¿Necesitaba Adán, antes de pecar, la gracia intrínsecamente eficaz? San Agustín y su obra "De correptione et gratia".

San Agustín

En el año 419 San Agustín escribe una carta al presbítero romano Sixto, que luego será Papa, la carta 194, en la que trata el tema de la gracia y la predestinación.

Esta carta llega a manos de unos monjes africanos en el monasterio de Hadrumeto, que quedaba cerca de Cartago. La doctrina agustiniana de la gracia provoca una discusión entre los monjes, que al final deciden enviar emisarios a San Agustín para que les explique el tema.

San Agustín los recibe, les explica su doctrina y los envía de nuevo al monasterio con una copia de su obra “De Gratia et libero arbitrio” (años 426 – 427).

Le llegan noticias de que la lectura de la obra suscitó entre los monjes una nueva objeción: ¿por qué corregir entonces al que peca, si no ha recibido de Dios la gracia de no pecar?

Y ésa es la ocasión para que escriba “De Correptione et Gratia” (426 – 427).

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San Agustín, en “De Correptione et Gratia”, quiere explicar por qué es culpable el que peca, de modo que es justo corregirlo, si el hecho mismo de que peca muestra que no ha recibido de Dios la gracia de no pecar.

 “Esto dicen los que no quieren ser reprendidos por los predicadores de esta gracia a causa de sus malas obras: me fue dado para que lo hiciera; pero si no lo hago, no debo ser reprendido yo, sino que se debe orar por aquel que debe dar lo que no ha dado, es decir, el mismo don por el cual se cumplen sus mandamientos: la caridad fiel a Dios y al prójimo. Ora, pues, por mí, para que reciba este don, y que por él haga de corazón y con buena voluntad lo que manda. Pero con razón sería reprendido si no tuviera ese don por mi culpa; esto es, si pudiera dármelo o tomarlo por mí mismo y no lo hiciera, o si, dándomelo él, yo no quisiera recibirlo. Pero si también la voluntad es preparada por el Señor, ¿por qué me reprendes, porque ves que no quiero hacer sus mandamientos, y no más bien ruegas a él para que obre en mí también el querer?” (4,6)

Primero responde que el que peca puede haber sido regenerado por el Bautismo, o no.

En el primer caso, en el cual el pecado original ya no está presente, la culpa que hace que se le niegue la gracia de no pecar procede del libre albedrío de la persona, por el que no ha querido perseverar en la gracia que recibió en el Bautismo.

Pero si ya regenerado y justificado recae por su propia voluntad en una vida mala, ciertamente este no puede decir: [‘no recibí la gracia’]; porque perdió la gracia de Dios recibida por su libre albedrío al obrar el mal.

En el segundo caso, el no recibir la gracia de no pecar es pena por el pecado de Adán.

Y no consideran que, si aún no han sido regenerados, la primera causa por la cual deben sentirse disgustados de sí mismos al ser reprendidos por desobedecer a Dios, es que Dios hizo al hombre recto desde el inicio de la creación humana, y no hay injusticia en Dios. Por tanto, la primera maldad, por la cual no se obedece a Dios, proviene del hombre; porque, cayendo de la rectitud en la que Dios lo hizo inicialmente por su propia mala voluntad, se volvió malo. ¿Acaso entonces no debe ser reprendida esa maldad en el hombre, porque no es solo suya sino común a todos? Al contrario, debe ser reprendida en cada uno, porque es de todos.” (6, 9)

Pero le objetan que si bien recibieron la gracia en el Bautismo, no recibieron la gracia de la perseverancia en el bien, y entonces ¿qué culpa tienen de no haber perseverado?

Recibí la fe que obra por la caridad; pero no recibí en ella la perseverancia hasta el fin. ¿Se atreverá alguien a decir que esa perseverancia no es un don de Dios, y que este bien tan grande es tan nuestro que quien lo tenga no podría escuchar del Apóstol: ¿Qué tienes que no hayas recibido?” (6, 10)

San Agustín responde que de todos modos ha sido por su libre elección que no perseveraron, de modo que son culpables.

Siendo así las cosas, sin embargo reprendemos —y con justicia lo hacemos— a aquellos que, habiendo vivido bien, no perseveraron en ello. Pues fueron transformados por su propia voluntad de una vida buena a una mala; y por eso son objeto de reprensión; y si la reprensión no les aprovecha en nada, sino que perseveran en la vida perdida hasta la muerte, son también dignos de la condenación eterna de parte de Dios.

Y no podrán excusarse diciendo, como ahora dicen: ‘No recibimos la perseverancia para permanecer en el bien’, así también entonces: ‘¿Por qué somos condenados, si no recibimos la perseverancia para permanecer en el bien, a fin de no volver del bien al mal?’ De ningún modo se librarán por esta excusa de la justa condenación. Porque si, como dice la Verdad, nadie se libra de la condenación causada por Adán sino por la fe en Jesucristo, y aun así no se libran de esta condenación quienes podrán decir que no oyeron el Evangelio de Cristo —puesto que la fe viene del oír—, ¿cuánto menos se librarán quienes dirán: ‘No recibimos la perseverancia’? Pues más justa parece la excusa de los que dicen: ‘No recibimos la audición (del Evangelio)’, que la de quienes dicen: ‘No recibimos la perseverancia’. Porque puede decirse: ‘Hombre, en aquello que oíste y abrazaste, habrías perseverado si hubieras querido’; pero de ningún modo puede decirse: ‘Lo que no oíste, lo habrías creído si hubieras querido’.”

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Aquí San Agustín formula el principio general de que sin fe en Jesucristo no es posible la salvación. Son posteriores los desarrollos teológicos que admiten la posibilidad de salvación en casos de ignorancia invencible, por ejemplo, hasta llegar a formulaciones claras como las del Concilio Vaticano II en la Constitución Dogmática “Lumen Gentium”:

“…quienes, ignorando sin culpa el Evangelio de Cristo y su Iglesia, buscan, no obstante, a Dios con un corazón sincero y se esfuerzan, bajo el influjo de la gracia, en cumplir con obras su voluntad, conocida mediante el juicio de la conciencia, pueden conseguir la salvación eterna.”

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En realidad, esta respuesta de San Agustín queda expuesta a una objeción de sus interlocutores, porque estamos hablando de la gracia que hace perseverar de hecho en el bien, y es claro que esa gracia no es ni el Bautismo, ni la gracia santificante, ni la gracia suficiente entendida como capacidad para perseverar de hecho en el bien.

Por eso, se puede pensar, San Agustín agrega lo que sigue: la gracia de la perseverancia, y todas las gracias en general después del pecado de Adán, son dadas libre y gratuitamente por Dios a quien quiere misericordiosamente darlas, no estando obligado a darlas a ninguno, pues por el pecado original todos están justamente bajo el decreto de la condenación eterna, de modo que no se puede reprochar a Dios por no dar una gracia tal que, faltando ella, el hombre hace libremente, y por tanto, culpablemente, el mal.

Así también quienes no oyeron el Evangelio, y quienes, habiéndolo oído y habiendo mejorado, no recibieron la perseverancia, y quienes, habiéndolo oído, no quisieron venir a Cristo —es decir, no quisieron creer en él, ya que él dijo: Nadie viene a mí si no le es dado por mi Padre—, y aquellos que por su temprana edad no pudieron creer, pero solo podían ser liberados de la culpa original por el baño de regeneración, y no lo recibieron y murieron, perecieron; no están separados de aquella masa de perdición que se reconoce como condenada, puesto que todos proceden de uno para condenación.” (7, 12)

De esa “masa de perdición” originada por el pecado de Adán, dice San Agustín, se sale solamente por la gracia de Dios:

 “De esa masa de perdición que se originó por el primer Adán, debemos entender que nadie puede ser separado sino quien tenga este don, quienquiera que lo tenga, don que recibió por la gracia del Salvador.” (7, 12)

Por tanto, todos los que han sido apartados de aquella condenación original por esta liberalidad de la gracia divina, no hay duda de que también se les procura escuchar el Evangelio; y cuando lo escuchan, creen; y perseveran en la fe que obra por la caridad hasta el fin. Y si en algún momento se desvían, son corregidos y se enmiendan; y algunos de ellos, aunque no sean corregidos por los hombres, regresan por sí mismos al camino que habían abandonado; y no pocos, habiendo recibido la gracia, en cualquier edad son arrebatados por la prontitud de la muerte a los peligros de esta vida.

Pues todas estas cosas las obra en ellos Aquel que los hizo vasos de misericordia, y que los eligió en su Hijo antes de la constitución del mundo, según la elección de la gracia. Pero si es por gracia, ya no es por las obras; de otro modo, la gracia ya no sería gracia. Porque no han sido llamados de modo tal que no hayan sido también elegidos —por eso se dijo: ‘Muchos son los llamados, pero pocos los elegidos’—; sino que, como han sido llamados según el designio (divino), ciertamente también han sido elegidos según la elección de la gracia, no por méritos precedentes, pues todo mérito para ellos es gracia.” (7, 13).

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San Agustín excluye que esa elección de la Misericordia divina por la que algunos son separados de la “masa condenada” se deba a algún mérito de los que así son elegidos.

Esto se ve claramente, entre otras cosas, porque repetidas veces afirmar ignorar porqué a algunos se da ese don y a otros no, cosa que seguramente no ignoraría si la respuesta fuese “porque éstos tuvieron tal o cual mérito, o tomaron tal o cual decisión, y aquellos no”.

Por ejemplo:

Si ahora se me pregunta por qué se negó la perseverancia final a los que se dio la caridad para vivir cristianamente, confieso que lo ignoro. Reconociendo mi poquedad, me arrimo humildemente a las palabras del Apóstol: ¡Oh hombre!, ¿tú quién eres para pedir cuentas a Dios? Y en otra parte dice: ¡Oh profundidad de las riquezas, de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son tus juicios y cuan inescrutables tus caminos! Según, pues, se nos digna darnos a conocer sus juicios, démosle gracias a Él; y si Él nos los oculta, no murmuremos contra su consejo, sino creamos que también aquí se esconde una medicina muy saludable.” (8, 17)

Ni nos extrañemos nosotros de no poder indagar sus impenetrables caminos. Pues, aun omitiendo otros bienes innumerables que reparte a unos y niega a otros hombres Dios, nuestro Señor, sin ninguna acepción de personas, tampoco se dan por merecimientos propios bienes como la agilidad, la fuerza, la lozanía de la salud, la hermosura corporal, ingenios maravillosos y aptitudes mentales para muchas artes; o los que vienen de fuera, como la opulencia, la nobleza, los honores y otros semejantes, cuya posesión se subordina al poder divino (…) Tratamos de los que no tienen el bien de la perseverancia, sino que mueren después de haberse desviado del buen camino por defecto de su voluntad. Respondan nuestros adversarios, si son capaces, por qué Dios a estos hombres, cuando vivían en la fe y la piedad, no los arrebató de los peligros del mundo para que la maldad no mudase su pensamiento y las ilusiones no engañasen sus almas. ¿Le faltó tal vez el poder para hacerlo o el conocimiento de sus males futuros? Sería una grave perversidad e insipiencia defender cualquiera de estas dos afirmaciones. ¿Por qué, pues, no lo hizo? Respondan los que se mofan de nosotros cuando, al tratar de tan inefables misterios, exclamamos: ¡Cuan inescrutables son sus juicios e impenetrables sus caminos! Pues o Dios no concede estos favores al que quiere, o nos engaña la Escritura, que dice hablando de la muerte prematura del hombre: Fue arrebatado para que la maldad no pervirtiese su inteligencia y el engaño no extraviase su alma.” (8, 19)

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O sea, que en definitiva la respuesta de San Agustín es que el don de la salvación es un don gratuito conferido por la Misericordia divina a algunos de aquellos que mirando a la Justicia divina estaban en camino de la condenación eterna, y que entonces, a título de don gratuito, puede ser dado por Dios a quién Él quiera darlo, sin posibilidad de cuestionamiento ulterior, y esto incluye a la gracia de perseverar en el bien, lo cual no excluye la libertad del que sin esa gracia peca, ni tampoco, por tanto, la oportunidad de la corrección para que abandone su pecado.

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Pero entonces se le ocurre a San Agustín la objeción relativa al pecado mismo de Adán: habiendo sido constituido en el bien por la gracia de la justicia original, Adán ciertamente no perseveró en el bien, y por tanto, no tuvo la gracia de perseverar en el bien, pero él no estaba sujeto a ningún pecado original previo que lo condenase al infierno y que justificase entonces que Dios le diese o no según su gratuita y libre Voluntad la gracia de la perseverancia en el bien.

Aquí surge otra cuestión, ciertamente nada despreciable, pero que debe ser afrontada y resuelta con la ayuda del Señor, en cuyas manos estamos nosotros y nuestras palabras. Se nos pregunta, en lo que atañe a este don de Dios, que consiste en perseverar en el bien hasta el fin, qué opinamos del mismo primer hombre, quien ciertamente fue hecho recto, sin ningún defecto. (…) “No tuvo, pues, perseverancia en aquel bien; y si no la tuvo, ciertamente no la recibió. ¿Cómo, en efecto, habría recibido la perseverancia y no habría perseverado? Ahora bien, si no la tuvo porque no la recibió, ¿en qué pecó al no perseverar, quien no recibió la perseverancia? No se puede decir que no la recibió porque no fue distinguido de la masa de perdición por la liberalidad de la gracia. Porque todavía no existía tal masa de perdición en el género humano antes de que él pecara, de quien procedió el origen viciado.” (10, 26)

A esto San Agustín parece responder que antes de la caída, Adán no necesitaba la gracia de Dios para de hecho perseverar en el bien, sino que solamente necesitaba la que de hecho tenía, es decir, la gracia de poder perseverar en el bien si quería.

¿Qué diremos, pues? ¿Que Adán no tuvo gracia de Dios? Antes bien, la tuvo excelente, pero de diversa índole. El disfrutaba de los bienes recibidos de la bondad del Creador. No los había logrado con sus merecimientos, y en ellos no había mezcla de mal. Empero, los santos, que en el estado de la vida presente reciben la gracia de la liberación, andan entre males, gimiendo al Señor por ellos: Líbranos del mal. Adán no tuvo necesidad de que muriera Cristo para disfrutar de sus gracias; a éstos la sangre de aquel Cordero purifica de la mancha hereditaria y de sus pecados personales. Aquél no tenía necesidad de la ayuda que éstos imploran, diciendo: Siento otra ley en mis miembros que está en pugna can la ley de mi mente y me encadena a la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Desventurado de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? La gracia de Dios por nuestro Señor Jesucristo.” (11, 29)

Dice, en efecto, que Dios quiso mostrar primero lo que puede el libre albedrío de la creatura racional, y luego, lo que puede la gracia divina.

Por lo tanto, confesamos con toda salud y verdad lo que creemos con absoluta rectitud: que Dios, Señor de todas las cosas, que creó todo muy bueno, previó que de los males surgirían los bienes, y supo que pertenecía más a su omnipotente bondad sacar bien de los males que no permitir que los males existieran. Así ordenó la vida de los ángeles y de los hombres de tal modo, que en ella mostrara primero qué puede el libre albedrío de ellos, y luego qué puede el beneficio de su gracia y el juicio de su justicia.” (10, 27)

Dios dio a Adán, dice San Agustín, la gracia con la cual podía evitar el pecado, si quería.

Entonces, por tanto, Dios había dado al hombre una buena voluntad: pues en ella lo había hecho, quien lo hizo recto; le había dado también el auxilio sin el cual no habría podido permanecer en ella, si hubiera querido; pero que quisiera, eso lo dejó en su libre albedrío. Por tanto, podía permanecer si quería: porque no le faltaba el auxilio mediante el cual podía  y sin el cual no podía mantener con perseverancia el bien que quería. Pero, como no quiso permanecer, ciertamente es culpa suya; como habría sido mérito suyo si hubiera querido permanecer: así como lo hicieron los ángeles santos, que, mientras otros caían por el libre albedrío, por el mismo libre albedrío permanecieron ellos, y merecieron recibir la recompensa debida por esta permanencia…” (11, 32)

Sin esa gracia de “poder perseverar en el bien”, dice San Agustín, ni el ángel ni el hombre habrían sido culpables en su caída.

“Pero si este auxilio hubiera faltado al ángel o al hombre cuando fueron creados, puesto que su naturaleza no fue hecha de tal modo que sin el auxilio divino pudiera permanecer si lo quisiera, ciertamente no habrían caído por culpa suya: pues habría faltado el auxilio sin el cual no podían permanecer.” (11, 32)

Luego del pecado de Adán, Dios da a los hombres una gracia aún mayor: aquella con la cual efectivamente hacen el bien y no pecan.

Ahora bien, a quienes les falta tal auxilio, eso ya es pena del pecado; y a quienes se les da, se les da por gracia, no por deuda; y por Jesucristo nuestro Señor se da tanto más abundantemente, a aquellos a quienes a Dios le ha placido darlo, que no solo está presente el auxilio sin el cual no podemos perseverar, aunque queramos, sino uno que es tan grande y tal, que queremos. En efecto, por esta gracia de Dios se realiza en nosotros, al recibir y mantener el bien con perseverancia, no solo el poder hacer lo que queremos, sino también el querer lo que podemos.” (11, 32)

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En efecto, San Agustín distingue dos clases de auxilios divinos, de modo tal que a Adán Dios le dio la perseverancia en el bien solamente en el sentido de que le dio la gracia de poder perseverar si quería, pero ahora por Cristo da a los hombres la gracia de efectivamente querer perseverar y perseverar en el bien.

Asimismo, los auxilios mismos deben ser distinguidos. Una cosa es el auxilio sin el cual [adiutorium sine quo] algo no se realiza, y otra es el auxilio por el cual [adiutorium quo] algo se realiza. En efecto, sin los alimentos no podemos vivir; pero, aunque los alimentos estén presentes, no por ellos vive quien desea morir. Por tanto, el auxilio de los alimentos es un auxilio sin el cual no se vive, no por el cual se vive. En cambio, la bienaventuranza que el hombre no posee, una vez que le es dada, se hace inmediatamente bienaventurado. Pues es un auxilio no solo sin el cual no se produce el efecto, sino también por el cual se produce, y por eso es dado. Por tanto, este auxilio es tanto un “por el cual” como un “sin el cual” no se produce el efecto: porque si la bienaventuranza es dada al hombre, de inmediato se hace bienaventurado; y si nunca le es dada, nunca lo será. En cambio, los alimentos no hacen que el hombre viva de manera necesaria, pero sin ellos no puede vivir.

Así pues, al primer hombre —que en ese bien en el cual fue creado recto había recibido el poder de no pecar, el poder de no morir, el poder de no abandonar ese mismo bien—, se le dio el auxilio de la perseverancia, no por el cual perseverara, sino sin el cual no podría perseverar por el libre albedrío.

Ahora bien, a los santos que han sido predestinados al reino de Dios por la gracia de Dios, no se les da un auxilio de la perseverancia como aquel, sino uno tal que la misma perseverancia les sea dada: no solo de modo que sin ese don no puedan perseverar, sino también de modo que por ese don no puedan sino perseverar.

Pues no solo dijo: “Sin mí no podéis hacer nada”, sino también dijo: “No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca”. Con estas palabras mostró que no solo les dio la justicia, sino también la perseverancia en ella.

En efecto, siendo Cristo quien así los ha puesto para que vayan y den fruto, y su fruto permanezca, ¿quién se atreverá a decir: “No permanecerá”? ¿Quién se atreverá a decir: “Tal vez no permanecerá"? Porque los dones y la vocación de Dios son sin arrepentimiento; pero se trata de la vocación de aquellos que han sido llamados según su designio.

Por tanto, si Cristo intercede por ellos para que no desfallezca su fe, sin duda no desfallecerá hasta el fin; y así perseverará hasta el fin, y el final de esta vida no la hallará sino perseverando.” (12, 34)

Y de este modo, dice San Agustín, nadie puede gloriarse sino en el Señor:

Por tanto, ni siquiera en cuanto a la misma perseverancia quiso Dios que sus santos se gloriasen en sus propias fuerzas, sino en Él mismo: quien no solo les da el auxilio como el que dio al primer hombre, sin el cual no pueden perseverar si quieren, sino que también obra en ellos el querer: de modo que, ya que no perseverarán si no pueden y no quieren, se les concede tanto la posibilidad como la voluntad de perseverar por la generosidad de la gracia divina. Tanto es así que su voluntad se inflama por el Espíritu Santo, que por eso pueden, porque así quieren; y por eso así quieren, porque Dios obra en ellos el querer.” (12, 38)

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Además, San Agustín dice que después de la caída, los santos necesitan la gracia divina eficaz porque están sujetos a la concupiscencia que es consecuencia del pecado.

Aquel en esos bienes no necesitó de la muerte de Cristo; estos fueron absueltos de la culpa tanto hereditaria como propia por la sangre del Cordero. Aquel no necesitaba esa ayuda que estos imploran cuando dicen: Veo otra ley en mis miembros que lucha contra la ley de mi mente, y me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? La gracia de Dios por Jesucristo, nuestro Señor. Porque en ellos la carne desea contra el espíritu, y el espíritu contra la carne…” (11, 29)

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Ahora bien, a partir de lo anterior muchos han sostenido que San Agustín niega la necesidad de la gracia eficaz para hacer el bien en el estado de justicia original, o sea, en el estado en que se encontraba Adán antes de la caída.

En ese estado, entonces, Adán podría no necesitar otra gracia que la suficiente, que da la capacidad de hacer el bien, y con ello le bastaría para hacer el bien de hecho. Así entendida, la tesis de San Agustín acerca del estado de Adán en relación con la gracia divina sería bastante similar a la tesis de Molina respecto de todos los hombres después del pecado original y en relación con la gracia de Cristo, porque la gracia que el molinismo llama “eficaz” es hecha eficaz por el consentimiento de la creatura (lo cual, como ya hemos señalado en otra parte, es una forma “sui generis” de entender la eficacia).

Justamente, así interpretó Luis de Molina, S.J., el “De Correptione” de San Agustín (y al parecer, fue el primero que así lo hizo):

“…en el estado de inocencia, en virtud de la justicia original, (…) en este mismo estado y a través de los dones sobrenaturales de fe, esperanza, caridad y gracia, el hombre pudo obrar su salvación con el auxilio común de Dios y hacerse merecedor de la vida eterna sin otros auxilios específicos. (…) Cuando en De correptione et gratia (caps. 11 y 12) habla de la ayuda gracias a la cual Adán pudo perseverar sin pecar en el estado de inocencia, se refiere a los dones habituales de justicia original, de gracia, de virtudes teologales y de otros hábitos sobrenaturales, en virtud de los cuales la parte inferior de la naturaleza de Adán se refrenaba, para no pugnar contra la razón, todo él propendía hacia el bien natural y sobrenatural por medio de estos dones habituales y fácilmente podía recorrer el sendero de los mandatos y resistir a la propia tentación a la que finalmente sucumbió.(…) Si Adán, como estaba en su potestad, hubiese perseverado, el segundo efecto, esto es, la propia perseverancia en la gracia, evitando todo pecado mortal, no habría dependido exclusivamente de las fuerzas de Adán, sino sobre todo de la cooperación de Dios, por medio de los dones habituales que confirió a Adán para que perseverase; y sólo de él dependió que estos dones no alcanzasen el efecto para el que Dios se los confirió, con dependencia de su libre arbitrio.” (Concordia…, Disp. IV, 1, 2, 10, 13)

Como ese “pudo obrar” se puede entender en sentido tomista, a saber, pudo en sentido dividido, no en sentido compuesto, el pasaje clave para ver que no es así en la interpretación que Molina hace de San Agustín es el que dice que, si Adán hubiese perseverado, eso hubiese dependido de los dones habituales, con lo cual dice que Adán no necesitaba una gracia actual eficaz, es decir, intrínsecamente eficaz, para perseverar.

Porque la gracia extrínsecamente eficaz, o eficaz por el consentimiento de la creatura, que es lo que proponen los molinistas, casa perfectamente con eso que dice Molina de que con solo los dones habituales Adán podía hacer el bien, si consentía en ello, entendiendo esos dones habituales en el sentido de la gracia suficiente o “adiutorium sine quo”.

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La doctrina tomista, por el contrario, exige que para Adán, también antes de la caída, haya sido necesaria la gracia intrínsecamente eficaz para hacer de hecho el bien y perseverar en él, pues fundamenta la necesidad de la moción divina eficaz no en el pecado original y sus consecuencias, sino en la dependencia metafísica de toda creatura respecto del Creador.

Aquí tenemos algunos pasajes de Santo Tomás de Aquino en ese sentido:

“…cuando hay muchos agentes ordenados, siempre el segundo obra en virtud del primero, puesto que el primer agente mueve al segundo a obrar. Y, según esto, todas las cosas obran en virtud de Dios mismo, resultando que Dios es causa de las acciones de todos los agentes. En tercer lugar, hay que tener presente que Dios no sólo mueve las cosas a obrar aplicando sus formas y potencias a la operación, algo así como el artesano aplica la sierra para cortar, y que, a veces, el artesano no le ha dado la forma, sino que Dios da, además, la forma a las criaturas que obran y las conserva en el ser.” (Ia., q.105, a. 5, c)

Dios no sólo da las formas a las cosas, sino que también las conserva en el ser, y las aplica a obrar, y es fin de todas las acciones, como dijimos.” (Ia., q.105, a. 5, ad 3um)

Conocer la verdad es un ejercicio o acto de la luz intelectual, puesto que, según dice el Apóstol en Ef 5,3, todo lo que se manifiesta es luz. Pero cualquier ejercicio de una facultad implica movimiento, si tomamos esta palabra en su sentido amplio, de modo que también el entender y el querer puedan llamarse movimientos, como lo hace el Filósofo en el libro II De anima. (…) todos los movimientos, tanto corporales como espirituales, se reducen al primer motor universal, que es Dios. De modo que, por perfecta que se suponga una naturaleza corporal o espiritual, no logrará producir su acto si no es movida por Dios; (…) De donde se sigue que la acción del entendimiento, como la de cualquier otra criatura, depende de Dios doblemente: porque recibe de él la forma por la que obra, y porque de él recibe además el impulso para obrar.” (Ia. IIae., q. 109, a. 1, c.)

La naturaleza del hombre puede ser considerada en un doble estado: el de integridad, que es el de nuestro primer padre antes del pecado, y el de corrupción, que es el nuestro después del pecado original. Pues bien, en ambos estados, la naturaleza humana necesita para hacer o querer el bien, de cualquier orden que sea, el auxilio de Dios como primer motor, según acabamos de exponer.” (Ia. IIae., q. 109, a. 2, c.)

El hombre es dueño de sus actos, tanto de querer como de no querer, debido a la deliberación de la razón, que puede inclinarse a una u otra parte. Por eso, si es dueño también de deliberar o no deliberar, esto se deberá, a su vez, a una deliberación anterior. Pero como no se puede continuar así hasta el infinito, hay que llegar finalmente a un término en que el libre albedrío es movido por un principio exterior que está por encima de la mente humana, y que es Dios, como también prueba el Filósofo en el capítulo De bona fortunaPor tanto, la mente humana, aun en estado de integridad, no tiene tal dominio de su acto que no necesite ser movida por Dios. Y mucho más necesita esta moción el libre albedrío del hombre después del pecado, debilitado como está para el bien por la corrupción de la naturaleza.” (Ia. IIae., q. 109, a. 2, ad 1um)

Como ya dijimos, la gracia puede entenderse de dos maneras. O es un auxilio divino que nos mueve a querer y obrar el bien, o es un don habitual que Dios infunde en nosotros. Y en ambos sentidos la gracia puede ser dividida en operante y cooperante. La operación, en efecto, no debe ser atribuida al móvil, sino al motor. Por consiguiente, cuando se trata de un efecto en orden al cual nuestra mente no mueve, sino sólo es movida, la operación se atribuye a Dios, que es el único motor, y así tenemos la «gracia operante». Si, en cambio, se trata de un efecto respecto del cual la mente mueve y es movida, la operación se atribuye no sólo a Dios, sino también al alma. Y en este caso tenemos la «gracia cooperante».

