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27.07.20

Cristo, rey de los corazones y de las naciones

Error condenado por el beato Pío IX en su Syllabus:

LV. Es bien que la Iglesia sea separada del Estado y el Estado de la Iglesia.

Encíclica Imortale Dei, León XIII

Por esta razón, así como no es lícito a nadie descuidar los propios deberes para con Dios, el mayor de los cuales es abrazar con el corazón y con las obras la religión, no la que cada uno prefiera, sino la que Dios manda y consta por argumentos ciertos e irrevocables como única y verdadera, de la misma manera los Estados no pueden obrar, sin incurrir en pecado, como si Dios no existiese, ni rechazar la religión como cosa extraña o inútil, ni pueden, por último, elegir indiferentemente una religión entre tantas. Todo lo contrario. El Estado tiene la estricta obligación de admitir el culto divino en la forma con que el mismo Dios ha querido que se le venere. Es, por tanto, obligación grave de las autoridades honrar el santo nombre de Dios. Entre sus principales obligaciones deben colocar la obligación de favorecer la religión, defenderla con eficacia, ponerla bajo el amparo de las leyes, no legislar nada que sea contrario a la incolumidad de aquélla. Obligación debida por los gobernantes también a sus ciudadanos

Encíclica Quas Primas, Pío XI

erraría gravemente el que negase a Cristo-Hombre el poder sobre todas las cosas humanas y temporales, puesto que el Padre le confirió un derecho absolutísimo sobre las cosas creadas, de tal suerte que todas están sometidas a su arbitrio. Sin embargo de ello, mientras vivió sobre la tierra se abstuvo enteramente de ejercitar este poder, y así como entonces despreció la posesión y el cuidado de las cosas humanas, así también permitió, y sigue permitiendo, que los poseedores de ellas las utilicen.

Acerca de lo cual dice bien aquella frase: No quita los reinos mortales el que da los celestiales. Por tanto, a todos los hombres se extiende el dominio de nuestro Redentor, como lo afirman estas palabras de nuestro predecesor, de feliz memoria, León XIII, las cuales hacemos con gusto nuestras:

El imperio de Cristo se extiende no sólo sobre los pueblos católicos y sobre aquellos que habiendo recibido el bautismo pertenecen de derecho a la Iglesia, aunque el error los tenga extraviados o el cisma los separe de la caridad, sino que comprende también a cuantos no participan de la fe cristiana, de suerte que bajo la potestad de Jesús se halla todo el género humano.

Muchos de los fieles católicos de hoy en día, por no decir la inmensa mayoría, han sido formados en la ignorancia de lo que enseñaba la Iglesia sobre el Reinado Social de Cristo. Y cuando se encuentran con la sana doctrina católica de siempre, les resulta extraña.

La cosa, en realidad, es más fácil de lo que parece aunque no lo vean en primera instancia. Que Cristo debe reinar en el corazón de cada creyente no es discutible. Es obvio. La cuestión es si no debe reinar también en las familias. Seguramente también están de acuerdo. ¿Y qué pasa con las instituciones “superiores” a las familias (*)? Me refiero, por ejemplo, a una parroquia o a un municipio. A una diócesis o al pueblo de una nación, ¿ahí no reina? ¿Y qué pasa con las naciones? ¿ahí tampoco le toca reinar?

¿Reducimos el reinado de Dios solo al ámbito de la persona, del individuo? ¿quizás solo al de la comunidad religiosa? ¿Qué hay que deba escapar a dicho reinado?

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25.04.20

Secuestrada, casi invisible

Del Oficio de Lecturas de hoy, sábado 25 de abril:

La Iglesia, habiendo recibido, como hemos dicho, esta predicación y esta fe, aunque esparcida por todo el mundo, la guarda con diligencia, como si todos sus hijos habitaran en una misma casa; y toda ella cree estas mismas verdades, como quien tiene una sola alma y un solo corazón, y, en consecuencia, las predica, las enseña y las transmite, como quien tiene una sola boca. Porque, si bien en el mundo hay diversidad de lenguajes, el contenido de la tradición es uno e idéntico para todos.

