(InfoCatólica) La reconfiguración, que calca los límites administrativos chinos, suscita elogios por su eficacia organizativa entre los que apoyan el acuerdo entre la Santa Sede y el régime chino, pero también críticas por lo que cabe interpretar como una validación eclesial de estructuras diseñadas por el Partido Comunista Chino (PCCh).
Contexto histórico de la Iglesia en China
La presencia católica en China hunde sus raíces en el siglo VII (influencias nestorianas) y, de modo decisivo, desde el XVI con jesuitas como Matteo Ricci, que buscaron el diálogo cultural. Tras 1949, el régimen comunista trató el influjo religioso extranjero como una amenaza: expulsó misioneros y nacionalizó bienes eclesiásticos. En 1957 creó la Asociación Patriótica Católica China (APCC), aparato estatal que pretendía una Iglesia «autogobernada, autosuficiente y autopropagada», al margen de Roma. Nació así una fractura de fondo: la Iglesia «oficial», controlada por la APCC, y la Iglesia «clandestina», fiel a la Santa Sede y forzada a la semiclandestinidad. Hubo ordenaciones episcopales sin mandato pontificio, con las consiguientes sanciones canónicas. La Revolución Cultural (1966-1976) llevó la represión al paroxismo: templos arrasados, clero encarcelado y culto asfixiado. Tras 1978 se permitió un resurgir limitado, siempre bajo estrecha tutela. Obispos como Melchior Zhang Kexing o Andrew Hao Jinli padecieron prisión y trabajos forzados por su fidelidad a Roma.
El Acuerdo Provisional de 2018, renovado —incluida una extensión de cuatro años a finales de 2024—, pretendía unificar la Iglesia mediante una participación china en los nombramientos episcopales, con veto final del Papa. Sus críticos, entre ellos el cardenal Joseph Zen, sostienen que legitima el control político y desprotege a los fieles clandestinos. Para 2025, bajo León XIV, el pacto ha facilitado alrededor de diez nombramientos, un tercio de las sedes, y sirve de marco para una reorganización que alinea las fronteras eclesiásticas con las divisiones administrativas de la República Popular, bajo continua supervisión estatal.
Detalles de la reorganización en Hebei
El 8 de julio de 2025, León XIV suprimió Xuanhua y Xiwanzi (erigidas el 11 de abril de 1946 por Pío XII) y erigió la diócesis de Zhangjiakou, sufragánea de Pekín, con catedral en la iglesia de Zhangjiakou. El nuevo territorio abarca los distritos de Xuanhua, Qiaodong, Xiahuayuan, Chongli, Qiaoxi y Wanquan, y los condados de Chicheng, Huailai, Zhuolu, Weixian, Yangyuan, Huai’an, Shangyi, Zhangbei, Guyuan y Kangbao. Además, el barrio de Yanqing se integra en la archidiócesis de Pekín y la ciudad de Xilinguolemeng pasa a Jining.
Zhangjiakou cubre 36.357 km², con 4.032.600 habitantes, de los que unos 85.000 son católicos atendidos por 89 sacerdotes. La diócesis coincide con la capital homónima y fusiona dos sedes históricas que fueron referentes misioneros en el norte y puerta hacia Mongolia.
El 10 de septiembre de 2025 fue ordenado obispo de Zhangjiakou el presbítero Giuseppe Wang Zhengui, con nombramiento del Santo Padre y candidatura «aprobada» en el marco del Acuerdo Provisional. Nacido el 19 de noviembre de 1962, formado en el Seminario de Hebei (1984-1988) y ordenado en 1990 para Xianxian, ejerció después en Xuanhua y ha estado vinculado a la Iglesia oficial bajo control del PCCh. La ordenación, en la Sagrada Familia de Zhangjiakou —sede olímpica en Pekín 2022—, fue presidida por Li Shan, arzobispo de Pekín y presidente de la APCC, junto a Guo Jincai (Chengde), Feng Xinmao (Hengshui), Li Liangui (Cangzhou), Sun Jigen (Handan) y An Shuxin (Baoding). Asistieron más de 50 sacerdotes y 300 representantes de vida consagrada y laicos.
El 12 de septiembre de 2025 se reconoció civilmente el ministerio del obispo emérito Agostino Cui Tai (Xuanhua) y de Giuseppe Ma Yan’en, nombrado auxiliar de Zhangjiakou el 4 de septiembre. Ma Yan’en (Baoding, 15 de enero de 1960), ordenado en 1985 para Yixian, fue vicario general allí y, desde 2013, obispo de Xiwanzi bajo Benedicto XVI, sin reconocimiento previo de Pekín. En su ceremonia, presidida por Wang Zhengui, el padre Yang Yu leyó una carta de aprobación del Consejo de Obispos Católicos Chinos. Según se informó, Ma Yan’en juró respetar la Constitución china, salvaguardar la unidad nacional, amar a la patria y a la Iglesia, sostener la independencia y autogestión eclesiástica, adherirse a la sinización del catolicismo y contribuir a «la construcción socialista» y al «renacimiento nacional». Hubo luego Misa de acción de gracias.