Ahora bien, en nosotros hay un doble acto. El primero es el interior de la voluntad. En él la voluntad es movida y Dios es quien mueve, sobre todo cuando la voluntad comienza a querer el bien después de haber querido el mal. Y puesto que Dios es quien mueve la mente humana para impulsarla a este acto, la gracia se llama en este caso operante. El otro acto es el exterior. Como éste se debe al imperio de la voluntad, según expusimos arriba, es claro que en este caso la operación debe atribuirse a la voluntad. Pero, como aun aquí Dios nos ayuda, ya interiormente, confirmando la voluntad para que pase al acto, ya exteriormente, asegurando su poder de ejecución, la gracia en cuestión se llama cooperante. Por eso San Agustín, tras sus palabras arriba citadas (En camb.), añade: Obra para que queramos; y cuando ya queremos, coopera para que acabemos la obra. Por consiguiente, si se toma la gracia como una moción gratuita de Dios, por la que nos impulsa a realizar un bien meritorio, con razón se la divide en operante y cooperante.” (IIa, IIae., q. 111, a. 2, c.)

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Debido a ello, algunos tomistas interpretan a San Agustín en este punto como hablando solamente de las gracias que de hecho Dios da o no da a las creaturas. Es claro para todo el mundo que de hecho Dios no dio a Adán la gracia de la perseverancia en el bien, sencillamente porque Adán no perseveró. Porque no estamos hablando de la gracia de poder perseverar en el bien, sino de la gracia de perseverar de hecho en el bien, y ésa es claro que Adán no la tuvo, porque de hecho no perseveró, y es claro entonces que Dios no se la dio, porque cuando se le da algo a alguien, ese alguien pasa a tener ese algo, de lo contrario no le habría sido dado, en todo caso se habría intentado dárselo, sin éxito.

Cuando San Agustín, entonces, dicen estos tomistas, dice que Adán no recibió la gracia de perseverar en el bien, mientras que los mártires cristianos sí la recibieron, está afirmando simplemente un hecho innegable, sin entrar en la cuestión de si hubiese podido ser verdad que Adán perseverase en el bien sin recibir de Dios la misma gracia, en esencia, que recibieron los mártires, que sí perseveraron en el bien.

Cuando San Agustín, dicen estos tomistas, dice que Adán recibió la gracia de poder perseverar en el bien, si quería, ese “si quería” puede perfectamente depender de la gracia divina intrínsecamente eficaz para pasar a ser un querer efectivo.

Es decir, sin duda que la gracia suficiente da la capacidad de hacer el bien si uno quiere hacerlo, lo que no da es el querer hacerlo mismo, para eso hace falta la gracia intrínsecamente eficaz, es decir, eficaz por sí misma y no por el consentimiento de la creatura.

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Pero algunas frases de San Agustín son problemáticas para esta interpretación. San Agustín dice que Adán no necesitaba otra gracia distinta de la que de hecho recibió, que era la de poder perseverar en el bien si quería.

Dice también que Dios quiso mostrar primero lo que puede el libre albedrío de la creatura racional, y luego lo que puede Su gracia. Eso, podrían decir estos tomistas, puede entenderse simplemente en sentido de que el libre albedrío de la creatura racional, sin la gracia divina intrínsecamente eficaz, y con sólo la gracia suficiente, puede hacer el bien, pero de hecho no lo hace, que es lo que pasó con Adán, mientras que los mártires, de hecho lo hicieron, es decir, perseveraron en el bien, por la gracia divina intrínsecamente eficaz.

Pero el caso es que ahí mismo San Agustín habla también de los ángeles buenos, que, supuestamente según San Agustín en la misma situación que Adán antes de la caída, con la sola gracia suficiente o “adiutorium sine quo” eligieron el bien y entraron en la Bienaventuranza.

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Por eso otros tomistas, como Vicente Contenson O.P., hacen otra interpretación de ese texto de San Agustín.

Transcribo algo extensamente las palabras de Contenson al respecto:

Tampoco satisface aquella respuesta que algunos autores más recientes han dado para suavizar los testimonios de san Agustín, y en la cual confía tanto nuestro Gonet, que afirma no encontrar en esos pasajes dificultad alguna que no pueda resolverse con una atenta lectura de los capítulos respectivos.

Pues, dicen, no habla san Agustín de cualquier gracia en el estado de inocencia, sino sólo de aquella que fue concedida a los ángeles y a los primeros padres ya caídos, la cual ciertamente no fue un auxilio por el cual se persevera —es decir, eficaz—, sino un auxilio sin el cual no se puede perseverar, esto es, suficiente.

Pero esta respuesta no satisface. Porque san Agustín no sólo compara la gracia y el auxilio dados a los ángeles y hombres caídos con el auxilio de la gracia dado a los santos en el estado presente, sino que también distingue la gracia dada a los ángeles buenos —por la cual ellos solos perseveraron— de la gracia dada a los santos de este estado.

Aquella gracia (la de los ángeles buenos) daba el poder de perseverar, pero no el acto de perseverar, ya que se dejaba a la libre determinación del albedrío; esta otra gracia (la de los santos en el estado presente), en cambio, da no sólo el poder, sino también el actuar mismo.

Es más, san Agustín dirige toda la intención de aquellos capítulos precisamente a explicar esta distinción, como si fuera el objetivo único de ellos. Porque, habiendo caído los ángeles malos por el libre albedrío, por ese mismo libre albedrío perseveraron los buenos, el cual entonces era tal, que podía querer tanto el bien como el mal —como decíamos antes, según el mismo Agustín.

Por eso, en el capítulo 10, el santo Doctor tiene estas palabras, que refutan por completo la respuesta traída:

“Por tanto, confesamos con suma salud del alma —lo cual creemos con rectísima fe— que Dios, Señor de todas las cosas, que creó todas como muy buenas, y previó que de los bienes surgirían los males, supo que pertenecía más a su suma omnipotente bondad hacer el bien incluso de los males, que no permitir que existieran los males; que por eso ordenó la vida de los ángeles y de los hombres, de tal modo que en ella mostrase primero lo que podía el libre albedrío, y luego lo que podía el beneficio de su gracia y el juicio de su justicia. Finalmente, algunos ángeles, cuyo príncipe es el que se llama diablo, por libre albedrío se alejaron del Señor Dios; pero aunque huyeron de su bondad, por la cual fueron bienaventurados, no pudieron huir de su juicio, por el cual fueron hechos miserabilísimos. Los demás (y en estas palabras reside toda la fuerza de este testimonio) por el mismo libre albedrío permanecieron en la verdad, y por no tener en sí causa de caída futura, merecieron saber con certeza que nunca habrían de caer.”

Y esto mismo lo inculca el Santo Doctor en el De dono perseverantiae, cap. 7, con estas palabras:

“Quien no es inducido a la tentación, no se aparta de Dios. Esto no está en absoluto en las fuerzas del libre albedrío, tal como ahora es; pero lo estuvo en el hombre antes de que cayera.Y cuánto valía esa libertad de la voluntad en la excelencia de aquella primera condición, apareció en los ángeles, que, mientras el diablo caía con los suyos, permanecieron en la verdad, y merecieron llegar a la seguridad perpetua de no caer, en la cual estamos ahora certísimos de que están. Pero después de la caída del hombre, Dios no quiso que el acceso del hombre a Él perteneciera sino a su gracia; ni quiso que el hombre no se apartara de Él, sino por su gracia.”

Me alegro sinceramente por la felicidad de aquellos que no experimentan dificultad alguna en estos testimonios, y no considero menor su buena fortuna que la de quienes no sienten el frío en invierno ni el ardor del sol en los días mismos de la canícula abrasadora. Pues cuando Agustín declara abiertamente que “Dios ordenó así la vida de los ángeles y de los hombres, para mostrar en ella, primero, lo que puede el libre albedrío, y luego, lo que puede el beneficio de su gracia”, es manifiesto que en ese lugar Agustín indaga la diferencia característica del auxilio de la gracia en cada uno de los dos estados (el de inocencia y el de naturaleza caída), para que en esta investigación quedara clara tanto la fuerza del libre albedrío sano, como el poder omnipotente de la gracia medicinal. Y las mismas palabras expresan esto con mayor claridad que si estuvieran delineadas con rayos solares; y añadirles algo sería como quitarles perfección.”

(Theologia mentis et cordis, T. I, Libro VIII, dissert. I, cap. II, espec. II)

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La solución de Contenson es la siguiente: no es que San Agustín haya negado la necesidad de la gracia intrínsecamente eficaz en Adán antes de la caída para perseverar en el bien, pero tampoco la ha afirmado, y se ha limitado a decir lo que Adán necesitaba o no mirando solamente al hecho de que la naturaleza humana de Adán no estaba, como está la nuestra, afectada por las consecuencias del pecado original.

Sin duda que en nosotros la gracia intrínsecamente eficaz también es necesaria en nuestro caso para vencer la concupiscencia y las malas inclinaciones que son la herencia del pecado de Adán, y que bajo ese título, Adán no necesitaba, por tanto, esa gracia intrínsecamente eficaz.

Ahora bien, dice Contenson, ése era el único punto de vista en que San Agustín había querido situarse en esta obra, por tanto, no se plantea aquí, simplemente, la cuestión de la necesidad o no de la gracia intrínsecamente eficaz para Adán antes de la caída.

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Dice en efecto Contenson:

 “No puedo decir nada contra la verdad, sino por la verdad; pues ser vencido por ella es glorioso, ya que cuando somos vencidos por la verdad, somos vencedores, porque si la verdad nos vence, nosotros somos vencedores del error. Por tanto, no puedo negar que Agustín, en los tres capítulos antes mencionados, compara la gracia en cada uno de los dos estados (el estado de inocencia y el de naturaleza caída), y expone las diferencias de los auxilios necesarios en sí mismos para esos estados.

Ahora bien, cómo nuestra doctrina acerca de la necesidad de la premoción (divina) en todo estado puede mantenerse en armonía con esta enseñanza, con esa distinción tan claramente explicada por Agustín a lo largo de tres capítulos completos, explicar esto ciertamente es una tarea ardua y laboriosa. Pero con la ayuda de Dios, en cuyas manos estamos nosotros, nuestras palabras y el mismo Agustín, debemos afrontar y resolver esta dificultad a la luz de su pensamiento.

Debemos decir, por tanto, que Agustín compara la gracia como necesaria en sí para ambos estados —sano o caído— según los propios “méritos”, por así decir, de cada estado, y teniendo en cuenta la condición del hombre sano y la del enfermo.

Y en este sentido, es cierto que, aunque el hombre caído y débil necesita de un auxilio invencible para que su voluntad no sucumba en su fragilidad entre tantas y tan grandes tentaciones provocadas por la concupiscencia rebelde que siempre combate, sin embargo, en el estado sano e íntegro de inocencia, no necesitaba de tal auxilio en sí mismo, sino que en virtud de ese estado solo exigía para sí una gracia suficiente, con la cual, contando con el solo concurso general (el cual Agustín no discute allí si era previo o solo simultáneo, sino que deja su examen para otro lugar, o bien lo presupone como dado por la fe, o lo omite como una cuestión filosófica inútil para resolver la dificultad propuesta), podía perseverar si quería, con la misma facilidad con la que podía caminar; porque así como había recibido de Dios en la creación la facultad sana e íntegra de progresar (es decir, caminar), así también recibió una voluntad adherida a Dios, robusta con todas las virtudes y fuerzas necesarias para obrar en el orden sobrenatural con gran fecundidad.

Para mayor esclarecimiento de esto, debe considerarse que Agustín, en todos sus libros sobre la gracia de Cristo, disputa contra los Pelagianos o contra los restos del pelagianismo, quienes —siendo herejes— negaban que la naturaleza humana hubiera sido dañada por el pecado original, y por tanto también negaban la necesidad de la gracia.

Agustín, por el contrario, establece como fundamento el principio opuesto, en el libro VIII, Disertación I, capítulo II, cuando dice:

«Fue socorrida, pues, la debilidad de la voluntad humana para que, mediante la gracia divina, actuara de forma infalible e irresistible»,

afirmando, pues, que la naturaleza y la libertad para obrar bien han sido heridas por el pecado y casi reducidas a la nada. Sobre este fundamento, contrario al pelagianismo, construye continuamente la conclusión de la necesidad de la gracia.

Por eso, en todos sus libros deduce la necesidad, eficacia, poder, victoria y triunfos de la gracia a partir de la debilidad de la naturaleza.

Y aunque a veces insinúe otros principios de la eficacia de la gracia, a saber, la causalidad de la ciencia y voluntad divina, el poder omnipotente de Dios, su señorío supremo sobre todas las causas —incluso las libres—, la imposibilidad de una ciencia media propuesta por otros, y otras doctrinas semejantes, sin embargo, coloca todo el fundamento de su causa y toda la firme necesidad de la gracia vencedora en la debilidad de la naturaleza, negada por los Pelagianos y finalmente confesada por los Semipelagianos de Marsella.

¿Qué tiene, pues, de extraño que niegue que la gracia eficaz sea necesaria en el estado sano, si coloca su eficacia en la virtud medicinal (de la gracia), la cual, evidentemente, no es necesaria para quienes gozan de buena salud?

(…)

Ves hasta qué punto quiere san Agustín que reconozcamos que necesitamos una gracia muy poderosa, indefectible, victoriosa y en sí misma plenamente eficaz, porque nuestra voluntad, debilitada por el pecado y seducida por la fuerza de la concupiscencia corrompida, sin tal auxilio tan fuerte, desfallecería.

Por eso afirma con verdad que el hombre no necesitaba este auxilio que sana la enfermedad, que obliga la lentitud y el desgano, que suaviza la dificultad, que vence los amores del mundo, los temores, los errores y que supera todo lo que amenaza, seduce o atormenta; no lo necesitaba, digo, en cuanto se trata de una necesidad por razón de enfermedad, de corrupción o de debilidad.

Pero si lo necesitaba por otro título, a saber, por el título de subordinación (es decir, como causa segunda dependiente de la primera), eso Agustín no lo discute aquí, ni era necesario para refutar las quejas de los adversarios.

Porque era absolutamente cierto que el hombre en estado de inocencia no necesitaba un auxilio por el cual perseverase en acto, como lo necesita la voluntad del hombre enfermo.

De modo que, aunque fuese posible o imposible aquel auxilio que sería necesario por razón de subordinación, la integridad del primer hombre para nada lo habría deseado; y sin embargo, el hombre enfermo sí lo necesitaría, aunque no se lo exigiese la razón de subordinación de la causa segunda a la primera.” (Ibid.)

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En el caso de los ángeles buenos, entonces, y en tanto lo equipara con el caso de Adán antes de la caída, San Agustín estaría diciendo, según esta interpretación de Contenson, que para efectivamente adherir a la Voluntad divina como de hecho adhirieron no necesitaban otra gracia que la suficiente, no absolutamente hablando, sino mirando al hecho de que tampoco ellos estaban afectados, obviamente, por las consecuencias del pecado original.

Eso deja lugar para decir que, absolutamente hablando, sí necesitaron de la gracia divina intrínsecamente eficaz para adherir a la Voluntad de Dios.

De hecho, en ese sentido va este otro texto de San Agustín en “La Ciudad de Dios“, donde hablando de los ángeles dice: 

Aquellos, sin embargo, que, aunque fueron creados buenos, se hicieron malos (por una mala voluntad propia, que no la produjo la buena naturaleza, sino que surgió cuando esta voluntariamente se apartó del bien, de modo que la causa del mal no sea el bien, sino la defección del bien), o bien recibieron menor gracia del amor divino que aquellos que perseveraron en el bien, o, si ambos fueron creados igualmente buenos, entonces, al caer estos por su mala voluntad, los otros fueron ayudados más abundantemente hasta alcanzar aquella plenitud de la bienaventuranza de la cual estarían ya segurísimos de no caer jamás; como ya también tratamos en el libro que sigue a este." (De civ. Dei, XII, 9, 2)

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Como dice Contenson, San Agustín polemiza con los pelagianos, que negaban la necesidad absoluta de la gracia porque negaban el pecado original. San Agustín afirma contra eso que como consecuencia del pecado original, el hombre necesita la gracia de Dios para poder hacer el bien y salvarse, y no solamente para poder hacerlo, sino para hacerlo de hecho. Algunos monjes de Hadrumeto objetan entonces que no tiene sentido corregir al que peca, porque si peca es porque no recibió la gracia de no pecar, cosa que no ha estado en todo caso en su poder. San Agustín responde, en síntesis, que si no recibió esa gracia, es en pena del pecado de Adán, pero más aún, que la gracia en definitiva es gracia, y en particular, obra de la Misericordia divina respecto de lo que estaban en justicia condenados en Adán, de modo que Dios es libre de darla a quién Él quiere. Y entonces se plantea la cuestión de Adán mismo, que tampoco recibió la gracia de perseverar en el bien, y que sin embargo no era heredero, obviamente, del pecado original.

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En realidad, según lo que venimos diciendo, San Agustín habría podido responder que la gracia es siempre gracia, y por tanto, libremente dada por Dios, en el estado que sea. De hecho, el caso de Adán muestra los límites de apelar al pecado original y a la “masa condenada” para explicar la gratuidad de la gracia, y la necesidad de basarse en la sobrenaturalidad intrínseca de la misma para dar esa explicación.

Pero como San Agustín ha estado debatiendo con los pelagianos sobre la gratuidad de la gracia precisamente en el contexto de la negación del pecado original por parte de éstos, dentro de esa perspectiva, que es la que lo ha llevado a afirmar la necesidad de la gracia divina para incluso realizar de hecho el bien, su respuesta es que Adán no necesitaba otra gracia que el “adiutorium sine quo”, para entendernos, la gracia suficiente, para de hecho hacer el bien.

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Sea lo que sea del debate entre Contenson y otros tomistas, contra la tesis de Molina está el hecho de que es contra todos los principios de la filosofía y la teología de San Agustín que haya algo bueno en el hombre que no sea don de Dios, y ciertamente que hacer el bien que se puede hacer es un bien distinto, y mayor, que poder hacerlo, y perseverar es un bien distinto y mayor que poder perseverar, y querer perseverar es un bien distinto y mayor que poder quererlo.

Por tanto, ambas cosas han de ser, para San Agustín, don de Dios, el poder hacer el bien, y el hacerlo de hecho, y eso siempre, no solamente después del pecado original, más aún, para toda creatura racional, no solamente para el hombre.

En efecto, uno de los textos claves de San Agustín en este tema es el pasaje de San Pablo en I Cor. 4, 7: “¿Qué tienes que no hayas recibido?” San Agustín lee este texto a la luz de la metafísica de la participación, según la cual todo bien que hay en la creatura es una participación en el Bien por excelencia que es Dios.

Digo que todas estas cosas son buenas; pero, sin embargo, las nombré con sus nombres, diciendo: cielo bueno, ángel bueno, hombre bueno; no obstante, cuando hablo de Dios, creo mejor no decir más que es bueno. El mismo Señor Jesucristo dijo: Hombre bueno; y asimismo dijo: Uno solo es bueno, Dios. ¿Por ventura no nos estimuló a indagar y distinguir qué sea el bien bueno por otro bien, y el bien bueno por sí? Luego ¡Cuan bueno es Aquel por el cual todas las cosas son buenas! No encontrarás en absoluto ningún bien que no sea bien si no es por Él.” (Ennarr. In Psalm., 134).

Esta participación de la creatura en el bien que en Dios se realiza en forma suprema no mira solamente al ser de la creatura, sino también a su obrar. Es conocido el cambio de forma de pensar de San Agustín, que primero creía que la fe es obra exclusivamente nuestra, y en premio a esa fe Dios daba la gracia para las buenas obras, y luego comprendió que la misma fe (y no solamente la capacidad de creer) es un don de Dios.

No consideraba que la fe fuera prevenida por la gracia, de suerte que por ésta nos fuese otorgado todo lo que convenientemente pedimos, sino en cuanto que no podríamos creer sin la predicación previa de la verdad; mas en cuanto al asentimiento o creencia en ella, una vez anunciado el Evangelio, juzgaba yo que era obra nuestra y mérito que procedía de nosotros. (…) Por consiguiente, lo que dije a continuación: Pues dice el mismo Apóstol que Dios es el que obra todas las cosas en todos, siendo así que nunca se ha dicho: “Dios cree todas las cosas en todos", y lo que después añadí: “Luego lo que creemos es mérito nuestro, mas di obrar bien es de aquel que da el Espíritu Santo a los que creen", de ninguna manera lo hubiera yo dicho si ya entonces hubiera sabido que ‘también la fe es uno de los dones de Dios que nos son dados por el Espíritu Santo. Ambas cosas las realizamos nosotros por el consentimiento del libre albedrío; y ambas cosas, no obstante, nos son dadas también por el Espíritu de fe y de caridad.”

Y no restringe esto solamente al caso de la fe, sino que en general distingue entre la capacidad de hacer el bien y el hacer el bien de hecho, y afirma que ambas cosas son un don de Dios.

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Eso lo vemos claro por lo menos en la misma distinción que hace San Agustín, hablando de la perseverancia en el bien, entre el “adiutorium sine quo” y el “adiutorium quo”, es decir, la gracia que da la capacidad de perseverar en el bien si se quiere hacerlo, y la gracia que hace que de hecho se persevere en el bien, pues hace que se quiera perseverar.

Es indudable que, si queremos, podemos cumplir lo ordenado. Mas como nuestra voluntad es por Dios preparada, razón es que tanta voluntad le pidamos cuanta suficiente sea para que queriendo cumplamos. Cierto que queremos cuando queremos; pero aquél hace que queramos el bien, del que fue dicho: La voluntad es preparada por el Señor, y Dios ordena los pasos del hombre, guía y sostiene al que va por buen camino, y Dios es el que obra en vosotros el querer. Sin duda que nosotros obramos cuando obramos; pero El hace que obremos al dar fuerzas eficacísimas a la voluntad, como lo dijo: Haré que viváis en mis justificaciones y que observéis y cumpláis mis preceptos. Cuando dice: Haré que viváis, ¿qué otra cosa dice sino arrancaré de vosotros el corazón de piedra, por el que no obráis, y os daré el corazón de carne, por el que obraréis? Y esto, ¿quizá es otra cosa quo os quitaré el corazón duro, que os impedía obrar, y os daré un corazón obediente, que os haga obrar?

Objetar que todo esto lo dice San Agustín para el hombre caído y no para el hombre o la creatura en general sería poner a San Agustín en conflicto consigo mismo, es decir, con su visión metafísica general según la cual nada bueno puede haber en la creatura que no proceda del Creador.

Por eso, lo que dice San Agustín se debe entender así: Adán recibió de Dios la gracia por la cual podía perseverar en el bien, si quería, y para que de hecho quisiese perseverar, era necesaria otra gracia de Dios, que de hecho Adán no recibió, porque Dios, en su justo y sabio designio, libremente no se la quiso dar.

En cuanto a que la gracia eficaz, para San Agustín, sea necesaria solamente después del pecado original, porque es necesaria solamente para combatir la concupiscencia, esa interpretación no es la única posible. San Agustín dice que después del pecado de Adán hace falta una gracia mayor que la que hacía falta antes de ese pecado, y ciertamente que la gracia por la que se vence la concupiscencia es mayor que la gracia por la que solamente se hace el bien que se puede hacer, pero tal vez alcance con pensar que se trata de una gracia mayor porque una cosa es mover eficazmente al bien sin que haya nada en la creatura que se oponga a ello, y otra mover eficazmente al bien existiendo ese factor opuesto en la creatura.

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En resumen, si bien San Agustín dice que Adán no necesitaba otra gracia que la que tenía, que sólo le daba la capacidad de no pecar y de hacer el bien, eso se puede entender en el sentido de que no necesitaba otra gracia que lo ayudase a vencer la concupiscencia, no que no necesitase otra gracia absolutamente hablando.

Cuando San Agustín dice que con el “adiutorium sine quo”, o gracia suficiente para poder no pecar, Adán podía hacer el bien, si quería, eso se puede entender de dos maneras: que además podía de hecho quererlo sin necesidad de otra gracia distinta, o que no. Y lo primero, además, se puede entender también de dos maneras: en sentido compuesto y en sentido dividido.

En sentido compuesto, así: es posible que esta proposición sea verdadera: “sin recibir otra gracia distinta del “adiutorium sine quo”, Adán quiere de hecho perseverar y persevera”.

En sentido dividido: así: “de suyo Adán, con el “adiutorium sine quo”, tiene la capacidad de querer perseverar y de perseverar, aún cuando de hecho nunca será verdad que quiera y persevere de hecho sin el “adiutorium quo”.

Pues bien, negamos que necesariamente esa proposición de San Agustín deba entenderse en el sentido compuesto mencionado, y sostenemos que lo coherente con toda la doctrina filosófica y teológica de San Agustín es entenderlo en el sentido dividido que hemos indicado. Las razones son las arriba dadas acerca de la participación en el bien según San Agustín.

Y si se dice que no se entiende en esa hipótesis la respuesta de San Agustín al que pregunta por qué se lo corrige si no ha recibido la gracia de perseverar en el bien, porque entonces no podría decirle que es en pena de un pecado anterior, y que cuando no es en pena de un pecado anterior, como es el caso de Adán, es porque en ese caso esa gracia no era necesaria, se responde que San Agustín puede responder que cuando la negación divina de la gracia de la perseverancia no es en pena de un pecado anterior, de todos modos Dios da al hombre la gracia de poder perseverar en el bien si quiere, de modo que si no persevera, es porque no quiere, y por tanto, es responsable.

Aquí está lo central de la doctrina acerca de la gracia y la libertad. No tenemos experiencia de una causa que produzca actos libres. Por eso nos cuesta entender que si Dios mueve a la creatura para que ésta actúe libremente, entonces la creatura actúa de modo libre, de modo que si Dios no la mueve para que realice determinado acto libre, entonces libremente la creatura deja de realizarlo. En esos casos, Dios da a la creatura racional la gracia de poder perseverar en el bien si quiere. No le da la gracia de querer perseverar, y entonces, la creatura libremente no quiere perseverar.

 

45 comentarios

  
Rubén (de Argentina)
¡Qué artículo! Leerlo ya es arduo por la profundidad de los conceptos que trata, ¡cuanto más habrá sido el escribirlo! ¡Y que mente San Agustín! Evidentemente habitaba el Espíritu Santo en él. Y comparto su punto de vista acerca de la ignorancia, cuando dice:

Porque si, como dice la Verdad, nadie se libra de la condenación causada por Adán sino por la fe en Jesucristo, y aun así no se libran de esta condenación quienes podrán decir que no oyeron el Evangelio de Cristo —puesto que la fe viene del oír—, ¿cuánto menos se librarán quienes dirán: ‘No recibimos la perseverancia’?
Como dice la Escritura: "Mi pueblo perece por falta de conocimiento", de modo que la ignorancia mata. Creo, no lo puedo afirmar, que el dogma de fe que emanó del Concilio de Lyon (y posteriormente refrendado por el Concilio de Florencia) respecto de que nadie que muera con el pecado original gozará de la visión beatífica se nutre de las enseñanzas de San Agustín. Es curioso también que la Iglesia haya desconocido este dogma de fe cuando dictaminó que

“…quienes, ignorando sin culpa el Evangelio de Cristo y su Iglesia, buscan, no obstante, a Dios con un corazón sincero y se esfuerzan, bajo el influjo de la gracia, en cumplir con obras su voluntad, conocida mediante el juicio de la conciencia, pueden conseguir la salvación eterna.”
Si mueren con la mancha del pecado original, aunque no tengan pecado actual, padecerán la pena de daño (no tendrán la pena de sentido pero a Dios no lo verán). Es notable que el Catecismo de San Pío X dice lo mismo que Lumen Gentiun pero con una CRUCIAL diferencia:

172.- ¿Podría salvarse quien sin culpa se hallase fuera de la Iglesia?
Quién sin culpa, es decir, de buena fe, se hallase fuera de la Iglesia y hubiese recibido el bautismo o, a lo menos, tuviese el deseo implícito de recibirlo y buscase, además, sinceramente la verdad y cumpliese la voluntad de Dios lo mejor que pudiese, este tal, aunque separado del cuerpo de la Iglesia, estaría unido al alma de ella y, por consiguiente, en camino de salvación.
El Catecismo de San Pío X REQUIERE EL BAUTISMO (ya sea sacramental, de sangre, de deseo) como requisito indispensable para que opere la ignorancia invencible, requisito que no está presente en Lumen Gentium. Ahora hay que hacerle justicia al artículo porque claramente expone que la muerte con solo el pecado original, lleva a la condenación (como afirma el dogma de fe olvidado por L.G.):

...la gracia de la perseverancia, y todas las gracias en general después del pecado de Adán, son dadas libre y gratuitamente por Dios a quien quiere misericordiosamente darlas, no estando obligado a darlas a ninguno, pues por el pecado original todos están justamente bajo el decreto de la condenación eterna, de modo que no se puede reprochar a Dios por no dar una gracia tal que, faltando ella, el hombre hace libremente, y por tanto, culpablemente, el mal.
Por todo esto lo que se puede concluir es que la redacción de LG respecto de los que mueren en ignorancia invencible, es defectuosa, por decir lo menos. Correcto es el Catecismo de San Pío X.