Y lo mismo creen y transmiten las Iglesias fundadas en Germania, así como las de los iberos, las de los celtas, las del Oriente, las de Egipto, las de Libia y las que se hallan en el centro del mundo; pues, del mismo modo que el sol, creatura de Dios, es uno e idéntico en todo el mundo, así también la predicación de la verdad brilla en todas partes e ilumina a todos los hombres que quieren llegar al conocimiento de la verdad.
Contra los herejes, San Ireneo de Lyon

Así era la Iglesia en el siglo II. Una misma fe, una misma predicación independientemente de dónde estuviera. Así ha sido la Iglesia duante 20 siglos. Ciertamente ha sufrido el embate de cismas y herejías, pero dentro de ella la fe era la misma. 

Hoy esa Iglesia prácticamente se ha desvanecido. No digo que haya dejado de existir -los mártires dan testimonio de su existencia-, pero no es visibile en amplias zonas del mundo. Basta ver lo que predican buena parte de los obispos alemanes y lo que predican los polacos. No profesan la misma fe. Y dentro de la propia Iglesia en Alemania no es igual lo que predica el cardenal Kasper que lo que predica el cardenal Woeki. No es lo mismo lo que predica el cardenal holandés Eijk que lo que predican la mayoría del resto obispos holandeses. Etcétera.

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6.04.20

Mi amor se fue con el Señor

Lidia, la mujer que Dios me regaló como esposa, partió ayer, Domingo de Ramos, a encontrarse con el Señor. Y lo hizo en mis brazos, en una cama de la habitación 108 del hospital universitario de Puerto Real, en el que su vida terrenal se fue apagando poco a poco en las últimas dos semanas. Casi tres largos años de lucha contra un cáncer no detectado a tiempo, con una primera “victoria” que nos dio una tregua de meses antes de volver a aparecer.

El inmenso dolor que sufro ahora no me impide dar gracias a Dios por todo el bien que nos ha hecho en 32 años de vida juntos. Tres hijos han sido el fruto de nuestro amor. Y uno de ellos, el primogénito, nos hizo abuelos de un angelito hace casi 5 años. También pudo hacer de madrina en la boda de nuestro segundo hijo.

La foto que encabeza este post es del día de su graduación en la Universidad de Navarra, tras realizar la licenciatura de Ciencias Religiosas y el Máster en Familia y Vida. Ello le permitió desarrollar su vocación como profesora de religión. Lo hizo en el Colegio Juan Pablo II - María Milagrosa de Cádiz. Otro de los grandes regalos que me ha dado el Señor en estos días ha sido, además de constatar el cariño que le tenían sus compañeros de claustro, ver el gran impacto que causó entre sus alumnos (entre ellos, durante un año, nuestra hija). He podido leer mensajes dirigidos a mi esposa que no podré ovlidar jamás. Ella ha sido instrumento para llevar a no pocas almas a Cristo y darse cuenta de eso no tiene precio. Quiera Dios que la semilla que sembró a través de ella frucifique en vidas entregadas a Él.

Doy gracias también a Dios por haberme permitido estar con ella en estas últimas semanas de su vida. Dada la actual situación en España con la pandemia del coronavirus, son muchas las personas que mueren sin estar rodeados de sus seres queridos. Aunque ni sus padres -a quienes quería con locura- ni dos de nuestros hijos han podido estar, sí hemos estado mi hijo mayor y yo.

En estas últimas semanas hemos orado juntos más que nunca. Nos hemos puesto en manos del Señor más que nunca. Nos hemos querido más que nunca. Hemos estado rodeados de oraciones más que nunca. Hemos comulgado a diario hasta que ella ya no pudo. Y habiendo muerto mi amada Lidia tras haber recibido los santos sacramentos, espero que el Señor me conceda el mismo don el día de mi partida, para así poder encontrarme con ella para adorar a Dios juntos toda la eternidad. Mientras llega ese día, pido al Señor que me permita servirle fielmente en esta vida.

