Los comienzos de la diócesis de Lima (I)

FRAY JERÓNIMO DE LOAYSA PUSO LAS BASES DE LA QUE SERÍA LA DIÓCESIS MÁS IMPORTANTE DEL NUEVO MUNDO

Como muchos otros personajes de los que estamos hablando al tratar del la evangelización de América, era igualmente extremeño fray Jerónimo de Loaysa, nacido en Trujillo el año de 1498. Primo del cardenal de España, don fray García de Loaysa, prelado de Sevilla, después de haber sido maestro general en su Orden dominicana. Dominico fray Jerónimo en el convento de Córdoba, en 1521 estudiaba en Valladolid. Catedrático de artes y de teología y prior, sintió la influencia del espíritu misional que entre franciscanos y dominicos hervía. En 1529 arribaba a las orillas de la provincia de Santa Marta, en la costa atlántica del Nuevo Reino de Granada (hoy Colombia). Allí le aguardaban los indios guairas y buriticas, que habían de ejercitarle los primeros en las duras tareas del apostolado, mientras el clima ingrato castigaba duramente su cuerpo. Y, por su gusto, en aquellas tierras tropicales hubiera quedado a no verse obligado a regresar a España a los dos años de apostolado. Clemente VII, el 14 de abril de 1534, erigía la sede de Cartagena de las Indias, pero su prelado electo, el dominico fray Tomas de Toro, fallecía en 1536 antes de efectuarse la erección de la sede. Para sustituirle fue escogido fray Jerónimo de Loaysa, y consagrado el 29 de junio de 1538 en Valladolid; a fines del mismo año volvía a las Indias.

Pero su sede principal iba a ser otra: Paulo III, a 13 de mayo de 1541 12, erigía en sede episcopal la Ciudad de los Reyes (Lima), que por su colocación estratégica, casi a orillas del Pacifico, facilitaba el comercio con España y competía ya con la noble Cuzco, muy metida tierra adentro. Lima prometía ser la futura capital peruana. Desmembrada la sede limense de la cuzquense, sujeta, como ésta, a la metropolitana de Sevilla, a 19 de junio de 1540, aun antes de la canónica creación del obispado, Carlos V notificaba a Loaysa su elección para regentarla, y asignándole, por de pronto, 500.000 maravedises anuales.

El 25 de julio de 1543 entraba a orillas del Rimac el primer prelado limense. El corto vecindario, residente en las diez o doce manzanas de casas bajas tendidas en cuadro bordeando la plaza principal, contempló la figura humilde de su pastor, bajo palio sostenido por los regidores del cabildo civil, cortejado por dominicos, franciscanos y mercedarios, atravesando la calle Real, o de Trujillo, honrado por el licenciado Antonio de la Gama, teniente de gobernador por Vaca de Castro -ausente en el Cuzco-, y por los alcaldes ordinarios, Juan de Barbaran y Pedro Navarro.

Indios de los cacicazgos de Lati, Maranga, la Magdalena, Carabayllo, Surco y Huachipa ponían una nota de color indígena entre los pocos vecinos españoles blancos. Dos días después, el 27 del mismo julio, desde el púlpito mandaba leer la bula pontificia en la cual se «señalaba y honraba con el titulo de ciudad al dicho pueblo nombrado de los Reyes y quería que se llame Ciudad de los Reyes de aquí adelante, y en ella, por la dicha autoridad apostólica, y por el mismo tenor de las presentes, erigía y constituía una iglesia catedral para un obispo que haga edificar la misma iglesia y presida en ella después de edificada».

El 17 de septiembre firmaba Loaysa el acta de erección canónica de su iglesia, calcada en la del Cuzco y en la de Sevilla, declarando su titular, por voluntad papal, a San Juan Apóstol y Evangelista. Seguidamente procedía al nombramiento de sus coadjutores en el ministerio episcopal: Francisco León, arcediano; Francisco de Ávila, chantre; canónigos, Alonso Pulido y Juan Lozano. Eran limites de su jurisdicción los mismos que los de la ciudad limeña: hasta Arequipa, por los llanos costeros, valle de Nazca y confines del de Acarí al sur, y hacia el norte, zona igualmente litoral hasta Trujillo, San Miguel de Piura, Chachapoyas y Bracarnoros; por la sierra, hasta Huamanga; hacia el este, hasta la provincia de los Angaraes y, mas adentro, hasta León de Huanuco. Brevemente, desde el paralelo 5 hasta el 15 de latitud sur, aproximadamente, y entre los meridianos 76 y 81 de longitud oeste.

