14.08.22

Pecado y Caridad

Y he aquí que llegó una mujer pecadora que había en la ciudad, la cual, sabiendo que estaba a la mesa del fariseo, con un frasco de alabastro de perfume, se puso detrás de Él junto a sus pies, llorando, y comenzó a bañar con lágrimas sus pies, y los enjugaba con los cabellos de su cabeza, y besaba sus pies y los ungía con el ungüento. (Lc. 7, 37-38)

¡Cuántas veces me he sentido yo como la pecadora que se arrodilla a los pies del Maestro y le lava los pies con sus lágrimas! ¡Qué falta nos hace la humildad de la pecadora para llorar por nuestros pecados y arrepentirnos de ellos! 

Dice Royo Marín en Teología de la Perfección Cristiana (pág. 39 y ss.):

Son legión, por desgracia, los hombres que viven habitualmente en pecado mortal. Absorbidos casi por entero en las preocupaciones de la vida, metidos en los negocios profesionales, devorados por una sed insaciable de placeres y diversiones y sumidos en una ignorancia religiosa que llega muchas veces a extremos increíbles, no se plantean siquiera el problema del más allá. Algunos, sobre todo si han recibido en su infancia cierta educación cristiana y conservan todavía algún resto de fe, suelen reaccionar ante la muerte próxima y reciben con dudosas disposiciones los últimos sacramentos antes de comparecer ante Dios; pero otros muchos descienden al sepulcro tranquilamente, sin plantearse otro problema ni dolerse de otro mal que el de tener que abandonar para siempre el mundo, en el que tienen hondamente arraigado el corazón. 

Estos desgraciados son «almas tullidas – dice Santa Teresa – que si no viene el mismo Señor a mandarles que se levanten, como al que llevaba treinta años en la piscina, tienen harta mala ventura y gran peligro».

Y escribe Santa Teresa:

«No hay tinieblas más tenebrosas, ni cosa tan obscura y negra que no lo esté mucho más (habla del alma en pecado mortal)… Ninguna cosa le aprovecha, y de aquí viene que todas las buenas obras que hiciere, estando así en pecado mortal, son de ningún fruto para alcanzar gloria… Yo sé de una persona (habla de sí misma) a quien quiso Nuestro Señor mostrar cómo quedaba un alma cuando pecaba mortalmente. Dice aquella persona que le parece, si lo entendiesen, no sería posible a ninguno pecar, aunque se pusiese a mayores trabajos que se pueden pensar por huir de las ocasiones… ¡Oh almas redimidas por la sangre de Jesucristo! ¡Entendeos y habed lástima de vosotras! ¿Cómo es posible que entendiendo esto no procuráis quitar esta pez de este crista? Mirad que, si se os acaba la vida, jamás tornaréis a gozar de esta luz. ¡Oh Jesús! ¡Qué es ver a un alma apartada de ella! ¡Cuáles quedan los pobres aposentos del castillo! ¡Qué turbados andan los sentidos, que es la gente que vive en ellos! y las potencias, que son los alcaides y mayordomos y maestresalas, ¡con qué ceguedad, con qué mal gobierno! En fin, como a donde está plantado el árbol, que es el demonio, ¿qué fruto puede dar? Oí una vez a un hombre espiritual que no se espantaba de cosas que hiciese uno que está en pecado mortal, sino de lo que no hacía. Dios por su misericordia nos libre del tan gran mal, que no hay cosa mientras vivimos que merezca este nombre de mal, sino ésta, pues acarrea males eternos para sin fin».

El 13 de julio de 1917, en la tercera de las apariciones de Fátima, la Virgen María permitió que los niños tuvieran una visión del infierno, para que comunicaran lo que les espera en el mundo invisible a las personas que no se convierten ni se arrepienten de sus pecados mortales antes de morir.

«Sumergidos en este fuego estaban demonios y almas en forma humana, como tizones transparentes en llamas, todos negros o color bronce quemado, flotando en el fuego, ahora levantadas en el aire por las llamas que salían de ellos mismos junto a grandes nubes de humo, se caían por todos lados como chispas entre enormes fuegos, sin peso o equilibrio, entre chillidos y gemidos de dolor y desesperación, que nos horrorizaron y nos hicieron temblar de miedo (debe haber sido esta visión la que hizo que yo gritara, como dice la gente que hice)», agregó.

