3.06.23

Te Deum

Libro de Eclesiástico 42,15-26.

Ahora voy a recordar las obras del Señor. Lo que yo he visto, lo voy a relatar: por las palabras del Señor existen sus obras.

El sol resplandeciente contempla todas las cosas, y la obra del Señor está llena de su gloria.

No ha sido posible a los santos del Señor relatar todas sus maravillas, las que el Señor todopoderoso estableció sólidamente para que el universo quedara afirmado en su gloria.

Él sondea el abismo y el corazón y penetra en sus secretos designios, porque el Altísimo posee todo el conocimiento y observa los signos de los tiempos.

Él anuncia el pasado y el futuro y revela las huellas de las cosas ocultas: ningún pensamiento se le escapa, ninguna palabra se le oculta.

Él dispuso ordenadamente las grandes obras de su sabiduría, porque existe desde siempre y para siempre; nada ha sido añadido, nada ha sido quitado, y Él no tuvo necesidad de ningún consejero.

¡Qué deseables son todas sus obras! Y lo que vemos es apenas una chispa.

Todo tiene vida y permanece para siempre y todo obedece a un fin determinado.

Todas las cosas van en pareja, una frente a otra, y él no ha hecho nada incompleto: una cosa asegura el bien de la otra.

¿Quién se saciará de ver su gloria?


Sé de un niño enclenque, el más débil y desvalido de sus iguales, que sufrió acoso en la jungla de los recreos, malos tratos físicos y psicológicos, insultos, desprecios y humillaciones. Era un niño torpe en todo y bueno en nada.

Sé de un niño dejado por sus padres al poco de nacer en manos de sus abuelos, que lo criaron como si fueran sus padres, sin serlo. Conozco bien su sentimiento de abandono, soledad y orfandad…

Sé de un niño aldeano que no sabía hablar español y que tuvo que hacer inmersión lingüística a marchas forzadas porque hablar asturiano en los jesuitas de Gijón a principios de los años 70 atraía las burlas y las humillaciones tanto como la miel a las moscas. Algunos de aquellos señoritos tan finos ahora hablan el asturiano de la Academia y piden la oficialidad. Cosas veredes, amigo Sancho…

Un día, en la iglesia del colegio, aquel niño lamentó su soledad a la Purísima y ella le dijo: «desde hoy yo seré tu madre». Y lo es hasta el día de hoy (yo no soy capaz hablar en público de la Virgen María sin romper a llorar).

Sé que aquel niño enclenque, torpe en todo y bueno en nada, «un inútil que nunca serviría para nada», como muy acertadamente diagnosticó uno de sus tíos, a trancas y barrancas llegó a la universidad y con 21 años, en el Monasterio de San Pedro de Dueñas, le ofreció al Señor toda su libertad, toda su voluntad, todo su ser y su haber. Y el Señor lo llamó por su nombre y lo llenó con el amor infinito que solo Dios puede entregar a quienes Él quiere. «Yo te amo, eres mío y quiero que seas mi testigo en la educación de los niños y jóvenes».

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30.05.23

Pedro Sánchez y el Sistema Liberal

Cuando Zapatero perdió el poder pensé que sería imposible que viniera otro presidente del gobierno peor. Pero claramente me equivoqué. Después vino Rajoy, que era igual de malo, o incluso peor y, por último, Pedro Sánchez, que ha sido y es lo peor de lo peor.

Pedro Sánchez es un político sin escrúpulos, mentiroso, despiadado, felón y capaz de cualquier cosa con tal de mantenerse en el poder. Dijo que no dormiría si pactara por Podemos y que nunca gobernaría con Pablo Iglesias y su horda de comunistas: y pactó con Podemos.

Dijo que jamás llegaría a acuerdos con Bildu, con los etarras asesinos (malditos sean), y pactó con los etarras y con los independentistas catalanes y con toda la escoria de la política española con tal de tener una mayoría que le permitiera mantenerse en La Moncloa todo el tiempo posible y a cualquier precio. Acercó a todos los etarras que pudo a las cárceles de las Vascongadas, quitó el delito de sedición y cambió el de malversación para favorecer a los condenados por el proceso independentista catalán.

Pedro Sánchez es un felón. En un país civilizado, se le debería juzgar por alta traición a los intereses de la patria. Él solo, unilateralmente, cambió la política exterior con Marruecos y reconoció derechos del sultán alauí sobre los territorios del Sáhara español.

