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31.12.21

España, entre el amor al Reino de Dios y la Apostasía

España ha sido un reino histórico ordenado al Reino de Dios. De hecho, nuestra primera bandera no era sino una simple cruz de madera: la Cruz de la Victoria, que se conserva en la Cámara Santa de la Catedral de Oviedo. Una cruz frente a la media luna de la herejía mahometana. Frente a la imposición de una fe falsa, los hijos de María Santísima se rebelaron contra la secta islamista y lucharon durante casi ochocientos años hasta expulsarlos de nuestra tierra. Porque España es nuestra patria: la patria de Pelayo, la patria de Alfonso II, el Casto; la patria de Fernando III, el Santo; la patria de los Reyes Católicos. No se entiende España sin la cruz.

La Ley de Dios, la caridad, el Evangelio, eran nuestras leyes fundamentales, las bases de todas las demás leyes y las normas primordiales del gobierno de nuestros monarcas: ¡Ojo! Sin idealismos románticos. El hombre es pecador y solo la gracia de Dios nos santifica. Todo lo bueno que el hombre hace es por la gracia de Dios. Pero la corrupción, el despotismo, las arbitrariedades, las injusticias, el egoísmo, los odios… son frutos podres de nuestro pecado. Por eso necesitamos vivir en gracia de Dios unidos a Cristo.

La espada y la cruz: un rey que gobierna y trabaja por el bien común de toda España, asesorado por la Iglesia y por todos aquellos hombres santos que tengan como fin, no buscar su propio bien, su enriquecimiento y bienestar, sino la gloria de Dios y la Patria Celestial. Nuestro bien personal y social tiene un nombre; el nombre sobre todo nombre y ante quien toda rodilla se ha de doblar en el cielo, en la tierra y en el abismo: Cristo. Nuestra fe pone a Cristo en el centro y condiciona y subordina la libertad al bien, al amor, a la caridad. La Ley de Dios es eternamente justa. Así lo señala el Salmo 19:

La ley de Dios es perfecta,
y nos da nueva vida.
Sus mandatos son dignos de confianza,
pues dan sabiduría a los jóvenes.
Las normas de Dios son rectas
y alegran el corazón.
Sus mandamientos son puros
y nos dan sabiduría.
La palabra de Dios es limpia
y siempre se mantiene firme.
Sus decisiones son al mismo tiempo
verdaderas y justas.

Cuando en tu vida personal, familiar o profesional te riges por la Ley de Dios, vas dejando un rastro de amor a tu paso; vas dejando el buen olor de Cristo; vas ordenando tu vida y la vida de cuantos te rodean a Dios y a su Reino. Y procurando el bien del prójimo que vive y trabaja a tu lado, procuras al mismo tiempo el bien común de tu familia, de tu empresa, de tus clientes, de tu pueblo… Por el amor de Dios, vas creando espacios de caridad y felicidad alrededor de ti. Nuestra felicidad es Cristo y nuestro deber es ayudar a Dios a llevar a todas las almas a su plenitud.

En España, hasta las piedras dan gloria y alabanza a Cristo: las de las grandes catedrales, las de los templos románicos, las de mi pequeña iglesia de Santiago de Gobiendes… Desde el siglo IX, la pequeña iglesia de mi aldea ha dado gloria a Dios, a Cristo; y tocar las piedras de sus muros, de sus columnas y sus capiteles es unirse a la alabanza a Dios de nuestros antepasados. Antes que Santo Tomás escribiera la Suma Teológica, mis ancestros ya daban gloria a Dios proclamando en piedra la alabanza a Jesucristo.

«Porque la vida buena que en este siglo hacemos, tiene por fin la bienaventuranza celestial, le toca al oficio del Rey procurar la vida buena de sus súbditos por los medios que más convengan, para que alcancen la celestial bienaventuranza», dice Santo Tomás de Aquino. El fin último de la política es la felicidad del hombre en este mundo – la vida buena – para que pueda llegar al cielo al final de su camino por este mundo.

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30.12.21

Emilio Boronat

Emilio Boronat es uno de los grandes referentes de la educación católica en España. Aquí debajo les dejo el video de una conferencia que impartió Emilio, titulada  "Educar: disponer el corazón del hombre al Corazón de Cristo", que es una buena muestra de su mucho saber y de su capacidad de enseñar. Emilio es un maestro de los de verdad y, además, es un amigo a quien quiero de manera entrañable. 

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23.12.21

El Bien Común y la Política


1.- ¿Qué pasa, si no hay Dios?

Para Dostoievski, si no hay Dios, no hay hombre.

Si no hay Dios, automáticamente la humanidad queda dividida en dos clases, los hombres extraordinarios y los hombres ordinarios. El hombre extraordinario o superhombre toma el lugar de Dios y se dedica a organizar arbitraria y despóticamente la sociedad con el pretexto de atenerse a la razón o a la ciencia, para hacer felices a los hombres. Pero su acción será nefasta y destructora porque le quita al hombre (ordinario) su libertad y su conciencia y porque la libertad absoluta que se arroga el superhombre (todo le está permitido) será necesariamente una libertad para el mal, porque la virtud sin Cristo es imposible.

