Entender mejor la «participación activa» en la liturgia

Participación

Varios números de la exhortación Sacramentum caritatis dedicó Benedicto XVI para describir y reordenar la “actuosa participatio” o participación activa en la liturgia, rescatándola del activismo reinante y de la interpretación común que la orienta sólo a lo exterior, multiplicando intervenciones.

Para una “auténtica participación”, explicaba el Papa cómo “a veces, ha surgido alguna incomprensión precisamente sobre el sentido de esta participación. Por tanto, conviene dejar claro que con esta palabra no se quiere hacer referencia a una simple actividad externa durante la celebración” (SC n. 52), un hacer cosas, multiplicar intervenciones (moniciones y ofrendas, por ejemplo).

La “auténtica participación” va más al corazón del Misterio, a aquello que acción de Dios: “la participación activa deseada por el Concilio se ha de comprender en términos más sustanciales, partiendo de una mayor toma de conciencia del misterio que se celebra y de su relación con la vida cotidiana. Sigue siendo totalmente válida la recomendación de la Constitución conciliar Sacrosanctum Concilium, que exhorta a los fieles a no asistir a la liturgia eucarística « como espectadores mudos o extraños », sino a participar « consciente, piadosa y activamente en la acción sagrada »” (SC n. 52).

Participar, entonces, sería vivir el Misterio de Dios en la liturgia, tomar parte de él con el corazón, adorando, sabiendo estar en presencia de Dios, implicándose, evitando distracciones. Por ello, vuelve a repetir Benedicto XVI para clarificar:

“Es útil recordar que, de por sí, la participación activa no es lo mismo que desempeñar un ministerio particular. Sobre todo, no ayuda a la participación activa de los fieles una confusión ocasionada por la incapacidad de distinguir las diversas funciones que corresponden a cada uno en la comunión eclesial” (SC, n. 53).

Al servicio de la liturgia, está el sacerdote, que actúa en la persona de Cristo mismo, hace presente a Jesucristo en el altar, se sienta y predica en la sede como imagen de Cristo Maestro. Para favorecer el desarrollo digno y solemne de la liturgia, junto al sacerdote, estará el diácono desempeñando sus funciones propias; “en relación con estos ministerios vinculados al sacramento del Orden, hay también otros ministerios para el servicio litúrgico, que desempeñan religiosos y laicos preparados, lo que es de alabar” (SC, n. 53).

Y como la participación activa es ofrecer el culto a Dios en Espíritu y en Verdad, adorando a Dios, se recuerda cómo participar activamente es actitud espiritual que hay que cultivar, despertar, vigilar:

“Al considerar el tema de la actuosa participatio de los fieles en el rito sagrado, los Padres sinodales han resaltado también las condiciones personales de cada uno para una fructuosa participación. Una de ellas es ciertamente el espíritu de conversión continua que ha de caracterizar la vida de cada fiel. No se puede esperar una participación activa en la liturgia eucarística cuando se asiste superficialmente, sin antes examinar la propia vida. Favorece dicha disposición interior, por ejemplo, el recogimiento y el silencio, al menos unos instantes antes de comenzar la liturgia, el ayuno y, cuando sea necesario, la confesión sacramental. Un corazón reconciliado con Dios permite la verdadera participación. En particular, es preciso persuadir a los fieles de que no puede haber una actuosa participatio en los santos Misterios si no se toma al mismo tiempo parte activa en la vida eclesial en su totalidad, la cual comprende también el compromiso misionero de llevar el amor de Cristo a la sociedad” (SC, n. 55).

Junto a estos principios sabios y tan concretos, se nos enseña cómo la comunión sacramental, con las debidas disposiciones y estando en gracia de Dios, es la mayor participación activa en la Santa Misa, lo más importante que se puede hacer, más que cualquier otro servicio o ministerio dentro de la liturgia:

“Sin duda, la plena participación en la Eucaristía se da cuando nos acercamos también personalmente al altar para recibir la Comunión. No obstante, se ha de poner atención para que esta afirmación correcta no induzca a un cierto automatismo entre los fieles, como si por el solo hecho de encontrarse en la iglesia durante la liturgia se tenga ya el derecho o quizás incluso el deber de acercarse a la Mesa eucarística. Aun cuando no es posible acercarse a la Comunión sacramental, la participación en la santa Misa sigue siendo necesaria, válida, significativa y fructuosa. En estas circunstancias, es bueno cultivar el deseo de la plena unión con Cristo, practicando, por ejemplo, la comunión espiritual, recordada por Juan Pablo II y recomendada por los Santos maestros de la vida espiritual” (SC, n. 55).

Con estos principios tan clarísimos, habremos de revisar nuestra pastoral litúrgica (y parroquial), ir cambiando y corregir los abusos que incluso se ven como normales ya, la formación que se imparte, el modo de vivir la santa liturgia y de celebrarla, la comprensión que hemos de transmitir a los demás en catequesis, retiros, predicaciones, formación permanente.

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