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25.02.20

Cardenales del nuevo paradigma

El cardenal y arzobispo de Bolonia, Matteo Zuppi, ha concedido una entrevista a RD, de la que cito:

En su conferencia, usted recuperó el concepto de ‘Profetas de calamidades’ usado por Juan XXIII en el Concilio. ¿Estamos demasiado mal acostumbrados en la Iglesia europea a estar tristes?

Claro, hay tantas dificultades, y el fin de la cristiandad, que está claro, pero no significa el fin del Evangelio ni del Cristianismo. Hay muchas dificultades, y calamidades, pero creo que Juan XXIII tenía razón. No se pueden mirar solo las dificultades, hay que ver las oportunidades.

Y:

¿Ese es uno de sus retos: cómo explicamos esa iglesia hipermercado es la misma que la de abajo?

No se explica, se vive. Se vive con oración, con cercanía, proximidad, viviendo el evangelio, y no un evangelio reducido a moral. Que sea un encuentro, que sea vida, como tiene que ser el evangelio. Que sea un hecho, una homilía que hable al corazón.

¿Tiene muchos enemigos el Papa para recuperar este estilo de Iglesia?

Creo que hay tantos profetas de calamidades, hay tantos que confunden la conversión pastoral y misionera con el relativismo moral, de la verdad. Yo creo que la conversión nos ayuda a vivir bien el depósito de nuestra fe, pero a vivirlo hoy, para no quedarse fuera. Queremos que el evangelio siga hablando a los hombres de hoy. Frente a la secularización y sus consecuencias, el Evangelio responde al grito del hombre de hoy.

Por su parte, el cardenal y arzobispo primado de México, comentó en declaraciones recogidas por la Agencia Efe lo siguiente:

Más de la mitad de los estados mexicanos reconocen el matrimonio entre personas del mismo sexo, una cifra que ilustra el cambio de valores de la sociedad mexicana del que habla Aguiar y al que tiene que hacer frente su Iglesia.

La Iglesia tiene clara su doctrina, pero no es tiempo de condenas, sino de entender y aceptar las opciones que cada uno tome“, defiende el cardenal sobre la homosexualidad.

El arzobispo primado de México pide centrar la atención en ver “si se dan las condiciones sociales en las que se respete esa decisión del ser humano” y recuerda que la Iglesia “debe estar abierta a todos, católicos o no, para entender y apoyar en las necesidades de cada persona".

Vamos por partes. El optimismo de san Juan XXIII en torno al futuro de la humanidad y su protesta contra los profetas de calamidades aparece en su discurso de inauguración del Concilio Vaticano II, el 11 de octubre de 1962. Cito:

En el cotidiano ejercicio de Nuestro ministerio pastoral llegan, a veces, a nuestros oídos, hiriéndolos, ciertas insinuaciones de algunas personas que, aun en su celo ardiente, carecen del sentido de la discreción y de la medida. Ellas no ven en los tiempos modernos sino prevaricación y ruina; van diciendo que nuestra época, comparada con las pasadas, ha ido empeorando; y se comportan como si nada hubieran aprendido de la historia, que sigue siendo maestra de la vida, y como si en tiempo de los precedentes Concilios Ecuménicos todo hubiese procedido con un triunfo absoluto de la doctrina y de la vida cristiana, y de la justa libertad de la Iglesia.

Nos parece justo disentir de tales profetas de calamidades, avezados a anunciar siempre infaustos acontecimientos, como si el fin de los tiempos estuviese inminente. En el presente momento histórico, la Providencia nos está llevando a un nuevo orden de relaciones humanas que, por obra misma de los hombres pero más aún por encima de sus mismas intenciones, se encaminan al cumplimiento de planes superiores e inesperados; pues todo, aun las humanas adversidades, aquélla lo dispone para mayor bien de la Iglesia.

