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14.03.10

Muertes papales (II): Los que murieron por muerte súbita

A SUBITANEA ET IMPROVISA MORTE, LIBERA NOS DOMINE!

RODOLFO VARGAS RUBIO

La Iglesia siempre ha visto la muerte súbita con gran recelo, hasta el punto de que ha multiplicado las devociones y oraciones para pedir a Dios librar de ella a los cristianos. En las antiguas y venerables Letanías de los Santos existe una invocación en este sentido: «A subitanea et improvisa morte libera nos, Domine» (De la muerte súbita e imprevista líbranos, Señor).

Además, a san José ha sido tradicionalmente asignado el titulo de abogado para obtener una buena muerte. Y es que la doctrina católica considera la muerte un acto humano, el más trascendental de la vida terrena puesto que de él depende toda la eternidad. El acto de morir nos «fosiliza», por así decirlo, en el bien o en el mal. Ahora bien, como todo acto humano ha de ser deliberado, es natural que el hombre se prepare al supremo acto de la muerte mediante su entendimiento y su voluntad. De ahí que en el pasado se pusiese un cuidado extremo en asistir a los moribundos, no ahorrando fatigas los párrocos y religiosos en confortarlos y prepararlos para la aceptación del acto de la muerte. Un instituto religioso fue, incluso, establecido a finales del siglo XVI para la asistencia espiritual de los que se hallan en el supremo trance: los Clérigos Regulares Ministros de los Enfermos, conocidos popularmente como padres Camilos (por el nombre de su fundador san Camilo de Lelis) o «de la buena muerte».

La sensibilidad contemporánea, en cambio, ve la muerte y todo lo que se le refiera con horror, hasta el punto de que hoy casi nadie muere en su propia casa como en tiempos acontecía normalmente, y, por supuesto, los velatorios ya no tienen lugar en la casa donde ha acontecido el óbito, sino en frías y anónimas salas especialmente destinadas al efecto en los hospitales o en los tanatorios, desde donde se traslada el cadáver lo mas expeditivamente posible al cementerio. El luto externo prácticamente ha desaparecido y la máxima aspiración de todo el mundo es la de morir rápido y sin darse cuenta. Como vemos, contrasta este punto de vista con la doctrina y practica de la Iglesia.

En fin, como dato curioso consignaremos lo que cuenta en sus inestimables Instantáneas personales de los Papas a los que sirvió (de León XIII a Pío XII) monseñor Arborio Mella di Sant’Elia, maestro de cámara pontificio. Cierto día, Pío XI le confió que solía invocar la intercesión de san Andrés Avelino para obtener la «gracia» de una muerte imprevista. El dignatario vaticano mostró al Papa su extrañeza ante devoción semejante y le objetó que un cristiano debía más bien rogar para morir con una previa preparación. El Pontífice replicó que la mejor preparación era vivir cristianamente. Lo curioso del caso -como muy bien hace notar el profesor Romano Amerio al referir la anécdota- es que san Andrés Avelino es tradicionalmente invocado contra la apoplejía, una de las causas más comunes de muerte súbita. En todo caso, Pió XI estuvo muy lejos de morir como esperaba. Ya se verá en qué circunstancias se produjo su deceso y a qué polémicas sospechas dieron lugar.

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2.02.10

La supresión de la Compañía de Jesús (1750.1773)- y 2ª parte

LA SUPRESIÓN EN ESPAÑA Y SUS COLONIAS

La Supresión en España, y sus cuasi-dependencias Nápoles y Parma, y en las colonias españolas fue llevada a cabo por medio de reyes y ministros autocráticos. Sus deliberaciones fueron llevadas en secreto, y ciñeron a sí mismos sus deliberaciones a propósito. Sólo hace pocos años que una pista ha conducido hasta Bernardo Tanucci, el anticlerical ministro de Nápoles, quien adquirió una gran influencia sobre Carlos III antes de que el rey pasase del trono de Nápoles al de España. En la correspondencia de este ministro se hallan todas las ideas que guiaron de vez en cuando la política española. Carlos, hombre de buen carácter moral, confió su gobierno al Conde de Aranda y a otros seguidores de Voltaire; y trajo de Italia a un ministro de finanzas, cuya nacionalidad hizo al gobierno impopular, mientras que sus exacciones dieron lugar en 1766 a disturbios y a la publicación de varios pasquines, sátiras y ataques a la administración.

