Las redes vacías

Fue una noche dura, como tantas otras. Y el resultado era de lo más desalentador. Las redes estaban prácticamente vacías. ¿Qué hacer? Resignarse y regresar a casa. El sudor de su frente no había traído en esta ocasión el fruto merecido. Pero ese día iba a ser distinto. Alguien se le acercó y le dijo: Boga mar adentro y echa las redes.
Lo más seguro es que cualquiera que no fuera Simón pensaría: ¿y este tipo de qué va? ¿qué es lo que pretende? ¿tomarnos el pelo? Pero él dijo sí. Y volvieron al mar. Y echaron las redes. Y las redes estaban tan llenas que se rompían. Los peces apenas cabían en dos barcas. El resto de la historia ya la conocemos y el que no se la sepa, que se lea el evangelio de Lucas.

Me pregunto qué pasaría hoy si el Señor se acercara a la barca de nuestra archidiócesis para ver qué hemos pescado. No creo que podamos decir que hemos pasado la noche pescando. No, somos demasiado cómodos como para salir a pescar a horas intempestivas. Es más, probablemente muchos se conforman con echar una caña en la orilla para ver si algún pez incauto pica el anzuelo. Pero no es eso lo peor. Lo grave es que es bastante posible que si Aquel que preguntó a Simón por el fruto de su pesca, preguntara hoy al capitán de nuestra barca por el contenido de nuestras redes, éste sería muy capaz de responder que están llenas o medio llenas. Da igual que resulte obvio para todos que apenas hay unos cuantos pececillos despistados en ellas. Acostumbrado como está nuestro capitán a no ver en su vida las redes llenas, creerá que basta con poder exhibir alguna raspa como un trofeo del que sentirse orgulloso.

Pero si no reconocemos que nuestras redes están vacías, el Señor no nos pedirá que boguemos mar adentro. No repetirá la pesca milagrosa. Seguiremos siendo unos fracasados, necios pescadores de hombres que apenas salen a hacer la labor que les ha sido encomendada. Eso sí, entre nosotros hay auténticos expertos en la teoría de la pesca. Se les llena la boca de planes y las manos de planos. Pero no necesitamos teóricos. Necesitamos hombres de espaldas recias, dispuestos a agarrar a los peces si hace falta hasta con las manos. Necesitamos un buen capitán y un buen timonel. Y que no se desprecie a los que de verdad quieren trabajar. Hay ecologistas del alma que quieren que dejemos a los pecadores en sus pecados. Les molesta que saquemos del agua de la perdición a aquellos que han sido llamados a vivir en el aire libre de la salvación. Y esos están al frente de nuestras barcas, ¿cómo podremos cumplir el mandato de Cristo?

Patianus

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