InfoCatólica / Cor ad cor loquitur / Categoría: Apologética católica

29.06.16

No hay acuerdo real católico-luterano sobre la justificación

En la rueda de prensa que el papa Francisco dio en el avión de vuelta a Roma desde Armenia, el Santo Padre habló sobre muchos temas. Quiero fijarme especialmente en sus palabras sobre Martín Lutero. Reproduzco la transcripción que ha hecho el diario argentino La Nación:

Las intuiciones de Martin Lutero no eran equivocadas, era un reformador. Quiza algunos métodos no eran los justos pero en aquel tiempo, si leemos la historia de Pastor, un alemán luterano que después se convirtió cuando vio la realidad, se ha hecho católico, en aquel tiempo. La Iglesia no era realmente un modelo a imitar. Había corrupción en la Iglesia, había mundanidad, apego al dinero, al poder. Y por eso él protestó. Era inteligente, ha dado un paso adelante justificando por qué hacía eso. Y hoy luteranos y católicos, protestantes todos, estamos de acuerdo sobre la Doctrina de la justificación. Sobre este punto tan importante él no estaba equivocado. El dio una medicina a la Iglesia pero después, esa medicina, le ha consolidado en un estado, en un estado de cosas, en una disciplina, en un modo de creer de hacer, litúrgico, y luego no estaba solo, estaba Calvino, cada uno distinto del otro y detrás de ellos quienes estaban? Los príncipes. Cuius regio, cuius religio. Debemos meternos en la historia de aquel tiempo, no es una historia fácil de comprender.

Es cierto que en la Iglesia, en tiempos de Lutero, había mundanidad, apego al dinero, al poder. También había una falta de formación tremenda entre los sacerdotes, de tal manera que algunos ni siquiera sabían bien el latín y es dudoso que pudieran celebrar misas válidas. El nepotismo estaba a la orden del día. Y el papado no pasaba, precisamente, por sus mejores momentos. Pero Lutero no «protestó» tanto contra la corrupción moral, sino contra los que él consideraba como errores doctrinales de la Iglesia católica. Él mismo lo dice: «Yo no impugno las malas costumbres, sino las doctrinas impías». Y años después: «Yo no impugné las inmoralidades y los abusos, sino la sustancia y la doctrina del Papado». «Entre nosotros –confesaba abiertamente–, la vida es mala, como entre los papistas; pero no les acusamos de inmoralidad», sino de errores doctrinales. Efectivamente, «bellum est Luthero cum prava doctrina, cum impiis dogmatis» (Melanchton).

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28.06.16

La justificación en Trento para catecúmenos (I)

- ¿Por qué se empeña usted en apelar al concilio de Trento, y especialmente a su decreto sobre la justificación, cuando es un concilio de un pasado y un contexto histórico muy diferente del actual?

- Por dos razones:

  • Porque la fe de Trento es la fe del bienaventurado san Pedro, y de los Apóstoles; es la fe de los Padres; es la fe de los católicos.
  • Porque tengo el convencimiento de que esa fe corre hoy el grave peligro de ser abandonada, de ser manipulada, de ser objeto de una mutación mortal para las almas de los fieles.

Analicemos cuidadosamente la enseñanza del concilio tridentino sobre la justificación. Empezamos por el decreto:

Habiéndose difundido en estos tiempos, no sin pérdida de muchas almas, y grave detrimento de la unidad de la Iglesia, ciertas doctrinas erróneas sobre la Justificación; el sacrosanto, ecuménico y general Concilio de Trento, congregado legítimamente en el Espíritu Santo, y presidido a nombre de nuestro santísimo Padre y señor en Cristo, Paulo por la divina providencia Papa III de este nombre, por los reverendísimos señores Juan María de Monte, Obispo de Palestina, y Marcelo, Presbítero del título de santa Cruz en Jerusalén, Cardenales de la santa Iglesia Romana, y Legados Apostólicos a latere, se propone declarar a todos los fieles cristianos, a honra y gloria de Dios omnipotente, tranquilidad de la Iglesia, y salvación de las almas, la verdadera y sana doctrina de la Justificación, que el sol de justicia Jesucristo, autor y consumador de nuestra fe enseñó, comunicaron sus Apóstoles, y perpetuamente ha retenido la Iglesia católica inspirada por el Espíritu Santo; prohibiendo con el mayor rigor, que ninguno en adelante se atreva a creer, predicar o enseñar de otro modo que el que se establece y declara en el presente decreto.