Para Cui Tai, de 75 años, coadjutor desde 2013 y símbolo de la Iglesia clandestina tras múltiples detenciones desde 1993 por rechazar la APCC, el acto fue sobrio, con unas 50 personas. Se le atribuyó un discurso sobre patriotismo, independencia eclesiástica y sinización, extremo que fuentes consideran inverosímil dada su trayectoria, y no consta concelebración con otros obispos. El Vaticano, por boca del director de la Sala de Prensa, Matteo Bruni, acogió estos reconocimientos como fruto del diálogo y «paso importante hacia la comunión» en la nueva diócesis.
Perspectivas críticas y memoria de los perseguidos
La reorganización actual legitima de hecho la diócesis de Zhangjiakou, creada unilateralmente por el régimen en 1980 al fusionar Xuanhua y Xiwanzi, estructuras no reconocidas por la Santa Sede durante décadas. A ojos de muchos fieles, esto supone subordinar la cartografía eclesial a un diseño estatal y diluir la herencia de Pío XII, desmoralizando a la comunidad clandestina que resistió persecuciones —desde la masacre de Xiwanzi (1946) y ejecuciones de sacerdotes, hasta la devastación de la Revolución Cultural—. En una Iglesia donde figuras como Augustine Cui Tai han vivido arrestos y hostigamiento por su fidelidad a Roma, el nuevo esquema refuerza a la Iglesia oficial y relega al olvido el testimonio de quienes sostuvieron la comunión en la adversidad. En Shanghái, por ejemplo, se organizaron proyecciones colectivas del desfile militar por el 80.º aniversario del fin de la guerra en Asia, muestra del encuadre político que se impone también al ámbito religioso.
El reciente fallecimiento del obispo clandestino Placidus Pei Ronggui (6 de septiembre de 2025), trapense de Hebei, ordenado en 1981 tras la Revolución Cultural y encarcelado varias veces por rechazar la APCC, vuelve a poner en foco el núcleo del problema. Coajudtor de Luoyang junto a Peter Li Hongye y retirado en 2011 a su aldea, convirtió una habitación en capilla. En 2016 afirmó:
«No puede existir una Iglesia independiente en China, porque contradice los principios católicos; es el gobierno chino el que debe cambiar».
Y recordaba:
«En China, mantener una fe pura conduce inevitablemente a la persecución. Pero si sufrimos para dar testimonio de Dios, de todos modos es una bendición».
Mientras Pekín presenta los recientes nombramientos como una victoria política -atribuyendo a Cui Tai y Ma Yan’en lemas de independencia eclesiástica y patriotismo-, se asienta una división entre católicos fieles al estado y el acuerdo con Roma y los que permanecen fieles a la Iglesia fiel que sufrió y sufre la persecución. Entre fieles clandestinos circulan burlas contra algunos prelados, a quienes se tilda de «tortugas» por supuesta falta de valor. Sus defensores replican que la figura de Pei encarna sufrimientos del pasado y que el acuerdo reduce ordenaciones ilícitas y abre vías de ministerio legítimo para muchos prelados y sacerdotes.
¿Unidad a cualquier precio?
Antes de 2018, la Santa Sede rechazaba estructuras impuestas por el PCCh como Zhangjiakou y mantenía las diócesis de 1946 como referencia canónica y memoria de una resistencia. En 2025, las decisiones de León XIV —suprimir esas sedes e integrar obispos clandestinos bajo marcos aprobados por el Estado— priorizan la «unidad» y el acceso pastoral, pero acomodan la «sinización» exigida por el PCCh, que reclama adhesión a valores socialistas y juramentos como los citados. Los defensores aducen que la medida estabiliza la vida eclesial de 85.000 católicos en Zhangjiakou; los críticos objetan que socava el testimonio de la Iglesia subterránea, valida el tutelaje estatal y expone a la comunidad a una infiltración ideológica sostenida.
La pregunta de fondo permanece abierta: ¿unidad a cualquier precio? El hilo que une la muerte de Pei, el reconocimiento civil de Cui Tai y Ma Yan’en y la fusión de diócesis históricas es el mismo: un itinerario que puede pacificar estructuras, pero al precio de una creciente dependencia de los criterios políticos de la dictadura comunista.







