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6.01.12

La caja negra de Darwin (1)

Comentario de: Michael J. Behe, Darwin’s black box: the biochemical challenge to evolution, Free Press, New York 2006; 10th anniversary edition, with a new afterword.

En 1996, la primera edición de este libro (“La caja negra de Darwin”) ayudó a consolidar el Movimiento del Diseño Inteligente (MDI), planteando los enormes desafíos de la bioquímica a la teoría darwinista de la evolución. Desató un gran debate científico que continúa intensificándose. El concepto de “complejidad irreductible” propuesto por Behe en esta obra es uno de los principales aportes del MDI.

En el prefacio, el autor explica:

“La ciencia moderna ha aprendido que, en última instancia, la vida es un fenómeno molecular: todos los organismos están hechos de moléculas que actúan como las tuercas y tornillos, engranajes y poleas de los sistemas biológicos. Ciertamente hay características biológicas complejas (tales como la circulación de la sangre) que emergen a niveles superiores, pero los rasposos detalles de la vida son la provincia de las biomoléculas. Por ende la ciencia de la bioquímica, que estudia esas moléculas, tiene la misión de explorar el mismo cimiento de la vida.

Desde mediados de los años 1950 la bioquímica ha dilucidado esmeradamente las obras de la vida en el nivel molecular. Darwin ignoraba la razón para la variación dentro de una especie (uno de los requisitos de su teoría), pero la bioquímica ha identificado su base molecular. La ciencia del siglo XIX no podía siquiera adivinar el mecanismo de la visión, la inmunidad o el movimiento, pero la bioquímica moderna ha identificado las moléculas que permiten esas y otras funciones.” (p. X).

El libro está dividido en tres partes. La Parte I (“Se abre la caja”) introduce las nociones básicas y muestra por qué ahora la evolución debe ser explicada en el nivel molecular. La Parte II (“Examinando los contenidos de la caja”) contiene cinco capítulos, en cada uno de los cuales se examina un sistema biológico irreductiblemente complejo. La gran mayoría de los detalles técnicos están concentrados en esos cinco capítulos. Behe hace gala de maestría pedagógica al presentar esos sistemas tremendamente complejos: primero usa analogías con objetos de la vida cotidiana y sólo después se sumerge en descripciones técnicas detalladas de los sistemas bioquímicos. En la Parte III (“¿Qué nos dice la caja?”) el autor argumenta que los descubrimientos de la bioquímica tienden a apoyar la hipótesis del diseño inteligente de los seres vivos, en detrimento de la visión darwinista de la evolución como un proceso natural no planificado ni guiado por inteligencia alguna.

En el Capítulo 1 (titulado “Biología liliputiense”) Behe narra una muy breve historia de la biología, presenta “la química de la vida” y explica por qué los descubrimientos de la bioquímica revelan los límites de la evolución darwinista.

Se ha dado en llamar “cajas negras” a los dispositivos conocidos sólo desde un punto de vista externo (en términos de entradas y salidas, o insumos y productos), pero cuyo funcionamiento interno se desconoce. En tiempos de Darwin, la célula era una caja negra; pero la bioquímica ha abierto esa caja negra. Después de la segunda guerra mundial, cuando se volvió práctico el uso del microscopio electrónico, el conocimiento de la estructura interna de la célula creció espectacularmente.

Al final del Capítulo 1, Behe plantea con algún detalle el ejemplo de la visión. Para Darwin, la visión era una caja negra. Él desestimó la cuestión del origen último del ojo de la siguiente manera: “Cómo un nervio se vuelve sensible a la luz difícilmente nos concierne más que cómo se originó la vida misma” (p. 18). Sin embargo, la bioquímica actual se aproxima a resolver el problema de la visión.

“Uno de los principales defensores de la teoría de la generación espontánea durante mediados del siglo XIX fue Ernst Haeckel, un gran admirador de Darwin y un vehemente divulgador de la teoría de Darwin. Con base en la visión limitada de las células que suministraban los microscopios, Haeckel creía que la célula era un “simple bultito de una combinación albuminosa de carbono”, no muy diferente de un trozo microscópico de gelatina. Por lo tanto le parecía a Haeckel que una vida tan simple, sin órganos internos, podía ser producida fácilmente a partir de materia inanimada. Ahora, por supuesto, sabemos más.

He aquí una simple analogía: Darwin es a nuestra comprensión del origen de la visión lo que Haeckel es a nuestra comprensión del origen de la vida. En ambos casos científicos brillantes del siglo XIX trataron de explicar la biología liliputiense que les estaba oculta y ambos lo hicieron asumiendo que el interior de la caja negra debía de ser simple. El tiempo ha probado que estaban equivocados.” (p. 24).