Es papel fundamental e irrenunciable de la Iglesia defender la sana doctrina que nos puede hacer salvos (1ª Tim 4,16). Los apóstoles exhortaron a combatir el error y a desechar a quienes lo sostienen y difunden entre los fieles. En pleno auge de las herejías protestantes, la Iglesia Católica se propuso, y logró, expresar la verdad sobre una de las doctrinas fundamentales de la fe cristiana: la justificación.

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29.04.16

Dios no nos ha llamado a una vida impura, sino santa

Cuando en uno de sus viajes San Pablo iba a partir desde Mileto a Jerusalén, hizo llamar a todos los presbíterios de Éfeso para darles un discurso de despedida, pues estaba seguro de que no le volverían a ver en esta vida. Destaco de ese discurso el siguiente pasaje:

Hech 20,28-32
Tened cuidado de vosotros y de todo el rebaño sobre el que el Espíritu Santo os ha puesto como guardianes para pastorear la Iglesia de Dios, que él se adquirió con la sangre de su propio Hijo. Yo sé que, cuando os deje, se meterán entre vosotros lobos feroces, que no tendrán piedad del rebaño.
Incluso de entre vosotros mismos surgirán algunos que hablarán cosas perversas para arrastrar a los discípulos en pos de sí. Por eso, estad alerta: acordaos de que durante tres años, de día y de noche, no he cesado de aconsejar con lágrimas en los ojos a cada uno en particular. Ahora os encomiendo a Dios y a la palabra de su gracia, que tiene poder para construiros y haceros partícipes de la herencia con todos los santificados.

En su primera carta a los Tesalonicenses,  leemos

1 Tes 4,3-8
Esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación, que os apartéis de la impureza, que cada uno de vosotros trate su cuerpo con santidad y respeto, no dominado por la pasión, como hacen los gentiles que no conocen a Dios. Y que en este asunto nadie pase por encima de su hermano ni se aproveche con engaño, porque el Señor venga todo esto, como ya os dijimos y os aseguramos: Dios no nos ha llamado a una vida impura, sino santa. Por tanto, quien esto desprecia, no desprecia a un hombre, sino a Dios, que os ha dado su Espíritu Santo.

Es por tanto, deber de todo pastor -sin excepción- guardar el rebaño que Dios le ha encomendado. Es deber de todo pastor predicar sobre la necesidad de ser santos y no impuros. Y es deber nuestro rechazar a los lobos feroces que predican otra cosa. Es deber nuestro decir no a quienes buscan atajos, excusas, justificaciones, etc, para que los fieles no se sientan llamados a dejar atrás sus pecados para vivir en santidad, cada cual según el don que haya recibido. Y no debe extrañarnos que los lobos se disfracen de ovejas:

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26.04.16

Sin que tenga necesariamente que cambiar a fondo de vida...

Suelo leer con gusto los artículos que el propagandista (ACdP) Manuel Bustos escribe en el Diario de Cádiz. Es por ello que ayer me quedé ojiplático cuando leí su análisis sobre la exhortación apostólica Amoris laetitia. La razón es bien simple. Si don Manuel tuviera razón, el catolicismo estaría abandonado la fe de los veinte siglos precedentes. Por tanto, no puede tener razón. 

No creo necesario ir analizando párrafo por párrafo todas las afirmaciones del señor Bustos. Me fijaré solo en algunas:

Se trata, en definitiva, de aplicar una gradualidad, de ir integrando en la Iglesia a quien se halla en situación “irregular", sin que tenga necesariamente que cambiar a fondo de vida.

¿Es consciente don Manuel que se está cargando la esencia de la conversión, que consiste precisamente en cambiar a fondo de vida? ¿Es consciente de que sin conversión no hay verdadera fe salvífica?