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Muchas gracias. En realidad, lo que dice "Lumen Gentium" es lo mismo que dice el Catecismo de San Pio X, porque en éste figura la palabra clave "implícito": un deseo implícito del Bautismo es uno que no necesariamente conlleva la idea consciente del Bautismo en la mente del que así desea, sino que se lo puede ver "implícito" en su propósito de obrar siempre de acuerdo con la ley moral natural, conocida por la voz de su conciencia.

Es claro que nadie se salva sin que se le borre el pecado original, por eso mismo, en estos casos de ignorancia invencible del Evangelio, se entiende que la gracia de Dios, por caminos por Él sólo conocidos, borra el pecado original en los que de esa manera se salvan.

Saludos cordiales.
21/06/25 8:17 PM
  
Las teologías son obra del hombre.
D. Néstor:

Demasiado prolijo y enrevesado para mi pobre mente.
Lo que yo entiendo de cierto es que todos los hombres nacemos con la misma Gracia entregada por Dios para santificarnos. Porque de no ser así, no sería Dios.
Qué el Bautismo es básicamente un exircismo que nos libra del pecado original cuando no tenemos uso de razón.
Y que es nuestro libre albedrío, el nuestro, nuestra propia voluntad en exclusiva la causa de que decidamos pecar o no pecar contra Dios.

Gracias y un saludo.

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En realidad, los hombres no nacemos con gracia ninguna, precisamente porque nacemos con el pecado original, y por eso el Bautismo nos libra del pecado original. Eso no constituye propiamente un exorcismo, aunque el Bautismo va acompañado de un exorcismo, porque el pecado original no es lo mismo que la posesión diabólica o la influencia diabólica en general.

Decir que nuestra sola voluntad es la causa de que decidamos no pecar contra Dios es ir contra la doctrina de la Iglesia que enseña que sin la gracia de Dios no podemos tomar esa clase de decisiones, como dice el Señor en el Evangelio según San Juan: "Sin mí, nada pueden hacer".

Saludos cordiales.
21/06/25 9:03 PM
  
Federico Ma.
Muchas gracias, Néstor.

Recién empiezo (puede que luego lo aclares, pero, así y todo, el párrafo que sigue me parece que podría inducir a equívoco):

"En el primer caso, en el cual el pecado original ya no está presente, la culpa que hace que se le niegue la gracia de no pecar procede del libre albedrío de la persona, por el que no ha querido perseverar en la gracia que recibió en el Bautismo".

Según esto, si lo interpreto bien, parece que la culpa hace que se le niegue (al que comete la culpa) la gracia de no pecar de hecho (gracia eficaz, podríamos decir), lo cual parece problemático, a no ser que esa culpa (la primera) haga que se le niegue al pecador la gracia con la que no hubiera de hecho cometido otra culpa. Porque está claro que es por la moción eficaz divina por la que no se peca de hecho: moción que, cuando es sobrenatural, se denomina "gracia".

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En efecto, así dicho es problemático, por eso pongo a continuación que probablemente debido a que esa respuesta es insuficiente, San Agustín acude luego al argumento de la "masa condenada" por el pecado original, de la cual Dios saca misericordiosamente por su gracia a los que Él quiere sacar.

Aplicado al caso anterior, eso quiere decir, entiendo, que si alguno luego de bautizado peca, y no se convierte antes de morir, es porque no figura de hecho entre aquellos que desde la Eternidad Dios ha elegido para sacarlos de la "massa damnata", y por ello es que no ha recibido la gracia eficaz para no pecar, la cual sin duda que es condición necesaria para no pecar, y en ese sentido, lógicamente anterior al hecho mismo de evitar el pecado.

Saludos cordiales.
21/06/25 10:04 PM
  
Pedro1
Don Néstor:
Si lo he entendido bien, usted dice a "Las teologías..." que antes del Bautismo, los hombres no recibimos gracia ninguna, porque nacemos con el pecado original y el Bautismo nos libra del pecado original. Pues bien, en el caso de que un adulto decida acercarse a una parroquia para recibir la catequesis, ¿no está Dios dándole la gracia necesaria para el querer y el obrar? Y si durante la catequesis recibe los dones o virtudes espirituales de la fe, la esperanza y la caridad, ¿no está Dios derramando su gracias en él a pesar de no estar aún libre del pecado original?

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Hay dos cuestiones distintas: si se puede tener la gracia antes del Bautismo y si se puede tener la gracia al tiempo que se tiene el pecado original.

Hay que distinguir, también, entre la gracia santificante y la gracia actual.

La gracia santificante es un don habitual, normalmente recibido en el Bautismo, que nos justifica, nos borra el pecado original y nos hace hijos de Dios. De ella hablamos cuando decimos que hay que estar en gracia de Dios.

La gracia actual es una moción de nuestro intelecto o voluntad dada por Dios para que veamos o hagamos algo, respectivamente. Es don no habitual, sino por así decir "pasajero", como cuando empujamos algo para que se mueva.

No se puede tener al mismo tiempo la gracia santificante y el pecado original, porque uno de los efectos de la gracia santificante es borrar el pecado original.

Sí se puede tener gracias actuales estando aún bajo el pecado original, que orientan a la persona a la conversion, a la fe, al Bautismo.

La Iglesia enseña que si el catecúmeno muere antes de bautizarse, pero con la intención de llegar al Bautismo, tiene el Bautismo de deseo, y eso quiere decir que al menos en ese caso, el catecúmeno recibe la gracia santificante sin el Bautismo sacramental, se le borra entonces el pecado original y va al Cielo.

Saludos cordiales.
21/06/25 11:40 PM
  
sofía
Dicen ustedes lo de siempre: es imposible que la criatura quiera perseverar a menos que Dios la haga querer perseverar y si Dios ha decidido sin ningún motivo ni culpa de la criatura que no quiere hacerle querer perseverar, la criatura no podrá querer perseverar, así que no sé de qué pretenden ustedes que es responsable esa hipotética criatura.
Lo suyo es que Dios dé gracia suficiente a todos al menos para pedirle la gracia eficaz y como dice Jesucristo: pedid y recibiréis.
Pero usted dirá que lo mismo pasa con la petición, que no se puede querer pedir a menos que Dios te haga querer pedir.
Desde ese planteamiento, lo cierto es que no se puede responsabilizar a nadie de no hacer el bien si "dios" ha decidido de antemano antes de que naciera que no va a darle lo necesario para que quiera hacer el bien, en cuyo caso es imposible que lo quiera y que lo haga.
No se ve cómo puede ser justo ese hipotético "dios" que crea seres predeterminados a actuar mal a menos que él lo remedie, que decide no darles lo que necesitarían para actuar bien y al mismo tiempo los hace responsables de no actuar bien, cuando realmente no pueden hacerlo sin que Dios los mueva a hacerlo. No tendrá por qué salvarles pero tampoco tiene por qué castigarles. Sí podría dejarlos desaparecer en paz, lo mismo que a un tigre o una mantis religiosa. En realidad no parecen tener más libertad que esos bichejos.
En fin, si yo tuviera que creer en ese "dios" preferiría ser atea. Afortunadamente creo en el Dios que se ha revelado en Jesucristo.
Y afortunadamente sé que no tengo por qué´creer en la reprobación negativa antecedente que ustedes exponen, porque la Iglesia permite otras explicaciones de la predestinación diferentes. Me vale cualquiera de las explicaciones de cualquiera de los tomistas no bañecianos.
Saludos cordiales

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Hay que ver quiénes son "ustedes", y eso depende, otra vez, del sentido compuesto y el sentido dividido.

Si se dice que la perseverancia de la creatura es imposible en sentido dividido sin la gracia eficaz, eso es herético, pero no somos "nosotros" los que lo decimos.

Si se dice que la perseverancia de la creatura es imposible en sentido compuesto sin la gracia eficaz, eso lo decimos nosotros, pero, como se ve por el "post", ese "nosotros" incluye a San Agustín y a Santo Tomás de Aquino, entre otros.

En efecto, en la frase que "nos" atribuye: "no se puede querer pedir a menos que Dios nos haga querer pedir", hay que distinguir el sentido compuesto del sentido dividido.

Porque esa frase puede significar dos cosas distintas: 1) No es posible que alguien quiera pedir si Dios no lo hace querer pedir (sentido compuesto) 2) No es posible que alguien pueda querer pedir si Dios no lo hace querer pedir (sentido dividido).

Lo primero es lo que decimos "nosotros", incluyendo a San Agustín, Santo Tomás, y como veremos enseguida, el II Concilio de Orange y el Papa Bonifacio II, entre otros.

Lo segundo lo decían, que yo sepa, los jansenistas, que negaban el libre albedrío después del pecado original.

Lo primero es una afirmación de la necesidad de la gracia eficaz, lo segundo es una negación de la existencia del libre albedrío. La gracia eficaz no es necesaria para poder querer, sino para querer, cuando no se la tiene, no se quiere, pero eso no quiere decir que no se pueda querer.

Hay muchas cosas que se pueden hacer y sin embargo no se hacen.

Si Ud. plantea una objeción y se le responde con la distinción entre "sentido compuesto" y "sentido dividido", y con la distinción entre "querer" y "poder querer", la objeción está respondida, hasta que Ud. muestre la invalidez o impertinencia de esa distinción. Si Ud. responde que esa distinción no le interesa, entonces está simplemente abandonando la discusión.

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En efecto, pedir, orar a Dios, pedirle su gracia, es un gran don de la gracia divina.

Escuchemos al Doctor de la Gracia, justamente en esa carta 194 a Sixto, futuro Papa, que provocó las discusiones de los monjes de Hadrumeto:

"16. Podríamos decir que precede el mérito de la oración para conseguir el don de la gracia. Porque, cuando la oración consigue lo que consigue, muestra que es don de Dios, para que el hombre no piense que lo tiene de su cosecha; si lo tuviese en su poder no lo pediría. Sin embargo, no se crea que precede ni siquiera ese mérito de la oración en aquellos que en hipótesis han recibido una gracia no gratuita, que no sería ya gracia, sino paga del mérito. Para que nadie crea eso, la misma oración se cuenta entre los dones de la gracia. Dice el Doctor de los Gentiles: No sabemos qué pedir para orar como conviene. Pero el mismo Espíritu interpela por nosotros con gemidos inenarrables. ¿Por qué dice que interpela por nosotros sino porque nos hace interpelar? Interpelar con gemidos es certísimo indicio de indigencia, y no hemos de creer que el Espíritu Santo sea indigente de ninguna cosa. Dice que interpela porque nos hace interpelar, porque nos inspira el afecto de gemir e interpelar, según se ve en aquel pasaje del Evangelio: No sois vosotros los que habláis, sino que el Espíritu de vuestro Padre habla en vosotros. No se logra eso de nosotros, como si nosotros nada hiciésemos. Luego la ayuda del Espíritu Santo se expresa indicando que El hace lo que nos hace hacer.

17. El que, según esas palabras, interpela con gemidos inenarrables no es nuestro espíritu, sino el Espíritu Santo, que ayuda a nuestra debilidad, como claramente lo muestra el Apóstol. Comienza diciendo que el Espíritu Santo ayuda a nuestra debilidad; y luego añade: Porque no sabemos qué pedir para orar como conviene y todo lo demás. De este Espíritu dice en otra parte con mayor claridad: No habéis recibido el espíritu de servidumbre para recaer nuevamente en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopci6n de hijos, en el que clamamos: ¡Abba!, ¡Padre! Ves que aquí no dice que el Espíritu mismo clame orando, sino que en El clamamos: ¡Abba!, ¡Padre! Y, sin embargo, en otro lugar dice: Porque sois hijos, envi6 Dios a vuestro corazón el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba!, ¡Padre! Aquí no dice en el cual clamamos, sino que prefirió decir que el Espíritu Santo clama, porque hace que clamemos. Así se dice: El mismo Espíritu interpela con gemidos inenarrables, y también: Es el Espíritu de vuestro Padre el que habla en vosotros.

18. Como nadie posee la recta sabiduría, el recto entendimiento, ni el recto consejo, ni la recta fortaleza, nadie es piadoso con ciencia o sabio con piedad, nadie teme a Dios con temor casto si no recibe el espíritu de sabiduría y entendimiento, de consejo y fortaleza, de ciencia, piedad y temor de Dios; como nadie tiene valor verdadero, caridad sincera, continencia religiosa, sino por el espíritu de valor, caridad y continencia; del mismo modo, sin el espíritu de fe nadie creerá rectamente y sin el espíritu de oración nadie orará saludablemente. No es que sean tantos los espíritus, sino que todas estas cosas las obra un mismo Espíritu, que reparte sus dones a cada uno como quiere53, porque el Espíritu sopla donde quiere. Pero hemos de confesar que ayuda de un modo a aquellos en quienes aún no habita y de otro a aquellos en quienes habita. Cuando todavía no habita, los ayuda para que sean fieles; cuando habita, ayuda a los que ya son fieles."

Pero no se sigue de ahí que no se pueda responsabilizar al que no ora y no recibe la gracia y no hace la Voluntad de Dios.

Es justamente lo que sostiene San Agustín en "De Correptione": se los debe corregir, porque son responsables.

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Y eso es justamente la condena del semipelagianismo en el II Concilio de Orange, por ejemplo:

"Can. 3. Si alguno dice que la gracia de Dios puede conferirse por invocación humana, y no que la misma gracia hace que sea invocado por nosotros, contradice al profeta Isaías o al Apóstol, que dice lo mismo: He sido encontrado por los que no me buscaban; manifiestamente aparecí a quienes por mí no preguntaban [Rom. 10, 20; cf. Is. 65, 1].

Can. 4. Si alguno porfía que Dios espera nuestra voluntad para limpiarnos del pecado, y no confiesa que aun el querer ser limpios se hace en nosotros por infusión y operación sobre nosotros del Espíritu Santo, resiste al mismo Espíritu Santo que por Salomón dice: Es Preparada la voluntad por el Señor [Prov. 8, 35: LXX], y al Apóstol que saludablemente predica: Dios es el que obra en nosotros el querer y el acabar, según su beneplácito [Phil. 2,13].

Can. 5. Si alguno dice que está naturalmente en nosotros lo mismo el aumento que el inicio de la fe y hasta el afecto de credulidad por el que creemos en Aquel que justifica al impío y que llegamos a la regeneración del sagrada bautismo, no por don de la gracia - es decir, por inspiración del Espíritu Santo, que corrige nuestra voluntad de la infidelidad a la fe, de la impiedad a la piedad --, se muestra enemigo de los dogmas apostólicos, como quiera que el bienaventurado Pablo dice: Confiamos que quien empezó en vosotros la obra buena, la acabará hasta el día de Cristo Jesús [Phil. 1, 6]; y aquello: A vosotros se os ha concedido por Cristo, no sólo que creáis en El, sino también que por El padezcáis [Phil. 1, 29]; y: De gracia habéis sido salvados por medio de la fe, y esto no de vosotros, puesto que es don de Dios [Eph. 2, 8]. Porque quienes dicen que la fe, por la que creemos en Dios es natural, definen en cierto modo que son fieles todos aquellos que son ajenos la Iglesia de Dios.

Can 6. Si alguno dice que se nos confiere divinamente misericordia cuando sin la gracia de Dios creemos, queremos, deseamos, nos esforzamos, trabajamos, oramos, vigilamos, estudiamos, pedimos, buscamos, llamamos, y no confiesa que por la infusión e inspiración del Espíritu Santo se da en nosotros que creamos y queramos o que podamos hacer, como se debe, todas estas cosas; y condiciona la ayuda de la gracia a la humildad y obediencia humanas y no consiente en que es don de la gracia misma que seamos obedientes y humildes, resiste al Apóstol que dice: Qué tienes que no lo hayas recibido? [1 Cor. 4, 7]; y: Por la gracia de Dios soy lo que soy [1 Cor. 15,10] .

Can. 7. Si alguno afirma que por la fuerza de la naturaleza se puede pensar, como conviene, o elegir algún bien que toca a la salud de la vida eterna, o consentir a la saludable. es decir, evangélica predicación, sin la iluminación o inspiración del Espíritu Santo, que da a todos suavidad en el consentir y creer a la verdad, es engañado de espíritu herético, por no entender la voz de Dios que dice en el Evangelio: Sin mí nada podéis hacer [Ioh. 15, 5] y aquello del Apóstol: No que seamos capaces de pensar nada por nosotros como de nosotros, sino que nuestra suficiencia viene de Dios [2 Cor. 3, 5]

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Y ésta es la confirmación del II Concilio de Orange por el Papa Bonifacio II, que lo eleva al rango de Magisterio universal de carácter dogmático:

"1...No hemos diferido dar respuesta católica a tu pregunta que concebiste con laudable solicitud de la fe. Indicas, en efecto, que algunos obispos de las Galias, si bien conceden que los demás bienes provienen de la gracia de Dios, quieren que sólo la fe, por la que creemos en Cristo, pertenezca a la naturaleza y no a la gracia; y que permaneció en el libre albedrío de los hombres desde Adán - cosa que es crimen sólo decirla - no que se confiere también ahora a cada uno por largueza de la misericordia divina.

Para eliminar toda ambigüedad nos pides que confirmemos con la autoridad de la Sede Apostólica vuestra confesión, por la que al contrario vosotros definís que la recta fe en Cristo y el comienzo de toda buena voluntad, conforme a la verdad católica, es inspirado en el alma de cada uno por la gracia de Dios previniente.

2. Mas como quiera que acerca de este asunto han disertado muchos Padres y más que nadie el obispo Agustín, de feliz memoria, y nuestros mayores los obispos de la Sede Apostólica, con tan amplia y probada razón que a nadie debía en adelante serle dudoso que también la fe nos viene de la gracia; hemos creído que no es menester muy larga respuesta; sobre todo cuando, según las sentencias que alegas del Apóstol: He conseguido misericordia para ser fiel [1 Cor. 7, 25], y en otra parte: A vosotros se os ha dado, por Cristo, no sólo que creáis en El, sino también que padezcáis por El [Phil. 1, 29], aparece evidentemente que la fe, por la que creemos en Cristo, así como también todos los bienes, nos vienen a cada uno de los hombres, por don de la gracia celeste, no por poder de la naturaleza humana. Lo cual nos alegramos que también tu Fraternidad lo haya sentido según la fe católica, en la conferencia habida con algunos obispos de las Galias; en el punto, decimos, en que con unánime asentimiento, como nos indicas, definieron que la fe por la que creemos en Cristo, se nos confiere por la gracia previniente de la divinidad, añadiendo además que no hay absolutamente bien alguno según Dios que pueda nadie querer, empezar o acabar sin la gracia de Dios, pues dice el Salvador mismo: Sin mí nada podéis hacer [Ioh. 1,5, 5]. Porque cierto y católico es que en todos los bienes, cuya cabeza es la fe, cuando no queremos aún nosotros, la misericordia divina nos previene para que perseveremos en la fe, como dice David profeta: Dios mío, tu misericordia me prevendrá [Ps. 58, 11]. Y otra vez: Mi misericordia con El está [Ps. 88, 25]; y en otra parte: Su misericordia me sigue [Ps. 22, 6]. Igualmente también el bienaventurado Pablo dice: O, ¿quién le dio a El primero, y se le retribuirá? Porque de El, por E1 y en El son todas las cosas [Rom. 11, 35 s]. De ahí que en gran manera nos maravillamos de aquellos que hasta punto tal están aún gravados por las reliquias del vetusto error, que creen que se viene a Cristo no por beneficio de Dios, sino de la naturaleza, y dicen que, antes que Cristo, es autor de nuestra fe el bien de la naturaleza misma, el cual sabemos quedó depravado por el pecado de Adán, y no entienden que están gritando contra la sentencia del Señor que dice: Nadie viene a mí, si no le fuere dado por mi Padre [Ioh. 6, 44]. Y no menos se oponen al bienaventurado Pablo que grita a los Hebreos: Corramos al combate que tenemos delante, mirando al autor y consumador de nuestra fe, Jesucristo [Hebr. 2, 1 s]. Siendo esto así, no podemos hallar qué es lo que atribuyen a la voluntad humana para creer en Cristo sin la gracia de Dios, siendo Cristo autor y consumador de la fe.

3. Por lo cual, saludándoos con el debido afecto, aprobamos vuestra confesión suprascrita como conforme a las reglas católicas de los Padres."

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Por otra parte, tanto el II Concilio de Orange como el Papa Bonifacio II al aprobarlo, hablan de la gracia eficaz, que da el hacer el bien, y no solamente de la gracia suficiente, que da el poder hacerlo. Porque Orange dice, por ejemplo, que la gracia hace que Dios sea invocado por nosotros, y no simplemente que hace que podamos invocarlo, y el Papa dice que aprueba lo que los Obispos dicen, que la fe es un don de la gracia divina previniente, y no solamente el poder creer. Y así en muchos otros pasajes de estos textos citados.

Y que el Papa Bonifacio II, cuando habla ahí de la fe, no habla solamente de la virtud de la fe, sino del acto mismo de creer, es claro por la cita de San Pablo en la que se apoya: “A vosotros se os ha dado, por Cristo, no sólo que creáis en El, sino también que padezcáis por El [Phil. 1, 29]”

En el mismo sentido el Papa dice que la misericordia divina nos previene para que perseveremos en la fe, y no solamente para que podamos perseverar.

Y sobre todo, es evidente que el II Concilio de Orange afirma la necesidad de la gracia eficaz, de modo que si el Papa pensase solamente en la necesidad de la gracia suficiente, en vez de aprobar ese Concilio habría debido condenarlo.

Es cierto que al día de hoy, en la Iglesia se puede ser, por ejemplo, molinista y negar que la gracia sea eficaz por sí misma y no por el consentimiento de la creatura.

Pero con mucha más razón se puede ser agustiniano y tomista y proponer lo que sin duda es la explicación más coherente de lo que dicen Escritura, la Tradición y el Magisterio acerca de este tema.

Saludos cordiales.
22/06/25 12:01 AM
  
Las teologías... II
Todavía más confuso si cabe.

Esa supuesta "predeterminación" que dimana de Dios para conceder la gracia a algunos de la masa y a otros no, que Vd. escribe en respuesta al comentario de Federico Ma. además de terrible es poco creíble. Porque Dios ni quiere, ni puede querer por Su Propia Voluntad que ningún hombre se condene. Es más, los más brillantes santos afirman que no es Dios Quién condena, sino que somos nosotros los hombres quienes nos condenamos por nuestros actos.
Por eso me ratifico en que las teologías son cosa de los hombres y no de Dios y es por ello que son falibles y las más de las veces erradas.
La Iglesia afirma que el Bautismo es el medio seguro para alcanzar la Salvación. Pero la frase: Fuera de la Iglesia no hay Salvación no es de la Iglesia, en el sentido de que no es ni Doctrina; ni Dogma. Es claro que es el alma de los no católicos conformada por sus actos buenos/positivos o malos/negativos los que les van a permitir alcanzar la Salvación o condena eterna.

Gracias por su paciencia, D. Néstor y descuide que ya no molesto más.

Saludos cordiales.

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Lo que pasa es que Ud. no conoce la fe católica en un nivel básico. Eso se arregla simplemente estudiándola.

"La frase "Fuera de la Iglesia no hay salvación" es dogma de fe, pero hay que entenderla bien, como explica el Catecismo de la Iglesia Católica:

"Fuera de la Iglesia no hay salvación"

846 ¿Cómo entender esta afirmación tantas veces repetida por los Padres de la Iglesia? Formulada de modo positivo significa que toda salvación viene de Cristo-Cabeza por la Iglesia que es su Cuerpo:

El santo Sínodo [...] «basado en la sagrada Escritura y en la Tradición, enseña que esta Iglesia peregrina es necesaria para la salvación. Cristo, en efecto, es el único Mediador y camino de salvación que se nos hace presente en su Cuerpo, en la Iglesia. Él, al inculcar con palabras, bien explícitas, la necesidad de la fe y del bautismo, confirmó al mismo tiempo la necesidad de la Iglesia, en la que entran los hombres por el Bautismo como por una puerta. Por eso, no podrían salvarse los que sabiendo que Dios fundó, por medio de Jesucristo, la Iglesia católica como necesaria para la salvación, sin embargo, no hubiesen querido entrar o perseverar en ella» (LG 14).

847 Esta afirmación no se refiere a los que, sin culpa suya, no conocen a Cristo y a su Iglesia:

«Los que sin culpa suya no conocen el Evangelio de Cristo y su Iglesia, pero buscan a Dios con sincero corazón e intentan en su vida, con la ayuda de la gracia, hacer la voluntad de Dios, conocida a través de lo que les dice su conciencia, pueden conseguir la salvación eterna (LG 16; cf DS 3866-3872)."

No es que Dios quiera, así no más, que algún hombre o ángel se condene. Es que quiere permitir que algunos pequen y en el caso de los hombres, que sean además impenitentes hasta el fin, con lo cual son condenados.

Porque algunos se condenan. Y lo que el Omnipotente no permite, no ocurre. Y lo que permite, lo quiere permitir.

Por eso, cuando se dice que los condenados se condenan ellos mismos al infierno, eso hay que entenderlo bien. Porque no es que se sienten en el banquillo del juez y se sentencien a sí mismos a la pena eterna. No se puede ser a la vez juez y parte y ninguna creatura tiene autoridad para enviar al Infierno a nadie, tampoco a sí misma.

Pero sí es cierto que por sus pecados y sobre todo, por su impenitencia final, se colocan a sí mismos en la situación de ser condenados por Dios al Infierno.

Un poco bastante más de formación en la fe católica lo ayudaría a Ud. a distinguir qué es teología y qué es doctrina de fe en lo que se dice acerca del misterio cristiano.

Saludos cordiales.
22/06/25 7:51 PM
  
Federico Ma.
Excelente post, Néstor (ahora sí ya terminé). Muchas gracias, también por la respuesta.

Hay un texto de san Agustín muy interesante al respecto (no sé si Gonet o Contenson lo comentan, pero sí lo hace Garrigou-Lagrange):

«Isti autem, qui, cum boni creati essent, tamen mali sunt (mala propria voluntate, quam bona natura non fecit, nisi cum a bono sponte defecit, ut mali causa non sit bonum, sed defectus a bono), aut minorem acceperunt divini amoris gratiam quam illi, qui in eadem perstiterunt, aut si utrique boni aequaliter creati sunt, istis mala voluntate cadentibus illi amplius adiuti ad eam beatitudinis plenitudinem, unde se numquam casuros certissimi fierent, pervenerunt; sicut iam etiam in libro, quem sequitur iste, tractavimus» (De civ. Dei, XII, 9, 2).

Es decir, los ángeles que pecaron, dice san Agustín, o bien recibieron una menor gracia del amor divino que los que no pecaron y perseveraron, o bien, si ambos fueron creados igualmente buenos, los malos cayeron por su propia voluntad, mientras que los buenos, ayudados más ampliamente, llegaron a la bienaventuranza…

Por lo demás, esta objeción de los semipelagianos, que se suele escuchar: «…si peca es porque no recibió la gracia de no pecar», está, sin duda, mal planteada (como creo que dice santo Tomás o Garrigou-Lagrange en algún sitio): la no colación de la gracia no es ni puede ser en manera alguna causa («…porque…») del pecar.

Hay otra cosa que queda bien refutada en el post: que en san Agustín no estarían las nociones de gracia suficiente y gracia eficaz.

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Este texto es clave, en efecto, gracias por recordármelo, lo agrego al "post".

Cierto, la ausencia de la gracia eficaz no es causa del pecado, sino condición del mismo. La causa hace que algo sea, la condición hace posible que algo sea. La palabra "porque" en ese sentido confunde, porque se la suele asociar con una causa.

En efecto, es clarísima en San Agustín la distinción entre la gracia que da la capacidad de perseverar y la que hace perseverar.

Algunos dicen que la distinción de San Agustín no es la misma que la distinción entre "gracia suficiente" y "gracia eficaz", porque estaría referido solamente a la perseverancia, y no a toda obra buena en general.

Pero eso parece bastante vano, porque perseverar en el bien es una de las modalidades, por así decir, de hacer el bien. Y es claro que si hace falta la gracia de Dios para poder hacer el bien y hacer el bien, también para poder perseverar en el bien y perseverar en el bien.

