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14.06.22

El Monasterio de La Santa Espina II

Una corona de espinas

«Entonces los soldados del procurador llevaron consigo a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él a toda la cohorte. Lo desnudaron y le echaron encima un manto de púrpura y, trenzando una corona de espinas, se la pusieron sobre la cabeza, y en su mano derecha una caña, y doblando la rodilla delante de él, le hacían burla diciendo: “Salve, Rey de los judíos"». (Mt 27, 27-29)

Nos llega por la Sagrada Escritura que unos soldados romanos colocaron a Jesús en su cabeza una corona de espinas durante su pasión. En concreto, en los Evangelios canónicos de Mateo (27, 29), Marcos (15, 17) y Juan (19, 2). 

El Mesías, sentenciado a muerte, entregado a los soldados, fue flagelado y luego coronado de espinas. En esos pasajes, los soldados romanos se burlaban de Él con frases insultantes referidas a su reinado: “Salve, rey de los judíos”, le gritan. Y claro, un rey merece una corona, pero en el caso de ese que decía ser rey de los judíos, condenado a morir, los soldados le humillaron e hirieron confeccionando una corona con espinas e hincándosela en la cabeza.

Según Fleury (Ch. Rohault de Fleury, Mémoire sur les Instruments de la passion de N.S.J.-C. Paris 1870), una vez estudiada la reliquia y diferentes ramas de zarza que aún se conservan (como por ejemplo en Tréveris y Pisa), la Corona de Espinas no habría sido tal y como nos la presenta la iconografía cristiana, sino una suerte de casquete de espinas que cubría toda la cabeza como una cofia. Las ramas espinosas empezaban todas desde el anillo de juncos, que era la base del casquete y servía para entrelazar las ramas de zarza y para sujetarlas.

Las ramas pertenecían a la especie Zizyphus vulgaris-lam, conocido también como Zizyphus Spina-Christi. Es un tipo de zarza que puede alcanzar los siete metros de altura y está muy difundido en el área de Jerusalén. Sus espinas son de diferentes tamaños, pudiendo llegar a un máximo de 5-7 cm.

(Tomado de Reliquiosamente: La corona de espinas y la Sainte Chapelle)

El dolor de las espinas al clavarse sobre la cabeza de Nuestro Señor Jesucristo sería difícil de describir; por no hablar de la sangre que se derramaría por culpa de esas espinas que se clavaban y se hundían en la cabeza por efecto de los golpes que sus torturadores daban sobre la corona de espina valiéndose de cañas y palos para escarnecer más al Señor. Mucha sangre, mucho dolor, mucha humillación, muchas burlas…Y todo por nuestros pecados, que no solo desgarran a nuestro Señor, sino que, además, lo humillan con tantos desprecios como recibe. Tantas blasfemias, tantos sacrilegios, tantos desprecios, tantas herejías…

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