InfoCatólica / La Mirada en Perspectiva / Categoría: Leviatán de Tercer Grado

22.06.19

(364) Del doble cristianismo personalista

El neoliberalismo católico

La contundente crítica del P. Julio Meinvielle a la filosofía personalista y comunitaria de Jacques Maritain insiste en demostrar la huella de Lamennais en Maritain. El liberalismo católico revive en el personalismo.

Con acierto, el P. Meinvielle, al principiar la segunda edición de su obra De Lamennais a Maritain, declara que:

«En efecto, mientras la tesis de una animación cristiana de la civilización moderna, que defendía Maritain, ha sido compartida luego por distinguidos teólogos como Journet, Chenu, Congar, H. Urs von Balthasar y otros, y ha penetrado en la mentalidad corriente de los católicos, nutriendo la peligrosa línea del progresismo cristiano, el proceso de disolución de esa misma civilización ha continuado hasta amenazarla con su total autodestrucción[1]».

 

El liberalismo de Lamennais y el neoliberalismo (encubierto de antiliberalismo) y progresista de Maritain concluyen el mismo error, que el P. Meinvielle resume así:

«Por consiguiente, tanto en Maritain como en Lamennais el razonamiento tiende a concluir del gobierno providencial de Dios el progreso terrestre de la Humanidad. Y esta conclusión no se sigue. Porque Dios permita el mal y porque, con su permisión, haya de operarse una ganancia, un bien, no se sigue que este bien que haya de operarse sea terrestre ni que haya de operarse en la tierra. En el más indulgente de los casos, habría que decir que Maritain no demuestra esta conclusión. Pero además esta conclusión es terriblemente falsa y funesta».[2]

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19.04.19

(348) Liberalismo de tercer grado

León XIII en su encíclica Libertas praestantissimum de 1888, n.14, define el liberalismo de tercer grado como aquel que afirma que «las leyes divinas deben regular la vida y la conducta de los particulares, pero no la vida y la conducta del Estado».

Este tipo de liberalismo, además, considera que es «lícito en la vida política apartarse de los preceptos de Dios y legislar sin tenerlos en cuenta para nada.»

El Pontífice califica estas afirmaciones de «absurdo error». Y da la siguiente razón:

 «Es la misma naturaleza la que exige a voces que la sociedad proporcione a los ciudadanos medios abundantes y facilidades para vivir virtuosamente, es decir, según las leyes de Dios, ya que Dios es el principio de toda virtud y de toda justicia. Por esto, es absolutamente contrario a la naturaleza que pueda lícitamente el Estado despreocuparse de esas leyes divinas o establecer una legislación positiva que las contradiga. »


El liberalismo de tercer grado se caracteriza, por tanto, por la relegación de los deberes religiosos a la vida privada.

Nos interesa la primera acepción de relegar que aporta el Diccionario de la RAE: «Entre los antiguos romanos, desterrar a un ciudadano sin privarlo de los derechos de tal.». Es decir, relegar es desterrar sin privación de derechos.

En el contexto que nos ocupa: apartar el deber religioso de la vida social y política pero sin negar a los ciudadanos su derecho a la religión que deseen, no a la que están vinculados por el hecho mismo de la Encarnación del Verbo, sino a la religión que deseen.

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22.01.19

(327) Una vuelta de tuerca

 1. - Queremos nuestro 2 de mayo.— Es la hora del levantamiento contra la colonización intelectual de la neo-revolución francesa. Me refiero a que ha llegado la hora de la independencia del ethos francés, en lo filosófico y en lo teológico.
 
También del paradigma alemán. La zona de confort del catolicismo hispano ha de ceder su suelo a la arena del Circo, que es ahora nuestro suelo. Levantaos, vamos. Dejemos de estar sentados en la crisis y pongámonos de pie.
 

2.- La invasión fenomenológica ha tenido lugar como antaño la napoleónica, con la apisonadora de la Revolución y la aquiescencia de los que mandan pero no pastorean. Dejamos de lado nuestro propio genio y nos rendimos a un numen extranjero; que no surgió de la gran Tradición sino de 1789.

 

3.- Hay que decir adiós a los principios ajenos.— No más Blondeles ni Bergsones ni más Mounieres. No más sospechas contra la traditio, ni más deconstrucción de lo heredado, ni más humanismo integral ni más sobrenaturales desnaturalizados ni métodos de inmanencia ni zarandajas. Tuvieron su hora pero ya pasó. Delubaquistas y maritainianos tuvieron su posconcilio de gloria, pero ya pasó. 

