639 - CHILE: EL CARDENAL ERRÁZURIZ Y LA DISTRIBUCIÓN DE ABORTIVOS (II).

CHILE: DOCUMENTO DEL CARDENAL ERRÁZURIZ. DISTRIBUCIÓN DE ABORTIVOS POR PARTE DEL ESTADO (II).

(vid. también NG 635). (Continúa del número anterior).

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Un nuevo derecho: ¿al aborto?

El ejercicio de la propia libertad tiene un límite infranqueable: el derecho a la vida de los demás. No es el único, pero es un límite absoluto cuando se refiere a la vida inocente. Vulnera gravemente este principio esa corriente que pretende justificar el aborto como un derecho de la mujer a tomar decisiones sobre su propio cuerpo. El ser que viene en camino es siempre un don de Dios, una vida nueva llamada a nacer, que espera ayuda y cariño. Ya no es "su cuerpo", es una vida humana distinta a la suya, de la cual no puede disponer. Como toda vida inocente, espera de ella respeto y apoyo para nacer.

Es un gravísimo error y una irreparable injusticia exigir la aprobación de presuntos "derechos sexuales y reproductivos" que incluyan el derecho al aborto seguro, ya sea para evitar el "embarazo no deseado" (vale decir, el embarazo que no correspondió a la intención de los esposos o de la pareja, o que se produjo con violencia), o para permitir la interrupción del embarazo por razones de salud, incluso mental. Esta tendencia caracteriza a numerosos países del primer mundo, a los cuales el bienestar económico y subjetivo los lleva a optar por el uso egoísta de la libertad de los adultos, contra el derecho a la vida del ser más indefenso, cual es el ser humano en el seno de su madre.

En la carta encíclica sobre el Evangelio de la Vida, S.S. Juan Pablo II recuerda con estas palabras lo que es el aborto procurado: "es la eliminación deliberada y directa, como quiera que se realice, de un ser humano en la fase inicial de su existencia, que va de la concepción al nacimiento" (58). En esa misma carta, recurriendo a su autoridad apostólica, como casi nunca lo ha hecho a lo largo de sus 25 años de pontificado, el Papa afirma solemnemente: "Con la autoridad conferida por Cristo a Pedro y a sus Sucesores, en comunión con los Obispos de la Iglesia católica, confirmo que la eliminación directa y voluntaria de un ser humano inocente es siempre gravemente inmoral" (57). Reproduzco, con amor a la verdad y a esas pequeñas criaturas inocentes e indefensas que están llamadas a ver la luz del día, esta profunda comprensión que tiene nuestra Iglesia, como Pueblo de Dios, del mandamiento dado por su Señor en el Sinaí: "No matarás".

La misericordia, siempre

Pero al mismo tiempo, escribo este juicio moral con mucho dolor, porque no se me oculta que entre quienes lean estas palabras, habrán no pocas personas que alguna vez en su vida optaron libremente por interrumpir un embarazo, otras que fueron presionadas a hacerlo, otras que aconsejaron o respaldaron esta opción, y también personal médico o paramédico que colaboró en ello. En el sacramento de la reconciliación les espera la cercanía misericordiosa de Dios. Él quiere acogerles como hijas e hijos suyos, perdonarles y aliviar su sufrimiento, adelantándose a su encuentro, como el padre del hijo pródigo. Recientemente Juan Pablo II enseñaba que el sacramento de la reconciliación "produce una verdadera 'resurrección espiritual', una restitución de la dignidad y de los bienes de la vida de los hijos de Dios, el más precioso de los cuales es la amistad con Dios"1 Recurrir a esta verdadera 'resurrección espiritual' es una manera vivificante de celebrar al Señor resucitado.

El inconmensurable valor de la vida humana nos pide que demos todo nuestro apoyo a quienes han concebido un hijo antes de haber formado una familia, y sin contar con la fidelidad de un marido. La Iglesia sólo cumple su deber como madre misericordiosa cuando propicia este apoyo. Es cierto, la concepción de los hijos debe ocurrir en ese espacio interior de amor y fidelidad que es el matrimonio y la familia, y no fuera de él. Pero, sin minimizar en nada el error y la falta cometida, ¿cómo no querer y no admirar a las jóvenes y a las mujeres que, después de haber concebido, no piensan en su propio bienestar y optan por superar todas las presiones, y deciden traer su hijo a este mundo? Que nunca se les cierren las puertas de su hogar; tampoco las puertas del corazón de quienes forman su familia y su comunidad; tampoco de quienes guían su colegio; menos aún de sus pastores, cuando lleguen a ellos pidiendo con fe la administración del bautismo. Necesitan, más que nunca, del cariño y de la confianza de los suyos. Y la sociedad precisa hogares que acojan a quienes no tienen una familia que les apoye y les brinde la ayuda que buscan. Por otra parte, hay que ofrecerles los elementos necesarios para discernir si podrán educar al niño que viene, o si tendrán que confiarlo a una familia en adopción, precisamente pensando en el bien del propio hijo.

Todo lo que hemos visto vale también en el caso estremecedor de la violación. Es comprensible el dolor inmenso de quien la ha sufrido. También el rechazo total al agresor. El sentimiento de humillación y de ira puede insinuar el propósito de alejar de la casa y de sus murallas, como también de la morada interior, todo lo que pueda haber sido del agresor. Pero el rechazo del agresor y de cuanto es pertenencia suya no puede justificar la eliminación de lo que nunca le perteneció: de una vida nueva e inocente que quiere nacer. Es cierto, la persona que sufre tales dilemas necesita mucho apoyo y comprensión; también nuestro consejo, porque la decisión de respetar la vida del hijo supone heroísmo. La pobre criatura en camino, que es inocente, puede despertar el cariño de su madre, o al menos la intención de traerla a este mundo y entregarla a padres adoptivos. A la madre Dios le recompensará con creces su opción por la vida indefensa que abriga y por la misericordia. (Continúa)