Se convocó un consejo extraordinario para investigar la cuestión, y se declaró que gente tan sencilla como los amotinados nunca podría haber producido panfletos políticos. Procedieron a obtener información secreta, cuyo propósito no se conoce; pero los registros conservados muestran que en septiembre el consejo resolvió incriminar a la Compañía, y que el 29 de enero de 1767 se ejecutó su expulsión. Se enviaron a los magistrados de cada localidad en las que residían los Jesuitas órdenes secretas, que serían ejecutadas entre el 1 y el 2 de abril de 1767. El plan marchaba silenciosamente. Esa mañana, 6000 jesuitas fueron expulsados como convictos a la costa, donde fueron deportados, primero a los Estados Pontificios y finalmente a Córcega.

Tanucci llevó a cabo una política similar en Nápoles. El 3 de noviembre los religiosos, otra vez sin un juicio, y ahora incluso sin acusación, fueron expulsados a la frontera con los Estados Pontificios, y se les amenazó con la muerte si regresaban. Ha de indicarse que en estas expulsiones, cuanto más pequeño es el estado más grande es el desprecio de los ministros hacia cualquier clase de ley. El Ducado de Parma era la más pequeña de las llamadas cortes borbónicas, y tan agresiva en su anticlericalismo que Clemente XIII le dirigió (el 30 de enero de 1768) un monitorium, o advertencia, según el cual los excesos serían penalizables con censuras eclesiásticas. Llegado este momento, todos los partidarios de la “Familia Compacta” Borbón se enfurecieron con la Santa Sede, y solicitaron la destrucción completa de la Compañía. Como preámbulo, Parma expulsó a los Jesuitas de sus territorios confiscando sus posesiones, como era habitual.

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31.01.10

La medalla milagrosa. El día en que la Virgen se apareció a la última del convento

“¡OH MARÍA, SIN PECADO CONCEBIDA,ROGAD POR NOSOTROS QUE RECURRIMOS A VOS!

En la Rue du Bac, número 140, en pleno centro de París, en la casa madre de la Compañía de las Hijas de la Caridad, que fundaran san Vicente de Paúl y santa Luisa de Marillac, habitaba en 1830 una novicia llamada sor Catalina Labouré, a quien la Santísima Virgen confió un mensaje salvador para todos los que con confianza y fervor lo aceptaran y practicaran. El 27 de noviembre de 1830 sor Catalina escuchó una voz en su interior que decía: «Haz que se acuñe una medalla según este modelo. Todos cuantos la lleven puesta recibirán grandes gracias. Las gracias serán mas abundantes para los que la lleven con confianza». Entonces se creó una forma ovalada en torno a la Virgen y en el borde interior apareció escrita la siguiente invocación: «María, sin pecado concebida, rogad por nosotros, que acudimos a vos».

De esta aparición primera y otra posterior, surgió años después un movimiento mariano que hoy conocemos como la asociación de la Medalla Milagrosa, y que este año está de jubileo. Aprobada por San Pío X en 1909, la asociación cuenta con más de seis millones de miembros en todo el mundo. Su fin es fomentar la devoción a la Virgen María, Madre de Dios, concebida sin pecado original y modelo de la Iglesia Peregrina, conscientes de que el culto a la Madre redunda en gloria y alabanza de su Hijo, el Salvador, por medio de la Medalla Milagrosa y el apostolado que se ejerce mediante la Visita Domiciliaria.

Todo comenzó comenzó aquel 27 de noviembre de 1930. A Catalina Labouré se le apareció la Virgen para enseñarle y recomendarle que propagara la Medalla Milagrosa. Nació en Francia, de una familia campesina, en 1806. Al quedar huérfana de madre a los 8 años le encomendó a la Virgen que le hiciera de madre, y la Madre de Dios aceptó su petición. Como su hermana mayor profesó en la filas de San Vicente de Paúl, Catalina tuvo que quedarse al frente de los trabajos de la cocina y del lavadero en la casa de su padre, y por esto no pudo aprender a leer ni a escribir.