El neodarwinismo o “síntesis evolutiva” es la teoría elaborada a principios del siglo XX para combinar la visión darwinista de la evolución con los conocimientos de otras ramas de la ciencia, tales como la genética, la embriología, la anatomía comparada, etc. En ese entonces la bioquímica no existía. “Así, al igual que la biología tuvo que ser reinterpretada después que se descubrió la complejidad de la vida microscópica, el neodarwinismo debe ser reconsiderado a la luz de los avances en la bioquímica… Para que la teoría darwinista de la evolución sea verdadera, debe dar cuenta de la estructura molecular de la vida. El propósito de este libro es mostrar que no lo hace.” (pp. 24-25). (Continuará).

Daniel Iglesias Grèzes

20.12.11

Darwin a juicio (10)

Comentario de: Phillip E. Johnson, Darwin on Trial, InterVarsity Press, Downers Grove – Illinois, 2010, 3rd edition; foreword by Michael Behe.

El Capítulo 7 se titula “La evidencia molecular”. A continuación citaré un párrafo de este capítulo que ayuda a distinguir los tres sentidos principales de la palabra “evolución” y que me permitirá explicar mi mayor discrepancia con Johnson.

“El propósito de esta revisión ha sido aclarar qué tendríamos que encontrar en la evidencia molecular… antes de que estuviéramos justificados para concluir que el darwinismo es probablemente verdadero. Necesitaríamos encontrar evidencia de que los ancestros comunes y los intermediarios transicionales existieron realmente en el mundo viviente del pasado, y de que la selección natural en combinación con cambios genéticos aleatorios realmente tiene el tipo de poder creativo que se le atribuye. No será suficiente encontrar que los organismos comparten una base bioquímica común, o que sus moléculas, tanto como sus características visibles, pueden ser clasificadas en un patrón de grupos dentro de grupos. La afirmación importante del darwinismo no es que las relaciones existen, sino que esas relaciones fueron producidas por un proceso naturalista en el cual las especies progenitoras fueron gradualmente transformadas en formas descendientes bastante diferentes a través de largas ramas… de intermediarios transicionales, sin intervención de ningún Creador u otro mecanismo no naturalista.” (pp. 116-117).

En este texto podemos distinguir: primero, una referencia a la evolución en sentido amplio; segundo, una referencia a la evolución darwinista; tercero, una referencia a la evolución materialista o naturalista. Estas tres nociones, según Johnson (y en esto concuerdo con él), se relacionan entre sí de la siguiente manera: la evolución materialista es una de las posibles nociones de la evolución; y la evolución darwinista es una de las formas de la evolución materialista.

Después de evaluar la evidencia molecular, Johnson mantiene su postura escéptica con respecto a estas tres formas de la teoría de la evolución. En cambio yo, aunque concuerdo con Johnson en que la evidencia molecular no proporciona una demostración estricta de la evolución en sentido amplio, pienso que permite considerarla como una hipótesis sumamente razonable; pero coincido con Johnson en que la evidencia molecular (al igual que la evidencia fósil) no otorga credibilidad a la evolución materialista ni a la evolución darwinista. Por el contrario, la inmensa (e inesperada, para Darwin y sus primeros discípulos) complejidad de los seres vivos en el nivel molecular vuelve aún menos creíble la teoría darwinista, presentándole problemas insuperables.

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30.11.11

Darwin a juicio (9) – El origen del hombre

Comentario de: Phillip E. Johnson, Darwin on Trial, InterVarsity Press, Downers Grove – Illinois, 2010, 3rd edition; foreword by Michael Behe.

En la parte final del Capítulo 6, Johnson analiza el tema del origen del hombre. Después que la teoría de Darwin sobre el origen del ser humano a partir de la evolución de primates fue aceptada, hubo un esfuerzo decidido para encontrar los “eslabones perdidos” que la teoría exigía. La cuestión a estudiar es si la imaginación darwinista puede haber jugado un rol importante en la construcción de la evidencia ofrecida para apoyar esa teoría.

Johnson afirma: “La antropología física –el estudio del origen del hombre– es un campo que a través de su historia ha sido más pesadamente influenciado por factores subjetivos que casi cualquier otra rama de la ciencia respetable. Desde el tiempo de Darwin hasta el presente la “descendencia del hombre” ha sido una certeza cultural que pedía una confirmación empírica, y la fama mundial ha sido la recompensa para cualquiera que pudiera presentar una evidencia fósil plausible de los eslabones faltantes. La presión para encontrar confirmación fue tan grande que condujo a un fraude espectacular, el hombre de Piltdown –al cual los funcionarios del Museo Británico protegieron celosamente de una inspección inamistosa, permitiéndole brindar cuarenta años de servicio útil en el moldeo de la opinión pública.” (p. 107).

