Muchos casos de lesbianismo se pueden prevenir (4 de 4)
Buscando raíces, y caminos de verdadera paz
Cuando se habla de homosexualismo–lo hemos comprobado una vez más–las reacciones suelen ser viscerales. Hubo una época en que la sola mención de la palabra despertaba burlas y amargo desprecio; hoy, por lo menos en Europa, la tendencia es juzgar todo lo que digas con el siguiente rasero: si no afirmas que da exactamente lo mismo la preferencia sexual de la gente eres un retrógrado- machista- patriarcalista- hipócrita- reprimido- homófobo- intolerante.
La defensa de los derechos de los homosexuales tiene ribetes tan emocionales en algunas personas heterosexuales que uno termina preguntándose si todo ello sucede simplemente por amor a la democracia. El trato pastoral amistoso y franco con personas homosexuales me ha abierto los ojos a una realidad: muchos afectos y relaciones hombre-mujer tienen una estructura completamente paralela a la de las relaciones homosexuales. No es ilógico suponer que cuando tantos en nuestra sociedad defienden la plenitud de derechos para los gays están quizá inconscientemente defendiendo algo que también sienten suyo, a saber, su propia manera de relacionarse, buscar afecto y tener gratificación sexual.

Siglos enteros de clara discriminación y agresividad contra la población homosexual hacen que una proporción notable de gente de nuestro tiempo se sienta con complejo de culpa a la hora de hablar del asunto. Algunos comentarios recibidos en entregas anteriores sobre este mismo tema así lo reflejan. Van en la línea de : “Oye, ya los hemos maltratado bastante, ya déjalos en paz…”
El amor de un papá es una de esas maravillas que está por convertirse en “especie en vía de extinción.” Los que critican el patriarcalismo y el machismo (que no son inventos, porque sí que se dan) corren el riesgo de engañarse o de engañar a otros haciendo creer que el amor masculino es siempre dominación, egoísmo, uso del otro. Precisamente lo hermoso de un papá, de un verdadero papá, es que ama sin aplastar y ama sin utilizar.
Hace poco cumplí 16 años de ordenación sacerdotal. En estos casi 6000 días, el Señor me ha permitido recorrer realidades tan distintas como Paraguay y Canadá, Guatemala y Alemania, Irlanda y Ecuador. En la mayor parte de los sitios ha donde he ido, usualmente en misión, he celebrado la eucaristía y he escuchado personas en confesión. No digo que sea un experto; digo que mis palabras no van a ser especulación y que se refieren a una realidad que seguramente es más amplia que la que suele tener un sacerdote en circunstancias diferentes a las mías.
Mi





