El respeto al Evangeliario en las liturgias orientales (Palabra y Evangelio - III
5. Las liturgias orientales
Nos pueden servir para ver algunos rasgos que son comunes a Oriente y Occidente en su veneración a las Escrituras. También en Oriente se trata de un Evangeliario, no una Biblia o leccionario, sino el libro de los Evangelios. Se deposita sobre el altar y es llevado en procesiones distintas, con cirios encendidos y con el incienso. No existe una entronización de la Biblia. Las procesiones son distintas y en diferentes momentos a la Misa romana, sí, pero las características son iguales en el fondo.
En general, “en las liturgias ordinarias el cortejo de entrada es sustituido por una solemne ostensión del libro de los Evangelios, para constituir la “Pequeña Entrada”, paralelo a la ostensión solemne de las oblatas o “Gran Entrada” que inaugura la liturgia de los fieles. Durante el canto de las Bienaventuranzas o de la tercera antífona que sigue al oficio de los “típicos”, el celebrante precedido de luces y del diácono llevando el Evangeliario, sale del santuario y avanza a través de la iglesia hasta delante de la puerta central del iconostasio; se detiene entonces para besar el libro y recita la oración de entrada seguido de la aclamación del diácono: “Sabiduría, en pie”…”[1]
El Evangeliario, entre los bizantinos, está relacionado y vinculado al altar siempre. Es su sitio junto a la cruz. “El altar es el primer lugar destinado a recibir el evangeliario, es el espacio de su primera statio, como enseña la iglesia de oriente: la liturgia bizantina en efecto custodia el uso de depositar y conservar siempre el libro de los evangelios sobre el altar, signo de su eminente dignidad, dado que el altar no tiene otro destino sino el de recibir sobre sí el cuerpo de Cristo”[2].

“Cuando el diácono lleva el Evangeliario lo tiene un poco elevado y precede al sacerdote mientras se acercan al altar” (IGMR 172). Si no hay diácono, un lector revestido puede llevar el Evangeliario, pero no el leccionario (IGMR 120d). Así avanza, tras el incensario, la cruz y los cirios, en procesión al altar.
Siempre en la liturgia, la Palabra de Dios ha sido honrada, escuchada con amor, celebrada ritualmente. De manera muy particular, el santo Evangelio, cuando es Cristo mismo quien nos habla: “en la liturgia, Dios habla a su pueblo; Cristo sigue anunciando el Evangelio” (SC 33). Hay una progresión, del Antiguo Testamento al Nuevo y su cumbre en la proclamación del Evangelio. Ya decía san Agustín: “El Antiguo Testamento está patente en el Nuevo, y el Nuevo late en el Antiguo” (Quaest. In Hept., 2,73), y así se llega a la lectura evangélica en la Misa: “Nadie ignora que entre todas las Escrituras, incluso del Nuevo Testamento, los Evangelios ocupan, con razón, el lugar preeminente, puesto que son el testimonio principal de la vida y doctrina del Verbo Encarnado, nuestro Salvador” (Dei Verbum, 18).
De la liturgia nace el deseo de conocer mejor la Palabra de Dios en las sagradas Escrituras mediante la lectio divina, y la lectio divina favorece luego vivir la liturgia escuchando la Escritura, cantando los salmos, etc., con mayor conocimiento y fervor.