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27.08.22

El desplazamiento de «Iglesia» a «mi comunidad»: Ratzinger, eclesiología y liturgia

misa parroquial

Por la fe y el bautismo somos introducidos en la Iglesia, en la gran Iglesia, en la Católica, tal como la califican los Padres. Nuestra comunidad es la gran Iglesia, a la que pertenecemos como hijos por el bautismo y no se nos pide nada más (ninguna afiliación pertenencia o asociación, ninguna adscripción extra).

Nuestra comunidad es la gran Iglesia y así ha sido siempre. Una única Eucaristía, presidida por el Obispo junto a sus presbíteros congregaba a todo el pueblo cristiano en una única y gran asamblea.

¡Qué fuerza tienen las expresiones de los Padres Apostólicos, como san Ignacio de Antioquía, o posteriores, como san Cipriano en Cartago o san Agustín en Hipona, o la Didascalía siríaca o las Constituciones apostólicas!: un altar, el obispo celebrando la Eucaristía y toda la comunidad cristiana celebrando unida al obispo y al altar.

“Poned, pues, todo ahínco, en usar de una sola Eucaristía; porque una sola es la carne de Nuestro Señor Jesucristo y un sólo cáliz para unirnos con su sangre, un solo altar, así como no hay más que un solo obispo, juntamente con el colegio de presbíteros y con todos los diáconos” (Ad Phil., 4).

En absoluto hay datos o testimonios que avalen una práctica de Misa dominical con pequeños grupos o pequeñas comunidades, en lugar de la unidad de todos presididos por un Apóstol, un sucesor de los Apóstoles (obispo) o un presbítero en alguna comunidad alejada de la ciudad. Los Padres no entenderían que la gran Asamblea eclesial del domingo se dividiera en pequeños grupos para “compartir” o “participar / intervenir” más.

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18.08.22

El uso variado del aceite en la liturgia

Era una prolongación natural que el aceite, usado en la vida de Israel y mostrado en la Escritura, se integrara en la liturgia cristiana como elemento creado puesto al servicio del orden de la Gracia. Tan sólo una visión panorámica, sin entrar en detalles, nos puede orientar en los distintos óleos y sus usos litúrgicos.

La variedad de usos señala su distinto significado y valor.

El aceite es ungüento, medicinal, y por ello con él se ungió a los enfermos.

El aceite es balsámico y tonificante, y tal como lo usaban deportistas y atletas, se empleó para el combate espiritual de los catecúmenos.

El aceite, con la cocción de esencias de flores, resultaba un perfume lleno de dulce fragancia, y se empleó para consagrar santificando en el sacramento del Bautismo y de la Confirmación, así como para expresar el sacerdocio en la unción de manos presbiteral o unción en la cabeza del nuevo obispo, y también para consagrar el altar y los muros de un nuevo templo.

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9.08.22

Orar in modum crucis: las manos sacerdotales

in modum crucisUno de los signos casi universales para la oración es extender las manos. El cuerpo hace oración también, el cuerpo expresa la oración y las manos abiertas señalan la indigencia, el recibir, el señalar al cielo; esto es que común a distintas religiones por su valor expresivo, lo encontramos claramente en el Antiguo Testamento. El orante se dirige a Dios extendiendo sus manos hacia el cielo, por así decir, para que Dios desde arriba vea las palmas de las manos extendidas.

Salomón, el rey ora: “se puso ante el altar del Señor, frente a toda la asamblea de Israel, extendió sus manos hacia el cielo y dijo: “Señor, Dios de Israel, ni arriba en el cielo ni abajo en la tierra…”” (1Re 8,22-23). “Cuando Salomón terminó de dirigir al Señor toda esta oración y esta súplica, se levantó de delante del altar del Señor, donde estaba arrodillado con las manos extendidas hacia el cielo” (1Re 8,54).

Así mismo, igualmente, lo narra el libro de las Crónicas:

“Salomón, puesto de pie ante el altar del Señor, frente a toda la asamblea del Israel, extendió las manos. Porque él había hecho un estrado de bronce, de dos metros y medio de largo, dos y medio de ancho, y uno y medio de alto, y lo había colocado en medio del atrio. Salomón subió al estrado, se arrodilló frente a toda la asamblea de Israel, extendió sus manos hacia el cielo” (2Cro 6,12-13).

Los salmos oran y cantan pidiendo que Dios escuche la oración “cuando elevo mis manos hacia tu Santuario” (Sal 27,2); o el salmo vespertino 140,2: “Suba mi oración como incienso en tu presencia, el alzar de mis manos como ofrenda de la tarde”.

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14.07.22

Lo «personal» en la liturgia: reflexiones

Crismación

Siendo miembros de un pueblo santo, y formando parte de la Iglesia, sin embargo ni nos disolvemos ni quedamos difuminados y perdidos en la masa, como un número más. Se sigue cumpliendo que Cristo conoce a cada uno por su nombre y así nos llama (cf. Jn 10,3).

Lo personal e individual, lo concreto de cada alma, ni se pierde ni se esconde en la vida litúrgica, en la piedad de la Iglesia. Formando parte de la asamblea santa, un Sacramento se administra uno a uno, se recibe personalmente: “Yo te bautizo”, “Recibe por esta señal el Don del Espíritu Santo”, “Por esta santa Unción… te ayude el Señor con la gracia del Espíritu Santo”, y no se dice en plural o de una vez para todos: “Yo os bautizo” o “Recibid por esta señal…”, o el austero y grave rito penitencial de la ceniza, impuesta en la cabeza (o coronilla de cada cual), uno a uno, recibiendo personalmente la exhortación: “Recuerda que eres polvo…”, sin escondernos en lo genérico (“Convertíos…”, sino: “Conviértete”). Al igual la misma Comunión eucarística: no es colectiva, sino personalísima, a cada cual que se acerca al altar, uno a uno: “El Cuerpo de Cristo – Amén”, personal, intransferible.

Y, ¡qué personal es ser llamado cada uno por su nombre en el Sacramento del Orden: “Acérquense los que van a ser ordenados presbíteros” (PR 122)!, o en la profesión religiosa, o si no son muchos, la llamada personal, antes de la homilía, para el Sacramento de la Confirmación (“si es posible, cada uno de los confirmandos es llamado por su nombre…” (RC 25).

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9.07.22

Pautas para los lectores en Misa

El ministerio del lector permite que las lecturas de la Palabra de Dios se proclamen de forma audible para que llegue a todos los asistentes, y sea acogida esta Palabra con espíritu de fe y obediencia. Es necesario, pues, cuidar este ministerio y saber desempeñarlo al subir al ambón.

El lector cuando anuncia a otros la Palabra divina, con docilidad, él mismo recíbala y medítela con atención, para testimoniarla con su vida (CE 32).

En verdad no todos se sienten capacitados ni todos son aptos para este oficio litúrgico. Para realizar bien este ministerio, no basta solo buena voluntad o disponibilidad, se necesita también preparación, la cual deberá cuidarse en un doble sentido:

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