Te Deum
Libro de Eclesiástico 42,15-26.
Ahora voy a recordar las obras del Señor. Lo que yo he visto, lo voy a relatar: por las palabras del Señor existen sus obras.
El sol resplandeciente contempla todas las cosas, y la obra del Señor está llena de su gloria.
No ha sido posible a los santos del Señor relatar todas sus maravillas, las que el Señor todopoderoso estableció sólidamente para que el universo quedara afirmado en su gloria.
Él sondea el abismo y el corazón y penetra en sus secretos designios, porque el Altísimo posee todo el conocimiento y observa los signos de los tiempos.
Él anuncia el pasado y el futuro y revela las huellas de las cosas ocultas: ningún pensamiento se le escapa, ninguna palabra se le oculta.
Él dispuso ordenadamente las grandes obras de su sabiduría, porque existe desde siempre y para siempre; nada ha sido añadido, nada ha sido quitado, y Él no tuvo necesidad de ningún consejero.
¡Qué deseables son todas sus obras! Y lo que vemos es apenas una chispa.
Todo tiene vida y permanece para siempre y todo obedece a un fin determinado.
Todas las cosas van en pareja, una frente a otra, y él no ha hecho nada incompleto: una cosa asegura el bien de la otra.
¿Quién se saciará de ver su gloria?
Sé de un niño enclenque, el más débil y desvalido de sus iguales, que sufrió acoso en la jungla de los recreos, malos tratos físicos y psicológicos, insultos, desprecios y humillaciones. Era un niño torpe en todo y bueno en nada.
Sé de un niño dejado por sus padres al poco de nacer en manos de sus abuelos, que lo criaron como si fueran sus padres, sin serlo. Conozco bien su sentimiento de abandono, soledad y orfandad…
Sé de un niño aldeano que no sabía hablar español y que tuvo que hacer inmersión lingüística a marchas forzadas porque hablar asturiano en los jesuitas de Gijón a principios de los años 70 atraía las burlas y las humillaciones tanto como la miel a las moscas. Algunos de aquellos señoritos tan finos ahora hablan el asturiano de la Academia y piden la oficialidad. Cosas veredes, amigo Sancho…
Un día, en la iglesia del colegio, aquel niño lamentó su soledad a la Purísima y ella le dijo: «desde hoy yo seré tu madre». Y lo es hasta el día de hoy (yo no soy capaz hablar en público de la Virgen María sin romper a llorar).
Sé que aquel niño enclenque, torpe en todo y bueno en nada, «un inútil que nunca serviría para nada», como muy acertadamente diagnosticó uno de sus tíos, a trancas y barrancas llegó a la universidad y con 21 años, en el Monasterio de San Pedro de Dueñas, le ofreció al Señor toda su libertad, toda su voluntad, todo su ser y su haber. Y el Señor lo llamó por su nombre y lo llenó con el amor infinito que solo Dios puede entregar a quienes Él quiere. «Yo te amo, eres mío y quiero que seas mi testigo en la educación de los niños y jóvenes».