Llama la atención dos cosas:

1- Que al parecer había personas que ya sospechaban, y osaban decirlo, que la humanidad no iba por buen camino en eso que se conoce como Modernidad.

2- Que según el Papa, estábamos ante un “nuevo orden de relaciones humanas” que, ojo al dato, era obra de los propios hombres.

Más adelante tras afirmar algo realmente sorprendente, a saber, que “los errores, luego de nacer, se desvanecen como la niebla ante el sol” (sic), añadió:

Siempre la Iglesia se opuso a estos errores. Frecuentemente los condenó con la mayor severidad. En nuestro tiempo, sin embargo, la Esposa de Cristo prefiere usar la medicina de la misericordia más que la de la severidad. Ella quiere venir al encuentro de las necesidades actuales, mostrando la validez de su doctrina más bien que renovando condenas. No es que falten doctrinas falaces, opiniones y conceptos peligrosos, que precisa prevenir y disipar; pero se hallan tan en evidente contradicción con la recta norma de la honestidad, y han dado frutos tan perniciosos, que ya los hombres, aun por sí solos, están propensos a condenarlos, singularmente aquellas costumbres de vida que desprecian a Dios y a su ley, la excesiva confianza en los progresos de la técnica, el bienestar fundado exclusivamente sobre las comodidades de la vida. Cada día se convencen más de que la dignidad de la persona humana, así como su perfección y las consiguientes obligaciones, es asunto de suma importancia. Lo que mayor importancia tiene es la experiencia, que les ha enseñado cómo la violencia causada a otros, el poder de las armas y el predominio político de nada sirven para una feliz solución de los graves problemas que les afligen.

Cabe señalar:

1- Es herejía pelagiana afirmar que el hombre, por sí solo, es capaz de condenar y dejar a un lado todo aquello que es contrario a la ley divina. Sin el concurso de la gracia, tal cosa es literalmente imposible.

2- Tras dos guerras mundiales, pensar que el hombre había aprendido la lección e iba a comportarse como Dios manda, no era mero optimismo. Era desconocer absolutamente las consecuencias del pecado original y la enseñanza de la Escritura y la Tradición acerca del hombre caído y del “mundo".

3- Oponer misericordia a severidad en la condena del error es puerta abierta a la extensión masiva del error.

57 años y medio después, vemos en qué han quedado las palabras del papa Roncalli. Ha ocurrido exactamente lo contrario a lo que “profetizó". Las guerras han seguido ocurriendo acá y allá, y a ello se ha añadido la expansión del aborto, que es el mayor crimen en la historia de la humanidad, y la aparición de “un nuevo orden de relaciones humanas” (Nuevo Orden Mundial), pero en el sentido literalmente opuesto al Reino de Dios y absolutamente concordante con el Reino del Gran Arquitecto, adorado en las logias, que es Satanás en persona. La familia está siendo aniquilada. Las leyes están dando paso a la aceptación social de auténticas barbaridades. Y el hombre ha demostrado ser, por si no quedaba claro, el mayor enemigo del hombre, con los estados facilitando esa labor de autodestrucción.

¿Y qué decir de la propia Iglesia? ¿fue profeta de calamidades Pablo VI cuando afirmó que había entrado en ella el “humo de Satanás"? Es más, ¿cómo no iba a entrar ese humo si se habían abierto las ventanas de par en par?

Aun así, lo peor de todo no es que hubiera un error en el diagnóstico y las medidas a tomar. Lo peor es que hoy se pretende que tal error fue un acierto, y se profundiza en las consecuencias del mismo, de tal manera que la secularización presente en el mundo se ha apoderado, literalmente, de la mayor parte de la Iglesia.

