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23.12.20

De las cosas de cada día (IX) Las palabras de María

La coronación de María como Reina y Señora de todo lo creado es la más alta designación que ha hecho Dios a un ser humano.

En María, la criatura humana, recuperó  -tan solo por unas palabras transitorias- aquél estatus en el que Dios la creó y que fue perdido por la desobediencia de los primeros padres.

Es razonable que Dios designara a uno de nosotros en el que nos viéramos total e incondicionalmente amados,  elegidos, agraciados y redimidos, coronados.

Es razonable ya que Dios tiene pensado recapitular en si todas las cosas por lo que,  el asentimiento de María, da la oportunidad a Dios restablecer el orden en la creación. Nos demuestra, además, cómo fue que fuimos pensados: llenos de gracia, en total adhesión a Dios.

En María, Puerta del Cielo, Dios recuperó lo que parecía perdido “por haber entrado por ella al mundo la Palabra hasta entonces invisible de Dios”, por Quien fueron hechas todas las cosas y tendrán su fin.

De ahí que María “se entregara con todas fuerzas a la alabanza y a  la acción de gracias, consagrándole su vida, sentimientos y pensamientos”; de ahí que su espíritu “se alegrara en la divinidad eterna de Jesús [ ] que se ha revestido de mi carne y reposa en mi seno” 

Y qué es, si no, lo mismo que cada uno, por haber recibido el Espíritu de Dios, tendría que cantar con su vida? Qué es, si no,  lo que encuentra el alma cada vez que Dios perdona sus culpas mediante el sacramento de la Reconciliación? Qué es, lo que el alma dulcificada por la gracia recibe en la santa comunión si no “la divinidad eterna de Jesús, revestida de mi carne reposando en mi seno”?

Es que existe obra mayor que, por la fe, la gracia haga a Cristo carne en cada uno, por el tiempo en que exista el ser humano que de al Creador su asentimiento?

No existe obra mayor que la de redimirnos y por eso el Señor ha anunciado que nos espera corona de gloria. No será de la categoría dada a María pero corona será. 

Con nuestro asentimiento, permitamos que  “la divinidad eterna de Jesús se revista de nuestra carne” ya que no  existe mayor deseo de Dios que ver en nuestra carne al Hijo que tanto ama.

Es de maravillarse la precisión del plan de Dios? Cómo no amarle y regocijarse “en Dios, mi Salvador”?

Las palabras de María fueron transitorias pero de una efectividad trascendental, las nuestras -por gracia- también lo serán.

“Hágase en mi según tu Palabra”

 Amen

NOTA: Fragmentos tomados de san Beda el Venerable sobre el Magníficat y de la Sagrada Escritura.
Agradecida por la imagen a Elisa Macia.

20.12.20

De las cosas de cada día (VIII) Como la jirafa

Catorce mil millones de años tiene el universo de existir.
Doce años mil tiene el ser humano.
Dos átomos, uno de carbono y otro de uranio, salieron disparados tras la muerte de algunas supernovas ubicadas en lugares opuestos del universo para darse cita en este pequeño lugar y originar la vida que conocemos.

La soberbia humana ha llegado al extremo de pretender hacernos pensar que aquello fue fortuito pese a que es evidente que el universo es infinito, a que son incontables las supernovas que han muerto y a que es imposible calcular las posibilidades del encuentro en la vastedad del universo de dos átomos perdidos; sin mencionar el sinnúmero de otros factores que permitieron la existencia de la vida; tal como las cinco veces en que se ha extinguido y vuelto a existir no sin mostrar, cada vez, un avance en su naturaleza y esencia que, junto a otros factores, la hacen ser lo que es.

Tuve a un gran teólogo viviendo conmigo y fue mi madre. No fue teólogo propiamente sino solo una mujer que oraba, leía, frecuentaba sacramentos, estudiaba, trabajaba, amaba. La amo tanto por haberme mostrado a Dios! Ella decía que a Dios, para conocerlo, basta con contemplar la naturaleza. Cuánta razón tenía!

Ella vivió la mayor parte de su vida en el campo y también yo; por lo que  de ella aprendí a  valorar, observar y cuidar lo que Dios, con tanta sabiduría, bondad y generosidad, nos da en todo lo que ante nuestros sentidos se presenta.

Con frecuencia, ante la belleza del paisaje decía en voz alta para sí misma: “Qué necesidad había de hacerlo tan bello y a mí con capacidad para contemplarlo?”

