InfoCatólica / Razones para nuestra esperanza / Categoría: Biblia

7.03.13

El nacimiento de los Evangelios sinópticos –2

Comentario de: Jean Carmignac, La naissance des Évangiles synoptiques, François-Xavier de Guibert, Quatrième édition, Paris 2007.

3. El argumento de los semitismos

Para demostrar que los Evangelios sinópticos fueron redactados originalmente en hebreo, Carmignac emprende el estudio de los “semitismos”, es decir de las influencias semíticas que a veces afectan y deforman el griego del Nuevo Testamento.

Ya Orígenes y San Jerónimo explicaron muchas veces el griego del Nuevo Testamento mediante el hebreo. El estudio de los semitismos del Nuevo Testamento recibió un fuerte impulso en 1518, gracias a una obra de Erasmo. Su trabajo fue continuado por excelentes filólogos de las principales universidades de Alemania y Holanda. Los tratados y las tesis consagrados a este problema entre 1550 y 1750 superan la centena. Muchos de estos humanistas tenían una cultura prodigiosa: no sólo conocían el griego, sino también el hebreo, el siríaco e incluso el árabe. En cambio hoy muchos expertos en el Nuevo Testamento están tan especializados en griego que han descuidado un poco el hebreo.

Carmignac menciona especialmente a 16 autores del período histórico referido que contribuyeron a elaborar una teoría de los semitismos cada vez más completa. Sin embargo, hoy todo eso ha sido olvidado. A pesar de su valor científico, sus obras son hoy muy difíciles de encontrar.

El estudio de los semitismos recibió tres fuertes ataques sucesivos que lo debilitaron mucho. El primer ataque fue lanzado en 1556 por el protestante Teodoro de Beza, sucesor de Calvino en Ginebra. Según Teodoro de Beza y sus discípulos, Dios dictó a los escritores inspirados las palabras que debían usar; por lo tanto, admitir los semitismos del Nuevo Testamento equivale a acusar al Espíritu Santo de utilizar barbarismos o solecismos en la lengua griega. Hoy esta objeción nos resulta ridícula, porque sabemos bien que la inspiración divina de la Sagrada Escritura no es un dictado palabra por palabra, sino una acción de Dios en la inteligencia y la voluntad del hagiógrafo que respeta su personalidad. Pero en los siglos XVI y XVII esta objeción pareció irrefutable a muchos, que en consecuencia negaron los semitismos o los explicaron inventando una lengua especial del Espíritu Santo, la “lengua helenística”. Así podían afirmar que en el Nuevo Testamento el Espíritu Santo empleó a la perfección esta lengua forjada por Él mismo.

Hacia fines del siglo XVIII los semitismos sufrieron un segundo ataque, esta vez de parte del naciente racionalismo bíblico. Para explicar “racionalmente” el origen del cristianismo, los racionalistas debían suponer un cierto tiempo de fermentación entre la vida de Jesús y los relatos evangélicos. Así, Baur y la escuela de Tubinga retardaron la composición de los Evangelios al siglo II (años 130-170); pero cuanto mayor era ese retardo, más molestaba la presencia de los semitismos. “Entonces se estableció la moda, sea de descuidar este problema, sea de descartarlo por un vago recurso a la lengua materna de los evangelistas o a su deseo de imitar a los Setenta.” (p. 28).

“Hacia el fin del siglo XIX, quizás bajo la influencia de Franz Delitzch, el viento cambia y se vuelve a estudiar seriamente los semitismos” (Ídem). Pero entonces sobrevino el tercer ataque, esta vez de parte de la filología. El descubrimiento en Egipto de una gran cantidad de papiros contemporáneos de los comienzos de la era cristiana permitió a los filólogos estudiar más a fondo el griego bíblico y explicar algunos de los supuestos semitismos sin recurrir a las lenguas semíticas. Aunque este estudio tenía sólidas bases científicas, muchos filólogos hicieron una generalización indebida y así concluyeron que los semitismos no existían, o eran demasiado pocos y sin mucha importancia.

