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31.07.11

“En el principio era el Logos” – Prólogo

En el principio creó Dios los cielos y la tierra. La tierra era caos y confusión y oscuridad por encima del abismo, y el Espíritu de Dios se cernía sobre las aguas. Dijo Dios: «Haya luz», y hubo luz. Vio Dios que la luz estaba bien, y apartó Dios la luz de la oscuridad; y llamó Dios a la luz «día», y a la oscuridad la llamó «noche». Y atardeció y amaneció: día primero.” (Génesis 1,1-5).

En el principio era la Palabra [el Logos] y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios. Ella estaba en el principio con Dios. Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe. En ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres, y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron.” (Juan 1,1-5).

No somos el producto casual y sin sentido de la evolución. Cada uno de nosotros es el fruto de un pensamiento de Dios. Cada uno de nosotros es querido, cada uno es amado, cada uno es necesario.” (Papa Benedicto XVI, Homilía de la Santa Misa con la que dio solemne inicio a su pontificado, domingo 24/04/2005).

1. En el principio era el Logos

Dos cosmovisiones principales se disputan la adhesión de las mentes y los corazones de los hombres y mujeres de nuestro tiempo, especialmente en el ámbito de nuestra civilización occidental: la cosmovisión cristiana y la cosmovisión del ateísmo materialista.

Una forma sencilla de captar la diferencia esencial entre estas dos cosmovisiones es dirigir la mirada a los orígenes. Los textos bíblicos que acabo de citar nos indican claramente que, para la fe cristiana, en el principio no era el caos, ni la confusión, ni la oscuridad, ni el azar, ni la nada, ni el vacío, ni el absurdo, ni el sinsentido (como postulan las diversas variantes del materialismo), sino el Logos, la Palabra o Razón, la Palabra Razonable, que estaba en Dios y era Dios. El Dios que es Luz y Vida es también el inteligentísimo Diseñador que, en el principio, creó el cielo y la tierra, todo lo visible y lo invisible, dotando a nuestro universo material de ingeniosas y elegantes estructuras matemáticas. El Logos no es un subproducto tardío del azar y la necesidad, sino que existía en el principio, desde siempre, porque es Dios.

Nunca se insistirá lo suficiente sobre este hecho, que sitúa a la religión cristiana a una distancia abismal de cualquier forma de irracionalismo. La misma palabra griega Logos (=discurso racional, ciencia), que está en la raíz del nombre de tantas ciencias (lógica, cosmología, geología, biología, teología, etc.), designa al Hijo único de Dios, la segunda persona de la Santísima Trinidad, Aquel que, en la plenitud de los tiempos, se anonadó a Sí mismo en el misterio de la Encarnación: “Y el Logos se hizo carne, y puso su morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad.” (Juan 1,14).

2. La apologética

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27.03.11

Reflexiones sobre el origen del universo

Si Dios no existe, entonces Él no es el creador del universo. Por lo tanto, el universo no ha sido creado. Ergo, o bien el universo ha surgido espontáneamente de la nada, o bien es eterno.

La primera de ambas alternativas es evidentemente absurda, porque de la nada (por sí misma) no puede surgir nada. La nada no es, por lo que no puede ser la causa de ningún ser.

Mostraré con un ejemplo cómo, en su afán de rechazar a toda costa la existencia de Dios, algunos partidarios del ateísmo son capaces de sostener las afirmaciones más inverosímiles.

En uno de sus muchos libros de divulgación científica, el famoso escritor ateo Isaac Asimov propuso una teoría acerca del origen espontáneo del universo a partir de la nada, basada en una analogía con la fórmula: 0 = 1 + (-1). Así como el 0 “produce” el 1 y el -1, la nada –dice Asimov– pudo producir, en el origen del tiempo, un universo material y un “anti-universo” (o universo de antimateria).

Este razonamiento contiene al menos dos gruesos errores: 1) El ente ideal “cero” no es la causa del ser de los entes ideales “uno” y “menos uno". Una identidad matemática no es una relación causal entre números. 2) Además, no hay una verdadera correspondencia entre los tres números y los tres “entes” considerados: un ente real (el universo), un ente hipotético (el anti-universo) y un no-ente (la nada). De esa identidad matemática no se puede deducir lógicamente esa relación causal entre “entes”.

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8.10.10

Pruebas de la existencia de Dios (5)

12. Los argumentos fundados en el orden moral

Kant llama “pruebas ético-teológicas” a las pruebas de la existencia de Dios fundadas en el orden moral. Después del giro antropocéntrico que representó la obra de Kant en la historia de la filosofía, muchos filósofos han pasado a conceder más importancia a esta clase de argumentos que a las pruebas cosmológicas. Por ejemplo, para John Henry Newman (1801-1890) la prueba más importante de la existencia de Dios es la que parte del hecho de la conciencia. Sin embargo, para el propio Kant la existencia de Dios era un postulado de la razón práctica, es decir una suposición sin fundamento racional que le resultaba conveniente para fundamentar su filosofía moral. Un postulado de esta clase no es en el fondo más que una opción arbitraria, tan justificada como la opción contraria.

Plantearé brevemente dos argumentos fundados en el orden moral, uno basado en la obligación moral y otro basado en la sanción moral.

El hombre se siente obligado de una manera absoluta a hacer el bien y evitar el mal. Una obligación absoluta implica la tendencia de la voluntad a un bien absoluto. Esta tendencia no proviene de la libre elección del hombre sino de una necesidad natural. Ahora bien, dicha necesidad natural proviene del Creador de nuestra naturaleza. Dios mismo es el bien absoluto y, si crea seres espirituales, necesariamente los obliga a tender hacia Sí mismo. Él es el fundamento de la obligación moral.

