Arraigo y sentido del culto martirial (Mártires - I)

Catacumbas del Vaticano

Desde que en mi diócesis de Córdoba (España) se aprobó la beatificación de los mártires de la Guerra Civil, Juan Elías Medina y 126 compañeros, he ido escribiendo en la sección litúrgica de la revista diocesana “Iglesia en Córdoba” una serie de 16 artículos explicando todo lo que concierne al culto a los mártires, veneración, calendario, etc., con el fin de formar y preparar en mi diócesis para cuando llegase la tan deseada beatificación. Desde luego no sé ni nadie me ha dicho si sirvieron para algo o no, si sensibilizaron e incrementaron el recto culto a los mártires y su inclusión en el año litúrgico. Pero creo que todo ese material, en este blog, puede ser útil e ilustrativo. Aquí, además, lo puedo hacer con más extensión y sin límites de caracteres.

Que la lectura sea provechosa con esta nueva serie.

Para gloria de Dios que corona a sus mártires.

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El año litúrgico conmemora los misterios de Cristo y su redención en los distintos ciclos (Navidad y Pascua) con tiempos litúrgicos de preparación intensiva (Adviento y Cuaresma respectivamente), teniendo como fiesta primordial el domingo.

Pero muy pronto, siglos II-III, la Iglesia rindió culto a los mártires, incorporando el aniversario de su martirio a su calendario, para que anualmente se celebrase. Fue un enriquecimiento y ampliación del año litúrgico, con el complemento de un ciclo santoral que se inició con los mártires y que, posteriormente, incluirá tanto el culto mariano (solemnidades de la Virgen, advocaciones, etc.) como el culto a los confesores (grandes Padres de la Iglesia y obispos, vírgenes, santas mujeres, misioneros, educadores, santos dedicados a la caridad, etc.).

Los mártires fueron asociados al sacrificio de Jesucristo, “el Testigo (mártir) fiel” (Ap 1,5). Las primeras generaciones cristianas recogían sus restos con veneración y los depositaban en un lugar decoroso.

Cada año los fieles, presididos por su obispo, se reunían junto a los sepulcros de los mártires en el día del aniversario de su martirio, llamado “dies natalis” (día del nacimiento a la vida celestial), y celebraban la Eucaristía en su memoria. El culto a los mártires, invocando su intercesión, robustecía la entereza y la fidelidad de los fieles que se veían sometidos a periódicas persecuciones.

La abundancia de las “Actas de los Mártires” y de las “Pasiones” en los tres primeros siglos manifiesta no sólo el número elevado de martirios, sino también el arraigo progresivo del culto a estos testigos de la fe. En estos documentos se narra la vida del mártir y se relata –con tonos incluso de plegaria eucarística– su martirio glorioso.

Al anotar el “dies natalis” y el lugar de su “depositio” o sepultura, se da origen a los calendarios cristianos, en un primer momento en ámbito local, por diócesis o regiones.

A partir de la paz constantiniana el culto a los mártires cobra mayor auge y popularidad: los sepulcros, pequeñas capillas o ermitas llamadas “cella memoriae”, se transforman en basílicas, y el altar para la Eucaristía se coloca sobre el sepulcro del mártir o sobre el lugar de su “confesión” o martirio, plasmando arquitectónica y litúrgicamente la visión del Apocalipsis: “Vi al pie del altar las almas de los que habían sido degollados por causa de la Palabra de Dios” (Ap 6,9).

Elementos tradicionales del culto a los mártires

El siglo II comenzó a ver el florecimiento del culto a los mártires, honra y joyas de la Iglesia, tratados con sumo respeto y delicadeza. Los datos son aún más explícitos y frecuentes a partir de la mitad del siglo III, durante el cual se extiende, se consolida y se fijan las formas litúrgicas de este culto a los mártires.

Esa fue la respuesta de la Iglesia a las distintas oleadas de persecuciones, en los primeros siglos. No esperaban ni tal crueldad, ni tal extensión de las persecuciones.

“Era muy natural que el impacto brutal chocando repentinamente con almas pacíficas y cándidas produjera ante todo una impresión de estupor y de terror. El despertar, podemos creerlo, fue doloroso, y las primeras lágrimas que corrieron sobre las tumbas de los mártires fueron lágrimas amargas” (Delehaye, H., Les origines du culte des martyrs, Bruxelles 1933 (19ª), 1).

Conmocionados, amaron a sus mártires y fueron la nueva situación de persecución que en cualquier momento y en cualquier lugar podría desencadenarse.

“La Iglesia católica ha tributado siempre grandes honores a los mártires. Por el martirio, la Iglesia pasó de la esfera privada a la esfera pública. En el culto de la Iglesia por el mártir se ha visto siempre en grado sumo en la imitación de Cristo. Esta debe ser siempre una participación real o mística en su pasión y en su muerte” (Garrido, M., Curso de liturgia romana, Madrid 1961, 519).

Los mártires fueron el honor de la Iglesia, sus joyas más preciadas. Dios eligió a sus mártires, les concedió gracia. Es lo que exclama enfervorizado S. Cipriano: “O beatam Ecclesiam nostram…!”, “¡Oh dichosa Iglesia nuestra, a quien así ilumina el esplendor de la bondad divina, a quien da brillo en nuestros días la sangre gloriosa de los mártires! Antes se mostraba blanca en las obras de los hermanos; ahora aparece de color púrpura con la sangre de los mártires. No faltan entre sus flores ni los lirios ni las rosas. Luche ahora en cada por alcanzar la altísima dignidad de ambos honores. Reciba cada uno su corona blanca por la inocencia de sus obras, o roja por su martirio” (Ep. 10,V,2).

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