“Para salir finalmente de este diálogo de sordos (entre los adversarios y los partidarios de los semitismos) se debería retomar el problema desde la base y permanecer sobre el plano estrictamente científico.” (p. 29). Es lo que Carmignac intenta hacer en el resto del capítulo. (Continuará).

Daniel Iglesias Grèzes

Nota: La traducción del francés al español de los textos citados es mía.


InfoCatólica necesita vuestra ayuda.



Para suscribirse a la revista virtual gratuita de teología católica “Fe y Razón”

Por favor complete y envíe este formulario. Se enviará automáticamente un mensaje a su email pidiendo la confirmación de la suscripción. Luego ingrese a su email y confirme la suscripción.

1.03.13

El nacimiento de los Evangelios sinópticos –1 (versión aumentada)

Comentario de: Jean Carmignac, La naissance des Évangiles synoptiques, François-Xavier de Guibert, Quatrième édition, Paris 2007.

1. Introducción

Jean Carmignac (1914-1986), sacerdote católico francés, fue uno de los principales especialistas a nivel mundial en los manuscritos del Mar Muerto. En 1961-1963, en colaboración con otros tres expertos, publicó en dos tomos los textos de Qumran, traducidos del hebreo al francés y comentados. Cuenta Carmignac que, al traducir esos textos, constató muchas relaciones con el Nuevo Testamento, por lo que se propuso escribir un comentario del Nuevo Testamento a la luz de los documentos del Mar Muerto. En 1963, habiendo comenzado con el Evangelio de Marcos, ensayó traducirlo del supuesto original griego al hebreo de Qumran (el hebreo del tiempo de Jesús, un poco distinto del hebreo bíblico y bastante diferente del hebreo de la Mishnah) para su simple uso personal, a fin de facilitar la comparación con los citados documentos. Había imaginado que esa traducción sería muy difícil; quedó muy asombrado al descubrir que, por el contrario, la traducción era muy fácil. Después de sólo un día de trabajo, quedó convencido de que el texto griego de Marcos era una traducción de un original hebreo. El traductor realizó su trabajo con extrema fidelidad, traduciendo del hebreo al griego palabra por palabra, e incluso conservando en griego el orden de las palabras exigido por la gramática hebrea. Ni siquiera un semita que hubiese aprendido muy tarde el griego habría sufrido un apego tan grande a su lengua materna. Al menos de vez en cuando se habría tomado alguna libertad, recurriendo a una fórmula corriente en griego. Pero no. Nuestro Evangelio de Marcos es la obra de un traductor que respetó al máximo (calcándolo) un texto hebreo (o tal vez arameo, otra lengua semítica, similar al hebreo) que tenía ante sí.

El autor sostiene que: “El griego de los Evangelios no es un mal griego: no contiene errores de concordancia, ni errores de conjugación, ni errores patentes contra la sintaxis… Tampoco es un griego torpe. No es como “mi” inglés, que es una mezcla de francés y de inglés, donde las influencias de las dos lenguas se armonizan mal, donde los giros son incómodos y torpes. En los Evangelios, ni incomodidad ni torpeza; muy por el contrario, una belleza simple y espontánea, que es la belleza habitual de la prosa semítica. Los Evangelios no fueron compuestos por semitas que conocían mal el griego y hablaban o escribían una jerga anfibia, intermedia entre las dos lenguas. Fueron redactados por personas que escribían bien, pero según los procedimientos semíticos, y fueron traducidos en un griego muy correcto por otras personas que querían calcar los términos de las primeras… El griego de los Evangelios… es el buen griego de un traductor respetuoso de un original semítico, del que conserva el sabor y el perfume.” (pp. 11-12).

¿Los Evangelios podrían ser la obra de griegos que imitaran el estilo semítico (concretamente, el de la Biblia de los Setenta, la primera traducción griega de la Biblia hebrea)? No se conoce ni una sola obra que reproduzca un estilo tan particular. “Que aquí o allá los autores de los Evangelios hayan retomado tal fórmula o tal expresión de los Setenta es del todo natural. Pero entre esos préstamos ocasionales y una mezcla continua, ¡qué diferencia! Incluso nuestros predicadores más enamorados del “estilo bíblico” están muy lejos de expresarse de continuo como Isaías, como los Salmos, como Marcos, Juan o Pablo. Y hacer de la lengua tan límpida de los Evangelios un ejercicio artificial “a la manera de…” es desfigurarla totalmente.” (p. 12).

