Las imágenes sagradas y la santidad del altar excluyen figurillas idolátricas (Liturgia frente a ídolos - y VII)

5.3. Las imágenes sagradas en nuestros templos
Sólo imágenes sagradas pueden recibir culto de veneración en nuestros templos; no se les rinde adoración a ellas en sí mismas, sino veneración por lo que representan: imágenes del Señor, de la Stma. Virgen y de los santos. Fuera de esas imágenes sagradas, ninguna otra puede estar –ídolo, símbolo, deidad pagana, etc.-
El fundamento de la veneración a las imágenes sagradas lo ofrece claramente la Iglesia y su Tradición:
“El culto cristiano de las imágenes no es contrario al primer mandamiento que proscribe los ídolos. En efecto, “el honor dado a una imagen se remonta al modelo original” (San Basilio Magno, Liber de Spiritu Sancto, 18, 45), “el que venera una imagen, venera al que en ella está representado” (Concilio de Nicea II: DS 601; cf Concilio de Trento: DS 1821-1825; Concilio Vaticano II: SC 125; LG 67). El honor tributado a las imágenes sagradas es una “veneración respetuosa”, no una adoración, que sólo corresponde a Dios:
«El culto de la religión no se dirige a las imágenes en sí mismas como realidades, sino que las mira bajo su aspecto propio de imágenes que nos conducen a Dios encarnado. Ahora bien, el movimiento que se dirige a la imagen en cuanto tal, no se detiene en ella, sino que tiende a la realidad de la que ella es imagen» (Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, 2-2, q. 81, a. 3, ad 3)” (CAT 2132).
A partir de la “controversia de las imágenes”, la cuestión iconoclasta, en el siglo IX, “sin ignorar el peligro de un resurgir, siempre posible, de las prácticas idolátricas del paganismo, la Iglesia admitía que el Señor, la Bienaventurada Virgen María, los mártires y los santos fuesen representados bajo formas pictóricas o plásticas para sostener la oración y la devoción de los fieles” (Juan Pablo II, Carta Duodecim seculum, n. 8).
Nuestro Misal romano prescribe que solamente estas “imágenes sagradas” (así las califica) pueden estar expuestas al culto público y veneración en nuestras iglesias: “Así, pues, según una antiquísima tradición de la Iglesia, expónganse en las iglesias a la veneración de fieles, las imágenes del Señor, de la Santísima Virgen y de los Santos” (IGMR 318).
Nada más admite el Misal romano: imágenes del Señor, de la Santísima Virgen y de los Santos. Desde luego sería un abuso y un escándalo introducir otras imágenes que no fueran sagradas. Por ejemplo, exponer a pública veneración la imagen de los heresiarcas llamándolos “testigos del Evangelio”:
- Marción que niega la verdad de la Encarnación y cree que es mera apariencia (docetismo)
- Pablo de Samosata que niega la divinidad y habla de adopción de Jesús (adopcionismo)
- Arrio de Alejandría, negando la divinidad de Cristo
- Apolinar de Laodicea, que deshumaniza la naturaleza humana del Señor sustituyendo su alma humana por el Logos
- Pelagio, con la negación del pecado original, la gracia como mero auxilio exterior y Cristo como simple ejemplo moral
- Nestorio, obispo de Alejandría, que defiende que en Cristo hay dos Personas (divina y humana) y niega a la Theotokos (es solo Madre de Cristo)
- Eutiques, de Constantinopla, que ve en Cristo una sola naturaleza, la divina (el monofisismo)
- Sergio patriarca de Constantinopla y hasta un papa hereje (que también los hay), el papa Honorio I, en el siglo VII, con el monotelismo, la herejía que niega la voluntad humana del Señor y la sustituye por una sola voluntad divina
- Berengario de Tours, negando la realidad eucarística, la conversión sustancial de las especies (lo que posteriormente se llamaría transubstanciación y se definiría co
mo dogma) - Martín Lutero con su cúmulo de herejías
- Cornelio Jansenio, en el siglo XVII, enfatizando el pecado original y una predestinación sin libre albedrío negando el concurso de la libertad humana.
- Etc., porque herejes siempre hubo, los hay y habrá.
¿Alguien cree que los libros litúrgicos permitirían la exposición en nuestros templos de las imágenes, no ya sagradas, sino de alguno de esos heresiarcas?