A los 14 años pidió a su padre que le permitiera irse a un convento pero él, que la necesitaba para atender los muchos oficios de la casa, no se lo permitió. Ella le pedía al Señor que le concediera lo que tanto deseaba: consagrarse a él. Una noche vio en sueños a un anciano sacerdote que le decía: “Un día me ayudarás a cuidar a los enfermos". Al salir de visitar a una enferma vio otra vez a aquel sacerdote que le dijo: Hija mía, tu ahora huyes de mí, pero un día será feliz de venir a mí. Dios tiene designios sobre ti, no lo olvides imagen de ese sacerdote se le quedó grabada para siempre.

A los 24 años, logró que su padre la dejara ir a visitar a su hermana en Chatillón - Sur -Seine, y al llegar a la sala del convento vio el retrato de San Vicente de Paúl y se dio cuenta de que ese era el sacerdote que había visto en sueños y que la había invitado a ayudarle a cuidar enfermos. Desde ese día se propuso ser hermana vicentina, y tanto insistió que al fin fue aceptada en la comunidad.

Después de un año de prueba la destinan al hospital de Enghen a servir a los ancianos durante 36 años. 5 años ayudante de cocina, 4 en la ropería, 15 años cuidando de las vacas que proporcionan la leche parar los ancianos del asilo. Lleva las cuentas de la compra de las vacas y cuando pierde más que gana suprimen las vacas y sustituyen las vacas por cerdos. Las hermanas ancianas la buscan para rezar el rosario con ella, pues lo reza con singular fervor. El día de la Inmaculada cae enferma y comenta que es el ramillete de flores que cada año le ofrece la Virgen. Obediente hasta los más pequeños pormenores, observante del silencio, amante de los oficios más humildes, que declara son las perlas de las Hijas de la Caridad. Le pregunta una sobrina por qué siempre es una simple cuidadora de animales y nunca la hacen superiora: “Las superioras son elegidas inteligentes. Ella no ha podido ir a la escuela.”

Era aún una joven novicia, cuando tuvo unas apariciones que la han hecho célebre en toda la Iglesia. En la primera, una noche estando en el dormitorio sintió que un hermoso niño la invitaba a ir a la capilla. Lo siguió hasta allá y él la llevó ante la imagen de la Virgen Santísima. Nuestra Señora le comunicó esa noche varias cosas futuras que iban a suceder en la Iglesia Católica y le recomendó que el mes de mayo fuera celebrado con mayor fervor en honor de la Madre de Dios. Catalina creyó siempre que el niño que la había guiado era su ángel de la guarda.

Pero la aparición más famosa fue la del 27 de noviembre de 1830. Estando por la noche en la capilla, vio a la Virgen resplandeciente. De sus manos salían hermosos rayos de luz hacia la tierra. La Virgen le encomendó que hiciera una imagen de Nuestra Señora así como se le había aparecido y que mandara hacer una medalla que tuviera por un lado las iniciales de la Virgen MA, y una cruz, con esta frase “Oh María, sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Ti". Y le prometió ayudas muy especiales para quienes lleven esta medalla y recen esa oración.

Catalina le contó a su confesor esta aparición, pero él no le creyó. Sin embargo el sacerdote empezó a darse cuenta de que esta monjita era sumamente santa, y se fue al Arzobispo a consultarle el caso. El Arzobispo le dio permiso para que hicieran las medallas, y entonces empezaron los milagros. Las gentes empezaron a darse cuenta de que los que llevaban la medalla con devoción y rezaban la oración “Oh María sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a Ti", conseguían favores formidables, y todo el mundo comenzó a pedir la medalla y a llevarla. Hasta el emperador de Francia la llevaba y sus altos empleados también.

En París había un masón muy alejado de la religión. Su hija consiguió que aceptara colocarse al cuello la Medalla de la Virgen Milagrosa, y al poco tiempo pidió que lo visitara un sacerdote, renunció a sus errores masónicos y terminó sus días como creyente católico. Catalina preguntó a la Virgen por qué de los rayos luminosos que salen de sus manos, algunos quedan como cortados y no caen en la tierra. Ella le respondió: “Esos rayos que no caen a la tierra representan los muchos favores y gracias que yo quisiera conceder a las personas, pero se quedan sin ser concedidos porque las gentes no los piden". Y añadió: “Muchas gracias y ayudas celestiales no se obtienen porque no se piden".