Por otra parte, la comparación con los Setenta es pertinente en cuanto que también ésta es una traducción literal del hebreo (o, en algunos casos, arameo) al griego.

Carmignac afirma que Mateo es tan semítico como Marcos. Y acerca de Mateo poseemos el testimonio de Papías (hacia el año 130) y de varios Padres de la Iglesia posteriores que afirman conocer un Mateo hebreo. La gran mayoría de los exegetas sostiene la tesis de la prioridad de Marcos. Por lo tanto, en lugar de decir: “puesto que Mateo es posterior a Marcos, debe estar como él en griego”; ¿por qué no decir: “puesto que Marcos es anterior a Mateo, debe estar como él en hebreo”? (cf. p. 13).

“El caso de Lucas es diferente. Él ha compuesto manifiestamente su Evangelio en griego, como lo prueba el bello período griego que constituye su prólogo (1,1-4). Y sin embargo se observan en él los semitismos más inesperados, diseminados en medio de expresiones de un griego más elegante. Para explicar todo esto, la hipótesis más normal es suponer que él trabajó sobre documentos semíticos, traducidos muy literalmente, que insertó en su propia redacción, a veces retocándolos y a veces conservando su rugosidad.” (p. 14).

Dice Carmignac que, sin haber buscado resolver el famoso “problema sinóptico”, a medida que prosiguió su estudio se le impuso una hipótesis de conjunto al respecto. Él reconoce de buen grado que su hipótesis no tiene nada muy personal, porque todos sus detalles han sido ya propuestos por diversos sabios anteriores. “Yo no la considero como definitiva, porque todavía no he retraducido en hebreo la totalidad de Mateo y de Lucas. Pero… pienso que puedo considerar esta visión de conjunto como una hipótesis de trabajo, provisoriamente válida.” (p. 14).

Carmignac se propuso exponer los resultados de sus veinte años de estudio de los Evangelios sinópticos en gruesos volúmenes técnicos y después presentarlos al gran público en un pequeño volumen. “Pero varios amigos se coaligaron para persuadirme de comenzar por este pequeño volumen: ellos han hecho valer que yo me arriesgaba fuertemente a estar en el cementerio antes de haber terminado las grandes obras; y que después de ya varios años mis investigaciones no modificaron más mis conclusiones, por lo que yo podía honestamente comenzar a divulgarlas.” (pp. 7-8).

El tiempo demostró que el Padre Carmignac hizo muy bien en escuchar a sus amigos. Habiendo publicado El nacimiento de los Evangelios sinópticos en 1984, Carmignac falleció sólo dos años después. La mayor parte de sus investigaciones sobre este tema permanece inédita.

2. Traducciones anteriores

Para evitar errores en su traducción de los Evangelios al hebreo, Carmignac decidió comparar su propia traducción con traducciones anteriores. Su búsqueda de antecedentes arrojó grandes resultados. El autor afirma: “Actualmente conozco alrededor de noventa traducciones hebreas del Nuevo Testamento. Una treintena no conciernen más que a los Hechos, las Epístolas o el Apocalipsis. Pero unas sesenta conciernen a los Evangelios, en todo o en parte. Sin hablar de las múltiples citas de los Evangelios en los tratados medievales de controversia entre judíos y cristianos, de los que bastantes están redactados en hebreo” (p. 16).

Carmignac presenta una larga lista de esas traducciones anteriores. La gran mayoría son obras conservadas de traductores conocidos, aunque no siempre por su nombre. Estas obras cubren un período de 600 años, del siglo XIV al siglo XX. Muchas fueron compuestas por judíos y muchas otras por cristianos. Carmignac también enumera seis traducciones conservadas de origen desconocido y doce traducciones desaparecidas de origen conocido.

