La misa Romana. Capítulo 22: La Consagración (1ª Parte)

Sorprende agradablemente que la proximidad del relato de la institución en nuestro canon romano haya conseguido sacar a la liturgia romana de su habitual reserva, algo cautelosa, y creado un término de jugoso sentimiento de amor: nombra a Jesucristo como “tu amadísimo Hijo”. Tal ternura nos colma de gozo y satisfacción. No podía estar precedido el relato de la institución de una más afectuosa referencia. Característica que, junto a las palabras “el cual, la víspera de su pasión” distingue a la liturgia romana de las liturgias orientales que gustan en comenzar el relato con las palabras “en la noche en que fue traicionado”.

El texto actual estudiado a la luz de los criterios bíblicos y litúrgicos

El texto actual del canon romano, casi idéntico con el de los documentos más antiguos, conjuga todos los elementos de adecuación bíblica y litúrgica con moderada sobriedad.

Busca un paralelismo con el texto de uno de los dos relatos evangélicos pero expresando la tendencia a enriquecerlo con palabras de respetuosa veneración litúrgica. Pocas son las palabras que faltan en el texto litúrgico de la institución si lo comparamos con el relato bíblico probando de esta manera que la liturgia romana se preocupó de acercar lo más posible el texto litúrgico al bíblico. Quizá únicamente puede sorprendernos una cosa: que en el texto de la consagración del vino el verbo vaya en futuro (será derramada) mientras tanto el texto de San Marcos como el de San Lucas la ponen en presente. Como, por otra parte, en la anáfora de San Hipólito el confringetur (será partido: futuro) se encuentra el lado de effunditur (es derramada : presente) Parece pues que entonces se daba poco importancia a este matiz.

Estas diferencias en la redacción de las palabras aparecen también en el mismo texto bíblico. En S. Lucas y en S. Pablo se dice: “Este cáliz es…” mientras que en Marcos y Mateo se dice “Esta es mi sangre…”. El canon romano no adopta ni la primera versión ni la segunda sino que modifica la versión paulina: “Este es el cáliz de mi sangre…”. Recordando el ambiente de la cena pascual y sus ceremonias de tomar en las manos el pan para explicar su significado y luego el cáliz para decir “Este es el caliz de bendición…” para continuar con una acción de gracias, es probable que Cristo procuró acomodarse lo más posible a las ceremonias tradicionales y antiguas en noble gesto de respeto, y así, parecería que presentaría el cáliz con estas palabras. “Este es el cáliz de mi sangre….”

Pero lo que importa no es que se mantenga intacta la materialidad de un texto, aunque sea tan santo y decisivo como el de las palabras de la consagración, sino que se conserve íntegro su sentido: el poder causar la presencia real de nuestro Señor Jesucristo como sacerdote y víctima en sacramento y sacrificio.

El “Mysterium fidei”

Un problema insoluble hasta la fecha es la aparición en el relato de la institución de las palabras “mysterium fidei”. Aparece ya en los sacramentarios más antiguos del siglo VII, por lo que hay que descartar la explicación tan extendida de que era una exclamación del diácono para anunciar al pueblo el momento de la consagración en tiempos en que el altar se ocultaba con un velo.

Se ha intentado relacionar las palabras “mysterium fidei” con el mismo texto considerándola, no como exclamación aislada, sino como parte de la construcción gramatical toda ella. No se puede aceptar esta interpretación. “Mysterium fidei” aparece claramente como elemento autónomo, intercalado posteriormente por motivos que desconocemos. Tal vez podemos entender que el acto sacrificial no acontece hasta la efusión de la sangre que tiene ligar en la consagración del vino en virtud de las palabras distintas. En efecto, en este momento encajaría perfectamente la frase “mysterium fidei”, es decir, a continuación de las palabras esenciales para la transustanciación del vino “Hic est enim cálix sanguinis mei” y aún antes de la terminación “quod pro vobis et pro utis effundetur in remissionem peccatorum”.

Así pues se querría indicar que en a sola consagración del pan aún no se realiza el sacrificio sino que hay que esperar este misterio de la fe hasta la consagración del vino.

Por eso creo francamente que no importa la postergación sufrida por el “mysterium fidei” en el Misal de Pablo VI de 1969 desde su intercalación en medio de la consagración del vino hasta el lugar que ahora ocupa después del mandato de repetición “Hoc facite in meam commemorationem”.

Tampoco creo que desdiga del sentido del concepto la traducción castellana de “mysterium fidei” por “Este es el sacramento de nuestra fe”. No puedo decir lo mismo de la traducción catalana donde inusitadamente se desdibuja la presencia sacramental del Señor por una exhortación a “proclamar el misterio de la fe” (Proclameu el misteri de la fe).

El concepto “Mysterium” en la antigüedad y en gran parte de la Edad Media era sinónimo de “sacramentum”, como vemos en tantos textos litúrgicos, patrísticos y clásicos. Los antiguos querían expresar en ambas palabras sinónimas una fuerza divina que obra invisible y sobrenaturalmente en la Iglesia y en nosotros.

Dom Gregori Maria

Germinans germinabit