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5.10.10

Pruebas de la existencia de Dios (4)

9. La cuarta vía

La cuarta vía es llamada también prueba por los grados de perfección o por los grados de ser. Tiene antecedentes en Platón, Plotino, San Agustín y San Anselmo; posteriormente fue desarrollada por Leibnitz, Maréchal y Blondel.

El punto de partida de esta vía es el hecho de los grados de perfección: existen cosas con diferentes grados de perfección. Se trata aquí de cualquiera de las perfecciones simples, es decir aquellas que no están necesariamente mezcladas con imperfecciones. Las perfecciones simples son de dos tipos: trascendentales y personales.

Las perfecciones trascendentales son la unidad, la verdad, la bondad y la belleza. Resultan directamente de la noción de ser y por ello convienen a todo ser. Las perfecciones personales son la inteligencia, la voluntad, la justicia, la misericordia, etc. No implican por sí mismas ninguna limitación.

Para poder aplicar el razonamiento expuesto en el numeral 5 es necesario probar que todo ente de perfección limitada es contingente. Esto es así porque una perfección que existe por sí misma es ilimitada, pues no podría ser el principio de su propia limitación. Por lo tanto el ser de perfección limitada es dependiente, ha debido recibir su perfección de otro (su causa).

Se podría aplicar aquí un razonamiento parecido al expuesto en el numeral 5: La causa del ser de perfección limitada es un ser de perfección ilimitada o limitada. Si es de perfección ilimitada, hemos hallado la causa primera del ser de perfección limitada. Si es de perfección limitada, entonces es causado por otro ser que puede ser a su vez de perfección ilimitada o limitada. Pero es imposible remontarse al infinito en la sucesión de causas de perfección limitada, porque en una sucesión infinita todas las causas recibirían y transmitirían esa perfección, pero ninguna de ellas (ni el conjunto formado por todas ellas) podría explicarla. Por consiguiente debe existir un ser de perfección ilimitada, que es llamado “Dios".

Las cosas de nuestro mundo son entes ontológicamente finitos, en desarrollo, perfectibles. Son contingentes porque no poseen toda la perfección. Por ello el Ser absoluto que los hace posibles es infinito, absolutamente perfecto, no necesitado de adquirir perfección. La perfección infinita de la causa primera es finita en sus efectos, pues queda limitada por la capacidad de las esencias que la reciben. Hay una simple participación de las criaturas en la perfección divina.

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1.10.10

Pruebas de la existencia de Dios (3)

6. La primera vía

La primera vía es llamada también prueba por el movimiento o por las causas eficientes del devenir. Tiene antecedentes en Aristóteles.

El punto de partida de esta vía es el hecho del movimiento: existen cosas que se mueven. El movimiento considerado aquí no se identifica con el movimiento físico, sino que es el movimiento metafísico (el paso de la potencia al acto), que incluye todo tipo de cambios, sustanciales o accidentales.

Para poder aplicar el razonamiento expuesto en el numeral 5 es necesario probar que todo ente que se mueve es contingente. Esto es así porque el ser móvil está en potencia con respecto a la realidad hacia la cual tiende; debe recibirla de un ser que esté en acto con respecto a esa misma realidad. Por lo tanto el ser móvil es contingente. Por el principio de causalidad, el movimiento del ser móvil requiere una causa eficaz (un motor): “todo ente que se mueve es movido por otro”. Santo Tomás demuestra esta afirmación de la siguiente manera: moverse es pasar de potencia a acto. La potencia no puede darse el acto a sí misma, porque el acto es más que la potencia. De potencia a acto, luego, nada pasa, si no es por obra de un ser en acto. Por tanto, el ente que se mueve, en cuanto tal, está en potencia, y el motor, en cuanto tal, está en acto. Nada puede estar en acto y en potencia al mismo tiempo respecto de lo mismo. Luego, no se puede ser a la vez motor y movido bajo el mismo respecto. Por tanto, todo lo que se mueve, se mueve por otro.

El razonamiento seguido por Santo Tomás en la primera vía es similar al expuesto en el numeral 5. El motor que mueve al ser móvil puede ser inmóvil o móvil. Si es inmóvil, hemos hallado la causa primera (incausada) del movimiento del ser móvil. Si es móvil, entonces es movido por otro motor que puede ser a su vez inmóvil o móvil. Pero es imposible remontarse al infinito en la sucesión de motores móviles actualmente subordinados, porque en una sucesión infinita todos los motores recibirían y transmitirían el movimiento, pero ninguno de ellos (ni el conjunto formado por todos ellos) podría explicarlo. Por consiguiente debe existir un primer motor inmóvil. Este ser, que es acto puro, sin mezcla de potencia, es llamado “Dios". Esta prueba no depende de una cosmología caducada, porque no se sitúa en el plano científico, sino en el plano metafísico.

Las cosas de nuestro mundo son entes mutables, temporales. Son contingentes porque su ser actual no es metafísicamente necesario. Por ello el Ser absoluto que los hace posibles es inmutable y eterno. Porque Dios es eterno, su acción se ejerce en el instante presente en el cambio que en él se produce. La acción del primer motor trasciende la acción de los motores segundos. Dios no cambia por su acción; es independiente del mundo que cambia. Por consiguiente, el estudio de la acción de Dios no pertenece a la ciencia, sino a la metafísica.

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