“Estas listas ciertamente no son completas. Pero el estado presente de esta documentación ya permite emprender un trabajo serio. Tantas traducciones, hechas por tantos autores diferentes, que a menudo no se conocían los unos a los otros, constituyen un tesoro inapreciable, en particular las de Delitzch, que son el fruto de 52 años de trabajo, con la colaboración de los mejores sabios de la época.

Toda esta ciencia, todos estos trabajos están a nuestra disposición. Cuando los traductores, en su gran mayoría, concuerdan sobre un punto, se lo puede considerar como sólidamente establecido. Cuando ellos divergen, como ocurre muy frecuentemente, se puede esperar que uno al menos ha acertado y un examen atento permite apreciar el valor de cada sugerencia.”
(pp. 21-22). Así, según Carmignac, podremos aproximarnos gradualmente a los textos originales de los Evangelios.

Lamentablemente esas traducciones, salvo unas pocas, son muy difíciles de encontrar. Por eso Carmignac consagró sus recursos a editar una colección de traducciones hebreas de los Evangelios. Llegó a publicar los cuatro primeros volúmenes y tenía otros en preparación. El Capítulo 2 concluye con estas palabras programáticas: “El ideal sería incluir en esta colección todas las traducciones existentes. Después de mí, quizás otro lo hará.” (p. 23).

Daniel Iglesias Grèzes

Nota: La traducción del francés al español de los textos citados es mía.


InfoCatólica necesita vuestra ayuda.



Para suscribirse a la revista virtual gratuita de teología católica “Fe y Razón”

Por favor complete y envíe este formulario. Se enviará automáticamente un mensaje a su email pidiendo la confirmación de la suscripción. Luego ingrese a su email y confirme la suscripción.

12.11.12

Descubrimientos arqueológicos relacionados con el Nuevo Testamento

El cristiano sabe que tanto la fe como la razón son dones de Dios, y que ambos le han sido dados para el conocimiento de la verdad. Sabe además que la fe y la razón no pueden contradecirse, porque la verdad no puede contradecir a la verdad. Por eso no teme que los avances de la ciencia puedan dañar la verdad de la doctrina cristiana. Esta proposición de orden general se aplica también al caso particular de las investigaciones arqueológicas relacionadas con el Nuevo Testamento. Éstas, lejos de dañar la fe cristiana, no hacen sino reforzar con argumentos racionales su credibilidad. Probaré esta afirmación presentando brevemente siete de los muchos descubrimientos arqueológicos del siglo XX que confirman la historicidad de diversos aspectos de los escritos neotestamentarios. Para ello utilizaré como fuente principal a Vittorio Messori, Hipótesis sobre Jesús, Ediciones Mensajero, Bilbao 1978, complementándola con algunos datos extraídos de varios sitios web.

1. Año 1920, Desierto del Medio Egipto

Bernard Grenfell descubre un papiro, que es redescubierto en 1934 por C. H. Roberts en la Biblioteca John Rylands de Manchester. Un año después Roberts publica su hallazgo: el papiro en cuestión es el fragmento de manuscrito más antiguo conocido del Nuevo Testamento hasta ese momento. Se lo denomina papiro P52 o papiro Rylands griego. Contiene un texto del Evangelio de Juan (18,31-33.37-38) y está datado como del período 100-125.

Se reconoce casi unánimemente que el Evangelio de Juan fue el último evangelio en ser escrito. Muchos estudiosos no cristianos del Nuevo Testamento ("críticos” o “mitólogos", según la terminología de Messori), sostenían que este evangelio había sido compuesto entre los años 150 y 200 o aún después. Sólo así se habría dispuesto de suficiente tiempo para la formación del “mito cristiano", que estaría expresado en la teología de Juan, claramente más desarrollada que la de los tres evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas). El descubrimiento del papiro P52 deshizo de un solo golpe todo un cúmulo de teorías contrarias a la fe cristiana (cf. V. Messori, o.c., p. 127).

