enterarnos de lo que está en juego- para no ser engañados. El campo donde tiene lugar esta batalla es, hoy en día, la propia Iglesia, cuyo asalto es evidente para cualquiera que tenga cierta sensibilidad espiritual. Quien no esté de acuerdo, se puede ahorrar la lectura de lo que sigue.

Dice el apóstol san Juan:

Queridos míos: no os fiéis de cualquier espíritu, sino examinad si los espíritus vienen de Dios, pues muchos falsos profetas han salido al mundo. En esto podréis conocer el Espíritu de Dios: todo espíritu que confiesa a Jesucristo venido en carne es de Dios; y todo espíritu que no confiesa a Jesús no es de Dios: es del Anticristo. El cual habéis oído que iba a venir; pues bien, ya está en el mundo.
Vosotros, hijos míos, sois de Dios y lo habéis vencido. Pues el que está en vosotros es más que el que está en el mundo. Ellos son del mundo; por eso hablan según el mundo y el mundo los escucha.
Nosotros somos de Dios. Quien conoce a Dios nos escucha, quien no es de Dios no nos escucha. En esto conocemos el Espíritu de la verdad y el espíritu del error.

1 Jn 4,1-6

Por simplificar un poco, dado que hoy nadie pone en duda la encarnación de Cristo -sí su plena divinidad-, tendremos que fijarnos en la otra pista que nos da el apóstol. Los que son del espíritu del anticristo hablan según el mundo y el mundo los escucha. Da igual que adornen su lenguaje con palabras espirituales y supuestamente impregnadas de la misericordia divina. Lo que buscan, y consiguen, es el aplauso del mundo, cuyo príncipe, Satanás, sigue obrando para la perdición de los reprobros. No en vano, nos advierte san Pablo que 

Esos tales son falsos apóstoles, obreros tramposos, disfrazados de apóstoles de Cristo; y no hay por qué extrañarse, pues el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz. Siendo esto así, no es mucho que también sus ministros se disfracen de ministros de la justicia. Pero su final corresponderá a sus obras.

2ª Cor 11,13-15

Debemos reparar en el hecho de que los ministros de Satanás tienen toda la apariencia de ser apóstoles de Cristo. Es decir, no hablamos de presidentes de gobierno, políticos, personas de relumbre social, etc. No, hablamos de personas que se presentan como ministros religiosos. Y más concretamente como ministros de Cristo.

Bien, ahora que la Iglesia está envuelta en una gran polémica sobre la institución familiar, con un sector del episcopado pidiendo que se dé la comunión a los divorciados vueltos a casar, otro sector oponiéndose a semejante posibilidad y un sector aún mayor -y peligroso- que esos otros dos del que no sabemos si sube, baja o se queda en medio, respondamos a estas preguntas elementales:

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13.09.15

¿Qué parte no entiende la Iglesia del evangelio de hoy?

La lectura del evangelio de hoy debería servir para abrirnos los ojos. Una vez que Pedro responde adecuadamente a la pregunta que les hizo Cristo sobre quién decían que era él, ocurre esto:

Y empezó a instruirlos: «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser reprobado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días».
Se lo explicaba con toda claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Pero él se volvió y, mirando a los discípulos, increpó a Pedro: «¡Apártate de mí, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!».
Mc 8,31-33

En el pasaje paralelo de Mateo (Mt 16-13.26), Cristo acaba de declarar a Pedro como piedra sobre la que edificará la Iglesia. Por tanto, cuando el Señor arremete contra el apóstol por pensar como los hombres y no como Dios, la advertencia es no solo a él, sino a él y en él a toda la Iglesia. Y si eso lo dijo hace veinte siglos, lo dirá cada vez que la Iglesia se empeñe en pensar como los hombres y no como Dios. 

Es por ello fundamental seguir leyendo lo que propone Cristo a continuación de haber reprendido a su Vicario:

Y llamando a la gente y a sus discípulos les dijo: «Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. Porque, quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará. Pues ¿de qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero y perder su alma? ¿O qué podrá dar uno para recobrarla? Quien se avergüence de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga con la gloria de su Padre entre sus santos ángeles».
Mc 8,34-28

¿Y bien? ¿hay mucho que explicar de esas palabras? Quien da la vida por nosotros, quien paga con su sangre por nuestros pecados, quien nos abre la puerta a la salvación, nos pide ni más ni menos -porque nos lo concede (Fil 2,12-13)- que nos neguemos a nosotros mismos, que carguemos nuestras cruces y le sigamos. Nos pide que no nos avergoncemos de sus palabras en medio de un mundo adúltero y pecador.

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12.09.15

P. Pérez-Soba: Iglesia y Cristo, matrimonio y divorcio

El P. Santiago Martín, Fundador de los Franciscanos de Marían, ha vuelto a entrevistar -en Magnificat TV- a un defensor de la fe católica, el P. Juan José Pérez-Soba, que figura entre los firmantes del manifiesto pidiendo que se corrija el punto 137 del Instrumentum Laboris del próximo Sínodo.