Vamos de naufragio en naufragio, supervivientes pero no cansados. Pero llegó la hora de encauzar el rumbo. Para eso hay que mirar más allá, sobre hombros de gigantes. Pero no miramos atrás con nostalgia sino con veneración, como ha de contemplar el accipiens al tradens.

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31.12.18

(324) Deterioro conceptual de la crisis: pena y sanción

La RAE define castigo como «pena que se impone a quien ha cometido un delito o falta».

La Modernidad prefiere, como término sustitutivo, el de sanción, que admite un matiz funcionalista y convencional: corrección que un reglamento establece para sus infractores.

Pero hay una diferencia notable entre transgredir la ley moral e infringir un reglamento. 

 

1.- La idiosincrasia pesonalista, en general, puede admitir que Dios sanciona, pero no tanto que Dios castiga. La pena, para el numen clásico, tiene valor expiatorio en sí misma. Pero la sanción, en la Modernidad, tiene un valor utilitario e inmanente, que no alcanza a tocar la libertad subjetiva.

 

2.- El humanitarismo contemporáneo aborrece una característica esencial de la pena, su terribilidad.

No es una casualidad que Justiniano, recuerda Álvaro d ´Ors, denominase a los libros 47 y 48 del Digesto libri terribiles, porque «contienen toda la severidad de las penas».

La terribilidad de lo penal aterra al hombre moderno porque no cree en el valor expiatorio del sufrimiento, ni quiere percibir la gravedad del pecado.

Así, el concepto de sanción se ha convertido en el eufemismo del concepto de pena, y la teología moral se ha ido transformando en una como hechura de gestión de las infracciones, algo así como una especie de “teología administrativa".

 

3.- La noción de ley ha sido reemplazada por la de norma. Se prefiere no hablar talmente de Preceptos o Mandamientos de la ley de Dios, sino de normas generales. Por eso el pecado, más que como pecado, es considerado irregularidad. El ejemplo paradigmático es la forma de referirse al adulterio como situación irregular. Es comprensible, bajo esta perspectiva convencionalista, que la dimensión sacrifical y expiatoria de la Santa Misa haya sido opacada por la dimensión festiva y el ágape.

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26.12.18

(323) Anfisbena o la sangre de la Gorgona

«Al principio era el Verbo. El valor de la palabra es máximo en el Cristianismo (cf. Jn 1,1). En la palabra, hablada o escrita, está la verdad o la mentira, está por tanto la salvación o la perdición de los hombres. Y tengamos presente que el proceso del conocimiento se consuma en la expresión. Es la palabra la que nos da conocimiento, pero, al mismo tiempo, el conocimiento de la verdad llega a su término en la palabra. Precisamente la palabra es un “término". Acabamos de conocer algo cuando sabemos expresarlo.» [José María IRABURU, (24) Lenguaje católico oscuro y débil]

 

Anfisbena la Ambigua es una «serpiente mítica con una cabeza delante y otra en lugar de la cola» (según la RAE, del lat.amphisbaena; y ésta del gr. ἀμφίσβαινα, amphísbaina, andar hacia un lado y hacia otro, en una dirección y en la contraria).

La descripción de Plinio el Viejo, en su Historia Natural, L 8, 35, precisa que la Anfisbena tiene una cabeza gemela en la cola, «como si fuera demasiado poco el veneno del fondo de una boca». 

Este dragón de dos cabezas, «Escila habitante de las rocas, ruina de los navegantes», como dice Esquilo en su Agamenón, surgió de la sangre derramada, en las arenas del desierto libio, por la cabeza cortada de la Medusa Gorgona. En el bestiario del pensamiento moderno, es el símbolo de la ambigüedad.

 

1.- Discusionismo y ambigüedad. Como enseña el Diccionario etimológico de la lengua castellana de J. Corominas, ambiguo procede de ambigere, estar en discusión, conducir a discusión. Dos cabezas en permanente estado de discusión

 

2.- Nadie puede servir a dos señores (Mt 6, 24).— La sierpe Anfisbena, en la emblemática del Siglo de Oro español, simboliza con elocuencia este principio. Don Juan de Borja, en el emblema Lethale venenum, de sus admirables Empresas Morales de 1681, utiliza la figura de la Escila bicéfala, para simbolizar «todos los daños que han sucedido en el Cielo y en la tierra» por «no conformarse a obedecer a una sola cabeza».