Respecto a nosotros, los católicos, Pedro Sánchez y su gobierno frankenstein no han hecho más que atacarnos y aprobar leyes inicuas una tras otra: ley del aborto, ley trans, ley educativa absolutamente adoctrinadora, ley de la eutanasia, la tristemente célebre ley del «sólo sí es sí»… Ha defendido a la chusma anarquista de los okupas y abandonado a los legítimos propietarios de las viviendas. Se ha puesto del lado de los sinvergüenzas e indecentes y ha dejado a los buenos españoles a los pies de los caballos.

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21.05.23

¿Proselitismo, no; celo apostólico, sí?

En la fiesta de la Ascensión: «Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado».

Proselitismo: celo por ganar prosélitos.

Prosélito: persona incorporada a una religión

Fuente: Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española

En Argentina el significado de los términos «proselitismo» y «prosélito» han de ser los mismos que señala el Diccionario porque éste no recoge ninguna acepción distinta de dichos sustantivos en la patria del gaucho Martín Fierro.

El Santo Padre se ha dedicado a lo largo de su pontificado a denostar machaconamente, como pecado grave, el proselitismo.

¿Por qué? Pues probablemente porque el Santo Padre defiende abiertamente la libertad de credo. ¿Cree que todas las religiones son distintos caminos que conducen todos ellos a la salvación? Por lo que ha venido diciendo, probablemente sí, aunque quién sabe…

Según el Documento sobre la fraternidad humana firmado por el Papa en Abu Dabi, «la libertad es un derecho de toda persona: todos disfrutan de la libertad de credo, de pensamiento, de expresión y de acción. El pluralismo y la diversidad de religión, color, sexo, raza y lengua son expresión de una sabia voluntad divina, con la que Dios creó a los seres humanos. Esta Sabiduría Divina es la fuente de la que proviene el derecho a la libertad de credo y a la libertad de ser diferente. Por esto se condena el hecho de que se obligue a la gente a adherir a una religión o cultura determinada, como también de que se imponga un estilo de civilización que los demás no aceptan».

El documento de Abu Dabi es un canto maravilloso al liberalismo en estado puro: pluralismo, derecho a la libertad de credo, de pensamiento, de expresión y de acción; indiferentismo religioso y rechazo expreso a la civilización cristiana, única que se puede considerar, como tal, civilizada. Y todo ese pestilente liberalismo, considerado voluntad de Dios. Pero, se pongan como se pongan, el liberalismo es pecado: es la raíz de todos los males. Es el non serviam luciferino.

La libertad sin verdad, sin moral, sin Dios, no es libertad. Somos libres para alcanzar el fin para el que hemos sido creados, que es el cielo, que es Dios mismo. La libertad, si no es para vivir como Dios manda, no es libertad, sino esclavitud del pecado y de Satanás. Y cuando hablamos de Dios no nos referimos a cualquier dios, sino al único Dios verdadero: a la Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo; tres personas distintas y un solo Dios Verdadero. Cristo es el único Dios y no hay otro. Si empezáramos por aquí, se acababa inmediatamente la tontería infame del documento de Abu Dabi.

Como señala José Miguel Gambra[1], el liberalismo es la raíz del mal: «somos absolutamente libres, libres como Dios mismo y señores del bien y del mal, como sugería Satanás». O como señala Vázquez de Mella, «toda persona, desde el individuo al Estado, tiene derecho a no reconocer como límites jurídicos de su libertad ni el dogma ni la moral ni el culto ni la jerarquía católica». El hombre no tiene que obedecer más que al hombre, a su voluntad individual o general.

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15.05.23

El Progreso

La palabra «progreso» es una de esas palabras fetiche que, al nombrarla, lo justifica todo. En nombre del progreso se pueden hacer toda clase de barbaridades.

El progreso nos ofrece un futuro (siempre incierto y lejano) en el que ya no habrá muerte ni enfermedades incurables. Un futuro sin injusticias, sin parados, sin trabajos penosos, sin sufrimientos… Un futuro en el que tendremos todas las necesidades cubiertas y en el que seremos felices para siempre. Pero esa felicidad completa, ese momento en que no nos falte nada para siempre, no existe ni existirá en este mundo. Esa felicidad completa solo la tienen los bienaventurados en el cielo.

