InfoCatólica / Mater et Magistra / Archivos para: 2018

22.06.18

Charlie y Alfie (y II)

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La enfermedad de Alfie Evans

 

Un problema ético similar se presentó poco después con el caso de Alfie Evans, otro niño británico. Nacido el 9 de mayo de 2016, de dos padres muy jóvenes, Tom Evans (de 19 años) y Kate James (de 18). Su apariencia y desarrollo inicial era normal, pero en julio se le detectó un estrabismo divergente. Progresivamente, el pequeño desarrolló una letargia incrementada y una pobreza de reacción a estímulos o de reflejos neurológicos normales, como por ejemplo sostener su cabeza. A partir de noviembre quedó claro que el niño sufría un retraso marcado del desarrollo.

Alfie fue estudiado de su problema en el hospital infantil Alder Hey de Liverpool, operado por la NHS Foundation Trust, una fundación creada por el sistema público de salud británico para poder gestionar centros hospitalarios públicos de forma privada (por cierto, inspirada en la madrileña Fundación Hospital Universitario de Alcorcón).

 

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17.05.18

Charlie y Alfie (I)

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La enfermedad de Charlie Gard

El británico Charlie Gard nació en agosto de 2016, y sufría un raro síndrome (sólo hay 16 casos registrados actualmente en todo el mundo) llamado “de agotamiento mitocondrial” o más técnicamente “síndrome de la depleción de ADN mitocondrial encefalomiopático de comienzo infantil”, con una progresiva y (a de día de hoy) irreversible degeneración de su sistema muscular hasta su atrofia total, junto a encefalopatía crónica. Charlie precisaba mantenimiento asistido de sus funciones vitales desde octubre en Great Ormond Street Hospital de Londres. La expectativa era que le sobrevendría la muerte por asfixia progresiva, precisando el soporte vital de ventilación mecánica de los pulmones, así como hidratación y alimentación. Incluso con ese soporte, era probable que no viviese mucho tiempo. Es importante que seamos conscientes del hecho médico: hasta donde la ciencia alcanza, el estado de salud de Charlie no iba a mejorar y su expectativa de vida era corta. Únicamente un milagro, o un descubrimiento revolucionario que no se prevé en el futuro inmediato, hubiesen podido cambiar dichas expectativas.

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19.04.18

Sacerdotes mártires valencianos (XVII)

Enrique Paredes Paredes nació en el barrio de la Cruz Cubierta de Valencia el 28 de febrero de 1880. Tras cursar estudios eclesiásticos en el seminario conciliar, se ordenó en 1906, ejerciendo su ministerio como párroco de San Pedro Apóstol, en el pueblo de Benifayó, comarca de La Ribera, a unos 25 kilómetros al sur de la capital. Allí se hizo muy querido por su carácter afable y bondadoso y por su celo apostólico. Al inicio de la guerra civil, la iglesia fue clausurada, y don Enrique regresó a casa de sus padres el 21 de julio de 1936. Sabiéndose vigilado y advertido, no salía del domicilio, rezando incesantemente y, según testimonio de sus hermanos, afirmando que “espero el martirio de un día para otro”. Efectivamente, el día 12 de agosto del mismo año, un grupo de facinerosos representantes del comité revolucionario de la Cruz Cubierta se presentó en la casa a las dos de la madrugada, reclamándolo para declarar en el Gobierno Civil. Apenas llegaron al lugar llamado “La Rambleta”, no lejos del domicilio, en el mismo barrio, le obligaron a arrodillarse y le dispararon varios tiros a bocajarro. Tenía 36 años.

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16.03.18

La pureza

Introducción

En el lenguaje común se entiende por pureza la cualidad de homogeneidad de una naturaleza (una raza pura, un alimento puro, un metal puro, etc), sin embargo en teología la pureza es la virtud de estar “limpio”, esto es, “sin mancha” ante Dios. Esa limpieza hace alusión a la ausencia de pecado, que es, por definición, la negación de Dios.

Así pues, se puede equiparar en cierto modo las cualidades de pureza y divinidad. El primer hombre y la primera mujer eran puros y por ello permanecían ante Dios. Tras comer del fruto  prohibido del árbol de la Ciencia del Bien y del Mal, ambos se ocultaron, porque fueron conscientes de que se habían manchado de impureza y ya no podían mostrarse ante Dios. Desde entonces, tanto por el pecado original como por los actuales (de acto), el Hombre se contamina de impureza, hiriendo en diversos grados su relación con Dios.

Y por lógica inversa, la purificación del hombre le acerca de nuevo a Dios. En cierto modo, el creyente puro, o purificado, se “diviniza”, en un anticipo de la visión beatífica de los bienaventurados en la vida eterna, ya que la pureza da al hombre la dignidad necesaria para presentarse ante Dios. O, por la misma razón, para ser visitado por Dios (en el cristianismo, y más concretamente, por el Espíritu Santo).

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