Lo que posee la catedral (Tu Catedral - VI)

Pila bautismal, Catedral de Sevilla

La madre y cabeza de todas las iglesias de la diócesis, la catedral, posee tesoros magníficos, que van dando vida a los fieles, a las almas cristianas. Esos tesoros no se pueden cifrar ni calibrar ni ponderar como riquezas materiales, obras artísticas expuestas en las vitrinas del museo catedralicio.

Lo que la catedral posee es vida de Dios, distribuida a raudales. Lo que la catedral posee es capacidad de regeneración de las almas, santificación abundante, guía y luz para la vida, impulso para la misión y evangelización, sentido sobrenatural y fraternidad eclesial. ¡Esto es su principal tesoro, su riqueza invisible y real a un tiempo!

En primer lugar, ya lo sabemos, la cátedra del obispo, signo de unidad, de comunión, de magisterio en la fe, de Tradición y transmisión, el engarce de esta Iglesia local con la Iglesia universal por medio de un obispo, sucesor de los Apóstoles. El obispo aquí, en la cátedra, como maestro de la fe e intérprete de la Tradición, garante de la Verdad revelada y de la fe católica.

“Lo que distingue a la catedral de todas las demás iglesias es la cátedra del obispo, situada en posición destacada. Por eso la llamamos catedral. La cátedra no es un trono, sino un púlpito para la enseñanza. De ella se difunde la palabra del obispo… El obispo, como maestro de la verdad católica, es garante de la unidad de la diócesis, de sus sacerdotes y de sus fieles, y esto sólo en sintonía con la comunidad de fe de la Iglesia universal, que abraza el espacio y el tiempo” (Benedicto XVI, Cta. con ocasión del milenario de la Catedral de Bamberg, 3-mayo-2012).

En segundo lugar, el altar. El altar de la Catedral es la Mesa santa, el ara de la cruz, el centro de la santificación de toda la diócesis. Un altar y un obispo, para la única Eucaristía: ¡todo es signo de unidad! En el altar de la catedral el obispo ofrece el sacrificio eucarístico, rodeado de sus presbíteros, asistido por los diáconos, y con todo el pueblo santo oferente.

Aquí la Eucaristía hace la Iglesia como la Iglesia hace (celebra) la Eucaristía.

Aquí una vez más se verifica el misterio de unidad de la Iglesia: la Eucaristía, el altar y el obispo.

Esa es la vida de la catedral, su fuente, a la que acuden todos como la cierva buscando corrientes de agua viva. El altar de la catedral es fuente de vida y de gracia sobrenatural.

“Prosiguiendo –escribía Benedicto XVI-, nos encontramos ante el altar. Es el centro de la catedral. El altar es el lugar sagrado donde se ofrece el sacrificio eucarístico, donde la pasión, la muerte y la resurrección se hacen presentes cada día de nuevo… Con intensidad única, la Iglesia se alegra de esta presencia en la Eucaristía, “fuente y culmen de toda la vida cristiana” (LG 11). Dicha fuente brota de este altar, y su flujo vivificante se derrama desde ahí en toda la diócesis. Además, ante este altar el obispo impone las manos a los jóvenes a quienes envía como sacerdotes a las comunidades. Allí se consagran los óleos sagrados –el del Crisma, el de catecúmenos y el de los enfermos-, con los cuales se administran los santos sacramentos en toda la archidiócesis. En verdad, este altar es el corazón de toda la archidiócesis” (Ibíd.).

En tercer lugar, la fuente bautismal de la catedral, donde la Iglesia ejerce realmente de madre de las almas, engendrando hijos para Dios por el agua y el Espíritu. ¡Qué hermosos baptisterios nos ha dejado la historia, vinculados, cómo no, a la catedral!: baptisterio de san Juan de Letrán, de Milán, de Pisa, de Florencia…

Es en la catedral donde, según la praxis eclesial, serán bautizados los catecúmenos, los adultos que recibirán la Iniciación cristiana –bautismo, confirmación, Eucaristía- en la noche santa de la Vigilia pascual. Es una realidad que lentamente va creciendo: adultos que no fueron bautizados de pequeños y que ahora lo solicitan, tras conocer al Señor y su Iglesia. La Iglesia madre, la catedral, recibe nuevos hijos y los santifica y consagra. Y del mismo modo, y por extensión, todo cuanto tiene que ver con la Iniciación cristiana: los ritos del catecumenado según el RICA, o el sacramento de la Confirmación durante el tiempo pascual para niños y jóvenes. ¡La Iglesia recibe y comunica la vida de Dios a las almas!

Esto es lo que la catedral posee: la cátedra, el altar, la fuente bautismal… y esos son sus tesoros, sus más preciadas posesiones, sus bienes más queridos.

“Vemos la figura y contemplamos la realidad: vemos el templo y contemplamos a la Iglesia. Miramos el edificio y penetramos en el misterio. Porque este edificio nos revela, con la belleza de sus símbolos, el misterio de Cristo y de su Iglesia. En la cátedra del Obispo, descubrimos a Cristo Maestro, que, gracias a la sucesión apostólica, nos enseña a través de los tiempos. En el altar, vemos a Cristo mismo en el acto supremo de la redención. En la pila del bautismo, encontramos el seno de la Iglesia, Virgen y Madre, que alumbra la vida de Dios en el corazón de sus hijos. Y mirándonos a nosotros mismos, podremos decir con san Pablo: “Sois edificio de Dios… El templo de Dios es santo: ese templo sois vosotros” (1Co 3,9. 17). Éste es el misterio que simboliza el templo catedral” (Juan Pablo II, Hom. dedicación Catedral de Madrid, 15-junio-1993).

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