Explorador descubre universidad jesuita auténticamente católica

(ECOS de la CAVERNA) A veces pensamos que ya no queda nada por descubrir, que la época de los grandes descubrimientos ha llegado a su fin y nunca volveremos a sentir la emoción de hallazgos fabulosos y monumentales que amplíen las fronteras de la civilización. Un aguerrido explorador vasco, decidido a emular las gestas de sus antepasados, ha demostrado que no es así.

Josemari Txapelarraro (ver foto), natural de Ormáiztegui (Guipúzcoa) ha deseado convertirse en explorador desde que, de pequeñito, leía las novelas de Emilio Salgari. La necesidad de ganarse el pan hizo que, durante cuarenta y cinco años, se viera obligado a trabajar como contable en una multinacional de fabricación de cortauñas para zurdos. Una vez jubilado, sin embargo, se decidió a hacer realidad su sueño.

Convencido de que había algo de verdad en las antiguas leyendas que hablaban de una ciudad de sabios perdida en lo más profundo de la selva turolense, emprendió una expedición para buscarla. Aunque sus recursos eran escasos, porque la pensión no daba mucho de sí, Josemari no se desanimó. Armado únicamente con su salacot, un machete para abrirse paso y su fiel porteador nativo, llamado Remigio Ertuertu, nuestro explorador partió hacia lo desconocido, con el corazón henchido de entusiasmo.

No fue una expedición fácil. Se trata de una zona selvática y semidesértica, prácticamente desconocida para la civilización, en la que se dice que no hay ni un solo Starbucks donde tomarse un café latte machiatto. No resulta extraño, pues, que sus habitantes se caractericen por ser insociables y huraños. “Más que juraños, lo que son es mu brutos”, declaró Remigio. “En dos ardeas nos recibieron a pedrás. Casi me sartan un ojo. Er buenu, quiero decir”.

Finalmente, cansados, magullados y casi enloquecidos por la falta de cafeína, cuando estaban a punto de renunciar a su empeño y volverse a casa, encontraron lo que andaban buscando, en lo más profundo de una selva casi impenetrable: la mítica universidad jesuita auténticamente católica se levantaba ante sus ojos, resplandeciente a la intensa luz del sol antártico. “Fue un momento mágico”, afirmó Josemari. “Pensé que era un espejismo hasta que me golpeé la cabeza con uno de los muros. Entonces tuve ganas de echarme a llorar… de alegría, pero no lo hice, porque los vascos no hacemos esas cosas”.

La antigüedad del edificio quedó atestiguada por la inscripción indescifrable que había en la puerta y que Txapelarraro copió cuidadosamente en su cuaderno: Ἀγεωμέτρητος μηδείς εἰσίτω. Después de consultar a varios ilustres expertos en lenguas muertas de otras universidades jesuitas, Josemari ha llegado a la conclusión de que el significado de la frase es “prohibida la entrada a Ageometretos”. Los mismos expertos especulan que Ageometretos era probablemente la personificación de la intolerancia, el prejuicio y el calentamiento global, que las antiguas culturas en armonía con la naturaleza rechazaban por completo.

El relato de J. Txapelarraro es verdaderamente paradisiaco: “Los profesores, con sus negros ropajes sacerdotales, explicaban la teología católica, no las herejías de moda. De hecho, hasta donde pude observar, ¡ni siquiera se usaban libros de texto cuyas teorías hubieran sido condenadas por la Iglesia! Asombrosamente, los alumnos que allí estudiaban parecían alegres y contentos, a pesar de que no se impartían asignaturas sobre cuestiones fundamentales para los jóvenes, como la teoría de género, la discriminación de la mujer en la Iglesia, el evangelio de la multiculturalidad o la desmitificación de la Escritura. Y lo que es más llamativo, ¡ni alumnos ni profesores odiaban a la Iglesia!”. “Sé que lo que cuento es difícil de creer y que muchos no lo creerán”, reconoce Josemari, “pero yo lo vi con mis propios ojos: ¡una universidad jesuita católica de verdad y no solo de nombre!”.

Lamentablemente, el intrépido explorador no ha podido aportar otras pruebas de su descubrimiento más allá de sus notas manuscritas. Por supuesto, hizo fotos científicas con su teléfono móvil, pero quiso la mala fortuna que, al llegar de nuevo a la civilización, un carterista habilidoso le birlase el teléfono de última generación, de modo que la cuestión se reduce a si damos crédito a sus palabras o no.

Las reacciones, en general, han sido de rechazo o incredulidad. El Vicedeán Ejecutivo de Relaciones Públicas de la Confederación de Universidades Jesuíticas confió a ECOS de la CAVERNA que las demás universidades no estaban contentas con la noticia. “Si se confirmase el descubrimiento, esa nueva universidad supuestamente jesuita nos haría quedar mal. ¡No hay derecho! Llevamos más de cincuenta años intentando que el mundo olvide nuestro ominoso pasado de fundamentalismo e imperialismo cultural (antiguamente conocidos como doctrina católica y evangelización) y ahora nos vienen con esto”.

Por su parte, el P. Marción Samosata SJ, catedrático de Ufología y Fenómenos Paranormales, desestimó por completo la historia, como un mero cuento de viejas preconciliares. “No hace falta pensar mucho para darse cuenta de que es un engaño. ¿Una universidad jesuita sin Cátedra de Asuntos de Género y LGTBX§Ƃ?  ¡Venga ya!”.