InfoCatólica / Liturgia, fuente y culmen / Categoría: Espiritualidad litúrgica

17.12.22

Riquezas de la Liturgia de las Horas para los fieles laicos

Liturgia de las Horas

Al orar con la Liturgia de las Horas, especialmente las dos Horas principales, las de Laudes y Vísperas, se está nutriendo la oración personal, se convierte en oración personal:

“es, además, fuente de piedad y alimento de la oración personal. Por eso se exhorta en el Señor a los sacerdotes y a cuantos participan en dicho Oficio, que al rezarlo, la mente concuerde con la voz, y para conseguirlo mejor adquieran una instrucción litúrgica y bíblica más rica, principalmente acerca de los salmos” (SC 90).

La oración personal se enriquece muchísimo cuando se rezan cada día las Laudes y las Vísperas. “La oración interioriza y asimila la liturgia durante y después de la misma” (CAT 2655).

Durante la celebración de Laudes y Vísperas, ya se está orando, y debe elevarse el corazón hacia el Señor, personalizando, interiorizando la liturgia:

“Para que se adueñe de esta oración cada uno de los que en ella participan, para que sea manantial de piedad y de múltiples gracias divinas y nutra al mismo tiempo la oración personal y la acción apostólica, conviene que la celebración sea digna, atenta y devota, de forma que la mente concuerde con la voz. Muéstrense todos diligentes en cooperar con la gracia divina, para que ésta no caiga en el vacío” (IGLH 19).

La oración personal y la oración litúrgica mutuamente se reclaman y se necesitan, sin oponerse:

“Puesto que la vida de Cristo en su Cuerpo Místico perfecciona y eleva también la vida propia o personal de todo fiel, debe rechazarse cualquier oposición entre la oración de la Iglesia y la oración personal; e incluso deben ser reforzadas e incrementadas sus mutuas relaciones. La meditación debe encontrar un alimento continuo en las lecturas, en los salmos y en las demás partes de la Liturgia de las Horas… Cuando la oración del Oficio se convierte en verdadera oración personal, entonces se manifiestan mejor los lazos que unen entre sí a la liturgia y a toda la vida cristiana. La vida entera de los fieles, durante cada una de las horas del día y de la noche, constituye como una leitourgia, mediante la cual ellos se ofrecen en servicio de amor a Dios y a los hombres, adhiriéndose a la acción de Cristo, que con su vida entre nosotros y el ofrecimiento de sí mismo ha santificado la vida de todos los hombres.

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14.07.22

Lo «personal» en la liturgia: reflexiones

Crismación

Siendo miembros de un pueblo santo, y formando parte de la Iglesia, sin embargo ni nos disolvemos ni quedamos difuminados y perdidos en la masa, como un número más. Se sigue cumpliendo que Cristo conoce a cada uno por su nombre y así nos llama (cf. Jn 10,3).

Lo personal e individual, lo concreto de cada alma, ni se pierde ni se esconde en la vida litúrgica, en la piedad de la Iglesia. Formando parte de la asamblea santa, un Sacramento se administra uno a uno, se recibe personalmente: “Yo te bautizo”, “Recibe por esta señal el Don del Espíritu Santo”, “Por esta santa Unción… te ayude el Señor con la gracia del Espíritu Santo”, y no se dice en plural o de una vez para todos: “Yo os bautizo” o “Recibid por esta señal…”, o el austero y grave rito penitencial de la ceniza, impuesta en la cabeza (o coronilla de cada cual), uno a uno, recibiendo personalmente la exhortación: “Recuerda que eres polvo…”, sin escondernos en lo genérico (“Convertíos…”, sino: “Conviértete”). Al igual la misma Comunión eucarística: no es colectiva, sino personalísima, a cada cual que se acerca al altar, uno a uno: “El Cuerpo de Cristo – Amén”, personal, intransferible.

Y, ¡qué personal es ser llamado cada uno por su nombre en el Sacramento del Orden: “Acérquense los que van a ser ordenados presbíteros” (PR 122)!, o en la profesión religiosa, o si no son muchos, la llamada personal, antes de la homilía, para el Sacramento de la Confirmación (“si es posible, cada uno de los confirmandos es llamado por su nombre…” (RC 25).

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6.07.22

Confesar es acusarse de los pecados y es más que una conversación o terapia

diván

La confesión sacramental es sin lugar a dudas una celebración sumamente delicada por su contenido. Es litúrgica y por lo tanto una celebración sacramental delante de Dios, el sacerdote actuando in persona Christi, con saludos y fórmulas rituales.

Por otra parte, es muy personal pues es el penitente quien debe hablar, manifestar su conciencia, realizar la acusación de los pecados de forma clara y directa, sin rodeos ni excusas, sin divagaciones innecesarias ni justificaciones. Es necesario ser claro y concreto, acusándose de todos los pecados mortales cometidos desde la última confesión, en número, género y especie.

Recordemos lo que dice el Catecismo:

“La confesión de los pecados hecha al sacerdote constituye una parte esencial del sacramento de la Penitencia: “En la confesión, los penitentes deben enumerar todos los pecados mortales de que tienen conciencia tras haberse examinado seriamente, incluso si estos pecados son muy secretos y si han sido cometidos solamente contra los dos últimos mandamientos del Decálogo (cf Ex 20,17; Mt 5,28), pues, a veces, estos pecados hieren más gravemente el alma y son más peligrosos que los que han sido cometidos a la vista de todos"” (CAT 1456).

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26.01.22

La oración es liturgia, culto privado (Notas de espiritualidad litúrgica - XV)

La oración es liturgia, culto privado

Por el Bautismo, recibimos el sacerdocio común. El Bautismo nos hace entrar en un reino de sacerdotes para nuestro Dios en medio de este mundo concreto. Y este sacerdocio nos habilita, nos capacita, para orar y ofrecer. Es derecho y obligación: ¡dar gloria a nuestro Dios!

Es nuestra vida cristiana: orar y glorificar, ofrecer y alabar. Y la vida litúrgica es oración. En ella entramos y participamos cuando descubrimos su verdadero rostro: la liturgia es oración con ropaje ceremonial y ritual, comunitariamente desarrollada, con ministerios diversos y jerarquizados. Es oración.

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8.01.22