2. Año 1927, Jerusalén

El arqueólogo francés L. H. Vincent descubre el Litóstrotos o Gabbata, el patio empedrado de la Torre Antonia, de aproximadamente 2.500 metros cuadrados, donde Poncio Pilatos pronunció la condena de Jesús.

“Pilatos sacó fuera a Jesús y se sentó en el tribunal en el lugar llamado Litóstrotos, en hebreo Gabbata” (Juan 19,13).

“Litóstrotos” es una palabra griega que significa “empedrado"; “Gabbata” es una palabra aramea que significa “elevación". Para los enemigos de la historicidad de los Evangelios, se trataba solamente de símbolos mitológicos acerca de los cuales se tejieron muchas especulaciones… hasta que se comprobó que se trataba de un verdadero patio, empedrado al estilo romano (cf. V. Messori, o.c., pp. 167-168).

3. Año 1939, Herculano

Se descubre la marca de una cruz en una pared de la parte reservada a los esclavos en una casa patricia de esta ciudad, destruida por la erupción del Vesubio del año 79. En torno a la cruz estaban también los clavos que servían para fijar el nicho y el toldo que ocultaban el símbolo del culto cristiano. Este descubrimiento demuestra que el cristianismo llegó a Italia muy rápidamente y hace históricamente creíble el texto de Hechos 28,14, que supone la existencia de cristianos en Pozzuoli (cerca de Nápoles), ya en el año 61 (cf. V. Messori, o.c., p. 128).

4. Circa año 1960, Jerusalén

Se descubre la piscina de cinco pórticos llamada Betzata. Es un cuadrilátero irregular de unos 100 metros de largo y de una anchura de 62 a 80 metros, rodeado de arcadas en sus cuatro lados y dividida al medio por una quinta arcada.

“En Jerusalén, junto a la puerta probática, hay una piscina, llamada en hebreo Betzata, que tiene cinco pórticos” (Juan 5,2).

“Es imposible enumerar las interpretaciones mitológicas a que dieron ocasión estas pocas palabras. Estaba fuera de duda… que para los desmitificadores “la piscina de los cinco pórticos” no tenía valor histórico sino simbólico. Las cinco tribus de Israel; los primeros cinco libros de la Escritura (el Pentateuco); un símbolo de la cabalística hebrea, para la que el número 5 representa las facultades del alma humana; los cinco dedos de la mano de Yahvé; las cinco puertas de la Ciudad Celeste… Son algunas entre las infinitas hipótesis ideadas por los mitólogos, que trataron también de establecer osados paralelos con religiones y cultos orientales. Cualquier explicación era buena…; sólo se excluían las hipótesis de que pudiera tratarse del simple recuerdo de un lugar real", hasta que “de los pesados volúmenes de los mitólogos alemanes, la piscina vino a parar a los planos de Jerusalén de los turistas” (V. Messori, o.c., p. 167).

El filósofo y exegeta Claude Tresmontant ha llamado la atención acerca de un detalle importante del versículo citado aquí (Juan 5,2). El redactor del cuarto evangelio utiliza el tiempo presente para decir que en Jerusalén “hay” una piscina llamada Betzata. Esto es un claro indicio de que dicho evangelio fue escrito antes de la destrucción de Jerusalén en el año 70, o sea mucho antes de lo que supone la gran mayoría de los expertos, los que sitúan la fecha de composición de esta obra hacia el año 95.

5. Año 1961, Cesarea del Mar

Una expedición italiana descubre una lápida calcárea de 80 cm de altura y 60 cm de anchura, con una inscripción que confirma que Poncio Pilato fue prefecto de Judea en tiempos de Jesús, bajo el Emperador Tiberio.

“En el secular debate sobre los orígenes del cristianismo no faltó siquiera quien puso en duda que Pilato fuera en realidad administrador de Palestina en el momento en que Jesús fue condenado a muerte. Y ¿los escritores no cristianos que hablan de ese funcionario? “Interpolaciones de copistas cristianos", respondía despectiva cierta crítica” (V. Messori, o.c., p. 169).

6. Año 1962, Cesarea del Mar

El arqueólogo Avi Jonah descubre una lápida de mármol negro del siglo III AC, con una inscripción que menciona la localidad de Nazaret.