La salvación no puede venir del superhombre (el hombre Dios) ni del Leviatán (el dios Estado). Sólo puede venir del Dios hombre, Cristo. No hay salvación fuera de Cristo

2.- La libertad humana

La libertad del hombre ¿es absoluta o condicionada? ¿es una libertad contra la ley y contra Dios o para la ley y para Dios? La libertad incondicionada conduce a la negación de la libertad y del hombre; conduce al superhombre nietzscheano. Pero el superhombre libertino, más allá del bien y del mal, se destruye a sí mismo. El hombre, mientras lo es, mientras conserva un resto de humanidad y de conciencia, no puede soportar la brutal ideología del superhombre que avanza por encima de cadáveres. El superhombre acaba destruyéndose a sí mismo porque el pecado es oscuridad, tinieblas, alejamiento y enemistad con Dios. El hombre autodeterminado y autónomo es luciferino: enemigo de Dios, a quien aborrece. El malvado se esconde de Dios porque sabe que sus obras son malas y se avergüenza. Y mientras tanto, trama contra el justo, porque las obras del justo dejan en evidencia aún más su maldad.

Cuanto más sometido a Dios está el hombre, más libre esIncluso podemos decir que el único modo que tiene el hombre de conquistar su libertad es el de obedecer a Dios. Dios es nuestro creador, es Él quien en todo momento nos mantiene en la existencia como seres libres. Él es el origen de nuestra libertad y, cuanto más dependemos de Dios, más brota esta libertad. Depender de un ser humano puede ser una limitación, pero no lo es depender de Dios, pues en Él no hay límites: es infinito. La única cosa que Dios nos «prohíbe» es lo que nos impide ser libres, lo que impide nuestra realización como personas capaces de amar y de ser amadas libremente y de encontrar nuestra felicidad en el amor. El único límite que Dios nos impone es nuestra condición de criaturas: no podemos, sin ser desgraciados, hacer de nuestra vida otra cosa distinta de aquello para la que hemos sido creados: recibir y dar amor.

Dios no sólo no suprime la libertad del hombre, sino que es el único que la funda y la hace posible. La heteronomía ahoga la libertad; la autonomía conduce al hombre hasta la divinización de lo arbitrario… Solamente en la aceptación libre de la teonomía encuentra el hombre la verdadera libertad, pues en Dios, el hombre reconoce su Patria y se encuentra a sí mismo.

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16.12.21

Liberalismo, Totalitarismos y Ley de Dios

Liberalismo

Así explica Danilo Castellano Qué es el liberalismo:

La libertad liberal es, pues, esencialmente reivindicación de una independencia del orden de las cosas, esto es, del “dato” ontológico de la creación y, en el límite, independencia de sí mismo. Aquélla, por tanto, reivindica coherente, aunque absurdamente, la soberanía de la voluntad, sea la del individuo, la de la sociedad o la del Estado. Pretende siempre afirmar la libertad respecto de Dios y la liberación de su ley en el intento de afirmar la voluntad/poder sin criterios y, al máximo, admitiendo aquellos criterios y sólo aquellos que de ella derivan, y que –al depender de ella– no son propiamente criterios. De ahí́ la reivindicación de las llamadas libertades “concretas”: de la libertad de pensamiento contrapuesta a la libertad del pensamiento, de la libertad de religión contrapuesta a la libertad de la religión, de la libertad de conciencia contrapuesta a la libertad de la conciencia, etc.

El hombre tiene derecho a ser feliz pero también tiene el derecho a poner la felicidad en aquello en lo que cree que le hace feliz. El ser humano es responsable de sus actos y sería el origen y el fin de sus propias leyes. Y la persona se puede autodeterminar como quiera. La persona libre no debe estar sujeta a ninguna forma de coacción.

Sigue Castellano:

No sería libre, por tanto, quien está sometido a la ley natural que no permite la autodeterminación absoluta, quien debe estar debajo de una voluntad distinta de la propia. Los Diez Mandamientos constituirían obstáculos para la libertad, como toda autoridad obstaculizaría también tal libertad. Por ello se ha podido sostener que el hombre no nace libre, sino que se convierte en libre. La libertad no sería una de las características naturales del ser humano sino una conquista suya dependiente de la sola capacidad de autoafirmarse.

Todo ser humano, para ser libre, debe ser dueño de sí, no simplemente de sus actos. Lo que significa que debe poder disponer y gozar absolutamente –como sigue escribiendo Locke en el ya citado Segundo Tratado– de la “propiedad de la propia persona”. Sólo el individuo tiene derechos sobre sí mismo. Nada más puede interferir en el goce y en la disposición de su vida y su libertad. Lo que, a su vez, significa que cada uno es soberano de sí. Puede, por ejemplo, disponer libremente del propio cuerpo; puede, por ejemplo, mutilarse por finalidades no terapéuticas (ligadura de trompas, esterilización, etc.); puede disponer de sí por pura conveniencia (cambio de sexo, contratos sobre el propio cuerpo con fines de lucro, etc.); puede reivindicar el derecho al suicidio; puede consumir libremente sustancias estupefacientes si entiende que le hacen (al menos momentáneamente) feliz.