Cinco años transcurridos después de la designación pontificia de Lima para sede episcopal, el propio Paulo III, a 11 de febrero de 1546, a petición de la Corona española, elevaba la iglesia limense a la dignidad de metropolitana, independizándola de Sevilla y asignándole como sufragáneas las iglesias de León de Nicaragua, Panamá, Quito, Popayán y Cuzco. En la bula, suscrita el 31 de enero de 1546, explica el Papa las razones de esta medida, que se reducen fundamentalmente a las lejanías que separaban Lima de Sevilla, con la consiguiente rémora en el despacho de los negocios. En otro consistorio, 27 de abril de 1547, se concedía a Loaysa el uso del palio arzobispal. Alcanzaron las Bulas al neoarzobispo en 1548, acompalando al presidente La Gasca; con él pasó al Cuzco, en cuyo templo mercedario, el domingo 9 de septiembre del dicho año, le fue impuesto el palio por el deán Francisco Jiménez y el arcediano Juan Cota.

Hombre de profundo espíritu apostólico, no tardó en organizar la vida catequética de la Diócesis: en 1545 Loaysa ideó el sistema de reunir en una villa principal a los muchachos más dispuestos, para que, bien aleccionados, volvieran a los pueblos de catequistas; la realidad, sin embargo, obligó a reclutar este equipo de doctrinantes entre los adultos más diestros del propio lugar. La escasez del clero en proporción con la masa india y con la dispersión de la misma por aquella geografía difícil obligó a los apóstoles a multiplicarse, de lo cual se resintió la educación sólida del indio; ligeramente adoctrinado éste y castigado con la tara de sus costumbres antiguas, era obvio que fácilmente apostatase de un bautismo admitido casi inconscientemente.

Para arrancarle de su mundo atávico en lo que religiosamente era necesario, la Iglesia viose obligada a destruir sus templos: fue una medida necesaria ante el materialismo religioso del alma india, aferrada a las formas corporales exteriores de la religión; además, muchos de ellos ya estaban en ruinas, y otros, de valor artístico, como el Coricancha del Cuzco, el de Huaytara, el de Vilcas, se respetaron y se cristianizaron. Menos compasiva se mostró la Iglesia ante los ídolos, por ser ellos objeto directo del culto incaico y reducirse no pocos de ellos a absurdos antiartísticos fetiches, piedras, amuletos grotescos, como aquel botón de seda negra e hilo de oro que refiere el doctor Francisco de Ávila haber hallado entre los 30.000 ídolos que reunio en los corregimientos de Huarochirí, Yauyos, Jauja y Chupi Huaranga. Las piezas de valor por su materia o por su precio arqueológico o artístico muchas se salvaron. No puede, pues, hablarse de una destrucción sistemática ni aún según los criterios de aquella época, menos sensible que la nuestra ante lo añejo.

En cambio se preocupo hondamente la Iglesia de elevar sus templos cristianos en zonas puramente indígenas; según la legislación, encomenderos e indios habían de colaborar a la fábrica de sus templos. En cada villa principal debía existir una iglesia parroquial, a la cual, como radios hacia el centro, habían de converger las ermitas filiales desparramadas por los poblados secundarios. De valor desigual, muchas veces míseros edificios de adobes con techados de ramas de árboles o de paja, naturalmente, los siglos los han derrumbado. Recuerdo de estos centros antiguos de piedad subsiste la iglesia de San Cristobal de Huamanga, sencillo rectángulo de piedra adobe, sin adornos ni ventanas, con la techumbre de troncos y canas entretejidas, un poyo de mampostería corre a lo lago de sus muros, donde quizás se sentaban los fieles después de atravesar el amplio arco de piedra de la entrada protegida por la única torre lateral. Las mismas catedrales ostentaban el signo de los tiempos difíciles: la de Lima, anterior a 1543, en que entró el arzobispo Loaysa, era «de humilde fabrica y pequeña», «cosa vergonzosa para aldea»; restaurada en 1551, era de una sola nave y media 55 pies de ancho por 260 de largo, techado de mangle sostenido por muros de adobe ceniciento.