“También sobre Nazaret y el calificativo de Nazareno aplicado a Jesús, se desencadenó toda una tormenta de interpretaciones. Un mito, con toda seguridad: un nombre simbólico de una ciudad imaginaria", hasta que “en la fosa de los excavadores israelitas quedaban enterradas las innumerables teorías elaboradas para explicar las razones por las que los evangelistas habían inventado una localidad llamada Nazaret” (Ídem, pp. 168-169).

7. Año 1968, Cafarnaum

Se descubre la casa de San Pedro bajo el pavimento de una iglesia del siglo V dedicada al apóstol.

“Se trata de una pobre vivienda, igual en todo a las que la rodean excepto en un detalle: las paredes están cubiertas de frescos y graffiti (en griego, siríaco, arameo y latín) con invocaciones a San Pedro en que se pide su protección. Es cosa averiguada que la casa fue transformada en lugar de culto desde el siglo primero: es, pues, la iglesia cristiana más antigua que se conoce. Y testimonia que, ya antes del año 100…, no sólo prosperaba el culto de Jesús, sino que llegaba a maduración la “canonización” de sus discípulos, invocados ya como “santos” protectores” (Ídem, p. 128).

8. Conclusión

“Confesaba el P. Lagrange a sus ochenta años, después de cincuenta años de estudio en Palestina con la sola preocupación de confrontar los detalles que proporcionan los evangelios, con la realidad de las costumbres, historia y arqueología del propio terreno: “El balance final de mi trabajo es que no existen objeciones “técnicas” contra la veracidad de los evangelios. Todo cuanto refieren los evangelios, hasta los últimos detalles, encuentra confirmación precisa y científica". No son palabras de apologética huera. Los centenares de severos fascículos de la rigurosa Revue Biblique, dirigida por el propio P. Lagrange, lo confirman.

Como ha observado el célebre orientalista inglés, sir Rawlinson: “El cristianismo se distingue de las demás religiones mundiales precisamente por su carácter histórico. Las religiones de Grecia y Roma, Egipto, India, Persia, del Oriente en general, fueron sistemas especulativos que no trataron siquiera de darse una base histórica. Exactamente lo contrario del cristianismo". (Ídem, pp. 158-159).

Concluimos que la ciencia brinda un sólido apoyo a la doctrina católica sobre el carácter histórico de los Evangelios:

“La santa madre Iglesia ha defendido siempre y en todas partes, con firmeza y máxima constancia, que los cuatro Evangelios mencionados, cuya historicidad afirma sin dudar, narran fielmente lo que Jesús, el Hijo de Dios, viviendo entre los hombres, hizo y enseñó realmente para la eterna salvación de los mismos hasta el día de la ascensión” (Concilio Vaticano II, constitución dogmática sobre la Divina Revelación, Dei Verbum, n. 19).

Daniel Iglesias Grèzes

29.07.12

El nacimiento de los Evangelios sinópticos (1)

Comentario de: Jean Carmignac, La naissance des Évangiles synoptiques, François-Xavier de Guibert, Quatrième édition, Paris 2007.

1. Introducción

Jean Carmignac (1914-1986), sacerdote católico francés, fue uno de los principales especialistas en los manuscritos del Mar Muerto a nivel mundial. En 1961-1963, en colaboración con otros tres expertos, publicó en dos tomos los textos de Qumran, traducidos del hebreo al francés y comentados. Cuenta Carmignac que, al traducir esos textos, constató muchas relaciones con el Nuevo Testamento, por lo que se propuso escribir un comentario del Nuevo Testamento a la luz de los documentos del Mar Muerto. En 1963, habiendo comenzado con el Evangelio de Marcos, ensayó traducirlo del supuesto original griego al hebreo de Qumran (el hebreo del tiempo de Jesús, un poco distinto del hebreo bíblico y bastante diferente del hebreo de la Mishnah) para su simple uso personal, a fin de facilitar la comparación con los citados documentos. Había imaginado que esa traducción sería muy difícil; quedó muy asombrado al descubrir que, por el contrario, la traducción era muy fácil. Después de sólo un día de trabajo, quedó convencido de que el texto griego de Marcos era una traducción de un original hebreo. El traductor realizó su trabajo con extrema fidelidad, traduciendo del hebreo al griego palabra por palabra, e incluso conservando en griego el orden de las palabras exigido por la gramática hebrea. Ni siquiera un semita que hubiese aprendido muy tarde el griego habría sufrido un apego tan grande a su lengua materna. Al menos de vez en cuando se habría tomado alguna libertad, recurriendo a una fórmula corriente en griego. Pero no. Nuestro Evangelio de Marcos es la obra de un traductor que respetó al máximo (calcándolo) un texto hebreo (o tal vez arameo, otra lengua semítica, similar al hebreo) que tenía ante sí.