«Los demonios podían distinguirse por su similitud aterradora y repugnante a miedosos animales desconocidos, negros y transparentes como carbones en llamas. Horrorizados y como pidiendo auxilio, miramos hacia Nuestra Señora, quien nos dijo, tan amablemente y tan tristemente: “Ustedes han visto el infierno, donde van las almas de los pobres pecadores. Es para salvarlos que Dios quiere establecer en el mundo una devoción a mi Inmaculado Corazón. Si ustedes hacen lo que yo les diga, muchas almas se salvarán, y habrá paz"»,

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6.08.22

Caridad Social

 

Se oye hablar mucho de justicia social, tanto en ámbitos aclesiales como fuera de la Iglesia. Todo el mundo habla de la justicia social. Pero a mí me gusta más hablar de la «caridad social». Donde hay caridad, allí está Dios. Y donde está Dios, hay amor, alegría, justicia y paz. El Reino de Dios es como un gran banquete, como una gran fiesta, en la que no importan los manjares: importa el amor.

La caridad, según Santo Tomás de Aquino, es una virtud teologal infundida por Dios en la voluntad por la que amamos a Dios por sí mismo sobre todas las cosas y a nosotros y al prójimo por Dios. La caridad supone necesariamente la gracia, que nos hace hijos de Dios y herederos de la gloria. Pero, si vivimos en pecado mortal, estamos privados de la caridad, que viene de Dios.

La caridad no se refiere únicamente a Dios, sino también al prójimo. Porque el amor a Dios nos hace amar todo aquello que pertenece a Dios o en donde se refleja su bondad y su belleza. Esa belleza y esa bondad de la creación nos permiten conocer al Creador[1].

Y es evidente que el prójimo es un bien de Dios. Por eso, el amor de caridad con que amamos al prójimo es exactamente el mismo con que amamos a Dios. No hay dos caridades, sino una sola.

Si alguno dijere «amo a Dios» pero aborrece a su hermano, miente. Pues el que no ama a su hermano, a quien ve, no es posible que ame a Dios, a quien no ve. Y nosotros tenemos de Él este precepto: que quien ama a Dios ame también a su hermano. (1 Jn 4, 20-21).

También los animales, las plantas, los árboles y demás criaturas irracionales deben ser amados en caridad, en cuanto que son criaturas de Dios y contribuyen a su mayor gloria y al servicio del prójimo. Santo Tomás no duda en afirma que el mismo Dios las ama también en caridad.

¿Acaso no aman ustedes a sus mascotas? Yo, a mi perrita, muchísimo. Los animales y toda la naturaleza no son sino regalos que Dios nos da para darle gloria y alabanza y para contribuir a nuestra santificación; en definitiva, todo ha sido creado para ayudarnos a alcanzar nuestro fin último. Dios Creador nos puso en la tierra para que la cuidemos y la cultivemos; no para que la destruyamos y la llenemos de basura. Dice el Catecismo:

2415 El séptimo mandamiento exige el respeto de la integridad de la creación. Los animales, como las plantas y los seres inanimados, están naturalmente destinados al bien común de la humanidad pasada, presente y futura (cf Gn 1, 28-31). El uso de los recursos minerales, vegetales y animales del universo no puede ser separado del respeto a las exigencias morales. El dominio concedido por el Creador al hombre sobre los seres inanimados y los seres vivos no es absoluto; está regulado por el cuidado de la calidad de la vida del prójimo incluyendo la de las generaciones venideras; exige un respeto religioso de la integridad de la creación (cf CA 37-38).

2416 Los animales son criaturas de Dios, a los que rodea de su solicitud providencial (cf Mt 6, 16). Por su simple existencia, lo bendicen y le dan gloria (cf Dn 3, 57-58). También los hombres les deben aprecio. Recuérdese con qué delicadeza trataban a los animales san Francisco de Asís o san Felipe Neri.

2417 Dios confió los animales a la administración del que fue creado por él a su imagen (cf Gn 2, 19-20; 9, 1-4). Por tanto, es legítimo servirse de los animales para el alimento y la confección de vestidos. Se los puede domesticar para que ayuden al hombre en sus trabajos y en sus ocios. Los experimentos médicos y científicos en animales son prácticas moralmente aceptables, si se mantienen en límites razonables y contribuyen a cuidar o salvar vidas humanas.