Entre las muchas cosas interesantes que explica el P. Pérez-Soba, hay una sobre la que quizás no se ha reflexionado lo suficiente en los últimos meses. Se basa en lo que San Pablo explica acerca de la relación entre el matrimonio y la relación entre Cristo y la Iglesia:

“Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne". Gran misterio es éste, pero yo lo digo en relación a Cristo y a la Iglesia.
Efesios 5,31-32

Como bien nos cuenta el sacerdote y teólogo, Cristo trae el último y definitivo pacto, dentro del cual figura su unión esponsal con su Iglesia. Una unión cuya perdurabilidad no depende de la voluntad humana sino de Dios. De igual manera, la unión matrimonial entre hombre y mujer, una vez sellada por Dios, no puede depender solo de la voluntad de los contrayentes sino de ese sello divino inquebrantable. De tal manera que aquellos que pretenden, de forma abierta o encubierta, romper ese sello, tienen tantas razones como las que pudiera tener quienes quisieran -¿lo quieren?- poner fin al Nuevo Pacto de Cristo, que nos es renovado precisamente en la Eucaristía, memorial y actualización incruenta de su sacrificio en la Cruz.

Es penoso que se pretenda usar el sacramento de la Eucaristía, esencia del Nuevo Pacto irrevocable entre Cristo y su Iglesia, como la puerta ancha que lleva a la condenación, como puerta de aceptación del quebranto del sacramento matrimonial, imagen de dicho Nuevo Pacto. Algo así haría estallar a la Iglesia en pedazos, si tal cosa fuera posible.

No en vano en el libro de Hechos leemos lo que San Pablo dice a los presbíteros de Éfeso:

Tened cuidado de vosotros y de todo el rebaño sobre el que el Espíritu Santo os ha puesto como guardianes para pastorear la Iglesia de Dios, que él se adquirió con la sangre de su propio Hijo.
Ef 20,28

El ataque contra el sacramento del matrimonio es un ataque frontal contra la Iglesia de Cristo, porque pretende convertir en papel mojado el Nuevo Pacto (o Alianza), al que san Pablo equipara precisamente con la unión matrimonial. 

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6.09.15

El cardenal Kasper habla de un cisma que tiene solución

Leo en el diario La Nación que el cardenal Kasper ha dicho lo siguiente en una entrevista:

“A muchos, la doctrina de la Iglesia les resulta muy alejada de la realidad. Hay una especie de cisma práctico. Es un problema que hay que pensar, pero del que hoy no se habla”

Ciertamente, el cardenal Kasper tiene razón. Para muchos, las palabras de Cristo son un problema. No coinciden con su realidad personal y mucho menos con la realidad de la sociedad en que les toca vivir.

Por ejemplo, si Cristo dice que el matrimonio es indisoluble y los divorciados vueltos a casar son adúlteros, todos aquellos que han “roto” su matrimonio y se han vuelto a casar están en un cisma práctico con las enseñanzas de Cristo.

Igualmente viven en cisma con el evangelio los que están a favor del aborto, la eutanasia, la ideología de género, las uniones homosexuales, la política económica que no tiene en cuenta las necesidades de los más pobres, la corrupción, etc.

Ahora bien, fíjense ustedes lo que dice el cardenal acerca de la decisión del Papa de que todos los sacerdotes puedan administrar el sacramento de la confesión a las mujeres que han abortado:

Hay que entender que no es una gracia barata que se da a la ligera. Implica la metanoia, que exista una sincera conversión. Junto al sufrimiento que provoca en la mujer haberse sometido a un aborto, requiere un deseo verdadero de cambiar la vida. No es fácil reconocer la culpa. En mi experiencia en Stuttgart, donde atendí como obispo realidades extremas del mundo carcelario, me encontré con gente que había cometido hasta tres homicidios, que con un arrepentimiento muy profundo pedían el perdón sacramental y yo se los daba. Las personas tenían que seguir en prisión, pero sus actitudes en la cárcel cambiaban mucho.

Muy bien dicho, cardenal. La clave está en la sincera conversión. Ciertamente no es fácil reconocer nuestros pecados -sean cuales seas-, pero no hay gracia barata consistente en perdonar al que no quiere arrepentirse del mal que ha hecho. Veamos ahora a dónde cree el purpurado que llevan esas palabras en relación a algunas de las cuestiones que se tratan en el Sínodo.

- ¿Existe en la Iglesia una tensión entre la doctrina y la acción pastoral?

-La pastoral no puede ir en contra de la doctrina, pero la doctrina no puede ser una afirmación abstracta. Su interpretación va unida a la vida real. Jesucristo habló siempre de la realidad de la persona, consciente de que somos todos pecadores. Puede haber una cierta tensión entre la doctrina y la pastoral. Pero esa tensión es normal, distinta al cisma práctico, que causa división.

Precisamente porque Cristo sabía que todos somos pecadores, llamó a la conversión. Se dedicó a perdonar pecados y dio a su Iglesia la autoridad para perdonarlos en su nombre. Ahora bien, como bien acababa de decir el cardenal, ese perdón no es un gracia barata. Exige la conversión. Es más, Dios la exige porque la concede. Nunca predicaremos lo suficiente sobr esta gran verdad:

No os ha sobrevenido ninguna tentación que supere lo humano, y fiel es Dios, que no permitirá que seáis tentados por encima de vuestras fuerzas; antes bien, con la tentación, os dará también el modo de poder soportarla con éxito.