Pero los progresistas aspiran al paraíso en esta vida mortal porque no creen en la vida eterna. No tienen fe y sus esperanzas se limitan a esta vida efímera, tan corta, tan pasajera… a este valle de lágrimas, a esta mala noche en una mala posada. Y como no acaban de conseguir la felicidad en esta vida mortal, llega la desesperación y con ella, la evasión, la bacanal, el vitalismo dionisíaco; y tras la resaca, vuelve la desesperación, la angustia, el vacío, el desconcierto existencial: y sufrir por la vida y por la muerte y por lo que no conocemos y apenas sospechamos y el espanto seguro de estar mañana muerto… y no saber de dónde venimos ni a dónde vamos…

Ese futuro hipotético, esa utopía que nos venden los progresistas nunca llega. Añoramos el paraíso perdido: el Jardín del Edén y soñamos con volver a él. Pero al mismo tiempo caemos una y otra vez en el pecado original de Adán y Eva: la soberbia y la desobediencia a Dios. Y por mucho que se empeñe el padre franciscano Stefano Cecchin, presidente de la Pontificia Academia Mariana Internacional, Dios premia a los buenos y castiga a los malos (se lo deja claro el profesor Roberto de Mattei en el artículo que dejo enlazado). Y cada vez que el hombre ensoberbecido y endiosado se ha rebelado contra Dios, la Torre de Babel, el gigante con pies de barro del progreso, se viene abajo: una y otra vez. Epidemias, guerras, desgracias naturales, hambrunas… Dios nos pone en nuestro sitio y nos da curas de humildad. Pero el hombre caído no entiende ni aprende nada.

El supuesto progreso de la modernidad hodierna, en realidad, supone el retorno al paganismo, a la barbarie, a la bestialidad: a un mundo cruel, brutal e inhumano. Asesinar a niños en el seno de sus madres ya se considera un derecho de la mujer. Asesinar a ancianos o a enfermos dependientes o colaborar de manera cómplice para que se suiciden se considera también el «derecho a una muerte digna». Destrucción de la familia, propaganda y promoción del concubinato, de la homosexualidad, de la transexualidad… El mundo moderno, irracional, subjetivista, emotivista hasta la náusea, al alejarse del Logos ha enloquecido y vuelve a la ley de la selva: sólo los más fuertes tienen derecho a sobrevivir y los débiles deben ser exterminados. Como señala certeramente Diego Fusaro, en una interesante entrevista de Miguel Ángel Quintana Paz en The Objetive, «la civilización del consumo, de las técnicas, de las finanzas, ha creado una verdadera enemistad con respecto a lo cristiano y la religión de la trascendencia».

Nosotros, los cristianos, vivimos en este mundo pero no somos de este mundo. Sabemos que la felicidad es Cristo, que derrotó al pecado y a la muerte en la cruz. Nosotros no nos deshacemos de los hijos ni matamos a nuestros enfermos o a nuestros ancianos. Vivimos en la tierra pero nuestra patria está en el cielo. El verdadero progreso es el que ha aportado y sigue aportando la civilización cristiana. Cuando renunciamos a la civilización cristiana, retrocedemos (no avanzamos) a los tiempos de la barbarie. Por eso hay que combatir la modernidad con las armas de la fe.

Conviene recordar la Carta a Diogneto (pueden leerla completa en este enlace), del año 158 d.C.. Léanla con calma. Merece la pena.

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10.05.23

Transcapacitados

Hace unos días, el diario ABC publicaba un reportaje interesantísimo sobre una nueva realidad: los «transcapacitados». Se trata de personas sin ningún tipo de impedimento físico que sueñan con tener alguna discapacidad: quieren ser ciegos, mancos o paralíticos y no dudan en llegar a amputarse miembros o en sacarse los ojos para alcanzar sus deseos. Al parecer, el verdadero nombre de esta afección es trastorno de identidad de integridad corporal: se trata de una falta de coincidencia entre el cuerpo físico y el mental, en el que la persona se percibe como discapacitada.

El reportaje pone el caso de un transexual que se percibe como paralítico de cintura para abajo y que va en silla de ruedas, el de alguien que se cortó a sí mismo un brazo o el de una mujer que se percibía a sí misma como ciega y consiguió que su psicóloga le echara ácido en los ojos para conseguir su sueño.

¿Estamos locos? Obviamente, sí. Pero hasta aquí conduce el subjetivismo y la libertad liberal. Cada uno puede autopercibirse como quiere y el principio de autodeterminación de las personas les da derecho a ser como ellas quieren ser. Y a que los demás tengamos la obligación de tratarlos como ellos quieren ser percibidos. Si me autopercibo mujer tengo derecho a que me traten como una mujer y a que se me reconozca el derecho a ser mujer, por mucho que la genética y los órganos sexuales del individuo nieguen los deseos e impongan la realidad.

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