Esto no empezó con el discurso inaugural del CVII. Llevamos, no solo en el mundo sino en la Iglesia, dos siglos y pico con un constante tira y afloja entre los revolucionarios radicales y los conservadores que conservan la revolución. Y una vez desaparecidos los tradicionalistas, o reducidos a la mínima expresión, el juego es mucho más fácil para ambos bandos.

En España ese tira y afloja nos ha llevado a tener un corpus legislativo absolutamente perverso. Pero los conservadores nos piden moderación, calma y sosiego, diálogo… para que los otros den otro paso adelante al que no seguirá un paso atrás.

Al final, los revolucionarios radicales se quitarán de en medio a los conservadores con absoluto desprecio. El desprecio que se merecen.

Eso pasa tanto en la sociedad como en la Iglesia. De hecho, la decadencia de España -y del resto de Occidente- es paralela a la de la Iglesia.

Bruno Moreno ha descrito magistralmente la realidad que vivimos hoy:

Dios nunca quiere que pequemos y eso es lo que siempre ha enseñado la Iglesia. No importan las excusas que se den y las circunstancias que se aleguen: adulterar siempre es un pecado grave y Dios nunca da permiso para hacerlo, ni mucho menos quiere que lo hagamos.

En cambio, multitud de obispos y sacerdotes se empeñan en enseñar y poner en práctica lo contrario, ya sea diciendo a los adúlteros que pueden comulgar o callando ante los que lo hacen y tolerando esa destrucción de la moral católica. Incluso los obispos y sacerdotes que siguen aplicando la moral tradicional católica en sus diócesis o parroquias en muchos casos elogiaron, por puro respeto humano o quizá por una obediencia mal entendida, la exhortación Amoris Laetitia, en la que se afirma que el adulterio puede ser en algunas ocasiones “la respuesta generosa que se puede ofrecer a Dios” y “la entrega que Dios mismo está reclamando en medio de la complejidad concreta de los límites, aunque todavía no sea plenamente el ideal objetivo” (AL 303). Apenas cuatro cardenales, la mitad de los cuales han muerto, pidieron que esto se clarificase (un eufemismo para indicar respetuosamente que debía corregirse), mientras que la inmensa mayoría de los demás obispos siguen sin decir nada.

Cuando la autoridad y la falsa prudencia se ponen al servicio de la perversión, de la destrucción de la moral de la Iglesia; cuando se ignora por completo el poder de la gracia divina para liberar efectivamente, y no al modo luterano, al hombre del pecado; cuando se cambia el Evangelio por diálogo cómplice con el mundo que vive bajo el dominio de Satanás, solo cabe esperar que ocurra de forma rotunda aquello que profetizó, y esta vez de verdad, san Pablo y que ya tenemos ante nuestros ojos:

Que de ningún modo os engañe nadie, porque primero tiene que venir la apostasía y manifestarse el hombre de la iniquidad, el hijo de la perdición,  que se opone y se alza sobre todo lo que lleva el nombre de Dios o es adorado, hasta el punto de sentarse él mismo en el templo de Dios, mostrándose como si fuera Dios.
2 Tes 2,3-4

No hace falta ser profeta para denunciar que estamos ante el abismo, ante la mayor traición que ha sufrido Cristo desde que Judas le entregó por treinta monedas de plata. Ahora se le entrega a cambio del reconocimiento del mundo, de ese Nuevo Orden Mundial que no tiene nada que ver con el buenismo necio y herético de quienes abrieron las ventanas de la Iglesia para que el humo de Satanás hiciera estragos.

Solo Dios sabe lo que nos depara el futuro inmediato. Es fácil caer en la desesperación en medio de tanta confusión, de tanto lío, de tanta corrupción del evangelio, de tanto desprecio y persecución de la Tradición. Mas tenemos la promesa segura de que las Puertas del Hades no prevalecerán. No es tiempo de amargarse, de actuar como si Cristo no nos hubiera dado la victoria en la Cruz. Es tiempo de obrar conforme a la gracia que nos ha sido dada en defensa de la fe, dando testimonio de la realeza de Cristo en nuestros corazones y en medio de todo el mundo. Es tiempo de obedecer a la Madre del Señor y Madre nuestra cuando nos pide “haced lo que Él os diga” (Jn 2,5) 

No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino.
Luc 12,32

¡Viva Cristo Rey y María Reina!