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3.08.22

La Religión del Anticristo

El Cardenal Biffi predicó el retiro de cuaresma de 2007, al que asistieron el papa Benedicto XVI y la Curia Romana, y en él, disertó sobre el pensamiento de Vladimir Soloviev. El cardenal Biffi explicó la figura del Anticristo, según el texto del escritor ruso y advirtió sobre «el peligro que los cristianos corren en nuestros días»: «el Hijo de Dios no puede ser reducido a una serie de buenos proyectos homologables con la mentalidad mundana dominante».

El predicador de los ejercicios precisó que «hay valores relativos, como la solidaridad, el amor por la paz y el respeto por la naturaleza. Si estos se convierten en absolutos, desarraigando o incluso oponiéndose al anuncio del hecho de la Salvación, entonces estos valores se convierten en instigación a la idolatría y en obstáculos en el camino de la Salvación».

Efectivamente, según Soloviev, «el Anticristo se presenta como pacifista, ecologista y ecumenista». El Anticristo nos lo ofrece todo: bienestar, paz, amor, seguridad, el fin de las guerras, la fraternidad universal… Pero todo, a cambio de renunciar a Cristo.

El Emperador de El Relato del Anticristo de Soloviev le pregunta al remanente fiel que se mantiene firme en la fe después de que la mayoría de los crisitanos hubiera apostatado:

«¿Qué cosa es para vosotros lo más valioso en el cristianismo?»

Ante esto el Anciano Juan se levantó como una blanca llama y respondió pausadamente:

«¡Gran Emperador! Para nosotros lo más precioso en el cristianismo es Cristo mismo. Él mismo, ya que todo viene de Él, porque sabemos que en el Verbo encarnado habita toda la plenitud de la Divinidad. Mi señor, nosotros estaríamos prestos para recibir cualquier regalo vuestro si tan sólo reconociéramos que vuestra generosidad proviene de las benditas manos de Cristo. Nuestra cándida respuesta a su pregunta sobre qué puede hacer por nosotros es ésta: confiese ahora y delante de nosotros que Jesucristo es el Hijo de Dios, que se ha hecho carne, que resucitó de entre los muertos y regresará nuevamente; confiese su nombre y nosotros lo recibiremos con amor como precursor de su Segunda Venida gloriosa».

El Nuevo Orden Mundial representa exactamente los valores del Anticristo. Nosotros tenemos un solo Señor: Jesucristo. Los superhombres modernos se quieren autónomos y no admiten la soberanía de Dios sobre sus vidas ni sobre la sociedad. Rechazan a Cristo, rechazan los mandamientos de la Ley de Dios. No obedecen a Dios, igual que nuestros primeros padres, y llenos de soberbia, dictan sus leyes inicuas, violando las leyes sagradas: divorcio, aborto, eutanasia…

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31.07.22

Felicidad y Bien Común

Todos queremos ser felices. Todos queremos vivir en paz. Todos ansiamos un mundo donde reine la justicia, sin guerras, sin corrupción, sin violaciones; sin violencia contra las mujeres ni contra los niños ni contra nadie. Todos queremos vivir en un mundo donde todos podamos vivir como hermanos, donde no hay ricos ni pobres.

Y sin embargo, el mundo sigue lleno de maldad. Sabemos que matar inocentes está mal, pero seguimos haciéndolo. Sabemos que la guerra es una barbaridad, pero sigue habiendo guerras mortíferas y salvajes. Sabemos que pegar o matar a las mujeres es una canallada y una cobardía descomunal, pero no hay día que no nos enteremos de alguna mujer asesinada por sus maridos o parejas. Sabemos que violar es un crimen atroz (¿quién no lo sabe?), pero siguen violando a mujeres y niñas, los muy hijos de puta. Robar está mal y todo el mundo lo sabe; pero sigue habiendo corrupción por todas partes. Y viene un gobierno a combatir la corrupción del anterior y acaba resultando que el nuevo gobierno todavía roba más. Y así sucesivamente. El pecado llena el mundo de tinieblas.

Señala con acierto Benedicto XVI que «existe una contradicción en nosotros mismos. Por una parte, todo hombre sabe que debe hacer el bien e íntimamente también lo quiere hacer. Pero, al mismo tiempo, siente otro impulso a hacer lo contrario, a seguir el camino del egoísmo, de la violencia, a hacer sólo lo que le agrada, aun sabiendo que así actúa contra el bien, contra Dios y contra el prójimo». Esa realidad empírica que cualquiera puede ver es el pecado original.