Resultaría repugnante a la fe católica que en vez de las imágenes sagradas de las que habla el Misal romano (n. 318), referentes exclusivamente al Señor, la Stma. Virgen y los santos, se introdujesen ídolos paganos, o se venerasen cultos o deidades idolátricas en las iglesias, con flores y velas y sumo respeto “tolerante” (y que alguien además dijese que la reforma litúrgica permite semejante sincretismo):
- Los dioses egipcios Isis u Osiris
- O los dioses griegos del Olimpo (Zeus, Dionisos…) o los dioses romanos de su Panteón (Júpiter, Baco, Venus, Vesta…)
- Las deidades celtas o germanas a las que en su momento se enfrentaron y derribaron san Patricio o san Bonifacio
- O del mundo hindú, introducir en nuestros templos a Brahma, Shiva, Visnú, etc.
- O los dioses precolombinos aztecas o incas, o la deidad Pachamama.
“Desde que Dios se hizo visible en Cristo mediante la encarnación, es legítimo reproducir el rostro de Cristo. Las imágenes santas nos enseñan a ver a Dios en la figuración del rostro de Cristo. Por consiguiente, después de la encarnación del Hijo de Dios resulta posible ver a Dios en las imágenes de Cristo y también en el rostro de los santos, en el rostro de todos los hombres en los que resplandece la santidad de Dios” (Benedicto XVI, Aud. General, 29-abril-2009). Todo lo que no sea esto en nuestros templos cristianos, basílicas y parroquiales, es introducir imágenes idolátricas.
5.4. El altar del Señor
El altar de nuestras iglesias es santo. Ara Christus est, decían los Padres de la Iglesia y nos recuerda el RDIA: “El altar es Cristo” (RDIA, Dedicación del altar n. 4). Se unge en su consagración, se reviste con manteles, se exorna con flores y luces. Sobre el altar, mesa santísima, se ofrece el sacrificio de la Misa, banquete pascual del Señor, Memorial de su Muerte y Resurrección. “El altar es mesa de sacrificio y de convite”, “es el ara peculiar en la cual el sacrificio de la cruz se perpetúa sacramentalmente para siempre hasta la venida de Cristo. Es la mesa junto a la cual se reúnen los hijos de la Iglesia para dar gracias a Dios y recibir el cuerpo y la sangre de Cristo” (Ibíd).
Comprendamos bien su dignidad: no es una mesa cualquiera, un mostrador o expositor de objetos, en el que se puede situar cualquier cosa, etc., sino que su naturaleza es santa, imagen del sepulcro del Señor, rodeado de respeto y veneración.
El altar es santo: sobre él se deposita la Ofrenda, la Oblación, el Sacrificio; con mantel revestido, y con corporal, está Jesucristo mismo en su Cuerpo y en su Sangre durante la Misa y sobre él se expone el Santísimo para la pública adoración. El altar está reservado para nuestro Señor Jesucristo en su Sacramento, Dios verdadero. Las rúbricas son claras; sobre el altar “se puede poner, entonces, sólo aquello que se requiera para la celebración de la Misa” (IGMR 306)[1].
No cabe entonces duda ni confusión; sobre el altar santo nada se puede poner que no sea el Santísimo Sacramento, para no adorar sino a Jesucristo solamente. Por eso, sobre el altar nunca se coloca imagen alguna, ni de la Stma. Virgen ni de los santos, ni cualquier otra estatua. El altar no es pedestal para ninguna imagen: “no deben colocarse sobre el altar imágenes de santos” (RDIA, Dedicación del altar, n. 10).
Y por la misma razón, y evitando que la veneración pudiera trocarse en idolatría incluso, las reliquias de los mártires no se colocan sobre el altar para su veneración: ¡ese lugar es exclusivo para Cristo! “Tampoco se colocarán sobre la mesa del altar reliquias de santos, cuando se expongan a la veneración de los fieles” (RDIA, Dedicación del altar, n. 10). Se situarán devotamente en un pedestal o columna, con flores y velas, pero nunca sobre el altar: ¡solo Dios en el altar!



En cierto sentido, en la actualidad, las mismas custodias para la exposición del Santísimo no tienen figura humana ni representación alguna, sino que aparecen como un sol radiante, en cuyo centro, el viril, con sus cristales, permiten ver la Hostia consagrada.
La historia de la custodia comienza en el siglo XIV cuando comienza la costumbre, especialmente en la zona de centro Europa, de exponer a los fieles la hostia consagrada para que la vean y la adoren. Para ello se requería un vaso sagrado provisto de un cristal, al principio adaptándolo a un copón. Pronto se construyeron vasos a propósito: se colocaba la hostia en la concavidad de una luneta de cristal, generalmente con unos rayos que rodean al Santísimo, a modo de sol radiante. Antes del siglo XVI, algunas custodias “se reducían a estatuitas de la Virgen con el Niño, o de Cristo, en cuya frente o pecho se colocaba el viril”[2]. Pero este uso pronto perdió vigencia, además que se presta a equívocos y puede llegar a provocar confusión en personas poco formadas: ¿Se hace la genuflexión al Santísimo o a la imagen de la Virgen que está en el altar con el viril dentro de su pecho? Fácilmente, cuando se pasa el tiempo y la formación no abunda, se ven gestos de adoración como la genuflexión a las imágenes en vez de dirigirla al Sacramento, ya sea expuesto o en el Sagrario.