Una madre jirafa en duelo por su cría permanece a su lado durante días; cosa que no le impide defender con su vida a una cría de antílope cruelmente secuestrada por leones pequeños que la muerden, corretean y maltratan con el fin de practicar cacería.

La jirafa los enfrenta y su acción permite que el pequeño antílope escape. Tras asegurarse de que regresa con su mamá, la jirafa vuelve al lado de su cría muerta.

Yo digo que no es fortuito que los animales hayan desarrollado el cerebro al punto de que manifiesten realicen este tipo de acciones hacia especies en desventaja, y tampoco lo es que el ser humano haya llegado a existir y que, además, haya dado el salto de lo irracional a lo racional al punto de llegar a tener conciencia de sí mismo, de poseer espíritu o alma con anhelo de infinito, fe en el creador, esperanza de vida perdurable y amor por la vida en todas sus expresiones.

Lo afirmo sin ser científico, nada más por poseer cinco sentidos y un cerebro con la capacidad de llegar a conclusiones; por lo que -no parece tener sentido- que alguno, sin estar muy enfermo,  me obligue a pensar de diferente modo.

Ni siquiera siendo yo irracional como la jirafa, permitiría que ninguno me obligara a hacerlo.
La jirafa, sin ser racional, actuó de acuerdo a lo que veían sus ojos.  
Quién tendría derecho de obligarme a actuar de diferente modo?

Sin embargo, es lo que sucede en nuestros días.

Ahora muchos pretenden convencernos de que lo evidente no es real sino que lo real son las ideas y, principalmente, las que salen de sus cabezas; tal como que la vida no comienza en la concepción, que no existe desorden afectivo en la atracción de personas del mismo sexo, que da lo mismo que la familia no sea de papá y mamá o que las almas se pueden comprar y vender con el fin de imponer con la ley sus opiniones y, supuestamente, sin que aquello redunde en daño gravísimo para la conciencia y espíritu y, por tanto, para la existencia humana.

Esos que así actúan son como los leoncitos jugando con la vida del antílope bebé; nosotros, cada hijo de Dios que ame, crea, espere y adore -para no echar por la borda la intención que entrañan los 14mil millones de años del universo- tendría que ser la madre jirafa, como mínimo.

Por cierto, luego de considerar todo lo anterior, podría alguno -en sus cinco sentidos- concluir que todo sucede por azar y sin propósito?

14.12.20

De las cosas de cada día (VII) Algo tan simple!

Cuando uno conoce que no es más importante que una mota de polvo en el universo pero se le ha dado suficiente luz en el entendimiento para reconocer el pecado propio y ajeno y dolerse y expiar por él; cuando uno ve que parece no tener efecto en algunas personas la profundidad de las llagas de nuestro señor Jesucristo; cuando uno ve que de todas formas continúan existiendo maestros de la ley corruptos cuyos superiores parece que no los aman lo suficiente como para corregirlos; cuando ni siquiera nuestros superiores saben hacerlo o lo hacen o aceptan que se les corrija de ninguna manera, ni siquiera por amor; cuando uno habla y habla para echar luz, de la poca  -aunque muy veráz- que se le ha dado, y no consigue ver ningún resultado; cuando uno pasa orando y orando por las autoridades y sencillamente no parece que vayan a convertirse a Dios en toda su vida; cuando uno observa que todo esto y mucho más parece no tener remedio es cuando uno debe recordar la historia del Universo pero también y sobre todo, la Historia de sSalvación, uno debe recordar quién tuvo el primer pensamiento sobre la creación, quién le dio forma y la sustenta; uno debe recordar a los primeros padres, a los profetas, a los patriarcas, a María santísima y a San José, a los apóstoles y a sus sucesores; debe uno recordar a los santos de antes y a los de ahora; debe también volverse hacia la bondad, verdad y belleza de los pequeños actos de quienes, alrededor y pese a sus defectos y recaídas en el pecado, aman a Dios sobre todas las cosas.

Uno debe recordar que literalmente, es nada; que si Dios estuviese ubicado en algún lugar del universo, desde su perspectiva, prácticamente, no existiríamos dentro de la vastedad del universo, dada la pequeñez del planeta y lo ínfimo de nuestros cuerpos con alma. Ciertamente, no somos “mayores que una mota de polvo” y “nuestra vida no es más que un soplo qué pasa”.