Saludos cordiales.
22/06/25 9:33 PM
  
JSP
Expongo dos casos:

1. Sin bautizar. Si me viene un ateo y me dice, porque la doctrina de la Fe que le han explicado es toda don de Dios, que a él Dios no le ha dado el don de la Fe, entonces lo único que puedo pensar es que quien ha explicado esa doctrina de que la Fe es todo don de Dios ha blasfemado, porque de forma indirecta está predicando que Dios es injusto. Y eso no es Verdad, porque Dios es Justo. Sólo recuerdo que el Bautismo en un bebé no afecta a su inteligencia y voluntad.
2. "Bautizado". 10 leprosos se acercaron con Fe en el Señor Jesús para que los sanase. Pero, solamente 1 tuvo la perseverancia de la Fe en el Señor Jesús. Sólo recuerdo que incluso con un milagro como es el Bautismo no es suficiente, la salvación es Fe y Bautismo, y no al revés Bautismo y Fe. Y que el Bautismo no quita el Pecado original 100%, pues quita el vacío de Dios, nos injerta en Su Divinidad por Su Encarnación y nos configura para recrearnos en Su santa humanidad, pero no quita el poder de tentar del maligno, ni la tendencia a hacer el mal, ni la enfermedad ni la primera muerte.

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Dios no es injusto por dar a quienes a Él le parece lo que no le debe a ninguno, y eso es justamente la gracia, que por eso es gracia, porque no es debida.

La justicia, según Aristóteles y Santo Tomás, es "dar a cada uno lo suyo". Pero la gracia no es de nadie, porque es gracia. Por tanto, la gracia no se da en justicia ni se debe en justicia. Y por eso no dar la gracia a algunos no es injusticia.

En estricta justicia, Dios no debería dar su gracia a nadie, porque además, como dice San Agustín, todos pecamos en Adán.

La perseverancia final también es gracia de Dios. Si Dios estuviese obligado a dar su gracia a los hombres, entonces todos tendrían la perseverancia final y se salvarían todos. Pero no todos se salvan.

Por eso dice San Pablo:

"Mas antes, oh hombre, ¿quién eres tú, para que alterques con Dios? ¿Dirá el vaso de barro al que lo formó: Por qué me has hecho así? ¿O no tiene potestad el alfarero sobre el barro, para hacer de la misma masa un vaso para honra y otro para deshonra?¿Y qué, si Dios, queriendo mostrar su ira y hacer notorio su poder, soportó con mucha paciencia los vasos de ira preparados para destrucción, y para hacer notorias las riquezas de su gloria, las mostró para con los vasos de misericordia que él preparó de antemano para gloria, a los cuales también ha llamado, esto es, a nosotros, no solo de los judíos, sino también de los gentiles?" (Rom. 9, 20-24)

Como el alfarero es dueño del barro, Dios es dueño de todo lo creado. Nosotros tenemos deberes para con Él, no Él para con nosotros. Nosotros podemos ser injustos con Él, al no darle lo suyo, es decir, su gloria. Él no es injusto con nosotros, porque nos da lo que nos corresponde por naturaleza. Pero la gracia no nos corresponde por naturaleza, por eso es gracia.

Por tanto, si a éste Dios le da la fe, bendito sea Dios, y si a aquél otro no se la da, bendito sea Dios también, porque en todos sus caminos obra según justicia y misericordia. A veces según justicia, a veces según misericordia.

Si a nosotros, entonces, nos ha dado el don de la fe, conviene que nos prosternemos en tierra y agradezcamos temblando la infinita e inmerecida Misericordia que ha tenido con nosotros.

Y sin duda, podemos pedirle también que conceda ese don a los que todavía no lo tienen, ¿qué sabemos si no ha establecido eternamente que será por nuestra intercesión justamente que se lo ha de conceder?

De hecho, eso hacemos en cada Eucaristía. Si nos fijamos bien, en las Oraciones de los Fieles siempre le estamos pidiendo a Dios cosas que dependen de la libertad de las personas: que los no creyentes crean, que seamos fieles, que seamos misericordiosos, que los gobernantes sean justos, etc. Precisamente porque es la gracia de Dios la que tiene que mover las voluntades humanas.

Si tomamos a los leprosos como representando a los que reciben la gracia de Dios, sin duda, una cosa es la gracia del Bautismo, y otra la gracia de la perseverancia. Muchos reciben la primera y no reciben la segunda. Pero ambas son gracias de Dios, y como tales, no son debidas a nadie, Dios las da a quien Él quiere, de modo que si a algunos quiere darles la primera y no darles la segunda, bendito sea Dios. A nosotros lo que nos corresponde es pedírselas para todos, porque tampoco sabemos a quiénes ha establecido desde siempre dárselas o no dárselas, ni tampoco sabemos a quiénes se las va a dar por nuestras oraciones precisamente.

Saludos cordiales.
22/06/25 9:43 PM
  
Federico Ma.
Por lo demás, hay una frase de oro de S. Agustín, hasta literariamente bella, que ha sido canonizada por la Iglesia en el II Concilio de Orange (todo él sumamente agustiniano):

"Quapropter multa Deus facit in homine bona, quae non facit homo, nulla vero facit homo, quae non Deus facit ut faciat homo" (Contra duas Epistolas Pelagianorum, II, 9, 21).

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Gracias. Es tan buena que la voy a traducir, al menos en cuanto al sentido:

"Hay muchas cosas buenas que Dios hace en el hombre, que el hombre no las hace, pero no hay ninguna cosa buena que el hombre haga, que no haga Dios que el hombre la haga."

Saludos cordiales.
22/06/25 10:42 PM
  
Néstor
Es tremendo lo que el modernismo y el progresismo han hecho con la idea de Dios de muchos católicos. Ya no es más el Creador ni el Señor, sino una especie de compañero al que hay tener vigilado para que cumpla con sus obligaciones. Creemos que podemos aplicarle a Dios los criterios de las repúblicas democráticas. La crisis eclesial se vuelve así mucho más comprensible y explicable. Necesitamos un tratamiento urgente de agustinización "in extremis" :)

Saludos cordiales.
23/06/25 1:02 AM
  
Néstor
Gracias, Federico, por el aviso.

Saludos cordiales.
23/06/25 5:26 AM
  
Centurión Cornelio
Sobre todo que no se predica; por cierto me he leído el post. También he leído de san Agustín el magnífico resumen de La Ciudad de Dios de la editorial Tecnos y una edición de bolsillo de Las confesiones... entonces yo también tenía ideas equivocadas sobre la predestinación y la gracia, que serían "no culpables", porque no se predica (no se predica sobre la gracia, ni la predestinación ni sobre otros temas "impopulares" y que se dan de tortas con una concepción democrática del mundo...demonio, sodomía, aborto, indecencia en el vestir, segunda venida, resurrección de la carne, etc).
Si el hombre va a juzgar el modo en cómo Dios actúa, pues mejor no dedicar un segundo a pensar en su naturaleza, como hacen algunos musulmanes suníes que siempre me han parecido coherentes que sostienen que de Él nada ha de decirse pues es imposible hacerle justicia.

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Sin duda, todo lo que decimos de Dios queda a infinita distancia de lo que Él es, en cuanto al modo propiamente divino de ser, si bien sí decimos cosas con verdad sobre Dios, aunque pensándolas con nuestros conceptos creados. Como dice Santo Tomás, las perfecciones que afirmamos con verdad de Dios están realmente en Él, pero el modo divino de esas perfecciones no lo podemos conocer en esta vida.

Por eso es difícil hablar de este tema, porque fácilmente se introducen concepciones antropomórficas en nuestro pensamiento que nos hacen rechazar lo que en Dios es una sublime realidad, en la cual, si bien se distinguen con distinción de razón fundada en la realidad, el amor, la justicia, la misericordia, etc., no se distinguen realmente.

Lo que tenemos que hacer, según el consejo de Bossuet, es agarrarnos firmemente de cada eslabón de la cadena (de todos los eslabones), esperando el día en que por la Misericordia de Dios podamos contemplar en Dios mismo la clave de estos grandísimos misterios.

Saludos cordiales.
23/06/25 11:33 AM
  
JSP
Dios no es injusto por dar a quienes a Él le parece lo que no le debe a ninguno, y eso es justamente la gracia, que por eso es gracia, porque no es debida.
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1. Por supuesto, Dios no necesita crear ni necesita nada de lo creado por Su propia Perfección eterna. Pero, porque Dios es Caridad crea y recrea, no porque deba nada a su creatura, sino porque es Padre personal y Familia con Su Hijo y Espíritu Santo, y Su Hijo la Razón y la Gracia de la Creación y Nueva Creación. Y porque es Juez Justo, debe dar Su Gracia a todo el género humano caído, y así lo hace desde la Cruz para poder juzgar con Justicia.
2. La misma Gracia de salvación da a Gestas y a Dimas, pero si entendemos la Gracia sin relación personal entre Dios y Su creatura, la Fe sería solamente don de Dios, y sólo se la concedería a Dimas y no a Gestas.
3. Pero, Dios nos crea a Su imagen y semejanza, con inteligencia y libertad, con racionalidad, para relación en Verdad, Belleza y Bien.
4. Fe y Razón, luego la Gracia no es sólo por don bautismal, único regalo de Dios, y por los demás Sacramentos, sino también por la Razón.
5. Nadie puede creer en algo sin tener prueba de ello. Y la Encarnación de Dios y Su Paso histórico es para todos por igual. Por eso Dios no es injusto y por ello, el ateo es juzgado justamente como el apóstata (leproso bautizado).
6. Porque en la Gracia de Dios en el tiempo de Iglesia, de Misericordia, primariamente Fe es una forma de conocer contrapuesta a la propia experiencia o el propio raciocinio. Esto es lo que rechaza el ateo, que por Gracia de Dios nos ha dejado un hecho histórico: pruebas de la divinidad de Cristo. Fe humana que describe el proceso de adquirir conocimiento por testimonio de otros, a quienes se considera en posesión de una verdad que se comunica sin distorsiones debidas a prejuicios o deseo de engañar. Los Apóstoles son testigos dignos de fe como base racional del Cristianismo, aunque esta Fe no tiene implicaciones religiosas, sino que nos da certeza aun en contra del testimonio de mis percepciones o los argumentos de mi sentido común. Por esta Fe adquirimos practicamente todo nuestro conocimiento sin esfuerzo propio. Pues, es la manera casi universal de adquirir cultura, aceptando las contribuciones de personas de todos los pueblos y edades. Sin esta fe humana no podría conocerse nada de índole histórica, de lugares lejanos, de ciencias en que el sujeto no tiene posibilidad de comprobación propia.
7. El segundo significado de Fe se apoya en el primero, pero no indica la adquisición de nuevo conocimiento, sino su efecto en nuestro proceder. Aquí reside la perseverancia de la Fe, que los 9 leprosos sanados, "bautizados", no tienen. Fe como confianza que tiene consecuencias en la voluntad libre y en la afectividad. En nuestra vida diaria, actuamos con fe como confianza obrando según en aquello que confiamos. Nadie se pone a vivir bajo un tratamiento medicinal o de dieta si no tiene fe-confianza en su médico o dietista. Porque mi certeza de su habilidad y honradez me da la seguridad de que podrá ayudarme en mi enfermedad o adelgazamiento. La utilización explícita de la palabra Fe en este segundo sentido se encuentra en San Pablo: “Fe es la esperanza de los bienes eternos”. Esta Fe-confianza presupone la primera Fe-testimonio, y puede llevar a un modo de organizar la propia vida cuando es fe en un líder, político, filosófico o religioso. Tal actitud será racional solamente si la persona a quien se entrega tal confianza ha demostrado merecerla, tanto por su eminencia en un campo concreto como por su veracidad y honradez con aquellos que quieren seguirle y por la sublimidad de los ideales que propone. Todo esto se realiza en los que siguieron a Cristo. Pusieron toda su confianza en Él y decidieron libre y racionalmente que su vida debía ajustarse a sus enseñanzas, por ser verdades y normas dadas por Dios. Se da entonces la Fe divina en el contenido de la Revelación recibida de Cristo, basada en la suma credibilidad de Dios mismo. Tanto en la Fe humana por testimonio como en la Fe como confianza, es necesario recalcar que se trata de actos humanos, resultado de actividades naturales de las que somos responsables nosotros mismos: no son “un don de Dios” que nos viene sin esfuerzo nuestro. Dios contribuye con su Gracia y es Su Providencia –que utiliza medios humanos: predicación y estudio, ambiente familiar y social– la que nos ayuda para que, finalmente, tomemos la libre decisión de aceptar a Cristo en nuestra vida. Por eso la Fe es un “obsequio racional” y un acto meritorio. El tercer significado de Fe no trata de la respuesta humana, sino de un don de Dios, una Virtud Teologal, inalcanzable por medios humanos y sin efectos visibles ni en el conocimiento ni en la voluntad. Se da en el Bautismo, aun en el bebé que no sabe lo que ocurre y no adquiere ni nuevo conocimiento ni confianza en lo que no conoce.

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Vamos despacio y por partes. La gracia como tal no puede ser debida en justicia, porque entonces no sería gracia. “Gracia” viene de “gratis”. Es justo pagar por lo que se recibe, lo que se da gratis se da más allá de la justicia. Se puede exigir en justicia el pago, lo que no es pago, sino regalo, no se puede exigir en justicia ni dar por justicia.

Lo que se debe en justicia, es premio o castigo. La gracia es claro que no es castigo, pero tampoco es premio, sino regalo.

Es la parábola de los trabajadores de la última hora. El patrón les paga lo mismo que a los que trabajaron todo el día.

Partiendo de que a estos últimos les paga lo que es justo, a los de la última hora les paga más de lo que es justo, porque trabajaron menos, y entonces ese más no lo paga en justicia ni por justicia, sino por gracia.

Estrictamente hablando, Dios no debe nada a la creatura, pero sí se debe a Sí mismo una coherencia fundamental con sus propios fines y propósitos, y entonces, no tiene porqué crear al ser humano, si lo hace es simplemente porque quiere, pero si crea un ser humano, ha de darle una naturaleza humana, y si lo crea para que viva una vida humana natural, ha de darle oxígeno y esas cosas.

Y nótese que ya eso no exige que Dios dé igualmente esas cosas a todos los hombres. Necesitamos naturalmente el oxígeno, pero muchos mueren asfixiados. Dios da lo que corresponde a la naturaleza humana, pero según la modalidad propia de la naturaleza humana, que es falible y a la que le pueden pasar tantas cosas.

En cuanto a porqué a éste no le falta lo que naturalmente le corresponde, y aquel otro sí, o porqué éste tiene más y aquel menos, eso ya depende en última instancia de la libre Voluntad divina, sin más. Y así vemos que el mundo es algo así como el escaparate de exhibición de las diferencias entre los seres humanos.

No necesariamente tampoco ha de ordenar Dios al fin sobrenatural de la participación en la vida divina al ser humano que crea, porque la gracia no es exigida por la naturaleza humana, ser hijo de Dios es algo que va infinitamente más allá de lo que es natural en el hombre.

Por eso, de nuevo: Dios ha querido, simplemente, ordenarnos a un fin sobrenatural, podría no haberlo hecho y dejarnos en pura naturaleza.

Una vez que lo ha querido, sí es lógico que nos dé la gracia, sin la cual no podemos llegar a ese fin sobrenatural.

Es más, por la Revelación sabemos que Dios ha querido ordenar a todos los hombres al fin sobrenatural, no solamente a algunos, que podría haberlo hecho, ciertamente.

Pero eso no quiere decir que todos alcancen efectivamente ese fin sobrenatural, o sea, que se salven todos. Dios es libre de elegir solamente a algunos para que efectivamente se salven, y eso es lo que la Revelación nos dice que ha hecho.

Del hecho de que Dios ordena a todos los hombres al fin sobrenatural se sigue que ha de dar a los hombres la gracia sobrenatural necesaria para llegar a ese fin, pero eso no quiere decir que necesariamente haya de dársela a todos de la misma manera, ni que necesariamente hayan de llegar todos a ese fin sobrenatural.

Porque el hombre es un ser libre, capaz de rechazar el llamado de Dios, y entonces, es lógico que Dios permita que en algunos casos ese llamado suyo sea rechazado hasta al final, que es lo que pasa con los que se condenan eternamente.

Podría no hacerlo, y podría hacer sobrenaturalmente que todos los hombres se salvasen, pero entonces estaría como pasando por alto una característica de la naturaleza humana, que es la capacidad de elección, en particular, la capacidad de fallar en esa elección, de elegir mal.

En todo caso, lo que sí sabemos es que no ha querido hacerlo así, sino que ha querido permitir que algunos pequen, y permanezcan impenitentes hasta el final, con lo cual se condenan.

Lo que sí es lógico es que dé a todos la gracia que los capacite para cumplir los mandamientos y salvarse, porque Dios no manda lo imposible, aunque no dé a todos la gracia para cumplir efectivamente los mandamientos y así salvarse.

Una cosa es poder cumplir los mandamientos y otra cumplirlos.

Por eso, en la Cruz Nuestro Señor murió por todos, y por eso todos reciben la gracia suficiente para poder cumplir los mandamientos. Pero sólo los elegidos reciben la gracia eficaz con la cual cumplen de hecho los mandamientos y perseveran hasta el fin, y se salvan.

Propiamente hablando, la naturaleza humana y todo lo que va con ella no es gracia, porque con la palabra “gracia” se quiere significar justamente aquellos dones superiores a la naturaleza humana, que la trascienden infinitamente, y que Dios nos ha querido dar. Es claro que al final la misma naturaleza humana, como todo lo demás, como la misma existencia, es don de Dios, y en ese sentido amplio y menos propio, todo es gracia.

Saludos cordiales.
23/06/25 4:12 PM
  
Manuel Darío Ochoa de la Rosa
Néstor, saludos, hermano. Unas preguntas acerca de la postura bañeciana:
1- En qué se diferencia la Gracia intrínsecamente eficaz, de la gracia irresistible calvinista.
2- Cuáles son las diferencias reales entre la doctrina calvinista de la gracia y la doctrina bañeciana (católica, evidentemente).

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En el primer tema, tenemos de un lado a los calvinistas, y también los jansenistas, y del otro lado a los teólogos católicos en general, tomistas, agustinianos, escotistas, bonaventurianos, molinistas, con la excepción parcial de los seguidores de Marín-Solá.

Los primeros sostienen que el efecto de la predestinación (no sé si llamarlo "gracia" en el calvinismo) es irresistible, los segundos lo niegan.

Entre los segundos, todos, con la excepción parcial de los seguidores de Marín-Solá, sostienen que el efecto de la predestinación divina es infalible.

Todos los católicos (con esa excepción parcial de Marin-Solá que luego explicaré) sostienen que la gracia eficaz puede ser resistida (ahí se diferencian del calvinismo) pero nunca lo es de hecho.

Se diferencian en la forma de explicar eso. Los tomistas, por ejemplo, recurren a la gracia intrínsecamente eficaz, los molinistas, a la gracia que es eficaz por el consentimiento libre de la creatura, consentimiento libre que ha sido previsto infaliblemente por Dios antes de crear el mundo, con su "ciencia media".

En cuando a la corriente de Marín – Solá, sostiene que al principio Dios da gracias “falibles”, es decir, que no solamente pueden ser resistidas, sino que a veces son resistidas de hecho por el hombre, y si no se las resiste, entonces da la gracias intrínsecamente eficaces, que al igual que en el tomismo, pueden ser resistidas, pero de hecho no lo son nunca.

Eso de “pueden ser resistidas pero de hecho no lo son nunca”, lo sostienen estas corrientes porque afirman, todas ellas, el libre albedrío de la creatura racional aún después del pecado original, contra Lutero, Calvino, Jansenio, etc.

Y obrar con libre albedrío quiere decir elegir algo, pudiendo no elegirlo y elegir otra cosa.

Por eso, aunque dicen que infaliblemente la creatura elegirá aquello a lo que la gracia eficaz la mueve (sea porque esa gracia es intrínsecamente eficaz, como dicen los tomistas, sea porque Dios ha previsto desde la Eternidad con su “ciencia media” que así será, como dicen los molinistas), lo elegirá libremente, y por tanto, pudiendo no elegirlo y elegir otra cosa, o sea, pudiendo resistir a esa gracia a la que de hecho no se resiste nunca.

Por eso es que para la plena comprensión de este tema hay que distinguir entre el sentido dividido y el sentido compuesto.

El que está sentado puede estar de pie en sentido dividido, no en sentido compuesto. El que elige A puede no elegir A o elegir B en sentido dividido, no en sentido compuesto. Del mismo modo, para estas corrientes católicas, el que obra de acuerdo con la gracia eficaz puede no obrar de ese modo en sentido dividido (porque es libre), no en sentido compuesto (porque la predestinación divina es infalible).

Todo eso se entiende entendiendo la frase "Dios mueve infaliblemente a la creatura racional a la realización de actos libres", que es común a todas las escuelas católicas en el tema de la gracia eficaz, con esa excepción parcial de la corriente de Marín - Solá ya señalada.

En cambio, Lutero, Calvino y Jansenio, que niegan el libre albedrío del hombre después del pecado original, sostienen, aunque no usen esa terminología, que el predestinado tampoco puede hacer algo distinto de lo que hace en sentido dividido. De ahí lo de gracia “irresistible”, mientras que los católicos hablan de una gracia eficaz “nunca de hecho resistida”. La que sí es resistida a veces es la gracia suficiente, que da la capacidad de hacer el bien, no el hacer el bien mismo.

En cuanto a la diferencia principal entre Calvino y Báñez (decir Báñez, en este tema, es lo mismo que decir Santo Tomás) está obviamente en que el primero niega el libre albedrío del hombre después del pecado original, los segundos lo afirman.

También hay una diferencia importante en el hecho de que al menos las corrientes más rigoristas del calvinismo sostienen que Dios destina a los réprobos al infierno antes de prever sus culpas y su impenitencia final, mientras que el tomismo sostiene que la reprobación divina, entendida como destinación a las penas infernales, es posterior a la previsión divina de las culpas y de la impenitencia final. Es la predestinación de los que se han de salvar, solamente, la que según el tomismo es anterior a la previsión divina de los méritos de las creaturas, porque en realidad, es la causa de esos mismos méritos.

Saludos cordiales.
25/06/25 2:33 AM
  
Manuel Darío Ochoa de la Rosa
Y si me permites la sugerencia, creo que un post que muestre las diferencias entre la doctrina católica y la doctrina calvinista respecto de la gracia, podría hacer mucho bien, tanto a católicos como a calvinistas.

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Buena sugerencia, Dios dirá.

Saludos cordiales.
25/06/25 2:35 AM
  
Vladimir
Si las cosas son como las entiende Sofía, entonces yo estoy totalmente de acuerdo con todo lo que ella dice.
Dios quiere que TODOS los hombres se salven, por tanto no predestina a nadie a la condenación, a TODOS nos predestina a la salvación y no negará a nadie las gracias necesarias para que alcance dicha salvación, pues su querer es eficaz. Quien no se salva es porque libremente rechazó la voluntad salvífica de Dios, no porque El le negara las gracias necesarias.
Nadie se condena por culpa ajena o sin culpa propia.
Mi pensamiento puede que no concuerde con lo que dice determinado Santo, pero no veo oposición con lo que nos enseña la Iglesia.

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El Concilio de Trento, en su Decreto sobre la Justificación, trae dos cánones que condenan al que afirme con certeza, sin revelación divina especial, que es del número de los predestinados y que tendrá, por tanto, el don de la perseverancia final.

“Can. 15. Si alguno dijere que el hombre renacido y justificado está obligado a creer de fe que está ciertamente en el número de los predestinados, sea anatema.”

“Can. 16. Si alguno dijere con absoluta e infalible certeza que tendrá ciertamente aquel grande don de la perseverancia hasta el fin, a no ser que lo hubiera sabido por especial revelación, sea anatema.”

De aquí se sigue obviamente que no todos los seres humanos están predestinados, porque si así fuese esos dos cánones no tendrían sentido: si todos estamos predestinados, entonces, con absoluta certeza, yo también, sin necesidad de ninguna revelación divina adicional.

Esto es coherente con lo que dice San Pablo en la Carta a los Romanos, cap. 8, vv. 29 - 30:

“Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. Y a los que predestinó, a estos también llamó; y a los que llamó, a estos también justificó; y a los que justificó, a estos también glorificó.”

San Pablo dice que a los que Dios predestinó, los llamó, a los que llamó (obviamente, habiéndolos predestinado), justificó, y a los justificó (habiéndolos predestinado y llamado), glorificó. Por tanto, a los que Dios predestinó, los glorificó, o los va a glorificar, obviamente. “Glorificar” se refiere aquí a la salvación, la vida eterna.

Por tanto, si todos están predestinados, entonces todos se salvan. Pero no todos se salvan. Por tanto, no todos están predestinados.

Es coherente también con Hechos 13, 48:

“Oyendo esto los gentiles, se regocijaban y glorificaban la palabra del Señor; y creyeron cuantos estaban ordenados a vida eterna.”

O sea, no creyeron todos, sino los que estaban ordenados a la vida eterna, por tanto, no todos estaban ordenados a la vida eterna, es decir, no todos estaban predestinados.

Y todo esto armoniza con lo que dice el Señor en Jn. 10, 25 – 30:

“Jesús les respondió: “Se lo he dicho a ustedes y no creen; las obras que Yo hago en el nombre de Mi Padre, estas dan testimonio de Mí. Pero ustedes no creen porque no son de Mis ovejas. Mis ovejas oyen Mi voz; Yo las conozco y me siguen. Yo les doy vida eterna y jamás perecerán, y nadie las arrebatará de Mi mano. Mi Padre que me las dio es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno.”

El Señor Jesucristo no dice “ustedes no son de mis ovejas porque no creen”, como muchos esperarían que dijese. Sino “ustedes no creen porque no son de mis ovejas”.

O sea, no son de los “ordenados a la vida eterna”, como dice el texto citado de “Hechos”. Si lo fuesen: “mis ovejas oyen mi voz”. Cfr. Hechos: “y creyeron cuantos estaban ordenados a la vida eterna”.

Porque las ovejas de Jesús lo oyen y lo siguen, y en efecto, Él les da la vida eterna.

Y la predestinación divina es infalible: nadie arrebatará las ovejas de la mano del Padre. Es que eso no puede hacerse: “nadie las puede arrebatar”. Claro, en sentido compuesto, no en sentido dividido.

Sin duda, nadie se condena sin culpa propia. Eso no quiere decir que esa culpa tenga que ser necesariamente personal, porque según la Iglesia basta el pecado original para condenarse, y no es una culpa personal, sino heredada con la naturaleza. Pero está en cada uno como propio, como dice el Concilio de Trento.

Saludos cordiales.
25/06/25 3:02 AM
  
JSP
¿Necesitaba Adán, antes de pecar, la gracia intrínsecamente eficaz?
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1. Primero, Néstor, me parece que en su comentario al mío, mezcla Gracia y justicia debida, y hablo de Gracia y Justicia divina, no de justicia humana (general, conmutativa y distributiva).
2. La cuestión planteada no es si Adán necesitaba la Gracia eficaz, pues Dios es causa primera y puede mover a las causas segundas -como la voluntad humana-.
3. La cuestión, para mí, es ¿por qué en la Voluntad de Dios no aplica Su Gracia eficaz para que Adán no caiga en la Tentación?
4. Pues, la Gracia es obra exclusiva de Dios, sólo Dios es Caridad, los dones son Suyos, sólo Él puede mover infaliblemente al hombre a obrar bien.
5. La Gracia eficaz no anula la libertad humana. La voluntad humana coopera con esa moción que recibe, pero dicha cooperación ya está contenida dentro del plan eficaz de Dios.
6. Y tiene su eficacia por la voluntad divina, no por la cooperación humana. ¿Por qué entonces deja Dios que Adán peque?
7. Porque el obrar bien del acto humano es eficaz porque Dios quiere que lo sea y quiere el acto bueno como realizado, no solo como posible.

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Es claro que ahí, al hablar de las motivaciones divinas, ya entramos en un terreno que nos supera ampliamente y en el cual dependemos totalmente de lo que Dios haya querido revelar. Basándose en la Escritura, por ejemplo, en textos como el de la Carta a los Romanos de San Pablo que habla del alfarero que hace vasos para usos honorables y vasos para usos viles, Santo Tomás dice que Dios ha querido manifestar su Bondad en las creaturas, por dos vías: la de la justicia y la de la misericordia. Y así, muestra su misericordia en aquellos a los que su gracia hace que libremente merezcan la Vida eterna, y muestra su justicia en aquellos a los que permite que abusando de su libertad, pequen y mueran en la impenitencia final, de modo que se condenan.