El autor sostiene que: “El griego de los Evangelios no es un mal griego: no contiene errores de concordancia, ni errores de conjugación, ni errores patentes contra la sintaxis… Tampoco es un griego torpe. No es como “mi” inglés, que es una mezcla de francés y de inglés, donde las influencias de las dos lenguas se armonizan mal, donde los giros son incómodos y torpes. En los Evangelios, ni incomodidad ni torpeza; muy por el contrario, una belleza simple y espontánea, que es la belleza habitual de la prosa semítica. Los Evangelios no fueron compuestos por semitas que conocían mal el griego y hablaban o escribían una jerga anfibia, intermedia entre las dos lenguas. Fueron redactados por personas que escribían bien, pero según los procedimientos semíticos, y fueron traducidos en un griego muy correcto por otras personas que querían calcar los términos de las primeras… El griego de los Evangelios… es el buen griego de un traductor respetuoso de un original semítico, del que conserva el sabor y el perfume.” (pp. 11-12).

¿Los Evangelios podrían ser la obra de griegos que imitaran el estilo semítico (concretamente, el de la Biblia de los Setenta, la primera traducción griega de la Biblia hebrea)? No se conoce ni una sola obra que reproduzca un estilo tan particular. “Que aquí o allá los autores de los Evangelios hayan retomado tal fórmula o tal expresión de los Setenta es del todo natural. Pero entre esos préstamos ocasionales y una mezcla continua, ¡qué diferencia! Incluso nuestros predicadores más enamorados del “estilo bíblico” están muy lejos de expresarse de continuo como Isaías, como los Salmos, como Marcos, Juan o Pablo. Y hacer de la lengua tan límpida de los Evangelios un ejercicio artificial “a la manera de…” es desfigurarla totalmente.” (p. 12).

Por otra parte, la comparación con los Setenta es pertinente en cuanto que también ésta es una traducción literal del hebreo (o, en algunos casos, arameo) al griego.

Carmignac afirma que Mateo es tan semítico como Marcos. Y acerca de Mateo poseemos el testimonio de Papías (hacia el año 130) y de varios Padres de la Iglesia posteriores que afirman conocer un Mateo hebreo. La gran mayoría de los exegetas sostiene la tesis de la prioridad de Marcos. Por lo tanto, en lugar de decir (como casi todos ellos): “puesto que Mateo es posterior a Marcos, debe estar como él en griego”; ¿por qué no decir: “puesto que Marcos es anterior a Mateo, debe estar como él en hebreo”? (cf. p. 13).

“El caso de Lucas es diferente. Él ha compuesto manifiestamente su Evangelio en griego, como lo prueba el bello período griego que constituye su prólogo (1,1-4). Y sin embargo se observan en él los semitismos más inesperados, diseminados en medio de expresiones de un griego más elegante. Para explicar todo esto, la hipótesis más normal es suponer que él trabajó sobre documentos semíticos, traducidos muy literalmente, que insertó en su propia redacción, a veces retocándolos y a veces conservando su rugosidad.” (p. 14).