Sin lujos, desde luego, y en ocasiones aun sin la menor comodidad para los fieles, su edificación obedecía a criterios funcionales y prácticos de estrategia pastoral; un eclesiástico debía servirles, primeramente elegido y subvencionado por el correspondiente encomendero del lugar, sistema que hacia del clérigo, no siempre escogido con mentalidad eclesiástica, un lacayo del señor lugareño. Diose, por tanto, prisa la Iglesia por independizar a su representante y recabó para sí el derecho de nómina, afincando simultáneamente al cura en su iglesia de forma que fueron desapareciendo los giróvagos. Ulteriores disposiciones sinodales fijaron en 400 el número de los casados que debían pertenecer a cada parroquia, pues las 1.500 personas que ello supone y la dispersión de las mismas ocupaban sobradamente el celo de un sacerdote. Bien pronto notó éste la dificultad que creaba el haber de juntarse en un mismo templo y en una misma ceremonia indios y españoles: la diferente cultura y aun la lengua de cada comunidad étnica requería diferente trato, y así, y no por razones racistas, fueron poco a poco dedicándose templos exclusivamente para el grupo indio. Lima contó con la iglesia del hospital de San Andrés, la del barrio de San Lázaro y la del Cercado, y en el Cuzco, con el tiempo, estas parroquias llegaron a seis.

De forma paralela, las Órdenes religiosas, a veces con demasiado rumbo, levantaban al cielo sus iglesias y sus claustros cargados de un barroquismo en duro contraste con la pobreza de la Iglesia peruana de aquel entonces. Una cedula regia de 1553 reglamentaba la erección de estos conventos en sitios más dispuestos para el servicio de las almas que para la propia comodidad, a debida distancia los unos de los otros, resplandecientes de sencillez. Si el año 1539 podía el obispo Valverde notificar al emperador que había siete iglesias, sin contar las del actual Ecuador y Colombia, pronto, al paso que iban cimentándose las villas y aún los poblados, surgían las iglesias parroquiales o conventuales.

3 comentarios

  
veronica
q bonito esta
04/10/11 3:51 AM
  
HUGO HERRERA
Sin animo de ir contra ustedes amigos creadores de esta pagina. Cuantas contradicciones se dieron y se dan aun en la "enseñanza evangelizadora" de los curas españoles- Una que veo es; que distinta la forma de pensar y plantear la evangelizacion de aquellos que tomaron Peru en aquellos años con la forma de pensar de SAN FRANCISCO DE ASIS, quien respetaba a todas la personas animales y plantas dejando que ellas lleguen a el como hermanos, hasta a los animales feroces trato como animales. YO CREO EN FRANCISCO DE ASIS.no EN eso de "por aquella geografía difícil obligó a los apóstoles a multiplicarse, de lo cual se resintió la educación sólida del indio; ligeramente adoctrinado éste y castigado con la tara de sus costumbres antiguas, era obvio que fácilmente apostatase de un bautismo admitido casi inconscientemente."
07/01/13 4:34 PM
  
HUGO HERRERA
LA HUMILDAD DE FRANCISCO DE ASIS dista mucho de la forma de pensar de esta mision evangelizadorta que buscaba la figuracion y suntuosidad con pretexto de mejor arte en desmedro de la cultura QUECHUA y NATIVA PERUANA uq hoy por hoy recien se le entiende por el caracter eterno de sus obras y maravillas de edificaciones .
LA EVANGEKIZACION DEBIO EMPEZAR POR CORREGIR A LOS ESPAÑOLES DE SU AVARICIA E INHUMANIDAD CON SUS HERMANOS DEL MUNDO , Menos mal que todos no fueron iguales a Pizarro Almagro y demas clerigos asesores.
07/01/13 4:39 PM

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