Porque sin duda que Dios puede, si quiere, hacer que todos los hombres se salven, pues no es más difícil para Él mover eficazmente la libertad de todos los hombres, no anulándola, sino al contrario, llevándola a su máxima plenitud, que hacerlo con un solo ser humano.

O si queremos ponernos en clave molinista: no es más difícil para Dios elegir crear aquel mundo en el cual, con su supuesta "ciencia media", prevé que todos responderán positivamente a la gracia y se salvarán todos, que crear este mundo, en el cual algunos se condenan.

Saludos cordiales.
25/06/25 6:37 AM
  
Néstor
En cuanto a los calvinistas, veo que sí hablan de la "gracia", pero la entienden, claro, de un modo muy distinto a como la entendemos los católicos.

Saludos cordiales.
25/06/25 6:40 PM
  
Néstor
En este tema el primer mandamiento dice algo así:

"Antes de atribuirle algo a "Báñez", asegúrate de que no es común a todas las escuelas católicas, en particular. fíjate si no lo dicen también los molinistas".

La práctica consecuente de este precepto mejoraría notablemente la atmósfera de la discusión de este tema hoy día.

Saludos cordiales.
25/06/25 7:06 PM
  
Manuel Darío Ochoa de la Rosa
Néstor, un millón de gracias por tomarte el tiempo de responder. Yo te confieso que soy de los que intenta combatir tu postura (que entiendo que consideras que es exactamente la católica, la de Santo Tomás); sin embargo, reconozco que especulativamente es muy muy sólida, y créeme que intento con honestidad intelectual, ser justo con los argumentos, tanto que puedo decir que por más que a mi no me lo parezca, no conozco argumentos más sólidos hasta el momento. Ahora bien, desde el sincero deseo de comprender, y no de objetar, en esta ocasión, te pregunto algo: ¿Hasta qué punto no queda únicamente en una especie de "juego de palabras" la libertad del hombre? Te pregunto, aunque sospecho que la respuesta quizás chocante para mí y para muchos, aunque quizás también verdadera y por ende, liberadora, sea que la libertad verdadera y mayor sólo se da en la medida en que Dios da más gracia... De manera que la idea común que nos hemos hecho de "libertad", es una idea errada y por ende, dañina...

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Muchas gracias. Me parece que lo que pasa es que cuando pensamos en la libertad del hombre se nos olvida agregarle "creada". Pensamos siempre en la libertad, no en la libertad creada.

Hay, sí una Libertad así con mayúsculas, pero es la de Dios.

La diferencia es que la Libertad divina es incausada, la creada, como es lógico, es causada.

¿Pero a quién se lo ocurre hoy día pensar en una libertad creada y por tanto causada?

Y si, también digo siempre aquello de la ecuación directamente proporcional entre intervención divina y libertad humana, que es el planteo agustiniano y tomista, cuando el del resto del mundo es el de la ecuación inversamente proporcional: a mayor intervención de Dios, menos libertad de la creatura.

También suelo agregar que lo contradictorio de "autodeterminación" no es "heterodeterminación", sino "no autodeterminación", y que no hay forma de deducir esto de aquello.

Es constante en Santo Tomás esa grandiosa intuición de que Dios hace que las creaturas sean verdaderas causas, que produzcan actos desde dentro de sí mismas y no sólo como movidas de fuera. Todo eso está dicho al hablar de Causa Primera y causas segundas, pero hay que verlo.

Y también están las consecuencias inaceptables de la forma de pensar según la ecuación inversamente proporcional: O un Dios espectador o un hombre sin libre albedrío. Molina y Calvino, un solo corazón, al menos en la premisa mayor.

En fin, ya es algo que queden más claramente deslindadas las distintas posiciones, porque lo usual es que todo lo que suena raro pase a ser "bañeciano".

Sí, claro que hay tesis específicas del tomismo (el bañecianismo, felizmente, no existe), pero la mayoría de las veces, lo que se le echa en cara a "Bañez" es común a todas las escuelas católicas. Por ejemplo, la infalibilidad de la predestinación divina, si lo ponemos a votación, sale "bañeciana" por gran mayoría de votos, pienso.

Saludos cordiales.
25/06/25 7:51 PM
  
Manuel Darío Ochoa de la Rosa
Algo más, Néstor, que me lo acabo de topar, dado que me estoy leyendo un trabajo del padre David Torrijo Castrillejo, “Los escritos de Domingo Báñez en la controversia de auxiliis"; y mira la cita que pone, en la cual se habla literalmente de “Gracia Irresistible":

Báñez y sus discípulos, por el contrario, «afirmamos que por este camino [sc. por la gracia eficaz e irresistible] el arbitrio es perfeccionado y cuasi deificado»

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Habría que verlo en su contexto. La palabra "irresistible", aplicada a la gracia, suena mal desde los tiempos por lo menos del jansenismo, que es posterior a Báñez.

Por otra parte, esos corchetes me hacen dudar de si esas palabras son de Báñez o de Torrijo. Habría que ver el texto de Báñez.

Pero así, especulando, "irresistible" quiere decir que no se puede resistir algo. Y siempre que en estos temas aparece la palabra "puede", "poder", aparece la distinción entre el sentido dividido y el sentido compuesto.

El que está sentado puede en un sentido estar de pie y no puede en otro sentido estar de pie.

Igualmente, una gracia que de hecho nunca es resistida es una gracia que es irresistible en sentido compuesto.

Por ejemplo, la gracia eficaz por el consentimiento de la creatura, propia del molinismo. No puede ser resistida, en el sentido de que nunca será verdad que ha sido resistida. Eso es el sentido compuesto.

Ayuda algo distinguir la modalidad "de dicto" y la modalidad "de re". Necesariamente, si Dios crea el mundo, el mundo existe (modalidad "de dicto", sentido compuesto), pero el mundo no existe necesariamente, es una realidad contingente, que puede existir o no existir (modalidad "de re", sentido dividido).

El problema en todo caso es con la gracia irresistible en sentido dividido.

Saludos cordiales.
25/06/25 9:19 PM
  
Manuel Darío Ochoa de la Rosa
Gracias por tu última respuesta Néstor! Y sí, al menos yo no me había hecho del todo consciente de que nuestra libertad es una "libertad creada".
25/06/25 9:25 PM
  
Néstor
Después está el tema, obviamente, de la definición de la libertad. ¿Qué entendemos por "libertad", más precisamente, por "libertad de elección"?

La respuesta tomista es la más profunda de todas: la indiferencia de la voluntad ante el bien particular.

O sea, el poder querer algo sin que la índole misma de eso que queremos nos determine a quererlo.

La idea es que lo único que determina a la voluntad a querer, por el lado del objeto querido, es el bien en general o bien como tal. Los bienes particulares no tienen esa capacidad. Puede quererlos o no quererlos.

Es notable, idea hoy día totalmente perdida, que sólo podemos entender la libertad de la voluntad cuando entendemos respecto de qué la voluntad no es libre, y porqué.

Ya que la voluntad no sea libre respecto de algo es hoy día algo escandaloso.

Y resulta que (otra idea totalmente olvidada hoy día) es el objeto de las facultades el que las define como las facultades que son. El sonido entra esencialmente en la definición del oído (hoy día se tratará de definir al oído más bien partiendo de la oreja).

Y bien, pongamos a esa voluntad bajo el influjo infalible de la gracia intrínsecamente eficaz. ¿Han dejado los bienes particulares de ser bienes particulares? ¿Ha dejado de ser el bien como tal el objeto especificador de la voluntad?

Es claro que no. Entonces, tampoco se ha perdido la esencial indiferencia de la voluntad ante el bien particular, y entonces, tampoco ha dejado esa voluntad de ser libre.

Saludos cordiales.
25/06/25 9:42 PM
  
Manuel Darío Ochoa de la Rosa
Listo, ya tengo bastante para procesar je. Muchas gracias, Néstor, Dios te pague la paciencia.

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Gracias y saludos cordiales.
26/06/25 12:25 AM
  
Federico Ma.
En cuanto al texto que cita Manuel, el P. Báñez, según el texto latino que trae el P. Beltrán de Heredia, no emplea allí la expresión de "irresistible": de allí los corchetes.

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Me parecía que así debía ser, sí.

Gracias y saludos cordiales.
26/06/25 3:43 AM
  
Néstor
Recomiendo el artículo de Torrijos-Castrillejo citado por Manuel Ochoa en sus comentarios a este “post”: //philarchive.org/archive/TORLED-8, para una buena presentación del origen y sentido de la controversia “De Auxiliis” y las tesis de Báñez al respecto.

Con lo único con lo que no estoy de acuerdo es con un punto que aparece al final, donde el autor, al parecer apoyado en un texto de Báñez, niega que la premoción física sea una entidad creada distinta tanto de la moción divina activamente tomada, que es Dios mismo, como del acto de la facultad creada, sea la inteligencia, sea la voluntad.

Esta tesis, que es la misma tesis, si no me equivoco, que sostiene A. D. Sertillanges, O.P., contradice a la de muchos discípulos de Báñez hasta nuestros días, entre ellos, por ejemplo, Norberto del Prado O.P., y Reginaldo Garrigou-Lagrange, O.P.

La tesis que niega que la premoción física sea una “tercera entidad” creada distinta de Dios y del acto de la facultad creada tiene el atractivo de parecer basarse en un principio de economía (“no hay que multiplicar los entes sin necesidad”) que fuera de su contexto nominalista en Ockham es lo más sensato que hay, que hasta parece tautológico: ¿para qué poner entes explicativos no necesarios para la explicación?

En el caso que nos ocupa, tenemos por un lado la moción divina activamente considerada, es decir, el acto de Dios por el cual Dios mueve a la voluntad creada. Ese acto, como todo acto divino, es idéntico a Dios mismo, por la Simplicidad divina.

Por otro lado, tenemos la facultad creada, la inteligencia o la voluntad, que primero no actúa, pero puede actuar, y luego actúa, y que para actuar, tiene que pasar de potencia a acto.

La cuestión es si es posible explicar ese pasaje de potencia a acto sin recurrir a un principio distinto de Dios mismo, o sea, de la moción divina activamente considerada, por un lado, y del acto de la facultad creada, la inteligencia o la voluntad, por otro.

En favor de la tesis que el autor atribuye a Báñez se puede argumentar que basta con el influjo divino para explicar ese pasaje de potencia a acto. Pero parece inevitable que ese influjo divino sea pasivamente recibido en la creatura, y eso ya no puede ser Dios mismo, que no es nada pasivo, ni es recibido en la creatura a modo de acto de alguna potencia creada.

Y ese mismo carácter pasivo exige distinguir a la premoción física del acto de la facultad creada, que no es pasivo, sino activo.

Además, parece circular decir que el pasaje de potencia a acto se explica por el acto. El acto es el término de ese pasaje, por lo que no puede identificarse ni con él ni con su causa.

Para muchos tomistas, entonces, hay que distinguir entre la moción divina activamente considerada, que se identifica con Dios mismo, y la moción divina pasivamente considerada, recibida en la creatura, que es la "premoción física", y hay que distinguir también entre la "premoción física" y el acto de la facultad creada.

Éste es el texto de Báñez al que se refiere el autor:

“Dios no confiere nada al hombre a modo de principio que constituya el entendimiento en su acto primero. En efecto, en virtud de la luz natural de dicho entendimiento, el hombre está suficientemente constituido en su acto primero para entender aquellas realidades cognoscibles cuyo conocimiento puede alcanzar mediante las cosas sensibles. […] la voluntad no necesita de ningún otro principio formal inserido en sí misma, sino bástale el principio extrínseco que está en el entendimiento, el cual con su luz natural le muestra el bien que es objeto de la voluntad y se lo propone […] Suponiendo estas cosas, respondo lo mismo a aquella molesta pregunta en la que se interroga cuál sea esa moción pasiva por la cual la voluntad es movida por el autor de la naturaleza cuando pasa de no querer a querer lo bueno en general: ¿se trata de cierta cualidad inserida en la voluntad a modo de principio para originar de manera elícita la acción vital que atañe a su objeto propio? Respondo diciendo que no hay ninguna cualidad añadida a modo de principio, puesto que la voluntad misma en cuanto tal es principio suficiente para originar de manera elícita la acción vital que atañe a su objeto propio propuesto por el entendimiento. Ahora bien, que esto sea propuesto en cierto momento por el entendimiento y que la voluntad tienda de manera actual en ese momento hacia ello son actos ambos que no se producen sin la premoción divina. Tal premoción no es la mera conservación de las potencias, pues, si lo fuese, el entendimiento y la voluntad estarían ya en acto, puesto que siempre son conservados por Dios. Declaro que no entiendo qué otra cosa podrá ser la premoción divina —considerada pasivamente— sino la facultad del entendimiento misma puesta en acto completo por el autor de la naturaleza, el cual obra en todas las cosas de acuerdo con el designio de su providencia.”

Al comienzo Báñez parece expresar claramente su posición, pero luego la frase “que esto sea propuesto en cierto momento por el entendimiento y que la voluntad tienda de manera actual en ese momento hacia ello son actos ambos que no se producen sin la premoción divina” lo vuelve algo oscuro, sobre todo cuando luego precisa que tal premoción divina no es la mera conservación divina de esas potencias en el ser.

Precisemos que los que sostienen la necesidad de esa tercera entidad creada no necesariamente dicen que sea una cualidad, que es lo que Báñez aquí rechaza explícitamente, sino que algunos lo presentan como un influjo transitorio, una especie de existencia en movimiento, "vial", que desemboca en el acto de la facultad creada.

Se podría objetar que fuera de la creatura misma, la única causa del acto de la facultad creada es Dios mismo, y que ese acto mismo de la facultad creada es lo que es pasivamente recibido por la creatura, mirando a la Causa Primera, y activamente producido por la creatura, mirando a la causa segunda.

Pero parece contradictorio que la creatura sea pasiva y activa respecto de lo mismo. Además, eso parece asimilar la moción a la creación, que no es el caso: la creación es "ex nihilo", la moción es a partir de algo previo. No es que Dios cree el acto de la facultad creada, sino que mueve a ésta a realizarlo.

Saludos cordiales.
26/06/25 3:59 AM
  
Vladimir
CATECISMO DE LA IGLESIA CATOLICA, NUMERO 1037:
Dios no predestina a nadie a ir al infierno (cf DS 397; 1567); para que eso suceda es necesaria una aversión voluntaria a Dios (un pecado mortal), y persistir en él hasta el final. En la liturgia eucarística y en las plegarias diarias de los fieles, la Iglesia implora la misericordia de Dios, que "quiere que nadie perezca, sino que todos lleguen a la conversión" (2 P 3, 9):

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En la Escritura la predestinación se refiere solamente a los que se salvan, no a los que se condenan. Es cierto que el Concilio de Valence de 855 utilizó la expresión de la "doble predestinación", de los que se salvan y de los que se condenan, pero la Iglesia en general usa el mismo lenguaje de la Escritura, y así Santo Tomás de Aquino, por ejemplo, habla de "predestinación" para los que se salvan, y de "reprobación" para los que se condenan.

El pasaje citado del Catecismo hace referencia a DS 397, es decir, al II Concilio de Orange, en el cual fue condenado el sempielagianismo.

Lo que allí dice es:

"Aliquos vero ad malum divina potestate praedestinatos esse, non solum non credimus, sed etiam, si sunt qui tantum mali credere velint, cum omni detestatione illis anathema dicimus."

"Que haya algunos predestinados al mal por el poder divino, no sólo no lo creemos, sino que también, si hay quienes quieren creer en tanta maldad, decimos contra ellos el anatema con toda detestación."

La otra referencia es DS 1567, el Concilio de Trento:

"Can. 17. Si quis iustificationis gratiam non nisi praedestinatis ad vitam contingere dixerit, reliquos vero omnes, qui vocantur, vocari quidem, sed gratiam non accipere, utpote divina potestate praedestinatos ad malum: an. s."

"Si alguno dice que la gracia de la justificación no se da sino a los predestinados a la vida [eterna], y que todos los otros que son llamados, son ciertamente llamados, pero no reciben la gracia, sino que por el poder divino son predestinados al mal, sea anatema."

Como se ve, propiamente las referencias magisteriales que trae el Catecismo no hablan del infierno, sino del mal, es decir, el pecado, y en particular, la impenitencia final.

Eso no quiere decir, obviamente, que Dios sí predestine a algunos al infierno, ya dijimos que en vez de "predestinación", el Magisterio y la teología prefieren hablar de "reprobación" en el caso de los que se condenan.

Pero sí es verdad que Dios reprueba a algunos, y que esa reprobación consiste en que determina para ellos la pena del Infierno, supuesta la previsión divina de sus culpas y de su impenitencia final.

Esto es lo mismo que decía el citado Concilio de Valence, usando el lenguaje menos bíblico de "doble predestinación":

"...fidenter fatemur praedestinationem electorum ad vitam, et praedestinationem impiorum ad mortem: in electione tamen salvandorum misericordiam Dei praecedere meritum bonum : in damnatione autem periturorum meritum malum praecedere iustum Dei iudicium."

"...fielmente confesamos la predestinación de los elegidos a la vida, y la predestinación de los impíos a la muerte, pero que en la elección de los que se han de salvar, la misericordia de Dios precede al mérito bueno, mientras que en la condenación de los que han de perecer, el mérito malo precede al justo juicio de Dios".

No habla aquí del "mal", sino de la "muerte", es decir, la condenación eterna, así que no contradice tampoco los textos antes citados.

Ciertamente que hay una dificultad para el molinismo, que afirma la predestinación divina "post praevisa merita", posterior a la previsión divina de los méritos, en este texto de Valence, que no es un Concilio Ecuménico, pero que, salva esa precisión terminológica acerca de la doble predestinación, ha sido recibido siempre por la teología como expresión fiel de la fe de la Iglesia y por eso figura en el Enchiridion Symbolorum, alias "Denzinger".

En cuanto al citado canon del Concilio de Trento, lo que dice es que los no predestinados también pueden ser justificados (en el Bautismo) y recibir verdaderamente la gracia. Lo que sí es cierto es que no perseverarán en la gracia hasta el fin, morirán en la impenitencia final, y se condenarán eternamente.

Saludos cordiales.
26/06/25 4:32 AM
  
Vladimir
Gracias, don Néstor, por tomarse el trabajo de darnos tan eruditas explicaciones.

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De nada, en realidad es siempre un placer, a Dios gracias.

Saludos cordiales.
26/06/25 5:21 PM
  
JSP
1. Dios es Pureza y Bondad eterna e infinita, luego en ningún caso puede contemplar una Creación en la que unos se salven y otros se condenen.
2. Pues, Su voluntad divina, Su deseo, revelada por Él, es que todo el género humano tenga Vida eterna (1 Timoteo 2,4).
3. ¿Se contradice a continuación San Pablo con lo que dice del Alfarero que hace vasos para usos honorables y usos viles (cf. 2 Timoteo 2,20)? No.
4. Pues, Dios crea al hombre perfecto a su imagen y semejanza con naturaleza buena, con inteligencia y libertad creada en buscar Verdad, Bien y Belleza, sin necesidad de Gracia eficaz, en justicia y santidad original. No, Adan y Eva no necesitaban la Gracia eficaz.
5. Luego, es el hombre, la creatura, perfecto y con Gracia suficiente para la Vida, el que rechaza, pues su libertad creada puede resistir la Gracia suficiente, el Proyecto de Dios para con él.
6. En la Recapitulación, la Nueva Creación, en la injusticia por la temporalidad en el hombre por el Pecado Original, aquellos hombres en la Buena Voluntad que quedaron atrapados a ser condenados, se da la Gracia eficaz de Cristo para que actúe el liberado de la esclavitud con verdadera libertad cristiana, para salvar a los elegidos. Los que el Padre entrega a Su Hijo. Pues, la Gracia eficaz lo que produce en el hombre es acción humana plenamente libre y no sin inteligencia.
7. En la plenitud de los tiempos, Dios se Encarna y en el tiempo de Misericordia de la Iglesia se abre la Puerta al Cielo para aquellos elegidos regenerados desde Adán caído con Gracia eficaz desde la Cruz hasta el último hombre. Dios quita en Justicia el Pecado del mundo a todo el género humano, pero son muchos los llamados y pocos los elegidos porque desde la Creación no obedecieron en la prueba de la Tentación y por la temporalidad del cuerpo se puede dar la Redención y la Salvación, como no es así posible con el Ángel.

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Lo que pasa es que Ud. no toma en cuenta la Omnipotencia divina. Dios es Pureza, Bondad y Omnipotencia.

La Omnipotencia quiere decir que todo lo que Dios quiere sin más hacer, lo hace.

Si de los dos primeros atributos se sigue que Dios no puede aceptar una Creación en la que alguno se condene, entonces, por el tercer atributo, se sigue que necesariamente todos se salvan, lo que es falso.

Porque si el Omnipotente realmente se propone, digamos, que nadie se condene, nadie se condena y punto.

Ud. mismo dice que la gracia eficaz produce en el hombre una acción plenamente humana y libre. Pues bien, si Dios quiere, da a todos su gracia eficaz, y se salvan todos.

Por tanto, si como sucede en la realidad, no se salvan todos, entonces es que Dios no ha querido dar a todos su gracia eficaz, al menos de modo que eso incluya la perseverancia final.

Y esto no depende del tomismo. En el molinismo es igual: Dios siempre puede crear a todos los hombres en las circunstancias en las que por su “ciencia media” prevé que todos se salvarán.

Por tanto, si algunos no se salvan, eso supone lógicamente que Dios no ha querido crearlos en las circunstancias en la que se salvan todos, pudiendo obviamente hacerlo.

Por eso, si bien es importante la cuestión acerca de si Adán necesitaba la gracia eficaz, y por mi parte entiendo que sí la necesitaba, ése no es el punto principal.

El punto principal es que sí o sí Dios podía habérsela dado y entonces Adán no habría pecado.

Porque Dios no está sujeto a ningún decreto que diga “No darás la gracia eficaz al que supuestamente no la necesita”.

Además, cuando se dice que Adán no necesitaba la gracia eficaz, se está diciendo que Dios lo dejó en manos de su libre albedrío, con el cual Adán podía evitar el pecado o no evitarlo.

Pero entonces el querer divino de que todos se salven nos queda en solamente condicional: Dios quiere que todos se salven si todos usan correctamente su libre albedrío.

En ese sentido lo aceptan también los tomistas y los agustinianos. Sólo agregan que para que usen correctamente el libre albedrío hace falta otra gracia divina más, que es la gracia eficaz.

Y si el único argumento para decir que Dios da su gracia eficaz a todos es que Dios quiere que todos se salven, primero, no es verdad que Dios dé su gracia eficaz a todos, al menos, incluyendo la perseverancia final, porque algunos se condenan, y segundo, no es buen argumento, porque habíamos quedado en que la voluntad salvífica universal divina es solamente condicional, y eso es compatible con que algunos no reciban la gracia eficaz y no se salven.

Es más, así es como los tomistas y agustinianos concilian la voluntad divina salvífica universal con la elección y predestinación sólo de algunos y no de todos: esa voluntad salvífica universal es condicional y por eso no la contradice el hecho de que algunos no sean elegidos y predestinados para salvarse.

Y repito: si la voluntad divina salvífica universal no es condicional, sino absoluta, entonces, como Dios es Omnipotente, se salvan todos, lo cual es falso. Luego, como es verdad que Dios es Omnipotente, lo que no es verdad ese que la voluntad divina salvífica universal no sea condicional.

Y esto no es contrario a la Bondad divina. Porque la Bondad divina, enseña Santo Tomás siguiendo a San Pablo, se manifiesta tanto por la Misericordia de Dios como por su Justicia, y de hecho Dios ha querido que se manifieste de esas dos maneras.

La justicia es buena. Lo que es malo es la injusticia. Lo que no puede pasar, es que el pecado no sea ni perdonado ni castigado.

Saludos cordiales.
26/06/25 11:21 PM
  
JSP
1. Néstor, relea lo que he escrito: no he dicho que todo el género humano se salve, sino que son los hombres condenados los que no quieren saber nada de Dios: los que no están en Su Buena Voluntad de que todos se salven, que estén en Su Caridad eternamente.
2. La Creación es por Caridad desde la Onmipotencia, pero la relación Personal libre en la Caridad no puede ser desde la omnipotencia divina, ni forzada (no existe libertad) ni movida (ya es eficaz con los dones recibidos originalmente en la Creación) en la voluntad humana. Pues, ya existe vínculo perfecto en la voluntad humana con la voluntad divina, y Gracia suficiente en justicia y santidad original para acción humana plenamente libre.
3. Esto es, que cuando Dios ordena que no coman del árbol de la ciencia del bien y del mal ya es eficaz en Adán y Eva por su propia perfección vinculada a la voluntad divina en justicia y santidad original. Por lo que, no es necesaria la Gracia eficaz por redundantºe en el Paraíso.
4. La Gracia eficaz es necesaria en la condición de Adán caído, que Dios concede a quien elige vaso honorable, porque es Presente eterno y conoce de la respuesta del género humano creado para recrear. Cosa que no puede hacer con el Ángel. Pues, Adán caído es imperfecto, roto el vínculo eficaz a la voluntad divina, sin justicia y santidad original. Además, con mucha frecuencia se olvida el engaño de la Tentación y la temporalidad humana que no conoce en su integridad el Proyecto de Dios para con él, como sí conoce el Ángel. De ahí, que el acto humano sólo pueda persevera por la Fe-confianza en el bien eterno venidero.

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Es que Adán efectivamente no tuvo la gracia eficaz para no pecar, por la sencilla razón de que pecó. No le alcanzó para de hecho no pecar con el estado de justicia original tal como Dios se lo dio al comienzo.

Pero podría haberle dado Dios la gracia eficaz para de hecho no pecar, y entonces no habría de hecho pecado.

La gracia que Adán tuvo le daba la capacidad de no pecar si no quería hacerlo. Pero no le dio el querer de hecho no pecar y no pecar de hecho. Por eso, era gracia suficiente, no era gracia eficaz.

¿Necesitaba Adán la gracia para de hecho no pecar, o solamente para poder de hecho no pecar? Si decimos lo primero, entonces el hecho es que no la tuvo, y no la tuvo porque Dios no se la dio, y no se la dio Dios porque no quiso dársela.

Si decimos lo segundo, estamos diciendo que para querer de hecho el bien Adán no necesitaba la gracia de Dios, sino que la necesitaba sólo para poder quererlo, pero eso es inadmisible, no hay nada en el orden de la salvación para lo cual no sea necesaria la gracia de Dios, según las palabras del Evangelio: "Sin mí, nada pueden hacer".

Pero en todo caso: Adán no tuvo la gracia eficaz y pecó. Si la hubiese tenido, no habría pecado. No la tuvo, porque Dios no le la dio, y no se la dio, porque no quiso dársela. Por tanto, la Bondad divina sí es compatible con que Dios quiera evitar el pecado de algunos y no quiera evitar el pecado de otros.

Dios permite el pecado de la creatura no dándole la gracia eficaz con la cual el pecado simplemente no se produciría. Para negar esto hay que negar que Dios pueda dar a la creatura una gracia eficaz con la cual el pecado simplemente no se produce. Y para sostener esto último hay que negar la Omnipotencia divina.

Y aquí no estamos hablando solamente del tomismo. En el molinismo es igual, el hecho de que para los molinistas la gracia sea eficaz por el consentimiento de la creatura y no por sí misma no cambia el hecho de que es eficaz, es decir, con ella no se peca. Luego Adán no la tuvo. Y no la tuvo, según el molinismo, porque Dios no lo creó en aquellas circunstancias en las que la "ciencia media" divina preveía que Adán no pecaría. Y no lo creó Dios en esas circunstancias, porque no quiso hacerlo.

¿Diremos entonces que Dios puede permitir el pecado del hombre, pero no puede permitir su impenitencia final, o que si ésta tiene lugar, la creatura puede salvarse de todos modos?

Pero dado que algunos se condenan, la impenitencia final sí tiene lugar en algunos casos, y entonces, Dios sí la permite, porque lo que el Omnipotente no permite, no sucede.

Y decir que alguien puede salvarse a pesar de su impenitencia final es el colmo del absurdo.

El hecho de que algunos se condenan, entonces, ya muestra que Dios no ha elegido y predestinado a todos para que se salven.