Y sigue el Papa Benedicto XVI en su Discurso:

San Pablo en su carta a los Romanos expresó esta contradicción en nuestro ser con estas palabras: “Querer el bien lo tengo a mi alcance, mas no el realizarlo, puesto que no hago el bien que quiero, sino que obro el mal que no quiero” (Rm 7, 18-19). Esta contradicción interior de nuestro ser no es una teoría. Cada uno de nosotros la experimenta todos los días. Y sobre todo vemos siempre cómo en torno a nosotros prevalece esta segunda voluntad. Basta pensar en las noticias diarias sobre injusticias, violencia, mentira, lujuria. Lo vemos cada día: es un hecho.

Y concluye el Papa afirmando que «el hecho del poder del mal en el corazón humano y en la historia humana es innegable». Y ciertamente, lo es.

Por el pecado original, las tinieblas se difundieron en la mente y la voluntad quedó inclinada al mal. La doctrina católica enseña que el pecado dejó estas dos consecuencias en los hijos de Adán: la ausencia de la gracia santificante y el estado de debilidad de la misma naturaleza humana.

Incluso la naturaleza quedó afectada por el pecado de Adán: las espinas y los abrojos forman parte de la maldición de Dios.

«Por haber escuchado a tu mujer, comiendo del árbol de que te prohibí comer, diciéndote: “No comas de él,” por ti será maldita la tierra; con trabajo comerás de ella todo el tiempo de tu vida; te dará espinas y abrojos y comerás de las hierbas del campo. Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, pues de ella has sido tomado, ya que polvo eres y al polvo volverás.»

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27.07.22

Solo Cristo

No creo que quede ninguna duda de que vivimos en Sodoma. El mundo se rebela contra Dios, blasfema y desprecia al Creador. Su necio corazón fue entenebrecido y creyéndose sabios, se hicieron necios. Por eso, Dios los entrega a la inmundicia. Cambian la verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes que al Creador, el cual es bendito por los siglos. Se avergüenzan de Dios y rinden culto al hombre, que se cree principio y fin de sí mismo y autónomo incluso respecto a Dios. ¿Habrá necedad mayor? ¿Quién puede añadir un solo segundo a su vida? Es Dios quien rige el universo y nuestra vida, que está en sus manos en cada instante.

¿Alguien puede poner en cuestión que hoy se cumple lo escrito por el apóstol San Pablo en el capítulo 1 de su Carta a los Romanos?

Por esto Dios los entregó a pasiones vergonzosas; pues aun sus mujeres cambiaron el uso natural por el que es contra naturaleza y de igual modo también los hombres, dejando el uso natural de la mujer, se encendieron en su lascivia unos con otros, cometiendo hechos vergonzosos hombres con hombres, y recibiendo en sí mismos la retribución debida a su extravío.

Y como ellos no aprobaron tener en cuenta a Dios, Dios los entregó a una mente reprobada, para hacer cosas que no convienen; estando atestados de toda injusticia, fornicación, perversidad, avaricia, maldad; llenos de envidia, homicidios, contiendas, engaños y malignidades; murmuradores, detractores, aborrecedores de Dios, injuriosos, soberbios, altivos, inventores de males, desobedientes a los padres, necios, desleales, sin afecto natural, implacables, sin misericordia; quienes habiendo entendido el juicio de Dios, que los que practican tales cosas son dignos de muerte, no solo las hacen, sino que también se complacen con los que las practican.

El pecado lo anega todo hasta amenazar con ahogarnos. Esa es la verdadera pandemia que sufrimos. Y todos estos males los sufrimos porque los individuos, las familias y las naciones han renegado de Dios y de su Ley Santa. Cuanto más se rebelan contra Dios, más almas devora Satanás y más avanza la muerte: ateísmo, agnosticismo, blasfemias, sacrilegios, herejías, apostasías, cismas… Ya nadie va a misa los domingos ni las fiestas de guardar; nadie se confiesa; cada vez se bautizan menos niños porque nadie cree que sea necesario ni creen que exista la vida eterna ni el cielo ni el infierno. Privados de la gracia, proliferan la impureza, la lujuria, el pecado nefando, la falta de pudor, la prostitución, la pornografía, la violencia, los malos tratos a mujeres o niños; aumenta el uso de anticonceptivos, el aborto, el divorcio, la eutanasia… El asesinato de inocentes; la envidia, el egoísmo, la soberbia, la vanidad, la mentira; la opresión de los pobres, la explotación de los trabajadores… No nos falta de nada.

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