Después de las apariciones de la Virgen, la joven Catalina vivió el resto de sus años como una cenicienta escondida y desconocida de todos. Muchísimas personas fueron informadas de las apariciones y mensajes que la Virgen Milagrosa hizo en 1830. Ya en 1836 se habían repartido más de 130,000 medallas. El Padre Aladel, confesor de la santa, publicó un librito narrando lo que la Virgen había venido a decir y prometer, pero sin revelar el nombre de la monjita que había recibido estos mensajes, porque ella le había hecho prometer que no diría a quién se le había aparecido. Y mientras esta devoción se propagaba por todas partes, Catalina seguía en el convento barriendo, lavando, cuidando las gallinas y haciendo de enfermera, como la más humilde e ignorada de todas las hermanitas, y recibiendo frecuentemente maltratos y humillaciones.

En 1842 el rico judío Ratisbona, fue hospedado muy amablemente por una familia católica en Roma, la cual como único pago de sus muchas atenciones, le pidió que llevara al cuello la medalla de la Virgen Milagrosa. Él aceptó esto como un detalle de cariño hacia sus amigos, y se fue a visitar como turista el templo, y allí de pronto frente a un altar de Nuestra Señora vio que se le aparecía la Virgen y le sonreía. Se convirtió al catolicismo y se dedicó todo el resto de su vida a propagar la religión católica y la devoción a la Madre de Dios. Esta conversión fue conocida y admirada en todo el mundo y contribuyó a que miles y miles de personas empezaran a llevar también la Medalla de Nuestra Señora.

Desde 1830, fecha de las apariciones, hasta 1876, en que murió, Catalina estuvo en el convento sin que nadie conociera que ella era a la que se le había aparecido la Virgen para recomendarle la Medalla Milagrosa. En los últimos años consiguió que se pusiera una imagen de la Virgen Milagrosa en el sitio donde se le había aparecido y al verla, aunque es una imagen hermosa, ella exclamó: “Oh, la Virgencita es muchísimo más hermosa que esta imagen". Al fin, ocho meses antes de su muerte, fallecido ya su antiguo confesor, Catalina le contó a su nueva superiora todas las apariciones con todo detalle y se supo quién era la afortunada que había visto y oído a la Virgen. Por eso cuando ella murió, todo el pueblo se volcó en sus funerales, el que se humilla será ensalzado. Poco tiempo después de la muerte de Catalina, fue llevado un niño de 11 años, inválido de nacimiento, y al acercarlo al sepulcro de la santa, quedó instantáneamente curado. En 1947 el Papa Pío XII declaró santa a Catalina Labouré, y con esa declaración quedó también confirmado que lo que ella contó acerca de las apariciones de la Virgen era Verdad. Su cuerpo se venera en la Iglesia de las Hijas de la Caridad donde está también San Vicente de Paúl, en la Rue du Bac, en París.

14.01.10

Fallece una mujer que ha hecho historia en la Iglesia de Brasil

AMADA POR LA IGLESIA Y POR LA SOCIEDAD CIVIL

El terremoto de Haiti, que parece haberse cobrado la friolera de al menos 100.000 vidas y realmente no se saben cuántas más pueden ser (se dice pronto, más de muchas ciudades enteras de España), se ha llevado, entre otros, al Arzobispo de Puerto Príncipe y a una gran mujer brasileña, Zilda Arns, que Zenit no duda en llamar “una de las mujeres más grandes de la historia de Brasil". Católica, “amada por la Iglesia y por la sociedad civil en general", hermana del Arzobispo emérito de Sao Paolo, Paolo Evaristo Arns, y auténtica pionera en la defensa de la infancia de su país (que tan desasistida está) pero también de otros lugares, en cuanto fundadora de la institución que ha logrado a nivel mundial algunos de los mayores éxitos en la lucha contra la mortalidad infantil.