La ambigüedad en la obediencia es el veneno «que ha destruido todas las Monarquías y los Reynos de este mundo», dice Don Juan de Borja. Por eso, 

«El que quisiere acordarse de estos daños, para remediarlos, trayendo ante los ojos que no conviene sino adorar y servir a un solo Dios, y guardar una ley, y servir a un Rey, válgase de esta empresa de la Amphisbena, sierpe de dos cabezas, con el lema: lethale venenum. Pues no puede haber veneno más mortal que el cuerpo en que hubiere dos cabezas»

 

3.- Ambigüedad. Acepciones.— Según el Diccionario de la RAE, lenguaje ambiguo es el que «puede entenderse de varios modos o admitir distintas interpretaciones y dar, por consiguiente, motivo a dudas, incertidumbre o confusión.» Persona ambigua es aquella que «con sus palabras o comportamiento, vela o no define claramente sus actitudes u opiniones».

Lenguaje y persona ambiguos son aquellos que andan en permanente discusión y contradicción interna, por su bicefalia semántica e intencional. Pretenden congeniar el sí y el no, la luz con las tinieblas. A menudo, a base de restricciones mentales y vaguedades que oscurecen la verdad, como efecto de una cobardía en extremo vituperable, ignavia valde vituperanda, que decían los antiguos. Es efecto del semipelagianismo, que sobrevalora la parte humana y pretende ganar el mundo reduciendo la verdad, para que el mundo no tropiece en ella y no se enfurezca con el cristiano. Pero no se puede gobernar la propia vida con dos principios contradictorios de acción. 

 

4.- Ambigüedad y doctrina.— Doctrina ambigua es la que puede entenderse, por parte de los fieles, de varios modos, admitiendo distintas interpretaciones y dando motivo a dudas, incertidumbre o confusión. El Pontifice, obispo, sacerdote, diácono, religioso, docente, laico ambigüos, son aquellos que con su doctrina o conducta velan o no definen claramente sus actitudes u opiniones.

A menudo, en la doctrina ambigua, la interpretación correcta es minimizada o expresada con vaguedad, de forma que resalte la interpretación incorrecta, que es maximizada y difundida.

 

5.- Ambigüedad y error.— Una doctrina ambigua contiene error cuando admite, de entre las distintas interpretaciones que contiene, una interpretación errónea del asunto. Una doctrina ambigua puede producir error cuando la interpretación errónea, por el contexto, es la dominante, o su trasfondo conceptual heterodoxo es ocultado pero sobreentendido. 

También puede opacar verdades cuando el sentido recto resulta inaccesible. Cuando la ambigüedad va asociada a la vaguedad, esto es, a la imprecisión, la inestabilidad semántica conduce a una indeterminación conceptual que impide la afirmación de la verdad. Entonces son necesarios esfuerzos adicionales para imponer, desde afuera y artificialmente, la interpretación correcta, que resulta forzada y poco efectiva.

 

6.- Ambigüedad y pecado.— No le resulta nada fácil al hombre adámico descubrir la verdad moral, porque, como explica Pío XII en la Humani generis 1-2, de 1950:

«no son pocos los obstáculos que impiden a nuestra razón cumplir eficaz y fructuosamente este su poder natural. Porque las verdades tocantes a Dios y a las relaciones entre los hombres y Dios se hallan por completo fuera del orden de los seres sensibles; y, cuando se introducen en la práctica de la vida y la determinan, exigen sacrificio y abnegación propia.

Ahora bien: para adquirir tales verdades, el entendimiento humano encuentra dificultades, ya a causa de los sentidos o imaginación, ya por las malas concupiscencias derivadas del pecado original. Y así sucede que, en estas cosas, los hombres fácilmente se persuadan ser falso o dudoso lo que no quieren que sea verdadero

El ser humano, en estado de enemistad, se persuade fácilmente del error que prefiere, por su inclinación al mal y la ofuscación de su mente. Es por eso que las interpretaciones erróneas tienen ventaja, porque se apoyan en la herida original. Constituyen toda una sofística del pecado.

 

7.- Ambigüedad e idolatría.— La ambigüedad es recurso de los demonios para fingir sabiduría, imitando a la divinidad. En el Siglo de Oro español los juicios ambiguos son designados con la expresión “palabras de oráculo". Covarrubias, en el Tesoro de la lengua castellana, define oráculo como «respuesta que daban los demonios y falsos dioses, que siempre eran equívocas y ambiguas». Y Alonso de Barros, en sus Proverbios de 1615, asocia la intención encubierta a los juicios de oráculo: «Ni hay de oráculo respuesta/sin alguna oculta ciencia».

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