Luis Fernando Pérez Bustamante

21.02.20

Permitan ustedes que les explique algo sobre educación y eutanasia

El gobierno social-comunista del PSOE y Podemos tiene más o menos la misma prisa en cargarse lo que queda en pie de la unidad de España, entregando a los secesionistas vascos y catalanes lo que piden con tal de seguir en el poder, que en acabar de imponer a la sociedad lo que falta del Nuevo Orden Mundial, el cual fue puesto en marcha con la Constitución de 1978 y acelerado convenientemente por el señor Rodríguez Zapatero.

Antes de que acabe el año, e incluso antes del verano, puede que en España tengamos una ley de eutanasia y una nueva ley educativa. Y estos serán, más o menos, sus principios:

Eutanasia

La autonomía personal -es decir, la autodeterminación de los personalistas- ha de llegar hasta el extremo de que el individuo decida cuándo merece la pena seguir viviendo o no. Y el Estado ha de garantizarle su derecho a no seguir viviendo bajo determinadas circunstancias. ¿Qué circunstancias? Pues las que el propio Estado decida. En España parece que va a ser en caso de una enfermedad terminal incurable o crónica que produzca un sufrimiento indecible. Pero otros estados ya han dispuesto que se puede aplicar también a los que padecen enfermedades psiquiátricas o psicológicas. Y en Holanda están cerca de aprobar que el Estado dé una pastilla mortal a los mayores de 70 años.

Quienes creen que en España no llegaremos a lo de Holanda son los mismos que creían que el aborto no llegaría a ser un derecho y no un mero delito despenalizado.

Educación

Lo esencial es garantizar el derecho de los niños a recibir una formación integral. ¿Y quién determina los principios y los límites de esa formación? ¿los padres? No, el Estado. Por tanto, el derecho de los padres a que sus hijos sean educados conforme a sus principios morales y religiosos queda sujeto al derecho de los menores a dicha educación integral.

De tal manera que si el Estado decide que la educación sexual, especialmente de tipo genital, es cosa necesaria para niños a partir de los 5 años, y no digamos para los adolescentes, nada podrán hacer los padres para oponerse. Si el Estado determina que cualquier tipo de relacion sexual consentida es aceptable, la moral de cualquier religión (*) que niegue tal hecho queda de facto anulada, cuando no perseguida. Y si el Estado decide que lo mejor para los niños y jóvenes es que se les eduque en el feminismo radical y en todo lo relacionado con la ideología de género, así se hará.

La tiranía de la mayoría

¿Cómo hemos llegado a esta situación?, se preguntarán algunos católicos -no todos-. La pregunta no es esa. La verdadera pregunta es a cuento de qué alguien formado en la doctrina tradicional católica podía pensar que no llegaríamos a lo que hemos llegado.

Cuando se asume, se alaba y se promociona un sistema político que se basa en el principio de que las leyes son decididas por las mayorías, independientemente de lo que la ley natural y divina determinen, ¿qué autoridad moral se tiene para desligitimar ese sistema una vez que las leyes atenten contra la soberanía de Dios? Ya se lo digo yo: ninguna.