Dice Carmignac que, sin haber buscado resolver el famoso “problema sinóptico”, a medida que prosiguió su estudio se le impuso una hipótesis de conjunto al respecto. Él reconoce de buen grado que su hipótesis no tiene nada de muy personal, porque todos sus detalles han sido ya propuestos por diversos sabios anteriores. “Yo no la considero más como definitiva, porque yo todavía no he retraducido en hebreo la totalidad de Mateo y de Lucas. Pero… pienso que puedo considerar esta visión de conjunto como una hipótesis de trabajo, provisoriamente válida.” (p. 14).

Carmignac se propuso exponer los resultados de sus veinte años de estudio de los Evangelios sinópticos en gruesos volúmenes técnicos y después presentarlos al gran público en un pequeño volumen. “Pero varios amigos se coaligaron para persuadirme de comenzar por este pequeño volumen: ellos han hecho valer que yo me arriesgaba fuertemente a estar en el cementerio antes de haber terminado las grandes obras; y que después de ya varios años mis investigaciones no modificaron más mis conclusiones, por lo que yo podía honestamente comenzar a divulgarlas.” (pp. 7-8).

El futuro demostró que el Padre Carmignac hizo muy bien en escuchar a sus amigos. Habiendo publicado El nacimiento de los Evangelios sinópticos en 1983, Carmignac falleció sólo tres años después. La mayor parte de sus investigaciones sobre este tema permanece inédita. (Continuará).

Daniel Iglesias Grèzes

Nota: La traducción del francés al español de los textos citados es mía.


InfoCatólica necesita vuestra ayuda.



Para suscribirse a la revista virtual gratuita de teología católica “Fe y Razón”

Por favor complete y envíe este formulario. Se enviará automáticamente un mensaje a su email pidiendo la confirmación de la suscripción. Luego ingrese a su email y confirme la suscripción.

12.07.12

Tres indicios de la antigüedad del Nuevo Testamento en 2 Corintios

Jean Carmignac, fundador de la Revue de Qumran, especialista indiscutido de los manuscritos del Mar Muerto y gran exegeta católico, publicó en 1984 un pequeño libro (El nacimiento de los Evangelios sinópticos) para divulgar de forma accesible y sintética los principales resultados de sus veinte años de estudio sobre la formación de los Evangelios sinópticos. En esa brillante obrita, entre otros muchos temas, Carmignac analiza tres versículos de la Segunda Carta de San Pablo a los Corintios que ofrecen indicios sugestivos de que la redacción del Nuevo Testamento fue muy anterior a lo que supone la mayoría de los exegetas actuales. Citaré ese libro según esta edición: Jean Carmignac, La naissance des Évangiles synoptiques, Francois-Xavier de Guibert, Paris 2007, 4e édition. Los versículos en cuestión (2 Corintios 3,6; 3,14 y 8,18) son analizados en las pp. 59-61. Las traducciones del francés son mías.

Comencemos por 2 Corintios 3,14. Allí San Pablo habla de “la lectura de la antigua diathêkê”. La expresión “antigua diathêke” corresponde tanto a la Antigua Alianza como al Antiguo Testamento. Sin embargo, la presencia de la palabra “lectura” invita claramente a comprender que se trata de una obra escrita, por lo tanto del Antiguo Testamento.

Ahora bien, cuando sólo existía el Antiguo Testamento no se lo llamaba así. Sólo se comenzó a hablar de Antiguo Testamento cuando se lo tuvo que distinguir del Nuevo Testamento. Por lo tanto, cuando San Pablo escribió 2 Corintios (entre los años 54 y 57) ya existía un conjunto de obras escritas que eran llamadas colectivamente “Nuevo Testamento”.

¿Cuáles podían ser esas obras? Si nos atenemos al consenso mayoritario de los exegetas, en ese momento San Pablo ya había escrito sus dos epístolas a los Tesalonicenses, su epístola a los Romanos, sus dos epístolas a los Corintios y quizás su epístola a los Gálatas. Pero es muy inverosímil que San Pablo llamara “Nuevo Testamento” sólo a ese conjunto de obras. Para englobar un grupo de obras bajo el título de “Nuevo Testamento”, ese grupo debería ser ya más numeroso y más variado. Además, parece difícil que no incluyera al menos a un Evangelio.

Leer más... »