De hecho, en el momento del temblor de tierra, de siete grados en la escala de Richter, en la tarde del martes, se encontraba caminando en una calle en Puerto Príncipe en compañía de dos soldados brasileños y murió golpeada por algún objeto, según confirmó el jefe de gabinete de la presidencia de la República, Gilberto Carvalho. Zilda, de 75 años, era médicao pediatra de profesión y había viajado al país caribeño el pasado fin de semana para un encuentro misionero en el que se discutirían métodos de combate a la desnutrición infantil, para lo que estaba alojada en la sede episcopal de Puerto Príncipe.

Era poco conocida en nuestro país aunque había recibido un premio en la la cámara de comercio española en Brasil, pero me cuesta encontrar datos sobre ella en nuestra lengua. Sin embargo, lo que cuenta Zenit sobre ella es impresionante: En 1983, Zilda fundó la Pastoral de la Infancia, organismo ligado a la Conferencia Episcopal Brasileña, que tiene como objetivo el desarrollo integral de los niños pobres. Hoy cuenta en Brasil con 261.000 volontarios (en su mayoría mujeres), que atienden a más de 1,8 millones de niños (desde el nacimiento hasta los seis años), y 95.000 madres gestantes, en más de 42.000 comunidades y en 4.066 municipios. En el seno de la Conferencia Episcopal de Brasil, Zilda Arns fundó también la Pastoral para las personas con sida, que atiende a más de 100 mil enfermos, acompañados por 12 mil voluntarios de 579 municipios, en 141 diócesis de 25 estados brasileños.

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12.01.10

Historias de los herejes y las herejías: Ubertino da Casale y los "espirituales"

LAS DISPUTAS SOBRE LA POBREZA FRANCISCANA LLEVARON A ALGUNOS A DOCTRINAS CONTRARIAS A LA IGLESIA

A partir de 1230 toda una serie de disposiciones pontificias intentaron acabar con las disputas y las veleidades heterodoxas del franciscanismo, afirmando la suprema autoridad de Roma. Al calor de estas disposiciones pontificias la rama más conservadora de la orden, integrada por los llamados “conventuales", terminó por adquirir su definitiva fisonomía, en gran parte copiada de los dominicos. Sin embargo, lejos de acallar a los descontentos, estas medidas provocaron a partir de 1245 (rechazo de la “Ordinem vestrum") la ruptura de la orden y el escoramiento de los más radicales hacia posturas abiertamente heterodoxas.

Los “zelanti", posteriormente llamados espirituales, coincidían en rechazar las intervenciones pontificias como contrarias al espíritu franciscano. El punto básico de su programa consistía en la afirmación absoluta del ideal pauperístico, hasta el punto de aceptar tan sólo los alimentos diarios y el hábito como únicas propiedades de los frailes. El rechazo asimismo al estudio de la filosofía de Aristóteles, que se hacía extensivo a la participación en los medios universitarios, se unió a menudo a la defensa de las concepciones escatológicas de Joaquín de Fiore (muerto en 1207) cuya obra había sido ya condenada por el IV Concilio de Letrán y que parecía haber presagiado la aparición de los espirituales al hablar del “ordo justorum". En 1254 el franciscano heterodoxo Gerardo di Borgo San Donnino compuso su “Introducción al Evangelio eterno", en donde identificaba definitivamente las profecías del abad calabrés con el movimiento de los espirituales, tesis que fue acogida favorablemente por el propio general de la orden, Juan de Parma (1247-1257), lo que forzó a Roma a exigir su dimisión.

El gobierno del moderado san Buenaventura (1257-1274) significó un compás de espera providencial que permitiría a la ortodoxia ganar a la mayor parte del franciscanismo. La aceptación matizada de las disposiciones pontificias, el desarrollo del ideal del “usus pauper", fiel al espíritu del fundador sin caer en el rigorismo de los espirituales y la licencia dada a los elementos mejor preparados de la orden para integrarse en el mundo universitario (constituciones de Narbona en 1260), fueron los principales frutos de este periodo de paz. El mismo san Buenaventura demostró su apego a esta vía media redactando tanto la nueva biografía de san Francisco, claramente contemporizadora, como unos comentarios a la “regula bullata” que permitían acoger favorablemente las disposiciones pontificias.

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