Todos, en suma, tendrían derecho –como repite también Marcello Pera– de “escoger y perseguir la propia concepción del bien”, incluso cualquier concepción siempre que sea compatible con las normas políticas públicas.

Yo soy libre de escoger, si quiero, la concepción del bien que propone la religión católica. Pero soy yo quien decide, soy yo la instancia última: nunca Dios. El liberalismo propone que cada individuo haga su propia voluntad: no la voluntad de Dios; que la persona establezca sus propias normas morales, según su criterio subjetivo: Dios no es nadie para obligarme a aceptar unos Mandamientos que coartan mi libertad de decidir por mí mismo. Y si cada uno, de manera subjetiva, decide qué está bien y qué mal, el relativismo se acaba imponiendo porque nadie tendría derecho a imponer su visión del hombre y del mundo a los demás.

La libertad liberal es la libertad negativa; es decir, la libertad ejercida sin ningún criterio. Poco importa, aunque la cuestión resulte relevante desde el punto de vista práctico, que esta libertad se ejercite por el individuo, por el Partido o por el Estado. Lo que destaca es el hecho de que postula que la libertad sea liberación: liberación de la condición finita, liberación de la propia naturaleza, liberación de la autoridad, liberación de las necesidades, etc.

Si el Liberalismo es representado por la serpiente que incitó a nuestros primeros padres a pecar y a desobedecer la Ley de Dios, dejándose tentar por la soberbia de pretender ser como dioses; el Leviatán representa perfectamente los totalitarismos. Los ciudadanos han de renunciar a su libertad para someterse completamente al poder del Estado. El Estado ha de salvar a los hombres de sí mismos y garantizar su seguridad física y vital. El Estado tiene que salvarnos de las pandemias, del cambio climático, de la contaminación, del tabaco, de la carne roja y de los rayos solares que perjudican nuestra piel. El Estado es soberano: es un monstruo que no respeta a nadie más que a quien le rinde pleitesís y sumisión total. 

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13.12.21

La Hora del Poder de las Tinieblas

 

Todas las ideologías modernas prescinden o niegan la existencia de Dios cerrilmente. En uno de mis últimos artículos, me refería a las ideologías modernas, con un lenguaje pretendidamente apocalíptico, como a las bestias, a las tarascas, que blasfeman contra Dios y vociferan contra el Creador su bilis nauseabunda. Parafraseo a Gregorio XVI en Mirari vos: 

Verdaderamente, podríamos decir que ésta es la hora del poder de las tinieblas para cribar, como trigo, a los hijos de elección. Sí; la tierra está en duelo y perece, infectada por la corrupción de sus habitantes, porque han violado las leyes, han alterado el derecho, han roto la alianza eterna. Es el triunfo de una malicia sin freno, de una ciencia sin pudor, de una disolución sin límite. Se desprecia la santidad de las cosas sagradas; y la majestad del divino culto, que es tan poderosa como necesaria, es censurada, profanada y escarnecida: De ahí que se corrompa la santa doctrina y que se diseminen con audacia errores de todo género. Ni las leyes sagradas, ni los derechos, ni las instituciones, ni las santas enseñanzas están a salvo de los ataques de las lenguas malvadas.

La democracia liberal puede ser un sistema perfecto para elegir al alcalde de tu pueblo pero resulta perversa cuando se considera la “soberanía nacional” como el fundamente último de la moral y de las leyes. Cuando el bien y el mal lo determinan las mayorías, el pueblo suele elegir a Barrabás y mandar a Cristo al suplicio y a la muerte en la cruz.

Y fue la cruz de Cristo la que creó y fundó la civilización occidental, con su cultura y su modo de vida centrada en Dios. Y durante muchos siglos, fue la Caridad el fundamento de las leyes y Cristo el Soberano y Rey verdadero. Hasta que el “antropocentrismo”, el “humanismo”, la persona humana decidió endiosarse, arrastrada por la soberbia, y rebelarse contra el señorío de Dios. De ahí nacen todos los males que nos aquejan ahora.

Todas las ideologías son herejías y apostasías. Todas las ideologías son mentirosas porque son hijas del padre de la mentira y príncipe de este mundo. Todas las ideologías ofrecen su propia utopía y ofrecen el paraíso en la tierra y la solución a todos los problemas sociales. Todas las ideologías prometen la felicidad al hombre; pero se trata de una felicidad puramente de tejas para abajo: el bienestar económico, la justicia social, la fraternidad universal, el derecho al orgasmo… Cada una, con su rollo. Todas mentiras. Todas falsas felicidades. Porque sin Dios, lo único que cabe esperar es un mundo tenebroso de pecado, desgracia y desesperación. Un mundo sin Dios es el infierno anticipado ya aquí en la tierra.

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