Para recordar y reflexionar sobre todo esto ayuda mucho hacer la Liturgia de las Horas pero, sobre todo, vivir en gracia para  rezarla desde un corazón que le pertenezca por completo a Nuestro Señor Jesucristo, tanto habrá de pertenecerle que parezca el suyo propio; para –de ese modo- orar en él y con él; para alabar, glorificar, adorar, gemir e implorar misericordia desde la perspectiva del último de la fila y quien a la vez, “es el primero en todo".

La Liturgia de las Horas contiene lo necesario para llevar todo nuestro ser a Dios para recibir de su gracia lo que nos permita comprender un poquito mejor el sentido de la Historia de Salvación y con ello, nuestra propia historia; de lo que no es raro, recibamos Paz.

Ahora, justo cuando tanto lo necesitamos para valorar con serenidad la Fe, la Esperanza y la Caridad que se nos han dado.

Fe, Esperanza y Caridad es lo que necesitamos para llegar a la vida eterna junto a Dios.

Sobre tres simples dones se sostiene el sentido de la existencia humana.

Bendito sea Dios! Algo tan simple!

Me hace pensar en que, el pensamiento del cual fuimos creados, debe haber sido igual de simple.

12.12.20

De las cosas de cada día (VI) Un regalazo divino!

“Aunque germinen como hierba los malvados y florezcan los malhechores, serán destruidos para siempre. Tú, en cambio, Señor, eres excelso por los siglos”.
Salmo 91

 

Me enriquece leer los escritos del padre Iraburu. Los tomo como regalo del cielo. 

Por este tiempo, como preparándonos para Navidad, nos tiene leyendo sobre espiritualidad.
Una, de tantas cosas que ha dicho,  llamó mi atención ya que la había pensado. Cito textualmente:

“todos estamos llamados a «engendrar» a Jesús en nuestras vidas, todos hemos de ser «madres» de Cristo. Dice el Señor: «quien hiciere la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre» (Mc 3,35). Por tanto, madre de Jesús se hacen cuantos «oyen la palabra de Dios y la ponen por obra» (Lc 8,21)”; por tanto, si la gracia nos hace madre de Cristo, ese nacimiento es del mismo Cristo en nosotros.

Aunque en teoría no parece que esté diciendo nada nuevo; sin embargo, será novedad para quien descubra en sí mismo que está en labor de parto.

No es algo de lo que se pueda hablar fácilmente, de hecho, a veces es preferible callar; sin embargo, el Espíritu inspira cuándo hablar, tal como ahora.

Y, para qué hablar? Para que se conozca la obra de Dios y aumente así la fe, la esperanza y el amor, propios y ajenos.

Y, para qué aumentar la fe? Para que creamos a Dios cuando nos dice que nos quiere santos. Para creerle que nos santifica a pesar nuestro.

A muchos les debe pasar como a mí; por ejemplo, tengo unos hermanos llenísimos de defectos; algunos de sus defectos son terribles pero, así y todo, veo claramente que el Señor los santifica y solo porque ese par de dos se le han rendido de forma incondicional.

Y, qué después de ver la fe aumentada? Que la esperanza aumenta a la enésima potencia. No es cosa de la imaginación, sino de Dios para “que nadie se engalle”.

Y, qué después de ver aquella esperanza grandotota, inabarcable, inmensa? Que, entonces, van desapareciendo los límites que ponemos al amor, es otro amor con el que amas y te sabes amado. Ya no es tuvo, sino de Dios, para que no te engalles.

Después de todo eso, qué? Que ya no importa otra cosa más que ser de Dios y estar con Él. Nada importa. 

Y,  el pastel tiene cereza? Como es cosa de Dios no podría faltar: la cereza es la Paz.   

Después, lo que sobreviniere será medio para llegar a la dicha eterna.

Es un regalazo! Un regalazo divino! 

Por eso, que “germinen los malvados y florezcan los malhechores, (que -de hecho- germinan y florecen), el Señor es excelso por los siglos”

Aunque pareciera, como lo de engendrar a Cristo no es un parto fácil, el Señor que es bueno nos ha dado a María, Madre del Redentor y Madre nuestra:

“Oye y ten entendido, hijo mío el más pequeño, que es nada lo que te asusta y aflige; no se turbe tu corazón; no temas [ ] ¿No estoy yo aquí, que soy tu Madre? ¿no estás bajo mi sombra? ¿no soy yo tu salud? ¿no estás por ventura en mi regazo? ¿qué más has menester? No te apene ni inquiete otra cosa”

 Amen