Porque lo que Dios quiere hacer con Voluntad absoluta y no solamente condicional, lo hace sin más: eso es la Omnipotencia divina.

¿Diremos entonces que en el caso de la creatura racional Dios renuncia a su Omnipotencia? Eso es absurdo, sería como que Dios renunciase a ser Dios. Justamente, lo único que queda fuera de la Omnipotencia divina es lo contradictorio, y es contradictorio que Dios no sea Dios, o que no sea Omnipotente.

¿Diremos que en el caso de la creatura racional, la Omnipotencia divina hace que pueda no suceder aquello que Dios quiere pura y simplemente que suceda? Eso es igualmente contradictorio, porque es sostener que la Omnipotencia divina hace que Dios no sea Omnipotente.

Saludos cordiales.
27/06/25 7:55 AM
  
JSP
1. La Creación como acto de Caridad desde la Omnipotencia se da según nos ha Revelado Dios mismo. Y no se puede entender la Nueva Creación del género humano caído sin la Caridad desde la Omnipotencia.
2. Pues, Dios crea libremente y no por necesidad. Y la causa final de la Creación es el amor gratuito (caritas), no utilidad. La Omnipotencia no implica arbitrariedad, sino plenitud de poder orientado al bien.
3. Santo Tomás de Aquino dice que la Creación tiene su origen en la Voluntad amorosa de Dios (ST, I, q.19-20), y que Dios quiere comunicar su bien a las criaturas.
4. De ahí que, para que sea auténtica la relación personal libre de Dios con Su creatura humana requiere libertad humana no forzada, excluyendo la coerción, ni movida en el sentido de ser internamente determinada por Dios. Rechazo el ocasionalismo o el determinismo.
5. Pues, la Gracia no viola ni reemplaza la libertad, sino que la capacita y la eleva.
6. Dios mueve la voluntad humana, pero no la coacciona. La Gracia prepara y coopera, pero la voluntad humana conserva su acto libre. Santo Tomás nos habla de una moción divina que no anula la libertad, sino que la hace posible (cf. ST I-II, q.111).
7. La voluntad humana ya está en vínculo perfecto por la Gracia original que es el estado original del hombre (Adán y Eva antes del Pecado original), donde existe justicia original: un orden interno entre razón, voluntad y pasiones. Se da la Gracia santificante, no merecida, que elevaba a la persona a la comunión con Dios (eficaz). Pues, la libertad humana estaba en armonía plena con la voluntad divina. Por ello, le indico que es redundante la Gracia eficaz. Este punto es clave: en ese estado original, la libertad humana no se oponía a la Gracia ni a la omnipotencia divina, porque no había desorden interno ni herida del pecado. En el Paraíso la acción humana libre en la Caridad no puede surgir bajo coerción o bajo una moción divina que determine el acto humano, sino que procede de una libertad real, ya fundada en el acto creador divino, que otorga dones originales suficientes para la comunión libre con Dios. Por tanto, la omnipotencia divina no se impone sobre la libertad, sino que la funda y le da existencia. Pero luego, con la Caída y la expulsión del Paraíso, en la historia herida por el Pecado original, la libertad se ve afectada y aquí aparece la necesidad de una Gracia redentora = eficaz, que sin destruir la libertad humana, la restaura. Ya me lo veo venir. Gracias por sus respuestas y saludos.

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Dos cosas: 1) La gracia eficaz no anula la libertad. 2) Adán no tuvo la gracia eficaz, porque de hecho pecó.

Si la gracia eficaz anulase la libertad, también la anularía en los descendientes de Adán. Pero Ud. mismo reconoce que en ellos no la anula. Por tanto, tampoco en Adán.

Dios no coacciona ni fuerza a la libertad cuando hace en forma infalible que la creatura racional realice tal acto libre en particular. Sería como decir que se quita la blancura a las cosas cuando se las pinta de blanco.

Los mismos molinistas, que niegan que Dios toque la libertad humana, afirman, como todos los teólogos, que la gracia eficaz va infaliblemente acompañada de la obra buena, por eso se llama “eficaz”, y por tanto, admiten que Adán, en la medida en que pecó, no tuvo la gracia eficaz.

Adán tenía muchas gracias recibidas de Dios, y eran suficientes para poder no pecar, pero no eran suficientes para de hecho no pecar, porque de hecho Adán pecó. Y eso es la gracia eficaz: la que es suficiente para de hecho no pecar. Luego Adán no la tuvo.

Por eso ningún teólogo sostiene que Adán haya tenido la gracia eficaz, ya que sería un contrasentido. Lo que se discute es si la necesitaba o no para de hecho no pecar.

Saludos cordiales.
28/06/25 4:56 AM
  
sofía
(...)

Por lo demás, me parece muy bien todo lo que dice San Agustín a los pelagianos, nada que objetar. Y aunque él fuera muy anterior a la reforma, en Trento se le cita contra calvinistas y jansenistas. Yo me quedo con la interpretación de Agustín que hace Trento y no con la protestante.

(Trento, l.c., can. IV: "Si alguno dijese que el libre albedrío, movido y puesto en acción por Dios, no puede cooperar por asentimiento a la llamada de Dios, ni disentir si así lo desea… sea anatema "). Con este decreto el Concilio no sólo condenó la opinión protestante de que en la recepción de la gracia la voluntad permanece meramente pasiva, sino que también se anticipó a la herejía jansenista respecto a la imposibilidad de resistir la gracia actual. A partir del siguiente breve extracto puede verse con qué poco derecho los herejes apelaban a los escritos de San Agustín en defensa de su doctrina: "El que te hizo sin tu acción no te justifica sin tu acción. Te hizo sin tú saberlo, te justifica con tu voluntad, pero es Él quien justifica, para que la justicia no sea tuya." (Serm. CLXIX, C. XI, n. 13).

Y de aquí pasamos a introducir el asunto que usted considera clave cuando responde a mi primer comentario: el sentido compuesto y el sentido dividido. Si le he entendido bien, usted estará de acuerdo con lo que dice esta cita de Trento con tal de que en vez de entenderla normalmente desde el sentido común (es decir, si alguien puede disentir, unas veces es posible que disienta de hecho y otras que no disienta de hecho), usted creo que asegurará que puede disentir pero que nunca disentirá de hecho porque aunque puede disentir en sentido dividido no puede disentir en sentido compuesto.
Me gustaría que confirmara si he entendido algo o estoy muy despistada, antes de seguir con el tema.
Saludos cordiales


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Can. 4. “Si alguno dijere que el libre albedrío del hombre, movido y excitado por Dios, no coopera en nada asintiendo a Dios que le excita y llama para que se disponga y prepare para obtener la gracia de la justificación, y que no puede disentir, si quiere, sino que, como un ser inánime, nada absolutamente hace y se comporta de modo meramente pasivo, sea anatema.”

El canon condena la tesis luterana de la total pasividad del hombre en la justificación. Hay una operación del libre albedrío humano, pero se trata del libre albedrío movido por la gracia divina.

El canon no especifica si se refiere a la gracia suficiente o a la gracia eficaz, y se lo entenderá de diversas maneras según se piense en una o la otra.

Sin duda que en tanto que habla del libre albedrío del hombre “movido” por Dios, está hablando de la gracia eficaz, aunque puede ser que esa gracia mueva eficazmente al hombre para dejarlo capacitado para hacer alguna otra cosa, y bajo este último aspecto sería gracia suficiente.

Pero ciñéndonos a la gracia eficaz que “mueve”, como dice el Concilio, al libre albedrío, lo que aquí dice el sentido común es que es imposible que el libre albedrío sea movido y, bajo ese preciso aspecto, no se mueva, o se mueva con otro movimiento distinto de aquel que le infunde lo que lo mueve.

Es claro que, si como dice el Concilio de Trento, la gracia mueve al libre albedrío, no puede ser, bajo ese aspecto, que el libre albedrío no se mueva, o se mueva en otra dirección distinta de aquella a la que lo mueve la gracia eficaz, porque no puede moverse y no moverse al mismo tiempo, ni moverse en esta dirección y no moverse en esta dirección al mismo tiempo. Eso es el sentido compuesto.

Y sin embargo, como libre albedrío que es, debe conservar en algún sentido la capacidad de no moverse o de moverse en otra dirección: eso es el sentido dividido.

Es imposible, por tanto, en sentido compuesto, que el libre albedrío no se mueva al ser movido por la gracia eficaz. Como libre albedrío que es, conserva siempre la posibilidad de no hacer lo que hace, o de hacer otra cosa, pero eso es el sentido dividido, que bajo la gracia eficaz puede realizarse, pero de hecho no se realiza nunca, porque de hecho la gracia eficaz mueve al libre albedrío en otra dirección.

En cambio, en la medida en que se entienda ese canon como hablando de la gracia suficiente, entonces sí es posible que no se haga aquello para lo que la gracia suficiente capacita, y es posible simplemente hablando y no solamente en sentido dividido.

Saludos cordiales.
29/06/25 2:26 AM
  
JSP
1. Néstor, su comentario es lo que vi venir. Para mi el contrasentido, en el contexto exclusivo del Paraíso, no de Adán ya caído, es el que expuse al principio del ateo: a mi Dios no me ha dado el don de la Fe, con Gracia eficaz de mover en inicio y de perseverar después a la conversión a Cristo, ¿de qué se queja Dios si no creo en Él? Y decía que esto es blasfemia por la injusticia de Dios de dar a unos si y otros no el don de la Fe. Y después expongo cómo Dios a través del hecho histórico de Su Encarnación, Cruz y Resurrección si es Justo en el auxilio y cooperación de Su Gracia para que quede constancia de testimonio de rechazo del ateo a la Fe divina oída por fe humana. Otra cosa, la libertad de confiar en Dios y Su Cristo en perseverancia. Pero, sería el caso del ateo del hombre caído.
2. Esto es, Adán podía haber dicho a Dios cuando se escondía y avergonzaba por su desnudez: "no me has dado el don de la Gracia eficaz ante la Tentación, cuando todo el tiempo anterior si lo tenía en cada acto bueno libre efectuado." Es decir, la arbitrariedad de la omnipotencia divina sería notoria en esa puntual Gracia necesaria actual eficaz para de hecho no pecar. Lo que conlleva a atribuir que Dios sea injusto, sería blasfemia, porque la Voluntad de Dios, de hecho es que Adán peque. Pues, Adán no tuvo gracia eficaz en el momento del Pecado original, porque de hecho pecó, por el hecho de producirse el acto pecaminoso y no el acto bueno libre.
3. Pues, la Gracia eficaz no anula la libertad, sino que la mueve infaliblemente al bien, porque el hecho de que una Gracia sea eficaz no la convierte en coactiva. Por lo que, para el acto bueno "de hecho" es necesaria la Gracia eficaz.
4. La Gracia suficiente otorga la potencialidad de obrar el bien, mientras que la Gracia eficaz otorga la actualidad del bien obrado: es aquella que de hecho mueve infaliblemente a realizar el acto bueno libre. Es decir, que si Adán no hubiese de hecho pecado, caído, hubiera sido por el querer de Dios, Su Volundad, por aplicar Su Gracia eficaz en Adán, lo que es contraproducente a Su Bondad y Caridad para Su creatura y arbitrario en Su Omnipotencia y Justicia.
5. Porque si Adán obró de hecho el bien, fue movido por una Gracia eficaz; si no lo obró, de hecho pecó, aunque haya recibido Gracia suficiente, esa Gracia no fue eficaz. Santo Tomás afirma que: “Nadie puede comenzar ni perfeccionar ninguna obra meritoria sin la gracia eficaz” (STh I-II, q. 109, a. 6).
6. Luego, Adán si de hecho no pecó, es porque habría necesitado Gracia eficaz. Es decir, Adán pecó: no tuvo Gracia eficaz en ese momento concreto. Si no hubiera pecado, entonces habría necesitado de una Gracia que, de hecho, lo moviera a perseverar en el bien: gracia eficaz. Estaría justificado que Adán preguntase a Dios, ¿por qué en este preciso instante no me diste Gracia eficaz? Pues, como bien dice Santo Tomás: “Dios puede mover la voluntad humana de tal modo que, permaneciendo libre, obre infaliblemente el bien” (ST I, q. 19, a. 8).
7. Por tanto, la Gracia es necesaria no solo para iniciar, sino también para perseverar y obrar de hecho. La Gracia que hace esto de forma infalible, sin quitar la libertad humana, es Gracia eficaz. Adán habría necesitado Gracia eficaz para de hecho no pecar, aunque tenía Gracia suficiente para poder no hacerlo. Pero, en la práctica Adán de hecho pecó, pues sin Gracia eficaz ningún acto bueno se puede realizar y Adán habría necesitado de esa Gracia irresistible para de hecho no pecar, lo cual hace a Dios injusto por no habérsela concedido, como reclamaba el ateo caído y reclamaría Adán caído.

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Es inevitable, entonces, aceptar estas afirmaciones:

- Adán pecó
- Es necesaria y suficiente la gracia eficaz para no pecar.
- Adán no tuvo la gracia eficaz.
- Dios no le dio a Adán la gracia eficaz.

Se debe entonces elegir entre “Dios es injusto” y “Dios no es injusto, porque la gracia es indebida y así Dios no está obligado a dársela a nadie, ni es por tanto injusto si no se la da a alguien.”

La elección para un cristiano es obvia.

Es la misma que hace San Pablo en la Carta a los Romanos, cap. 9, v. 14 - 24:

¿Qué, pues, diremos? ¿Que hay injusticia en Dios? En ninguna manera. Pues a Moisés dice: Tendré misericordia del que yo tenga misericordia, y me compadeceré del que yo me compadezca. Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia. Porque la Escritura dice a Faraón: Para esto mismo te he levantado, para mostrar en ti mi poder, y para que mi nombre sea anunciado por toda la tierra. De manera que de quien quiere, tiene misericordia, y al que quiere endurecer, endurece. Pero me dirás: ¿Por qué, pues, inculpa? porque ¿quién ha resistido a su voluntad? Mas antes, oh hombre, ¿quién eres tú, para que alterques con Dios? ¿Dirá el vaso de barro al que lo formó: Por qué me has hecho así? ¿O no tiene potestad el alfarero sobre el barro, para hacer de la misma masa un vaso para honra y otro para deshonra? ¿Y qué, si Dios, queriendo mostrar su ira y hacer notorio su poder, soportó con mucha paciencia los vasos de ira preparados para destrucción, y para hacer notorias las riquezas de su gloria, las mostró para con los vasos de misericordia que él preparó de antemano para gloria, a los cuales también ha llamado, esto es, a nosotros, no solo de los judíos, sino también de los gentiles?”

El que blasfema es precisamente el que dice que Dios es injusto por esta razón.

Porque además, la misma acusación podría dirigir a Dios el ateo que después del pecado original no recibe el don de la fe, porque hay muchos ateos que después del pecado original sí reciben ese don, y en definitiva, lo reciben aquellos a los que Dios se los quiere dar.

Y eso no quiere decir que Dios quiera que Adán peque. Se puede querer algo de lo que se sigue algo malo sin querer ese algo malo, por ejemplo, si se quiere extirpar un cáncer a una mujer embarazada sabiendo que eso implicará la muerte del feto, eso se puede hacer sin querer la muerte del feto ni como fin ni como medio.

Eso es un ejemplo de cómo la voluntad puede querer solamente el bien en casos en que el bien va necesariamente unido a un mal.

El bien querido en este caso es el que San Pablo señala en el texto citado y Santo Tomás explica luego: la manifestación de la Bondad divina mediante la manifestación de la Justicia divina.

Saludos cordiales.
30/06/25 8:28 AM
  
Hugo Z. Hazkenbush
Adán nunca existió, y lo sabes, Nestor.
Toda tu reflexión posterior carece de interés con este error.

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Afirmación difícil de demostrar, sin duda. Seguramente no se ha encontrado aún el certificado de inexistencia de Adán. En todo caso, salvo que afirmemos la eternidad de la especie humana, algún primer hombre ha debido haber. Teóricamente hablando, podrían haber sido varios, pero es menos probable, porque deberían haber surgido exactamente al mismo tiempo, una asombrosa casualidad, a no ser que digamos que Dios podría haber creado varios seres humanos en el mismo instante, cosa que sin duda pudo hacer, pero entonces, también pudo hacer lo contrario, y crear un solo primer hombre, como por la fe en la Revelación divina sabemos que lo hizo.

Saludos cordiales.
30/06/25 12:01 PM
  
JSP
1. Asertos aceptados:

- Adán pecó.
- Es necesaria y suficiente la gracia eficaz para no pecar.
- Adán no tuvo la gracia eficaz.
- Dios no le dio a Adán la gracia eficaz.
- El don de la Gracia eficaz es indebida y la creatura no la puede exigir al Alfarero.
- La Gracia suficiente es dada a todos, y si no se resiste, Dios da la gracia eficaz, sin estar Obligado a dársela a nadie.
- Dios no es injusto si no da la Gracia eficaz a alguien.

2. El ejemplo del ateo que no ha recibido la Gracia eficaz para convertirse a Cristo y perseverar en la Fe, en aparente injusticia si Dios le reclama su incredulidad, es, de hecho, para ir contra el Determinismo, como el de calvinistas o jansenistas, porque Dios da gracia suficiente a todos -“Dios quiere que todos los hombres se salven.” (1 Tim 2,4); el Concilio de Trento enseña que nadie está privado de la Gracia suficiente para salvarse-, y si no se resiste, Dios da la gracia eficaz a quien Él quiere, no a quien nosotros digamos y/o exijamos, porque somos creaturas, causas segundas.
3. Es decir, Dios no es injusto porque concede arbitrariamente la Gracia eficaz, sino que la criatura puede resistirse a la Gracia suficiente. Si el hombre no lo hiciera, Dios concedería más Gracia, hasta la eficaz.
4. Esto es, Dios no da a todos en el mismo momento gracias eficaces, pero ofrece a todos gracias suficientes para que comiencen el camino hacia la salvación. Y si no se resisten, Él añade lo necesario. Esto no es injusticia, sino una pedagogía divina que respeta la libertad humana ante Su Omnipotencia, incluso antes de moverla eficazmente.
5. Con otro ejemplo de un ateo o católico modernista, pueden plantear que el concepto de salvación y condenación de las almas en la Tradición católica es completamente falso, según ellos fácil de demostrar. El supuesto es que si decimos que Dios es bueno y todopoderoso (omnipotente), la premisa sería falsa, porque si fuera bueno y quisiera verdaderamente llevarnos al cielo, no nos pondría en la tierra sabiendo cómo sabe -porque se supone que lo sabe todo (omnisciente)- que nos vamos a condenar. Entonces, o bien nos salvamos todos o bien es un mal Dios -una injusticia Suya-. Y, aunque nos salvaremos todos, no había la necesidad de crearnos en este mundo de sufrimiento. Nos crearía directamente en el cielo. Y si nos crea sabiendo que vamos a ir al infierno, no sería bueno, sería un Dios malísimo. Y que las creencias católicas son pueriles y no se sostienen. Y que por eso, con todos los avances de la humanidad en todos los campos del conocimiento humano, todo el mundo se va de la Iglesia pre-conciliar que no se adapta al mundo.
6. Para despejar cualquier duda: pero, ¿fue Dios injusto al no dar a Adán Gracia eficaz en el momento decisivo, justo antes del Pecado original? Si Dios no dio Gracia eficaz en ese preciso instante, ¿no sería esto Arbitrariedad o una Voluntad positiva de que Adán caiga? Aquí es fundamental la respuesta católica: el permiso divino no es lo mismo que el querer activo de pecado.
7. Y aquí obtenemos sentido y desechamos cualquier contrasentido: Dios permite el mal para sacar de él un bien mayor: San León Magno: O felix culpa! Entonces, Dios no dio gracia eficaz en ese instante porque, en Su Sabiduría infinita, ordenó permitir la caída para un plan mayor: la Redención por Cristo. Y esto no es injusticia, sino Sabiduría providente que conoce todos los bienes posibles.Y tenemos que aceptar un misterio: Dios permite lo que aborrece (el pecado), sin quererlo, para realizar lo que ama más: la Redención.

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Eso se parece a la tesis de Marín – Solá, que es una especie de intento de vía media entre el tomismo y el molinismo.

Frente a eso está la tesis tomista y agustiniana, que es libre en la Iglesia, y si se puede decir que ella lleva a que Dios sea injusto, también nosotros podemos decir, con mejores argumentos, que la tesis contraria lleva a que el hombre se salve a sí mismo, en vez de ser salvado por Dios.

El caso es que Dios puede impedir cualquier resistencia a la gracia suficiente precisamente mediante la gracia eficaz, y sin atentar para nada contra la libertad de la creatura racional, porque la gracia eficaz hace que el hombre actúe libremente.

Si la creatura racional, utilizando su libertad, opta por no resistir a la gracia suficiente, eso es un gran bien que tiene lugar en la creatura, y que no puede no tener a Dios como Causa Primera, mediante, precisamente, la gracia eficaz.

De lo contrario, la creatura se habría ganado la gracia eficaz con el mérito de no resistir a la gracia suficiente, pero la gracia no se da por méritos, sino, precisamente, como gracia.

Por eso San Agustín repite una y otra vez el pasaje de San Pablo: “¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste ¿de qué te glorías, como si no lo hubieses recibido?” (1 Co. 4, 7).

De lo contrario, Dios sí estaría obligado a dar su gracia eficaz a todo aquel que no resistiese la gracia suficiente.

En esa hipótesis no es Dios, en definitiva, el que salva al hombre, sino que es el hombre el que se salva a sí mismo no resistiendo la gracia suficiente.

La elección y la iniciativa en la salvación van juntas: o son ambas de Dios o son ambas de la creatura racional. Si el hombre tiene la iniciativa, él se elige para la Vida Eterna, si Dios tiene la iniciativa, Dios elige a los que se han de salvar.

Y el hombre tiene la iniciativa si es su decisión de no resistir la gracia suficiente la que en definitiva inclina la balanza, o sea, si esa misma decisión no es efecto de la gracia divina eficaz.

En esta hipótesis tenemos dos seres humanos que reciben de Dios la misma gracia suficiente, uno, por su sola libertad, la resiste, y se condena, otro, por su sola libertad, no la resiste, y se salva.

Y es por su sola libertad que este último no resiste la gracia suficiente, porque la gracia suficiente es la misma en ambos individuos, por hipótesis, y por tanto, todo lo que sea efecto de la gracia suficiente es igual en ambos.

El que se salva, entonces, en esta hipótesis, debe su salvación a sí mismo, no a Dios, porque inicialmente Dios dio lo mismo a ambos, y luego, lo decisivo fue la opción de la creatura, que fue la que determinó que luego Dios la tratase de modo diferente dándole la gracia eficaz.

Pero la causa segunda no puede tener ninguna iniciativa, en lo absoluto, quiero decir, porque es causa segunda, que actúa solamente en tanto que movida por la Causa Primera.

Dios respeta la libertad humana moviéndola eficazmente, porque ésa es la única forma en que la libertad humana, que es una libertad creada, puede moverse.

Y las objeciones del ateo que Ud. pone ahí, si valiesen algo, que no valen, obviamente, y por eso no hay que guiarse por ellas, valdrían también contra lo que Ud. sostiene. Porque de todos modos, efectivamente Dios sabe desde la Eternidad quién se condena y quién se salva, y pudiendo crearnos directamente en el Cielo, nos ha creado en este valle de lágrimas.

Y en definitiva, siempre podría Dios usar su gracia eficaz para impedir toda resistencia a la gracia suficiente y hacer que absolutamente todos se salven.

O hablando en forma molinista, podría haber creado Dios a todos los hombres en las circunstancias en las que por su “ciencia media” Él sabía que todos habrían de salvarse.

Esas no son objeciones contra la “Iglesia pre-conciliar”, que además no existe, porque hay una sola, sino contra la fe católica como tal.

Es solamente en la perspectiva de Marín – Solá que parece que efectivamente no se puede hablar de elección divina, porque él sostiene que en la Eternidad divina quedan registradas las opciones libres que las creaturas toman en el tiempo, de modo que el conocimiento divino es (imposiblemente) determinado por lo que hacen las creaturas y así Dios sólo puede “enterarse” de la elección que ha hecho el hombre.

La respuesta correcta es, precisamente, que Dios permite el mal sin quererlo. Pero eso, que obviamente no es una respuesta “post-conciliar”, quiere decir que Dios no es injusto si da la gracia eficaz a quien Él particularmente ha elegido darla, sin estar condicionado para ello por nada que la creatura previamente haya hecho o dejado de hacer, o que Él haya previsto que la creatura haría o dejaría de hacer.

Adán entonces sí necesitaba la gracia eficaz para de hecho no pecar, y no la tuvo, porque Dios no quiso dársela, porque lo que sí quiso Dios fue, no el pecado de Adán, sino permitirlo, en orden a un bien que la Revelación ha ido dando a conocer luego progresivamente, hasta llegar a la manifestarlo plenamente en Jesucristo.

Una de las mayores dificultades para entender esto es que aplicamos a la Bondad divina los criterios que surgen de nuestro conocimiento de la bondad de las creaturas, sin discernir lo que es propio del bien como tal y lo que es propio solamente del bien creado. La creatura siempre está sujeta a leyes y obligaciones, no así el Creador.

La fe purifica la inteligencia, y por eso es normal que el no creyente se escandalice con algunos aspectos de la verdad revelada por Dios.

El remedio está en explicar bien la Revelación, y sobre todo, el remedio para estas personas, y para todas las personas, está precisamente en la gracia divina eficaz, que debemos pedirla.

Saludos cordiales.
30/06/25 6:48 PM
  
JSP
1. Néstor, no tenía ni idea de la tesis de Marín – Solá.
2. Dios no puede contradecirse ni engañar a nadie, si no no sería Dios.
3. No debemos olvidar que Dios es Causa Primera Libre y al crearnos a Su imagen y semejanza, somos causa segunda libre en el Paraíso y caídos causa segunda con la libertad dañada.
4. Cuando Dios nos revela que "el que crea y se bautice, se salvará, mientras que el que no crea se condenará.", trata de la respuesta humana, mérito, con el auxilio y cooperación de Su Gracia. Pues, nos ha dado la existencia, el ser y el movimiento en Su Orden de Creación y Recapitulación. Y la libertad humana está dentro de ese Orden natural y sobrenatural. Y sería un contrasentido que la Fe fuese sólo por Gracia eficaz, sin mérito alguno por nuestra parte, porque Dios sería injusto por reclamar la incredulidad del ateo sin haberle dado Gracia suficiente.
5. La Gracia suficiente es también de Dios y quien no la resiste puede recibir la Gracia eficaz en los obstáculos que se presentan para su santidad.
6. San Pablo, un ejemplo de ambos modos de Gracia. A San Pablo Dios le da Gracia eficaz al dejarlo ciego y hablarle y recuperarle la vista, pero no se la dió después en las tentaciones, pues le dejó el aguijón para que con Gracia suficiente librara el buen combate de la Fe. Dios actúa con Pablo de manera especial con Gracia eficaz extraordinaria en Damasco: lo derriba, lo ciega, lo transforma. Esto es una intervención infalible y decisiva, sin que Pablo lo merezca. Pero, Dios lo mueve libremente a creer y entregarse. Gracia suficiente en su “aguijón”: le permite luchar, resistir, orar, ejercitar la humildad y perseverar. Como le dice el Señor: “Te basta mi gracia” (2 Cor 12,9). Aquí San Pablo coopera activamente, luchando el buen combate (cf. 2 Tim 4,7), sin que Dios le quite el mérito de su resistencia, precisamente porque esa resistencia es fruto de la Gracia suficiente que él no rechaza.
7. Tenemos que intentar entender cómo se relacionan la iniciativa de Dios (Causa Primera) y la respuesta humana libre (causa segunda) sin caer en extremos como el pelagianismo o el determinismo. Y esto plantea un equilibrio entre las dos verdades de Fe católica:

- La primacía absoluta de la gracia divina;
- y la responsabilidad real de la libertad humana.