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26.11.11

Darwin a juicio (8) – La secuencia de los vertebrados

Comentario de: Phillip E. Johnson, Darwin on Trial, InterVarsity Press, Downers Grove – Illinois, 2010, 3rd edition; foreword by Michael Behe.

Los darwinistas sostienen que los anfibios y los peces modernos descendieron de un pez ancestral; que los reptiles descendieron de un ancestro anfibio; que las aves y los mamíferos descendieron separadamente de reptiles ancestrales; y que todas estas transformaciones ocurrieron por medio del “mecanismo darwinista”: mutaciones genéticas aleatorias y selección natural.

1. De peces a anfibios

La tesis darwinista es que una especie de pez desarrolló gradualmente la habilidad de salir del agua y moverse sobre la tierra, mientras adquiría en forma más o menos concurrente el peculiar sistema reproductivo de los anfibios y otras características de éstos.

Ninguna especie fósil específica de pez ha sido identificada como un ancestro de los anfibios. Según el libro de texto Vertebrate History de Barbara Stahl, “ninguno de los peces conocidos es considerado como un ancestro directo de los primeros vertebrados terrestres” (p. 100).

2. De anfibios a reptiles

No existen candidatos satisfactorios para documentar esta transición. Tampoco existe ninguna explicación detallada de cómo un anfibio puede haber desarrollado el modo de reproducción propio de un reptil a través de un mecanismo darwinista.

3. De reptiles a aves

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22.11.11

Darwin a juicio (7) – El hecho de la evolución

Comentario de: Phillip E. Johnson, Darwin on Trial, InterVarsity Press, Downers Grove – Illinois, 2010, 3rd edition; foreword by Michael Behe.

En el Capítulo 5 de este libro (titulado “El hecho de la evolución”) el autor critica los intentos darwinistas de hacer pasar parte de la teoría darwinista de la evolución como un hecho, fijando incorrectamente el límite entre hechos y teoría. De este modo se busca evitar la posibilidad de que el darwinismo fracase totalmente como hipótesis científica. Las objeciones científicas –dicen los darwinistas– se refieren sólo a la teoría, pero la evolución en sí misma sigue siendo un hecho. En este contexto, ellos generalmente consideran el término “evolución” como un sinónimo de la explicación básica dada por Darwin de las relaciones entre las especies. Al parecer piensan que esa explicación se deduce inevitablemente del hecho de esas relaciones. “La misma lógica inspira a los darwinistas de hoy cuando hacen caso omiso a los críticos que sostienen que un elemento u otro de la teoría es dudoso. “Di lo que quieras contra cualquier detalle”, responden. “De todos modos, nada en la biología tiene sentido excepto a la luz de la evolución”.” (p. 89).

Johnson critica detalladamente el influyente artículo “La evolución como hecho y como teoría” de S. J. Gould, que sigue la línea de razonamiento descrita más arriba. Gould se basa en una analogía entre la teoría de la gravitación de Newton y la teoría de la evolución de Darwin. La primera fue reemplazada por la teoría de la gravitación de Einstein sin que la gravitación dejara de ser un hecho. Análogamente, la teoría de la evolución de Darwin podría ser mejorada o sustituida por otra teoría sin que la evolución deje de ser un hecho. Esta analogía entre gravitación y evolución es falsa en dos niveles diferentes.

Comenta Johnson: “Observamos directamente que las manzanas caen cuando se las suelta, pero no observamos un ancestro común de los simios modernos y los humanos. Lo que sí observamos es que los simios y los humanos son física y bioquímicamente más semejantes entre sí que con los conejos, las serpientes o los árboles. El ancestro común simiesco es una hipótesis dentro de una teoría, que pretende explicar cómo surgieron estas semejanzas mayores y menores. La teoría es plausible, especialmente para un materialista filosófico, pero no obstante podría ser falsa.” (p. 90). Yo diría que, por más plausible que sea una teoría, no deja de ser una teoría; no se convierte por eso mismo en un hecho.

Pero hay un segundo nivel en el que la analogía en cuestión es mucho más peligrosa. En este nivel se considera como teoría a la selección natural de Darwin y como hecho, no meramente a la evolución, sino a la evolución materialista o naturalista, una evolución no planificada ni guiada por inteligencia alguna, sino impulsada por fuerzas naturales ciegas y aleatorias. Reclasificar esta teoría como un hecho sirve para protegerla de la refutación.

Gould ofrece tres pruebas del “hecho de la evolución”.

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