Lo que denota la obsesión enfermiza por saber quienes forman Germinans


El anonimato de Germinans es un bien para la Iglesia en Barcelona. Lo es por que incita al dialogo racional y fundamentado sobre las cuestiones que se entablan en la web, algo que en la Cataluña católica estaba a punto de desaparecer. Donde toda confrontación de ideas, pensamientos, líneas de actuación había quedado casi por entero sujeta al principio de autoridad, no de racionalidad.

La obsesión por quien dice una cosa, anulando el enfrentamiento intelectual con la cosa dicha, denota un mal profundísimo “en casa nuestra”: la inseguridad.

Este es el panorama mayoritario de la Cataluña católica eclesial, especialmente la que va de intelectual: la intensa inseguridad y profundas lagunas que impregna unos pretendidos conocimientos. Causa que las actuales ciencias eclesiásticas en Cataluña no sean nada a nivel internacional.

Esta superficialidad en los conocimientos que comparten demasiados párrocos con ínfulas de intelectual, de demasiados profesores de Seminario y incluso algunas testas mitradas, por no decir patums y patumetes mediáticas que pululan por el espacio eclesial, es de tal calibre que nada de ellos se traduce nunca. Y si algunas veces son invitados a ágoras peninsulares, lo son por cupo territorial, no por méritos propios. Como cierto cardenalato.

La conjunción de la superficialidad, por no decir flojera intelectual, con cargos y cátedras académicas (en un sentido lato) ha provocado la muerte del debate, de la confrontación de ideas en la Cataluña eclesial. Al burro mandarín no le da la gana de discutir (en el sentido del término inglés discuss). Cuando aquí se discute, se aparenta que se discute, porque nunca se invita a quien pueda argumentar son solidez en contrario, o peor aún a quien pueda poner en evidencia que nos mandan o enseñan demasiado ganado “de peu rodó”. Pongan a prueba la prueba del triple algodón: dónde publican, dónde se les traduce, dónde se les cita. Evidentemente fuera de Cataluña. Y la condición para nuestros intelectualillos nacional-progresistas tendría que ser también fuera de España. Verán que paupérrimo resultado. Cataluña es para este personal lisa y llanamente un feudo. El feudo donde medrar en una autocomplacencia autista. Un erial donde la variable nacionalista, es decir el pasaporte para vivir del feudo, del cuento, se ha fagocitado todo resto de vida inteligente.

Pero, aún invitando a foros de debate a quienes pudiesen contradecir a la nacionalprogresía, los primeros –los contradicentes- tampoco acudirían. Por una triste y lisa razón: el miedo. Al seglar, aparentemente más protegido de las vendetta del prelado actual o del rector del Seminario, se le marcaría con ese mote que remite a esta mentalidad eclesial barcelonesa tan extendida y tan típicamente gregaria y clericalista: el de francotirador. Por su parte, el sacerdote quedaría ostrarizado dentro del obispado, la peor medicina en una diócesi tan obsesionada con hacer carrera. Esta es la libertad de espíritu y expresión de nuestro obispado.

Si Germinans hubiera revelado sus nombres se hubiera desatado una caza de brujas inmediata. Uno a uno hubiéramos ido cayendo presionados/as y amenazados/as por toda la gama de maniobras retorcidas y enfermizas. El cardenal Martínez, hombre de profunda frialdad y hostilidad a la autocrítica, hubiera maquinado un perfecto plan de deconstrucción basado en la eliminación física, para poder ejercer el debate, claro está, de todo el personal que circula por esta web. Mediante la pluma y el teléfono hubiera eliminado todo rastro de oposición. El boletín del obispado y los amigos interesados en que la Iglesia les deba favores hubiera hecho el resto. Una satisfacción que hubiera colmado suficientemente muchos recovecos de su personalidad. Mas le hubiera reportado un plus de mayor aprecio por alguien nunca suficientemente bien amado: la simpatía de una admirada prole, los lastimados por esta pobre web, que le hubiera tributado los aplausos que tanto ansía.

Germinans tendría que ser declarada por la diócesis bien de utilidad pública eclesial. Por su apreciable aportación a aprender a debatir sin mirar si lo dice Pepito o Juanito sino por los contenidos. Por delatar a los que no les importan los contenidos sino matar al mensajero. Por delatar su enfermiza obsesión por los sujetos y no por los objetos a debate. Por delatar que esta curiosidad desacerbada esconde un apoltronamiento, también racional, que les ha invalidado para cualquier defensa de lo que creen. Muertos para la argumentación solo les queda el Primo de Zumosol, es decir la táctica del matón, aunque versionada con un lenguaje más fino.

Quinto Sertorius Crescens

http://www.germinansgerminabit.org

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