1ª Cor 10,13

O creemos eso, o predicamos eso, o vivimos eso, o más vale que cerremos el chiringuito y renunciemos a que los cristianos sean fieles a Dios.

- ¿Se abordará ese cisma práctico en el sínodo sobre la familia que se hará en octubre?

- No lo sé, espero que sí. En el último sínodo extraordinario sobre la familia, el año pasado, no se habló lo suficiente. Yo no tengo soluciones; puedo hablar como experto en teología dogmática, que enseña lo que Dios hace. Pero no soy, por suerte, especialista en teología moral, que enseña lo que los hombres tienen que hacer (risas)…

Supongo que como experto en teología, del tipo que sea, el cardenal sabe que los hombres tienen que hacer exactamente aquello que la Virgen María dijo que había que hacer:

Dijo su madre a los sirvientes: -Haced lo que él os diga.

Juan 2,5

Si no, Cristo nos hará la siguiente pregunta:

¿Por qué me llamáis “Señor, Señor”, y no hacéis lo que digo?

Lucas 6,46

Sabiendo lo que tenemos que hacer, sabiendo que el cardenal ha dicho que es necesaria la conversión y sabiendo lo que Cristo ha dicho sobre los divorciados vueltos a casar, no se entiende, para nada, que ese mismo cardenal insista en contradecirse:

-¿Se pueden esperar novedades, por ejemplo, en la situación de los divorciados vueltos a casar?

-Es un problema complejo. Se discutieron posiciones el año pasado, en favor de una apertura. Hay situaciones distintas, y no necesariamente tiene que haber una solución única. Es necesario un consenso fundamental y posiblemente esa postura de fondo pueda diversificarse según las realidades locales.

El cardenal Kasper, sabiendo que es imposible que toda la Iglesia renuncie a traicionar las palabras de Cristo sobre la indisolubilidad matrimonial y la condición pecaminosa -adulterio- de los divorciados vueltos a casar, ¿cómo pretende que se permita “diversificar” la respuesta según las realidades locales?. En otras palabras, ¿acaso lo que lo que es adulterio en Kenia no lo sea en Alemania? ¿Acaso las palabras de Cristo son válidas en México, pero no en Bélgica? ¿Lo que propone es: “ustedes sean fieles al Señor, pero dejen que nosotros no lo seamos, porque nuestra situación es distinta"?

A eso ya respondió en su día el cardenal Müller desde su condición de Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, al servicio del magisterio petrino, lo cual quiere decir que sus palabras tienen más autoridad que las de cualquier obispo:

Como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, tengo la responsabilidad de la unidad en la fe. No puedo tomar partido. Pero las cosas están claras: tenemos las palabras de Jesús sobre el matrimonio y su interpretación auténtica durante toda la historia de la Iglesia: los concilios de Florencia y Trento, la síntesis hecha por la Gaudium et Spes y todo el magisterio posterior… Teológicamente, todo está muy claro.

Y:

Las conferencias episcopales son una expresión de la colegialidad de los obispos en un país, una cultura o una lengua, pero se trata de una organización práctica. La Iglesia Católica existe como Iglesia universal, en la comunión de todos los obispos en unión y bajo la égida del Papa. También existe en las Iglesias locales, pero la Iglesia local no es la Iglesia de Francia o de Alemania, sino la Iglesia de París, de Tolosa… Son las diócesis. La idea de una Iglesia Nacional sería totalmente herética. ¡Es imposible la autonomía en la fe! Jesucristo es el salvador de todos y da la unidad a todos los hombres.

Está claro. Es imposible la autonomía en la fe. El evangelio es el mismo en todo el mundo, en toda la Iglesia. Y si Cristo ha dicho que no se puede aceptar que los divorciados se vuelvan a casar, eso ha de ser así en Alemania, Filipinas, Madagascar, Chile y Nueva Zelanda. De tal manera que la respuesta a las situaciones de adulterio en todos esos países, y en sus iglesias locales, no puede ser otra que la que el propio cardenal Kasper señala:

Hay que entender que no es una gracia barata que se da a la ligera. Implica la metanoia, que exista una sincera conversión. 

Por supuesto, para la Iglesia es humanamente más “difícil” predicar el evangelio en una sociedad que ha apostatado y se ha alejado de la fe. Pero la solución no es cambiar el evangelio, sino predicarlo de verdad para que la gracia de Dios obre la conversión en los corazones y así, con el tiempo, esa sociedad pueda llegar de nuevo, si así lo dispone el Señor, a ser cristiana. Hacer lo contrario es el camino directo a la desaparición total del cristianismo en esos países, como de hecho está ocurriendo en los países protestantes europeos. Y parece mentira que quien dice tener tan claro la necesidad de la conversión, sea capaz de proponer otra cosa. Es como el médico que dice al paciente: usted tiene que tomarse esta medicación para salvarse, pero como sé que no le gusta, tómese esta otra.

Santidad o muerte

Luis Fernando Pérez Bustamante