8. Si Dios se contradijera, no sería el Ser Perfectísimo ni el Fundamento de la Verdad misma (cf. ST, I, q.21, a.1). Por eso, todo lo que Revela es coherente con Su Naturaleza, incluso si nos sobrepasa.
9. Dios es Causa Primera, que da el ser y el obrar. El hombre es causa segunda libre, capaz de actuar por sí mismo en cuanto movido por Dios, sin ser determinado de forma mecánica ni forzado. Esto significa que incluso en el estado de inocencia (Paraíso), Adán era libre porque Dios lo movía libremente a obrar, pero con la posibilidad de caer. Y tras la caída, la libertad está herida (no destruida), y necesita gracia sanante y elevante. San Agustín nos dice: “Liberum arbitrium captivatum est.” = "El libre albedrío fue hecho prisionero [por el pecado]" (De Spiritu et Littera, c. 30).
10. El que crea y se bautice se salvará: el precepto divino exige una respuesta libre —creer y bautizarse—, y eso supone una verdadera cooperación humana. Pero, esa cooperación es movida por la gracia suficiente primero, y puede llegar a ser consumada por la gracia eficaz, si Dios así lo dispone. No hay mérito natural previo, pero sí hay mérito sobrenatural después de recibir la gracia, porque Dios así lo ha querido. Santo Tomás: “El mérito se funda en la gracia.”
(S.Th., I-II, q.114, a.3). Y Dios no sería justo si exigiera al hombre algo que no pudiera, siquiera en potencia, cumplir con la ayuda de su gracia suficiente.
11. Dios quiere que todos los hombres se salven: el Concilio de Trento enseña que todos los hombres reciben la Gracia suficiente para su salvación, para evitar el jansenismo o el quietismo. La Gracia suficiente es verdadera Gracia, no una ficción. Da el poder real de obrar el bien, aunque no garantice el acto. Si el alma no la resiste, Dios puede —gratuitamente, no obligatoriamente— concederle Gracia eficaz.
12. Por tanto, Dios siempre toma la iniciativa. La libertad humana, aunque herida, es real. La Gracia suficiente es verdadera, aunque no infalible. La Gracia eficaz es don gratuito, nunca deuda. La fe y el mérito son posibles solo en el orden de la Gracia, y Dios no exige lo que no da capacidad de realizar.

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La expresión "sólo la gracia eficaz" no tiene sentido. La gracia eficaz activa infaliblemente el acto libre del hombre. No hay gracia eficaz sin que haya acto libre del hombre, y sin que la gracia eficaz produzca infaliblemente ese acto libre del hombre. Y esto tanto para tomistas como molinistas, pues estos últimos lo entienden de la gracia que es eficaz por el libre consentimiento de la voluntad infaliblemente previsto por la "ciencia media" divina. Salvo que el "produzca" ya no tiene un sentido claro en el molinismo.

Por lo mismo, tampoco tiene sentido oponer la gracia eficaz a los méritos. Los méritos son fruto de la gracia eficaz infalible.

No se entiende nada de este tema si se piensa que la gracia eficaz (infaliblemente eficaz, tanto para tomistas como para molinistas, según lo dicho) anula la libertad y la responsabilidad humana.

No es la gracia suficiente la que hace que no se resista a la gracia suficiente, porque si así fuese, la gracia suficiente nunca sería resistida.

Pero no resistir a la gracia suficiente también es obra de la gracia de Dios.

Por tanto, es obra de la gracia eficaz.

Por tanto, es cierto que al que no resiste la gracia suficiente, Dios le da la gracia eficaz, pero porque le da la gracia eficaz para no resistirla, sea que se trate de dos gracias eficaces distintas, una anterior y otra posterior a la no resistencia a la gracia suficiente, o que se trate de la misma gracia eficaz, que por el hecho de darla Dios a la creatura racional, por eso mismo la creatura no resiste la gracia suficiente.

Por eso la iniciativa es de Dios: porque en definitiva, sin la gracia eficaz no hacemos nada en orden a la salvación eterna.

La gracia suficiente, en cuanto tal, no mueve nada, porque sólo da la capacidad de hacer, no el hacer. El movimiento en ese caso sólo puede consistir en una gracia eficaz que deja a la creatura capacitada para hacer algo. Pero eso no es la gracia suficiente en tanto que suficiente.

La gracia suficiente está para darnos la capacidad de hacer, y esa la reciben todos, porque Dios no manda lo imposible. La gracia eficaz la reciben solamente los que de hecho hacen el bien, no que la reciban porque hacen el bien, sino que hacen el bien porque la reciben.

Saludos cordiales.
02/07/25 1:29 PM
  
sofía
Antes de seguir con lo del sentido compuesto y dividido voy a comentar su respuesta a JSP de las 6:48.
La solución de Marín - Solá viene a ser la de San Alfonso María Ligorio y otros precedentes de la Sorbona y además hay otras propuestas tomistas diferentes, como por ejemplo Maritain. Usted no está de acuerdo con ellos, pero nosotros podemos estarlo. También podríamos como católicos ser molinistas, aunque no es mi caso porque a Molina lo encuentro tan abstruso como a Báñez.
De momento me voy a limitar a rebatir que el ser humano que no rechace la gracia suficiente se salve a sí mismo, repitiendo el mismo argumento y ejemplo que en mi último comentario que usted no publicó en un post anterior sobre el tema:
Si me estoy ahogando y un hombre viene en una barca a salvarme y me sube a la barca, me he salvado yo a mí misma o me ha salvado él? Otra cosa es que tras el primer instante, después de reanimarme, mi salvador me pida que colabore con él en manejar la barca y yo lo haga, pero el que me ha salvado es él y suyo es el mérito, no mío.
Y si otra persona se empeña en nadar alejándose de la barca y rechazando la ayuda de su salvador eso no agrega el más mínimo mérito a quien se deja salvar por quien es el único autor de su salvación. La pregunta puede ser por qué rechaza otro ser salvado y me temo que en algún caso se pueda deber a la pésima imagen que se ha dado de su salvador hasta el punto de preferir huir de él y ahogarse. En todo caso la locura del que huye no agrega ningún mérito al que se deja salvar, ni le hace en ningún grado salvador de sí mismo.
Saludos cordiales


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No he dejado de contestar, y varias veces, a ninguno de sus argumentos.

En cuanto al ejemplo, la gracia suficiente, o la gracia eficaz por el consentimiento de la creatura de los molinistas, no nos sube a ninguna barca.

Porque con la sola gracia suficiente, uno puede convertirse y el otro no, y no vamos a decir que el que no se convirtió se bajó de la barca.

El ejemplo "antibañeciano" queda mejor si se dice que el que está en la barca le tira sendas cuerdas a los que están en el agua, y que uno se agarra de la cuerda y sube a la barca, mientras que al otro no le gusta el color de la cuerda y se queda en el agua.

Sin duda que la diferencia entre estos dos la hizo el que se agarró de la cuerda, en lo positivo, y el que no la quiso tomar, en lo negativo, pero nunca el que está en la barca.

Contra esto es que San Pablo dice la frase justa: "Porque ¿quién te distingue? ¿Qué tienes que no recibiste? Y si lo recibiste, ¿por qué te jactas como si no lo hubieras recibido?" (1 Co. 4,7).

Lo que San Pablo nos dice aquí, es que pensar que es uno el que se distingue, por algo positivo, de los demás, y que uno tiene algo positivo que no ha venido de Dios, van juntos, así como pensar que todo lo positivo que tenemos viene de Dios, y que es Dios el que nos distingue en lo positivo de otros, también van juntos.

Y San Pablo dice que lo verdadero es lo segundo: todo lo bueno que hay en nosotros viene de Dios, y por tanto, es Él el que nos distingue, no nosotros.

El ejemplo de la barca serviría para ilustrar la gracia eficaz, si no fuese porque cuando a alguien lo suben así a una barca su libre albedrío no coopera en nada, mientras que no tiene sentido discutir la tesis tomista si no se entiende que para el tomismo la gracia eficaz produce infaliblemente los actos libres (atención : libres) de la creatura racional.

Es claro que se puede no estar de acuerdo con esto, pero entonces es eso lo que hay que discutir, en vez de plantear objeciones sobre la base de principios que el tomismo no acepta.

Digo, esto último en el caso de que el ejemplo de la barca se refiera a la gracia eficaz. En caso contrario, lo de más arriba.

Saludos cordiales.
03/07/25 9:09 AM
  
sofía
Es la primera vez que me contesta a lo de la barca. En mi ejemplo te sube a la barca tu salvador tú simplemente estás allí y es luego, cuando te ha salvado sin ningún mérito por tu parte cuando puedes colaborar. Claro que la gracia te sube a la barca. Y yo, como el concilio de Trento, no tengo por qué hablar de gracia suficiente ni de gracia eficaz, ni en el caso de que otras personas crean que esa distinción es fundamental, tampoco tengo por qué aceptar la definición de gracia suficiente que dan ustedes los bañecianos, como gracia que es imposible que sirva para hacer el bien de hecho. Me parece más lógico de acuerdo con la revelación el enfoque de Marín - Solá
La cuestión es que antes de la controversia de auxiliis, concilio de Trento incluido, no necesitaban hacer esas distinciones cuando hablaban de la gracia. Ni siquiera San Agustín ni Santo Tomás hablaron de la gracia suficiente y la eficaz como lo hacen ustedes, aunque ustedes lo puedan deducir de sus teorías, según dicen, el caso es que no es necesario para un creyente católico aceptar sus definiciones de gracia suficiente y gracia eficaz.
Es más, ni en el catecismo actual ni en ninguno de los catecismos anteriores que conozco hablan de gracia suficiente y gracia eficaz sino simplemente de gracia actual diferenciándola de gracia habitual. A veces hablan de gracia sacramental, gracias de estado.... Y también se nos puede recordar que Dios da a todos la gracia suficiente para poder salvarse si no se rechaza.
Hablan de la gracia, sin más, que se da en grado suficiente. No hablan de que sea un tipo especial de "gracia" con la que es imposible que se haga el bien porque para hacer el bien de hecho necesitarían otro tipo especial de gracia que no se puede resistir de hecho aunque no es irresistible.
Es decir, lo de dividir la gracia en "suficiente" y eficaz no es necesario, pero además cuando se habla de gracia suficiente se puede hacer del mismo modo que San Alfonso y Marín - Solá, más acorde con la revelación Y con el sentido común.
El caso es que yo estoy totalmente de acuerdo con 1 Co 4,7, como con todas las citas bíblicas que a menudo pone, solo que las entiendo tal cual y no les añado ninguna especulación filosófica como hace usted. Naturalmente que la gracia de Dios va siempre por delante y que no tenemos nada de qué presumir porque todo es don de Dios. Quien se salva se salva por la gracia y quien la rechaza se condena por su culpa.
Lo mismo digo sobre el concilio de Orange: ninguna pega. La especulación añadida sobre si se referiría a tal o cual tipo de "gracia" es lo que me sobra, entre otras cosas porque yo no acepto la definición bañeciana de gracia suficiente, de la que ningún concilio dice nada.
Me estoy alargando mucho, dejo para luego el asunto de sentido dividido y compuesto y sobre la responsabilidad y la libertad.
Saludos cordiales

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Respecto de eso de que nos suben a la barca sin que nosotros hagamos nada, hay que distinguir. Por un lado, el Concilio de Trento condena la tesis luterana de la justificación puramente pasiva de parte del hombre, por otro lado, Santo Tomás enseña que la gracia se divide en gracia operante y gracia cooperante, que en el caso del acto interno de la voluntad, sobre todo el primero con el que comienza la conversión, la gracia es operante, porque la voluntad es movida pero no mueve, y en el caso de los otros actos de las otras facultades, movidas por la voluntad, la gracia es cooperante, porque ahí la voluntad es movida y mueve a la vez.

Hay por tanto una pasividad de la voluntad, al menos en su primer acto, respecto de la gracia operante, pero no es una pasividad total, que es en lo que consiste el error luterano, porque la voluntad, en ese caso, quiere ella misma y según su propia naturaleza, en forma no coaccionada.

Pero según lo que dice Billuart, entre los mismos tomistas, al parecer, hay dos formas de entender esto. Unos dicen que ese primer acto es voluntario pero no libre, otros dicen que es voluntario y libre, pero no es, digamos, autodeterminativo.

Ninguna de las dos tesis dice que ese acto sea necesario, pero lo que pasa es que los primeros, para la libertad parece que exigen la previa deliberación, que en este caso falta, mientras que los segundos, para la libertad exigen solamente la contingencia del querer, que pueda darse o no, y entiendo yo que hacen consistir la autodeterminación justamente en lo que incluye una deliberación, según la tesis tomista que dice que la voluntad sigue necesariamente al último juicio práctico del intelecto, pero depende de la voluntad cuál sea el último, pues ella decide cuándo termina la deliberación, con lo cual se logra explicar en forma no contradictoria ni circular la autodeterminación de la voluntad.

Nótese que en todo caso, cuando hablamos de la gracia divina que opera sobre el primer acto de la voluntad, estamos hablando claramente de una gracia que hace obrar, o sea, de una gracia eficaz. Es tesis tomista, entonces, es que la gracia eficaz se divide en operante y cooperante.

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Y es que, o bien hay que distinguir entre gracia suficiente y gracia eficaz, o no.

En caso afirmativo, la distinción sólo puede consistir en que una da la capacidad de hacer, pero no el hacer, y la otra da el hacer mismo.

En caso negativo, habrá una única gracia, que dará, o la capacidad de hacer y no el hacer mismo, o el hacer mismo, pero no la capacidad de hacer.

Porque hay que distinguir el caso del que obedece a la llamada de Dios y el que no obedece. Tenemos que decir que en algún sentido, ambos ha recibido la gracia, y gracia que los capacita para responder, porque Dios no manda lo imposible.

Y por eso dos de las tesis condenadas del jansenismo dice que “Algunos mandamientos de Dios son imposibles para los hombres justos, según las fuerzas presentes que tienen, por más que quieran y se esfuercen; les falta también la gracia con que se les hagan posibles.” y que “En el estado de naturaleza caída, no se resiste nunca a la gracia interior.”

Es de fe, entonces, que Dios da siempre la gracia necesaria para poder cumplir los mandamientos, y que a veces la gracia interior es resistida de hecho. Eso es lo que todos los teólogos llaman “gracia suficiente”.

Por tanto, si hay una sola gracia, será solamente la que capacita para responder, y no la que hace que se responda. Pero entonces, el responder mismo, que distingue al que responde bien del que no responde, sería nuestro, y no recibido de Dios, contra lo que dice San Pablo: “¿Quién te distingue? ¿Qué tienes que no has recibido?”

Por eso es necesario afirmar la gracia eficaz como distinta de la gracia suficiente, y es claro que es de la gracia eficaz de lo que habla el II Concilio de Orange cuando dice:

“Can. 4. Si alguno porfía que Dios espera nuestra voluntad para limpiarnos del pecado, y no confiesa que aun el querer ser limpios se hace en nosotros por infusión y operación sobre nosotros del Espíritu Santo, resiste al mismo Espíritu Santo que por Salomón dice: Es preparada la voluntad por el Señor [Prov. 8, 35: LXX], y al Apóstol que saludablemente predica: Dios es el que obra en nosotros el querer y el acabar, según su beneplácito [Phil. 2, 13]”

Ahora bien, la gracia que nos da la capacidad de limpiarnos del pecado no por eso nos limpia del pecado. De hecho, esa gracia debemos decir que la reciben todos, porque Dios no manda lo imposible, y Dios manda a todos que cumplan los mandamientos, y no todos se limpian del pecado. Si fuese sólo por esa gracia, Dios sí debería esperar al consentimiento de nuestra voluntad para limpiarnos del pecado. ¿Quiere decir eso que Dios nos limpia del pecado sin el consentimiento de nuestra voluntad? No, sino que quiere decir lo que dice el II Concilio de Orange: “aún el querer ser limpios se hace en nosotros por infusión y operación sobre nosotros del Espíritu Santo”.

Pero esta gracia que ya no nos da solamente el poder querer ser limpios, sino el querer ser limpios mismo, es una gracia distinta de la gracia suficiente, y es la que llamamos “gracia eficaz”.

Para negar esto, o bien hay que decir con los jansenistas que sólo reciben la gracia los que de hecho responden positivamente al llamado de Dios, y entonces la única gracia sería la gracia eficaz, o bien hay que decir que la única gracia, en el fondo, es la gracia suficiente, más el consentimiento de la creatura racional, que es en definitiva lo único que la hace responder bien.

Si los molinistas se escapan de esto, es simplemente porque a eso mismo lo llaman "gracia eficaz por el consentimiento de la creatura, gracia extrínsecamente eficaz".

En todo caso, estamos de nuevo con San Pablo: “¿Quién te distingue? ¿Qué tienes que no hayas recibido?” Ese libre consentimiento mismo, y no sólo la capacidad de consentir libremente, tiene que ser recibido de Dios.

En cuanto a Marín – Solá, lo que él hace, en el fondo, es poner en lugar de la gracia suficiente, o entre ella y la gracia eficaz infalible, la gracia eficaz por el consentimiento de la creatura de los molinistas, un poco retocada, y decir que si la creatura responde positivamente a esta gracia, Dios le da la gracia intrínsecamente eficaz de los tomistas de verdad.

Porque dice que Dios da primero gracias falibles, y si la creatura no se resiste a ellas y no las hace fallar, le da las gracias infalibles.

La diferencia que pretende tener con el molinismo es que donde el molinismo requiere un consentimiento positivo de la voluntad creada a la gracia, él pide solamente que la voluntad creada no haga fallar a la gracia falible, una especie de “no intervención” de la voluntad creada que deja que la gracia divina siga su curso.

Pero es una diferencia sólo aparente. Porque la libertad de la voluntad no es solamente libertad de especificación, de querer esto o querer aquello, sino también de ejercicio, de querer o no querer. El no querer, por tanto, es tan voluntario y libre como el querer, y por tanto, no haría falta menos intervención libre de la creatura para no hacer fallar la gracia que para consentir a ella.

Y esa intervención libre de la creatura sin duda que sería algo muy bueno, y por tanto, sin duda que tendría a Dios como Causa Primera: para esto también haría falta, si hubiese mociones rompibles, que no las hay, la gracia intrínsecamente eficaz.

Claro, todo esto implica razonamiento, pero desde el principio suponemos que no nos vamos a limitar a transcribir los textos de la Escritura y el Magisterio. Y de hecho, ninguno de nosotros lo hace.

Saludos cordiales.
03/07/25 4:56 PM
  
JSP
1. Néstor, una vez más, gracias por sus respuestas lógicas y aclaratorias. Y me parece que se formaría mejor en la Fe católica si se desambiguara el concepto genérico de Gracia, porque confunde mucho no saber bien su significado según contexto.
2. Por ej. el Concilio de Trento, Sesión VI, enseña que la cooperación con la Gracia es necesaria, pero también que Dios es el autor del bien en el alma. Gracia suficiente y el fruto es por Gracia que pasa de suficiente a eficaz. Pues, “Dios previene al hombre para que se convierta, coopera con él para que obre, y lo mantiene para que persevere”. Esto significa que la Gracia es necesaria no solo para iniciar, sino también para perseverar y obrar de hecho. La Gracia que hace esto de forma infalible, sin quitar la libertad, es gracia eficaz. De modo que, el inicio y elección (perseverar y obrar de hecho) siempre es de Dios con Su Gracia suficiente y eficaz.
3. “Dios quiere que todos los hombres se salven” (1 Tim 2,4).
El Concilio de Trento enseña que nadie está privado de la Gracia suficiente para salvarse. Es decir, Dios no niega arbitrariamente la Gracia eficaz a nadie, sino que la criatura puede resistirse a la Gracia suficiente. Si no lo hiciera, Dios concedería más Gracia suficiente, hasta la eficaz. Pues, Dios no da a todos en el mismo momento gracias eficaces, pero ofrece a todos gracias suficientes para que comiencen el camino hacia la salvación. Y si no se resisten, Él añade lo necesario. Esto no es injusticia, sino una pedagogía divina que respeta la libertad, incluso antes de moverla eficazmente. La Gracia suficiente es otorgada a todos: esto sostiene la universalidad del llamado a la salvación. El Concilio de Trento afirma que la Gracia prepara, mueve y coopera con la libertad humana en la justificación, de tal modo que el mérito no es solo humano, sino divinamente impulsado. Decreto sobre la Justificación: “Si alguno dice que el hombre justificado no puede resistir a la gracia divina que lo llama a la fe y a la justificación, sino que la gracia irresistible de Dios lo justifica, sea anatema.” (Denzinger 1521). Esto muestra que la Gracia es suficiente, pero puede ser resistida por la libertad humana. Catecismo de la Iglesia Católica (CIC 1996): “La gracia es una ayuda gratuita que Dios da a la naturaleza caída para salvarla.”
Esto implica que todos reciben Gracia suficiente para la salvación.
4. La Gracia eficaz es necesaria para que se produzca el efecto real de la conversión y la salvación, debe ser eficaz, es decir, debe mover realmente y de manera interna la voluntad para que la persona acepte y coopere. Santo Tomás de Aquino, ST (I-II, q. 112, a. 3): “Dios obra en nosotros tanto el querer como el obrar, sin quitar nuestra libertad, sino moviéndola para que quiera y obre efectivamente el bien.” Catecismo de la Iglesia Católica (CIC 2001): “La gracia no destruye la libertad, sino que la mueve, la ilumina y la fortalece para que el hombre pueda responder a la llamada de Dios a la salvación.” Sin gracia eficaz no hay salvación, pues la Gracia suficiente solo ofrece la posibilidad de salvarse, pero la persona puede resistirla, mientras que la Gracia eficaz produce en la voluntad humana el querer y el obrar el bien que conduce a la salvación. Por ello, sin la Gracia eficaz no hay conversión verdadera ni perseverancia, y, por ende, no hay salvación.
5. Veamos un caso práctico, que siempre se entiende mejor. Un joven bautizado en Sacramento en falso, pues sus padres y padrinos no eran católicos practicantes, no le transmiten y testimonian la Fe católica, que hace la Primera Comunión y desaparece de la vida cristiana.
6. Pero un día, el joven que vive alejado de la Fe católica durante años, no reza, no va a Misa y ha tomado muchas decisiones de mala vida, es invitado por un amigo a una charla sobre el sentido de la vida en la Parroquia.
7. Durante esa charla, siente un llamado interior. Algo en su conciencia se despierta, se siente tocado por lo que oye (la Fe entra por el oído), y comienza a reflexionar sobre el modo en que vive su vida mundana. Dios, en ese momento, le está dando una Gracia suficiente: una ayuda interior para que pueda dar el primer paso hacia la conversión. Si el joven responde positivamente (por ej.: decide ir a confesarse, volver a rezar, acercarse a los Sacramentos), esa Gracia suficiente se vuelve eficaz, porque ha cooperado libremente con ella. Si el joven la rechaza (decide ignorar lo que sintió, vuelve a su vida sin cambio), la Gracia fue suficiente, pero no eficaz. Dios le da la posibilidad de salvarse, pero él libremente la rechazó. La Gracia suficiente es real y activa: Dios le da al joven la posibilidad real de convertirse. La salvación es posible con la Gracia suficiente, si la persona coopera libremente. Si coopera, entonces Dios le concederá otras Gracias, incluida la Gracia eficaz, para que persevere y se salve. “La gracia es necesaria para despertar la fe, para convertirse, para justificar y para perseverar hasta el fin." Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1996–2001.

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Cuando el Concilio de Trento dice que la gracia puede ser resistida, eso no hay que entenderlo necesariamente de la sola gracia suficiente, porque la gracia eficaz irresistible es propia de la herejía jansenista. La gracia eficaz también puede ser resistida, sólo que, al diferencia de la gracia suficiente, nunca es resistida de hecho.

No tiene sentido decir que la gracia suficiente se convierte en gracia eficaz, porque el hacer es más que el poder hacer, y por tanto, lo que da el poder hacer, en cuanto tal, no puede dar el hacer ni convertirse en algo que da el hacer.

Son dos gracias distintas, que son dadas ambas por Dios.

El molinismo y el "marinsolismo" piensan que pueden de algún modo decir que la gracia suficiente se convierte en gracia eficaz, porque se le agrega el consentimiento de la creatura o el no oponerse de la creatura, respectivamente.

Pero eso choca con el dicho de San Pablo: "¿Quién te distingue? ¿Qué tienes que no hayas recibido?". La gracia eficaz significa un "plus" respecto de la gracia suficiente, que tiene que ser dado también por Dios, no por la voluntad de la creatura racional.

La gracia suficiente es previa al comienzo de la conversión, porque para convertirse hay que poder convertirse, pero eso no quiere decir que para el comienzo de la conversión o "initium fidei" alcance con la sola gracia suficiente.

Porque el comienzo de la conversión no es un mero poder convertirse, sino un acto, por inicial que se lo quiera pensar, y para eso ya hace falta la gracia eficaz.

En el comienzo de la conversión, entonces, Dios da la gracia suficiente, para que la persona pueda convertirse, y da la gracia eficaz, para que comience a convertirse de hecho, y sigue dando la gracia eficaz, para que el proceso de la conversión llegue a su final.

En el ejemplo que Ud. pone, todos los cambios reales que se produzcan de hecho en el alma de esa persona durante su proceso de conversión son fruto de la gracia eficaz.

Porque la misma gracia suficiente está en la persona en virtud de la gracia eficaz, porque algún cambio real tiene que hacer Dios en el alma para que ésta pueda sobrenaturalmente lo que antes naturalmente no podía, y ese cambio, como todo lo que es actual y efectivo, lo produce la gracia eficaz.

Lo "suficiente" de todo ello no es por relación a la actualidad que se produce de hecho en el alma, sino por relación a aquello ulterior para lo que esa actualidad eficazmente producida en el alma capacita a la persona.

Como dice el II Concilio de Orange, Dios no espera al consentimiento de la voluntad humana para limpiar al alma del pecado, y no porque limpie al alma del pecado sin el consentimiento de la voluntad, sino porque Dios produce, con su gracia eficaz, el consentimiento de la voluntad.

Eso quiere decir que la prioridad de la gracia suficiente respecto de la gracia eficaz es solamente en el terreno de la capacidad para obrar, no en el terreno del obrar efectivo mismo, que depende de comienzo a fin de la gracia eficaz.

Y lo que salva es el obrar efectivo, no la sola capacidad de obrar.

No es verdad, entonces, que el hombre haga algo con la sola gracia suficiente que lo capacite para recibir la gracia eficaz.

Donde aparezca la palabra "hace", "obra", "realiza de hecho", como algo distinto de solamente poder hacer, poder obrar, poder realizar, ya está actuando la gracia eficaz.

La gracia suficiente no es un camino hacia la gracia eficaz, sino solamente una condición necesaria previa, porque no se hace lo que no se puede hacer. Pero que se pueda hacer algo tampoco es lo mismo que hacerlo ni quiere decir necesariamente que se lo haga.

Saludos cordiales.
03/07/25 9:01 PM
  
Néstor
Para algo más sintético sobre la gracia suficiente y la gracia eficaz: Dios da su gracia a todos, porque a todos hace posible el cumplimiento de los mandamientos. Ésa es la gracia suficiente. Cumplir los mandamientos es una gracia de Dios, y esa gracia no se da a todos, porque no todos cumplen los mandamientos: ésa es la gracia eficaz.

Saludos cordiales-
03/07/25 10:21 PM
  
JSP
Como dice el II Concilio de Orange, Dios no espera al consentimiento de la voluntad humana para limpiar al alma del pecado, y no porque limpie al alma del pecado sin el consentimiento de la voluntad, sino porque Dios produce, con su gracia eficaz, el consentimiento de la voluntad.
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1. Una pregunta que me surge: ¿quiere decir que Dios ha retirado de Su mayor parte de la Iglesia, bautizados, la Gracia eficaz del Sacramento de la Confesión?
2. Pues, puede observar en cualquier Misa de Novus Ordo, que la mayoría comulga sin Confesión habitual.

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Siempre que la creatura peca carece de la gracia eficaz, por el concepto mismo de "gracia eficaz", que es la que siempre va acompañada de la buena obra correspondiente. Pero muchas veces, la carencia de la gracia eficaz es pena por un pecado anterior.

Frente a ese pecado anterior, Dios responde o bien con la justicia, negando la gracia eficaz para una buena obra ulterior, o bien con misericordia, dando esa gracia eficaz.

No es imposible, por ejemplo, que en tiempos de San Pablo hubiese otros fariseos que también perseguían al cristianismo, pero no recibieron la gracia de la conversión.