Enseña San Pablo:

1ª Cor 6,9-11
¿No sabéis que ningún malhechor heredará el reino de Dios? No os hagáis ilusiones: los inmorales, idólatras, adúlteros, lujuriosos, invertidos, ladrones, codiciosos, borrachos, difamadores o estafadores no heredarán el reino de Dios. Así erais algunos antes. Pero fuisteis lavados, santificados, justificados en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios.

La cosa es clara. Antes de ser de Cristo éramos carne de condenación. Una vez en Cristo, somos redimidos y santificados por su gracia. Pero esa santificación es real, no aparente. Obviamente tiene etapas, es un proceso. Un proceso en el que el Señor nos perdona los pecados que todavía cometemos, pero en el que se nos concede anhelar la santidad que deja atrás todo pecado. Y si no, ¿qué grado de inmoralidad, idolatría, adulterio, estafa, etc, es aceptable para un cristiano? ¿me lo puede explicar alguien? ¿qué tipo de gradualidad es esa que pasa por alto la necesidad de cumplir los mandamientos de la ley de Dios?

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13.04.16

Vivir y morir en pecado mortal te lleva al infierno

Post publicado el 7 de octubre del 2014. Republicado el 13 de abril del 2016.

Dios es tan bueno y misericordioso con el hombre, que en vez de dejarle muerto en sus pecados, envió a su Hijo para que todo el que cree en Él tenga vida eterna (Jn3,16). Y el Hijo fue tan bueno para con nosotros, que nos advirtió que decir que se cree en Él pero seguir viviendo como si tal cosa, no cuela (Mt 7,24-27 y Luc 6,46). En el culmen de su voluntad salvadora, el Espíritu Santo desciende para morar en nosotros y transformarnos a imagen de Cristo, de manera que por gracia podemos creer y obrar conforme a la voluntad divina (Tit 3,5). Hasta nuestro buen hacer es obra de Dios (Fil 2,13), de manera que toda la gloria le corresponde a Él, aunque ha querido que participemos de ella, de forma que considera verdaderamente meritos nuestros lo que en verdad son dones suyos. Y eso lo hace en virtud de los meritos del Hijo.

Como Dios nos conoce bien, sabe que a pesar de las ayudas que nos envía, seguimos cometiendo pecados. Por ello Cristo, abogado nuestro ante el Padre …:

Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo.

(1 Jn 2,1)

instituyó el sacramento del perdón y dio a su Iglesia autoridad para administrarlo:

a quienes perdonareis los pecados, les serán perdonados; a quienes se los retuviereis, les serán retenidos.

(Jn 20,23)

Todo ello no cambia el hecho de que:

El salario del pecado es la muerte…

(Rom 6,23)

Ni el hecho de que hay pecados mortales:

Si alguno ve a su hermano cometer un pecado que no le lleva a la muerte, ore y alcanzará vida para los que no pecan de muerte. Hay un pecado de muerte…

(1 Jn 5,16)

Entre los pecados incompatibles con la salvación, leemos:

¿No sabéis que los injustos no poseerán el reino de Dios? No os engañéis: ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los sodomitas, ni los ladrones, ni los avaros, ni los ebrios, ni los maldicientes, ni los rapaces poseerán el reino de Dios.

1ª Cor 6,9-10

¿Tiene la Iglesia, y todos los que formamos parte de ella, la obligación y responsabilidad de señalar el pecado al pecador? Sin la menor duda.

Si yo digo al malvado: “¡Vas a morir!” y tú no le amonestares y no le hablares para retraer al malvado de sus perversos caminos para que viva él, el malvado morirá en su iniquidad, pero te demandaré a ti su sangre.
Mas si, habiendo tú amonestado al malvado, no se convierte él de su maldad y de sus perversos caminos, él morirá en su iniquidad, pero tú habrás salvado tu alma.  Y si se apartare el justo de su justicia, cometiendo maldad, y pusiere yo una trampa delante de él, él morirá. Por no haberle tú amonestado, morirá en su pecado, y no se recordarán las obras buenas que hubiere hecho, pero yo te demandaré a ti su sangre.
Pero, si tú amonestaste al justo para que no pecara y dejare de pecar, vivirá él, porque fue amonestado, y tú habrás salvado tu alma.

(Eze 3,18-21)

Si se fijan ustedes, el no advertir al pecador de las consecuencias funestas de su pecado acarrea la condenación propia

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