Las custodias terminaron adoptando siempre por todas partes la forma de un sol radiante en torno a la hostia consagrada y debían, obligatoriamente, estar rematadas con una cruz (lo cual excluye el empleo de custodias con formas humanas o imágenes sagradas)[3]. Y así hasta nuestros días.
La introducción piadosa, llena más de devocionalismo que de espíritu litúrgico, está recreando nuevas custodias con la imagen, de líneas modernas, de la Santísima Virgen en cuyo seno se coloca el viril. Ya resulta extraño hacer genuflexión ante una custodia que es una imagen sagrada porque parece que la genuflexión se dirige a la imagen en lugar de al Santísimo Sacramento; además, ¿cómo se podrá impartir la bendición con el Santísimo con una custodia así, en forma humana? Porque las rúbricas tratan de dar la bendición con la custodia, no simplemente tomando el viril entre las manos…[4]


Desde luego, el siguiente paso de devocionalismo es pasar de una imagen sagrada de la Santísima Virgen de factura moderna como custodia a emplear, sacrílegamente, la estatuilla del ídolo de la Pachamama como custodia para el Santísimo.

La adoración al Santísimo Sacramento, con el diseño y forma clásica de la custodia, previene de cualquier idolatría. Solo Cristo en el Sacramento es adorado, ninguna imagen, ninguna figurilla, ninguna imagen sagrada.
Concluyendo
Toda esta concepción, profunda y teológica, impide evidentemente mezclar con la liturgia católica los ritos paganos, o permitir expresiones que son cultos a las deidades o imágenes paganas, ídolos, en la liturgia y en nuestros templos. Quien lo hace profana la liturgia, comete un abuso y se está apartando de la fe católica.
“Si en la liturgia no destacase la figura de Cristo, que es su principio y está realmente presente para hacerla válida, ya no tendríamos la liturgia cristiana, totalmente dependiente del Señor y sostenida por su presencia creadora. ¡Qué lejos están de todo esto quienes, en nombre de la inculturación, caen en el sincretismo introduciendo en la celebración de la santa misa ritos tomados de otras religiones o particularismos culturales!”[5]
Pensemos y valoremos con toda seriedad, lo haga quien lo haga, lo promueva quien lo promueva, lo que dicta la Instr. Redemptionis Sacramentum:
“Por último, el abuso de introducir ritos tomados de otras religiones en la celebración de la santa Misa, en contra de lo que se prescribe en los libros litúrgicos, se debe juzgar con gran severidad” (n. 79).
No, la liturgia no permite la mezcla de ritos paganos ni asumir ídolos ni prácticas idolátricas, lo mismo que no es posible introducir oraciones paganas o textos de otras religiones en la liturgia, sino que eso es claramente un sacrílego abuso que los libros litúrgicos y la actual normativa en absoluto permiten ni dejan resquicio para ello.
El recto proceso de inculturación en la fe, si hay que realizarlo tras mucho discernimiento, tiene su procedimiento preciso y regulado, sin que se confíe a la arbitrariedad, capricho o creatividad de cualquiera. No, la liturgia no lo permite.
Es la liturgia católica la que glorifica a Dios y nos santifica; es la liturgia la que reorienta mentes y corazones para conocer a Dios y adorarle en espíritu y verdad; es la liturgia católica, con sus sacramentos, sus ritos, su Oficio divino, la que dirige las almas para ofrecer un culto racional, renunciando a Satanás, a sus obras y seducciones, desvelando los ídolos que nos acechan y esclavizan y conduciéndonos a la gloriosa libertad de los hijos de Dios; es la liturgia católica la que nos descubre nuestros ídolos e idolatrías y nos purifica.
¡Solo Dios es Dios!
¡Al Señor, tu Dios, adorarás, y a Él solo darás culto!
[1] Se cita corporal, purificador, Misal y vasos sagrados así como micrófono; además de la cruz y los candeleros “cerca o sobre el altar” (IGMR 307-308).
[2] RIGHETTI, M., Historia de la liturgia, vol. I, Madrid 1955, pp. 520ss).
[3] Decr. 2957, en MARTÍNEZ DE ANTOÑANA, Manual de Liturgia sagrada, vol. I, Madrid 1930 (4ª), p. 427.
[4] Cf. RCCE 99; Ceremoniale episcoporum, n. 1114.
[5] Benedicto XVI, Disc. a los prelados de la Región Norte II de Brasil en visita ad limina, 15-abril-2010.
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