Saludos cordiales.
04/07/25 9:13 AM
  
JSP
1. La Iglesia Católica en sí misma, por Bondad y Caridad, es gracia eficaz de Dios, por Su Misericordia y Justicia.
2. Esto es, la Iglesia Católica, por ser en sí misma obra del amor divino, es instrumento eficaz de la gracia de Dios, que actúa en el mundo por su infinita misericordia y su perfecta justicia.
2. Pues, es Alianza nueva y eterna, eficaz contra el Pecado y la Muerte, designio divino de Su gracia eficaz por los muchos. La Iglesia, en su naturaleza esencial y divina, no es meramente una institución humana, sino un Cuerpo místico instituido por Cristo.
3. La pena o castigo la veo más bien en el pecado de la Atalaya, al que Dios ha retirado Su gracia eficaz, que permite un rito eucarístico de participación activa, que en realidad no es activo 100% en estado de Gracia por falta de prédica, catequesis, formación y/o error edición litúrgica del Misal romano.
4. Pecado de la Atalaya que no quiere explicar por qué es culpable el que peca, lo que justo le ocurre a él, de modo que es justo corregir al que peca -¿cuántos católicos son corregidos por hacer cola para comulgar sin hacer cola para confesarse?-, pues si el hecho mismo de que peca muestra que no ha recibido de Dios la gracia de no pecar.
5. Pues, la Iglesia actúa o existe movida por la Bondad y la Caridad. Es decir, su ser y su misión se fundamentan en el amor de Dios.
6. Pues, la Iglesia es un medio por el cual Dios otorga Su gracia de forma eficaz, no solo simbólica o potencial. La Gracia eficaz implica que produce en los fieles lo que significa en los Sacramentos, Sacramentales, etc..
7. Pues, esta eficacia de la Gracia, mediada por la Iglesia, no es solo un acto de compasión (Misericordia), sino también de cumplimiento del orden divino (Justicia). Es decir, Dios salva y santifica a través de la Iglesia porque es justo y misericordioso a todo el género humano, porque el Sacrificio del Calvario es Presente eterno. La Iglesia Católica es gracia eficaz de Dios por Su Misericordia y Justicia, porque no es simplemente una institución terrenal, sino que en su esencia es una realidad sobrenatural: el Cuerpo Místico de Cristo. Fundada por el Hijo, animada por el Espíritu y enviada por el Padre, la Iglesia existe como instrumento vivo del amor divino. Es, por tanto, instrumento eficaz de la gracia de Dios, que actúa en el mundo por su infinita misericordia y su perfecta justicia. En ella y por ella, Dios comunica Su gracia de forma eficaz, no simbólica ni solo potencial. Su acción es real, transformadora y santificadora. La Iglesia es la Alianza nueva y eterna, eficaz contra el Pecado y la Muerte, porque es el designio divino de gracia eficaz, ofrecido "por los muchos" (cf. Mt 26,28). Esta Alianza no es un pacto humano, sino un don celestial. En Cristo resucitado, la Iglesia combate con poder espiritual las fuerzas de la muerte, y ofrece la victoria por medio de los Sacramentos. Sin embargo, se hace visible una herida grave en el seno de la Iglesia: el pecado de la Atalaya cuando no advierte del peligro. Es decir, cuando los llamados a custodiar, predicar y formar al Pueblo de Dios descuidan su misión, y dejan de ser vigilantes. Entonces Dios retira Su gracia eficaz: permanece el rito, pero no la vida interior; hay liturgia, pero sin alma. Se ofrece una participación "activa", pero no en estado de gracia, porque falta prédica, catequesis, formación o fidelidad litúrgica. El pecado de la Atalaya es no querer explicar por qué el pecado es pecado.
No corrige, no exhorta, no denuncia. Calla donde debe hablar. Pero, ¿cómo puede ser justo no corregir al que peca, si el pecado mismo es signo de que no ha recibido la gracia de no pecar? ¿Cuántos hacen fila para comulgar sin haber hecho fila para confesarse? ¿Quién les ha explicado que no basta con "asistir", sino que es preciso "estar en comunión"? La Iglesia, sin embargo, permanece movida por la Bondad y la Caridad. Su ser y su misión no dependen de los errores humanos, sino de la fidelidad divina. El amor de Dios sostiene a la Iglesia, incluso en los tiempos de confusión, tibieza o apostasía. Ella es medio por el cual Dios otorga Su gracia de forma eficaz. No es solo un canal, sino el lugar donde se encuentra a Cristo vivo. En los Sacramentos, en los Sacramentales, en la Palabra y en la comunidad, Dios actúa y transforma. La Gracia que la Iglesia administra no es vacía: produce lo que significa. Y esta eficacia no es solo obra de Su misericordia, sino también de Su justicia. Porque Dios salva, no por debilidad, sino por fidelidad. Es Justo al salvar, porque cumple Su designio eterno. Así, a través de la Iglesia, Dios no solo consuela, sino que convierte; no solo acoge, sino que purifica; no solo perdona, sino que santifica.

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Las gracias eficaces son gracias actuales, y las gracias actuales son mociones divinas de la inteligencia y la voluntad de las creaturas racionales. Esas mociones, como efectos creados, son de orden accidental, como todo lo que se da en un sujeto, que en este caso es la creatura racional, su inteligencia y su voluntad.

La Iglesia no es una moción divina, sino, descriptivamente al menos, un conjunto de personas.

Por tanto, la Iglesia no es una gracia eficaz.

Se da justamente a alguien lo que ese alguien merece. Por tanto, en la medida en que la gracia pueda ser merecida, en esa medida se la puede dar en justicia. Pero la gracia no puede ser merecida absolutamente hablando, sino sólo bajo cierto aspecto, porque la gracia como tal es por definición indebida (gratis) y por tanto, no merecida, ni dada por tanto en justicia, pero una vez recibida la gracia, los actos realizados con esa gracia pueden merecer otras gracias más, y en definitiva, la salvación eterna, que entonces y bajo ese aspecto sí son dadas en justicia.

O sea que nuestros mismos méritos son un don indebido e inmerecido de la gracia de Dios.

Por eso Santo Tomás enseña que la primera gracia no puede ser merecida en modo alguno:

“El don de la gracia puede ser considerado de dos maneras. Primero, en su condición de don gratuito; y en este sentido es evidente que el mérito es incompatible con la gracia, porque, como dice el Apóstol en Rom 11,6, si por las obras, ya no es por gracia. En segundo lugar, puede considerarse el don de la gracia atendiendo a la naturaleza misma de lo que se da. Y también bajo este aspecto es imposible que este don sea merecido por el que no tiene la gracia, ya porque excede toda proporción con nuestra naturaleza, ya porque, además, cuando aún no tiene la gracia por estar en pecado, el hombre lleva consigo un impedimento para merecer la gracia, que es el pecado mismo. Si se trata, en cambio, del hombre que ya está en gracia, no es posible que merezca la gracia que ya tiene, pues la recompensa es el término de la obra, mientras que la gracia es en nosotros el principio de toda obra buena, como ya dijimos. Si, finalmente, se trata de algún otro don gratuito merecido en virtud de una gracia precedente, este don ya no será la primera gracia. Es, pues, manifiesto que nadie puede merecer para sí mismo la primera gracia.” (Ia. IIae., q. 114, a. 5, c.)

Ahora bien, es claro que sin la primera gracia nadie se salva, por tanto, la salvación misma es algo que no merecemos, absolutamente hablando, y que no se nos da, por tanto, por justicia, sino solamente por Misericordia, si bien, una vez que hemos recibido inmerecidamente la gracia de Dios, con esa misma gracia podemos merecer la salvación eterna.

Dios es Fiel a Sí mismo, pero eso no lo obliga en justicia ni a crearnos, ni a ordenarnos al fin sobrenatural supuesto que nos crea, ni a llevar efectivamente al fin sobrenatural a todas las creaturas racionales que ha querido crear. Pues ni nos debe en justicia la existencia, ni supuesto que existimos, nos debe la ordenación al fin sobrenatural, ni supuesta la ordenación al fin sobrenatural debe la salvación a todos y cada uno de los seres racionales creados.

Si así fuese, entonces no habría demonios ni almas humanas condenadas, porque Dios no deja de cumplir lo que en forma absoluta y necesaria se debe a Sí mismo.

Volvemos siempre a lo mismo: Dios puede hacer que todos se salven. Por tanto, si no todos se salvan, es que Dios no ha querido que así fuese, y si esto es así, es que no estaba obligado en justicia a quererlo.

Saludos cordiales.
05/07/25 8:27 PM
  
sofía
Como creyente, yo sí me limitaría a citar los textos de las Sagradas Escrituras y la doctrina de la Iglesia Católica, porque desde la razón y el sentido común y sin ningún razonamiento ulterior de tipo filosófico se entienden perfectamente y son una ayuda a la fe.
En cambio, algunas teorías de los teólogos son a veces un obstáculo para la fe, por interesantes que puedan resultar ese tipo de especulaciones teóricas. Si intento comprenderlas es para remover esos obstáculos a la fe sencilla que se me imponen desde esas teorías.

Sí es importante que se señalen los errores jansenistas, calvinistas, luteranos, pelagianos etc para no correr el riesgo de caer en ellos. Y también me parece esencial diferenciar lo que sí es doctrina de la Iglesia y lo que no es doctrina de la Iglesia, sino una teoría teológica admitida entre otras, por respetable que sea y por razonable que le parezca a quien la siga.
En este caso, yo no puedo comprender que se llame "suficiente" a la gracia que teóricamente capacita para hacer el bien pero con la que es imposible que se haga el bien, nunca se hará el bien de hecho. Me parece que cuando la Íglesia dice que Dios da a todos la gracia suficiente para salvarse si no la rechazan, lo que entiende la gente normal es que nos da gracia en grado suficiente para que podamos salvarnos si no la rechazamos, no que nos da una gracia que no sirve para hacer el bien de hecho.
Me pregunto qué clase de capacidad para hacer el bien da una supuesta gracia con la que es imposible que se haga el bien de hecho. En ese caso es falso que con ella sea posible cumplir los mandamientos de hecho, y Dios sí estaría pidiendo un imposible al exigir que se cumplieran los mandamientos de hecho con una gracia "suficiente" que es insuficiente para cumplirlos de hecho porque para eso se necesitaría otra eficaz que sí sirve para hacer algo.
No veo como puede ser responsable de no hacer algo de hecho quien no ha recibido lo que necesita para hacer algo de hecho, así que castigarlo sería una injusticia desde ese concepto de gracia "suficiente".

Lo cierto es que la teoría de Marín-Solá casa más con las escrituras y con el sentido común. Yo sí creo que Dios omnipotente puede mandar mociones rompibles, y creo que es usted quien le resta omnipotencia cuando dice que no puede, porque lo cierto es que una moción rompible no es ninguna contradicción como un círculo cuadrado, sino una realidad que cualquiera puede poner en práctica.
Y sí creo que la gracia suficiente es eficaz con tal de que no se la rechace. Me parece claro que la gracia suficiente tiene que servir al menos para orar de hecho y poder pedir más gracia. Me parece normal que Marín Solá diga que pidamos más gracia eficaz, lo que no comprendo es que lo diga usted, pues según su teoría quienes resultaran agraciados en el "sorteo" antes de nacer querrán pedir y pedirán y harán tal y cual y los que no, pues va a dar lo mismo lo que quieran o lo que hagan porque arbitrariamente se ha decidido que les toca la reprobación negativa antecedente.
Con esa teoría de la reprobación antecedente no tienen sentido la mayor parte de las cosas que se nos dicen en los evangelios, por mucho que la reprobación negativa antecedente se pueda admitir - la positiva no.
Me parece interesante lo de la gracia operante y cooperante de Santo Tomás, pero como para mí es total novedad aún no he visto como encaja en esto. El aspecto de la deliberación también me parece importante a tener en cuenta cuando hablamos de libertad y responsabilidad.
Son demasiadas cosas, pero en fin, intentaré aprender más sobre las que parece que van en la buena dirección.
Saludos cordiales

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Ud. no se limita a los textos de la Escritura y el Magisterio, porque no se limita a transcribirlos en sus mensajes.

Como Ud. misma ha dicho, la terminología que habla de “gracia suficiente” es obra de teólogos posteriores a Santo Tomás, que la usan en un determinado sentido, que hay que ver cuál es.

Lo que pasa es que hay que distinguir entre las palabras y las cosas. La cosa aquí es que Dios da a todos la gracia que los capacita para cumplir los mandamientos, y no da a todos la gracia de cumplirlos.

Dése todas las vueltas que se quiera, no hay forma de negar lo anterior. No recibe la gracia de cumplir los mandamientos el que no los cumple, y no se puede dar algo a alguien sin que ese alguien lo reciba.

Y cumplir los mandamientos sin duda que es una gracia de Dios.

Después de eso, es útil, sí, ponerles nombres a esas dos gracias. Se las podría llamar “blick” y “pafff”, de hecho, en la tradición teológica se las ha llamado “suficiente” y “eficaz”, que es sin duda mejor, aunque capaz que no es lo máximo en materia de terminología.

Ahora, el método correcto en este caso no es partir de lo que a nosotros nos parece que significa la palabra, sino partir de la cosa, para entender la palabra. Los teólogos podrían haber llamado a esa gracia “imponente” en vez de “suficiente”, y ahí tendríamos gente debatiendo acerca de la imposición de la gracia, cuando lo que importa es solamente esto: es la gracia que da la capacidad de hacer el bien.

¿Y es suficiente? Sí, es suficiente para poder hacer el bien. ¿No nos suena totalmente bien ese sentido de “suficiencia”? Es la vida, recordemos que estamos tratando de poner en palabras el misterio revelado por Dios.

Si aparece una palabra mejor, bárbaro, pero tampoco es indispensable, porque lo que importa no son las palabras, sino las definiciones de las palabras.

Y en cuanto a las definiciones, no hay forma de negar esto: Dios da a todos la gracia que capacita para hacer el bien, no da a todos las gracia de hacer el bien de hecho. Désele todas las vueltas que se quiera, es innegable. Y por tanto, son dos gracias distintas.

Y en cuanto a ser imposible o no ser imposible, no hay más remedio que acudir a la distinción entre sentido compuesto y sentido dividido, o de lo contrario, manifestar que simplemente no se quiere entender el tema.

Porque es claro que es imposible que se condene aquel cuya salvación ha sido prevista por Dios desde la Eternidad. Eso lo tienen que aceptar todos los católicos. ¿Y entonces? ¿Es falso que esta persona se pueda condenar? ¿Estamos negando entonces el libre albedrío de esta persona y su capacidad de apartarse definitivamente de la senda de la salvación?

¿Puede no existir el mundo creado por Dios? Si decimos que no, igualamos al mundo con Dios, en tanto que Ser Necesario. Si decimos que sí ¿cómo va a ser posible que Dios cree el mundo y el mundo no exista?

¿Pueden salvarse los que se condenan? ¿Cómo se van a poder salvar si se condenan? Pero si no pueden salvarse ¿cómo es justa su condenación?

¿Puede estar de pie el que está sentado? No, claro. Pero sí, claro.

En cuanto a la moción rompible, ya lo dije miles de veces: Dios no puede fallar. Tampoco puede querer fallar, porque si lo quiere, ya no es un fallo. “Fallo” es cuando las cosas no salen como uno quiere. Falla de la moción es falla del que mueve, porque la moción es el acto del que mueve algo. Si la moción divina, entonces, falla, Dios falla, quod est absurdum.

Ni siquiera nosotros podemos fallar queriéndolo, por más que sí podemos fallar. Si digo “en vez de pegarle a la bola blanca le voy a pegar a la azul, aunque parezca que le apunto a la blanca”, y lo consigo, no fallé en nada.

Y en cuanto a fallar sin quererlo, es propio nuestro, no del Omnipotente.

Con la oración pasa lo mismo. Dios da a todos la gracia de poder orar, no da a todos la gracia de orar de hecho. Otra vez, désele todas las vueltas que se quiera.

No da lo mismo lo que hagan o no hagan el predestinado o el réprobo. Precisamente porque hay ciertas cosas que el predestinado no va a hacer, y otras que el réprobo no va a hacer. No cualquier acción va con el hecho de ser predestinado o réprobo, por tanto, no da lo mismo lo que cada uno haga.

Para nosotros, que lo miramos desde abajo, del lado creado, es de vital importancia, porque sin duda que no va a suceder nunca que Dios nos dé la gracia eficaz sin que nosotros obremos en consonancia. Por tanto, no obrar en consonancia y no esforzarnos por ello es la forma de asegurarnos de que no tenemos la gracia eficaz, aunque a nosotros, creaturas, nos toca abordar ese complejo de libertades por el lado creado y dependiente, como no puede ser de otro modo.

“Con esa teoría de la reprobación antecedente no tienen sentido la mayor parte de las cosas que se nos dicen en los evangelios”. Afirmación gratuita.

Saludos cordiales.
07/07/25 1:40 AM
  
sofía
Se me olvidaba que tampoco estoy de acuerdo en eso de que “El no querer, por tanto, es tan voluntario y libre como el querer”, eso será en el caso de que se quiera no querer, pero si simplemente no se quiere, no tiene por qué haber voluntariedad en ese no querer, digo yo.

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Hay que distinguir voluntariedad y elección, porque también lo que se quiere necesariamente, sin poder elegirlo, como es el caso de la felicidad, se quiere voluntariamente, porque la voluntad es la facultad de querer.

Hay que distinguir el "nolle", que es querer que algo no sea, y el "non velle", que es simplemente no querer algo, es decir, carecer del acto de la voluntad por el que se quiere algo.

El "non velle" también puede ser voluntario. En los casos en los que el "velle" es contingente, y por tanto, libre, el poder querer implica el poder no querer, y por tanto, pone al no querer bajo el poder de la voluntad.

Los contrarios, dice Aristóteles, son del mismo género. Por tanto, si el querer es voluntario, el no querer también lo es. No puede ser que dependa de la voluntad el querer y no dependa de la voluntad el no querer, porque entonces tampoco el querer dependería de la voluntad, ya que en cualquier momento el no querer podría imponérsele a esa voluntad.

Pero más aún, el no querer puede ser, no solamente voluntario, sino también libre. Y por el mismo razonamiento: si el querer algo es libre, el no querer opuesto ha de ser libre también. Porque decir que ese querer es libre es decir que el sujeto puede querer o no querer, y eso poner también al no querer bajo el dominio de la libertad.

Esto es importante para entender el pecado de omisión, y cómo éste no consiste necesariamente sólo en no hacer algo, sino que también puede consistir en no querer algo que se debe querer.

Saludos cordiales.
07/07/25 1:50 AM
  
sofía
Yo he dicho que como creyente yo me limitaría (condicional) a lo que no me ofrece ningún problema: los textos sagrados y la doctrina católica. Y añadí que si no me limito es porque si ciertas teologías ponen obstáculos a mi fe, me veo en la obligación de intentar removerlos.

Reconoce usted que la “gracia suficiente” es un desarrollo posterior al concilio de Trento y tal como la definen los bañecianos lo es, pero la idea de que Dios ofrece gracia en grado suficiente para que una persona se salve, si no la rechaza, está presente en toda la historia de la Iglesia, para eso no se necesita inventar un tipo de gracia especial que siempre sea insuficiente para hacer el bien si no va acompañada de otra que sea eficaz.

Por curiosidad he puesto en google: “Dios da gracia suficiente a todos los hombres, en la doctrina católica” Y google me ha ofrecido esta vista creada por IA:

“La Iglesia Católica enseña que Dios ofrece a todos la gracia suficiente para salvarse, pero esta gracia puede ser rechazada por la libre voluntad del ser humano. Es decir, Dios da a todos la oportunidad de salvación, pero no obliga a nadie a aceptarla.

Explicación:
• Gracia de Dios:
La Iglesia Católica considera la gracia como un regalo inmerecido de Dios, un don gratuito de su amor y perdón que permite a los hombres alcanzar la salvación. 
• Libre Albedrío:
La doctrina católica enfatiza la importancia del libre albedrío humano. Si bien Dios ofrece la gracia a todos, cada individuo tiene la libertad de aceptarla o rechazarla. 
• Rechazo de la Gracia:
El rechazo de la gracia, según la enseñanza católica, ocurre cuando una persona se aparta voluntariamente de Dios a través del pecado, especialmente el pecado mortal, y persiste en esa actitud hasta el final de su vida. 
• Salvación y Cooperación:
La salvación, aunque un don de Dios, requiere la cooperación humana. La fe y las obras son vistas como respuestas a la gracia de Dios, y la persona debe corresponder a esa gracia para alcanzar la salvación. 
• Predestinación:
La Iglesia Católica no enseña una predestinación rígida. Si bien cree que Dios conoce de antemano quién se salvará, no cree que Dios predestine a nadie al infierno. La condenación es vista como resultado de la libre elección del individuo de rechazar la gracia de Dios. 

En resumen, la Iglesia Católica enfatiza que Dios ofrece a todos la gracia de la salvación, pero esta gracia puede ser resistida y rechazada por la libre voluntad humana, lo que puede llevar a la condenación. 

Yo no tengo nada que objetar a esto, ni veo necesario crear el concepto bañeciano de gracia suficiente, llamémosla “blick”, que lejos de aclarar el misterio revelado por Dios a mí me lo enturbia y creo que a muchísima otra gente también.

Entiendo que usted dice que hacer el bien y orar son signos de que está predestinado al cielo -aunque el concilio de Trento le prohibe estar seguro - y que por eso no da igual lo que hagamos.
Bueno, pues supongo que los que creen en esa reprobación antecedente se pueden tranquilizar buscando signos. Aunque lo cierto es que si la reprobación es antecedente y arbitraria pues los signos al final iban a dar igual.
Yo prefiero quedarme con la idea del catecismo de que la predestinación tiene en cuenta nuestras respuestas libres. Ya sé que eso lo puede entender usted a su manera y yo a la mía.

En cuanto a la moción rompible yo también le he contestado siempre que yo no fallo como agente cuando programo una moción rompible, que se pueda romper o no, según tenga oposición o no por parte del ser movido. Esto existe y esto no es contradictorio ni es ningún fallo y esto lo puede hacer Dios si le da la gana igual que lo puedo hacer yo.

Esto ya es demasiado largo así que tendré que ir poco a poco y por partes hasta llegar al “non velle”. Seguiré otro día.

Saludos cordiales.

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Como dije, hablando de la gracia suficiente, la cosa es inherente a la doctrina católica, aunque la palabra haya aparecido después de Santo Tomás.

Porque todo católico tiene que admitir que Dios da a todos la gracia para que puedan hacer el bien, y no da a todos la gracia de hacerlo de hecho, y que hacer el bien de hecho también es gracia de Dios.

Por lo mismo, hay que reconocer que Dios da a todos los hombres la gracia necesaria para que puedan aceptar y no rechazar la gracia, pero no da a todos la gracia de aceptarla y no rechazarla de hecho, y que aceptar la gracia y no rechazarla también es gracia de Dios.

Hacer el bien y orar no son necesariamente signos de predestinación, porque eso también pueden hacerlo los réprobos. El predestinado no es el que tiene cualquier gracia eficaz, sino el que tiene la gracia de la perseverancia final, o sea, el que muere en gracia de Dios.

Hay sí, signos de predestinación, pero por lo dicho no son apodícticos.

Por eso el Concilio de Trento dice que sin revelación divina especial nadie puede sentirse seguro de formar parte de los predestinados.

La idea de "programar una moción rompible según que haya oposición o no por parte del ser movido" se puede entender en el sentido de que si hay oposición, Ud. voluntariamente deja de mover, o en el sentido de que la oposición puede ser tan fuerte que el movimiento cese contra su voluntad.

En el primer caso no hay fallo alguno, hasta donde Ud. quiso efectivamente que hubiera moción, la hubo.

El segundo caso se explica únicamente porque Ud. no es Omnipotente.

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ChatGPT concuerda con lo que digo al principio:

"¿Es esto correcto: "Como dije, hablando de la gracia suficiente, la cosa es inherente a la doctrina católica, aunque la palabra haya aparecido después de Santo Tomás. Porque todo católico tiene que admitir que Dios da a todos la gracia para que puedan hacer el bien, y no da a todos la gracia de hacerlo de hecho, y que hacer el bien de hecho también es gracia de Dios."?

ChatGPT Plus

Sí, tu formulación es sustancialmente correcta, tanto en doctrina como en teología católica, aunque conviene precisar un poco el lenguaje para mayor claridad teológica. Aquí va un comentario detallado:

✅ Lo que es correcto en tu afirmación:

“la cosa es inherente a la doctrina católica, aunque la palabra haya aparecido después de Santo Tomás.”

Esto es correctísimo: la distinción entre lo que da la posibilidad real de obrar el bien (gracia suficiente) y lo que mueve eficazmente a obrarlo (gracia eficaz) está implícita en la fe católica desde antiguo, incluso desde los Padres, y fue elaborada de modo sistemático por los escolásticos postridentinos.

Santo Tomás no usa el término, pero su teología de la gracia actual, la moción divina y la libertad humana contiene los elementos de esa distinción.

“todo católico tiene que admitir que Dios da a todos la gracia para que puedan hacer el bien”

Esto también es correcto, con una importante distinción:

Sí: La doctrina católica enseña que Dios no niega a nadie la gracia suficiente para cumplir su voluntad —especialmente en lo necesario para la salvación—, porque Dios quiere que todos se salven (1 Tim 2,4).

Esta es la base del universalismo del auxilio divino, que la Iglesia ha defendido contra el jansenismo.

Esto está también en el Concilio de Trento (DS 1524) y en la enseñanza posterior del magisterio.

“y no da a todos la gracia de hacerlo de hecho”

También es correcto. Es un hecho evidente por la experiencia y la Escritura que no todos hacen el bien de hecho, y que hacer el bien implica un auxilio eficaz de la gracia.

Esto se resume en la clásica distinción:

Gratia sufficiens dat posse; gratia efficax dat velle et agere. (La gracia suficiente da el poder de obrar; la eficaz da el querer y el obrar).

“y que hacer el bien de hecho también es gracia de Dios.”

Totalmente correcto: es doctrina firme de la Iglesia que el inicio, la continuación y la consumación del bien en orden a la salvación es gracia de Dios (cf. Concilio de Orange II, Trento, etc.). Nadie hace el bien salvífico sin la moción de la gracia.

Esto refleja también Phil. 2,13: “Deus est enim qui operatur in vobis et velle et perficere, pro bona voluntate.”

🟨 Sugerencia de redacción más precisa

Para que tu formulación quede más afinada teológicamente, podría reformularse así:

Como dije, hablando de la gracia suficiente, la realidad está contenida en la doctrina católica desde siempre, aunque el término técnico haya aparecido después de santo Tomás. Porque todo católico debe admitir que Dios da a todos los hombres un auxilio suficiente para obrar el bien —al menos en lo necesario para salvarse—, aunque no a todos les concede el auxilio eficaz para hacerlo de hecho. Y debe admitir también que el obrar el bien de hecho es efecto de la gracia eficaz de Dios.

Tú dijiste:

¿Es "porque todo católico debe admitir que Dios da a todos los hombres un auxilio suficiente para obrar el bien" o "porque todo católico debe admitir que Dios da a todos los hombres un auxilio suficiente para poder obrar el bien"?

ChatGPT Plus

La forma más precisa teológicamente es:

“…Dios da a todos los hombres un auxilio suficiente para poder obrar el bien.”

¿Por qué?

Porque la gracia suficiente, según la doctrina católica tradicional (especialmente tomista), no implica que el bien se obrará de hecho, sino que da la capacidad real, objetiva y sobrenatural para hacerlo —es decir, para poder obrarlo.

Comparación:
✅ “para poder obrar el bien”
→ subraya la potencialidad real, aunque no necesariamente actualizada. Es la formulación técnica adecuada.

⚠️ “para obrar el bien”
→ suena más a una concesión de hecho, y puede dar a entender que todos efectivamente obran el bien, lo cual no es correcto, ni bíblica ni teológicamente.

Confirmación en autores tomistas

Domingo Báñez, por ejemplo, distingue claramente:

“Gratia sufficiens est auxilium quod dat posse agere bonum, non tamen semper dat agere de facto.”

“La gracia suficiente es un auxilio que da poder para obrar el bien, aunque no siempre da obrarlo de hecho.”)

Y Garrigou-Lagrange comenta:

“Gratia sufficiens dat veram potentiam proxime sufficientem ad actum bonum: non dat actum, nisi adsit efficax.”

“La gracia suficiente da una verdadera potencia próxima suficiente para el acto bueno: no da el acto, a no ser que esté presente la eficaz.”

Conclusión

Tu frase debe decir:

“…porque todo católico debe admitir que Dios da a todos los hombres un auxilio suficiente para poder obrar el bien…”

Así se preserva la precisión teológica y se evita una posible interpretación semipelagiana o molinista mal entendida."

Saludos cordiales.
10/07/25 5:55 PM

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