Un ejemplo absolutamente actual de esto que les digo lo tenemos en Portugal. El parlamento de ese país acaba de dar el primer paso para despenalizar la eutanasia. La Iglesia se opone, como es lógico, pero los obispos han tenido la “genial” idea de apoyar la celebración de un referéndum en todo el pais. Dado que solo un 25% de los portugueses se oponen radicalmente a la eutanasia (50% la apoyan y otro 25% dudan), es altamente probable que las urnas dieran el sí definitivo a esa ley. Si tal cosa ocurre, ¿me puede decir alguien en base a qué se puede negar legitimidad al resultado de esa posible votación, cuando se ha solicitado la misma? ¿desde cuándo quitarse la vida pasa a ser un derecho por el mero hecho de que una mayoría esté de acuerdo? ¿qué queda al margen de la tiranía de los sin Dios si suman más votos en una urna?

Las necedades pastorales (Ralliement, promoción de la democracia cristiana y de la aconfesionalidad…) y doctrinales ("maritainismo", “sana” laicidad), producen efectos de apostasía en el propio corpus católico, que necesariamente afecta a toda la sociedad.

Se puede alegar que San Juan Pablo II advirtió en Evangelum Vitae de la actual deriva. Cito (negritas mías)

Es lo que de hecho sucede también en el ámbito más propiamente político o estatal: el derecho originario e inalienable a la vida se pone en discusión o se niega sobre la base de un voto parlamentario o de la voluntad de una parte —aunque sea mayoritaria— de la población. Es el resultado nefasto de un relativismo que predomina incontrovertible: el « derecho » deja de ser tal porque no está ya fundamentado sólidamente en la inviolable dignidad de la persona, sino que queda sometido a la voluntad del más fuerte. De este modo la democracia, a pesar de sus reglas, va por un camino de totalitarismo fundamental. El Estado deja de ser la « casa común » donde todos pueden vivir según los principios de igualdad fundamental, y se transforma en Estado tirano, que presume de poder disponer de la vida de los más débiles e indefensos, desde el niño aún no nacido hasta el anciano, en nombre de una utilidad pública que no es otra cosa, en realidad, que el interés de algunos. Parece que todo acontece en el más firme respeto de la legalidad, al menos cuando las leyes que permiten el aborto o la eutanasia son votadas según las, así llamadas, reglas democráticas. Pero en realidad estamos sólo ante una trágica apariencia de legalidad, donde el ideal democrático, que es verdaderamente tal cuando reconoce y tutela la dignidad de toda persona humana, es traicionado en sus mismas bases: « ¿Cómo es posible hablar todavía de dignidad de toda persona humana, cuando se permite matar a la más débil e inocente? ¿En nombre de qué justicia se realiza la más injusta de las discriminaciones entre las personas, declarando a algunas dignas de ser defendidas, mientras a otras se niega esta dignidad? ». Cuando se verifican estas condiciones, se han introducido ya los dinamismos que llevan a la disolución de una auténtica convivencia humana y a la disgregación de la misma realidad establecida.

¿De verdad creemos que el aborto, la eutanasia y cualquier barbaridad que se les ocurra se aprueban A PESAR DE LAS REGLAS DE LA DEMOCRACIA? ¿en base a qué? Si se admite que se aparte a Dios y su ley del ámbito público -p.e, Constitución española de 1978-, ¿a cuento de qué vamos a extrañarnos de que pase lo que pase?

España y Portugal tenían hace algo más medio siglo gobernantes católicos: Francisco Franco y Antonio Oliveria de Salazar. No había democracia. ¿Alguien de verdad es capaz de decir que esos países no son hoy democráticos? ¿en serio? ¿de verdad? ¿pretende la misma Iglesia que ha favorecido la aconfesionalidad de esos estados decir ahora cuáles son los límites de la autoridad de la soberanía de sus pueblos?

Hoy ambos países se sitúan al frente de la locomotora del tren de la cultura de la muerte, del Nuevo Orden Mundial, dándose la circunstancia de que las iglesias nacionales consideran legítima esa democracia. Saquen ustedes sus propias conclusiones. 

Luis Fernando Pérez Bustamante

(*) Un año de estos les cuento por qué no puede existir un derecho absoluto de los padres sobre la educación de los hijos en el caso de que profesen religiones falsas.