Discursos programados para “los hombres de nuestro tiempo”

Una de las afirmaciones de Mons. Martínez Sistach que más me chocaron hace cuatro años cuando, recién llegado éste, realizó un aterrizaje controlado en las reuniones de sacerdotes para darse a conocer, fue el manifestar su voluntad de ir intercalando “temas de Iglesia” y “temas para el mundo corriente” en sus escritos que constituyen una especie de mensaje semanal publicado ya únicamente por “La Vanguardia” en su edición del domingo, a excepción hecha de la Hoja Dominical Diocesana.

Esa voluntad tan detalladamente explicitada pone de relieve una mentalidad que se construye a partir de una serie de presupuestos filosóficos y teológicos. Una reflexión sobre este tema la leí hace unos meses en el volumen “Teologías deicidas” que el prestigioso sacerdote y profesor P. Horacio Bojorge, consagró íntegramente al estudio del pensamiento del P. Juan Luis Segundo, ambos miembros de la Compañía de Jesús.

Uno de los aspectos que Bojorge resalta en la divulgación teológica del P. Segundo es su propuesta de hacer “teología para laicos-en-crisis-de-fe” y que en el fondo postula la incomprensibilidad de los contenidos de la revelación y de la fe para “el hombre corriente”, es decir que nuestras afirmaciones teológicas, lo que Sistach denomina “los temas de Iglesia” son absolutamente incompatibles con una mentalidad moderna.

En esta mentalidad de presupuestos se reflejan los principios modernistas de la transfiguración y de la desfiguración. La fe, penetrando el fenómeno de la vida humana, de cierta manera lo transfigura, lo eleva sobre su condición natural y lo adapta a recibir la forma de lo divino. Pero al mismo tiempo que la fe transfigura el fenómeno, lo desfigura y lo deforma, porque lo sustrae a sus condiciones de espacio y de tiempo y le atribuye aquello que en realidad no tiene, especialmente si se trata de hechos sucedidos en épocas remotas. De ahí proviene la doctrina modernista acerca de la necesidad que tiene el hombre de “pensar o interpretar su fe”.

De esta concepción participaba plenamente Mn. Manuel Bonet, fundador de la Unió Sacerdotal de Barcelona, al servicio del cual permaneció como “fámulo” el joven sacerdote Luis Martínez Sistach durante sus estudios en Roma.

La mentalidad en cuestión, no se refiere a la incomprensibilidad intrínseca de los misterios revelados y creídos, sino a la dificultad para aceptarlos que surge de que estén en contradicción con la “mentalidad moderna”. Se trata pues de justificar la fe ante el pensamiento moderno – como bien examina el P. Bojorge- pero aludido este con el término “mundo”, presentándolo así como un hecho objetivo y no como una interpretación y una filosofía.

Se trata pues, de interpretar de tal manera la fe, que se haga aceptable al mundo, que no sea antipática para el hombre corriente o que le dé las respuestas que busca.

Ese planteamiento, a mi entender, reposa en una confusión. Es cierto que la fe responde a preguntas que el hombre lleva en su corazón. Pero estas preguntas son las preguntas eternas, que son validas en todas las épocas. Son precisamente aquellas preguntas que el paso de las edades de la historia no puede alterar porque pertenecen a la naturaleza misma del hombre y de su relación con Dios. En realidad, propiamente hablando, la fe no está destinada a responder a aquellas preguntas que son producto del cambio de los tiempos y dependientes de las mutantes visiones del mundo.

Como afirmaba Giacomo Biffi en su texto “La Bella, la Bestia y el Caballero” en su “Ensayo de Teología inactual” publicado por Ediciones Encuentro en 1987: “si se desea hablar eficazmente al hombre y no al envoltorio efímero que lo contiene, hay que hablar al hombre en cuanto al hombre; y por lo mismo, si se quiere llegar al “hombre de hoy”, hay que apuntar al “hombre de siempre”. Los discursos programados para los hombres de nuestro tiempo no calan más allá de la cáscara y no llegan a la verdadera sustancia del hombre.

En este sentido y respecto a las tendencias actuales, la Revelación de Dios no trae respuestas sino que plantea preguntas de Dios que el hombre de todos los tiempos está llamado a responder. No es la fe ni la Iglesia las que tienen que justificarse ante el hombre moderno, y “hacerse atractivas, civilizadas y humanas” ante el pensamiento moderno dominante o ante el hombre corriente, sino que el hombre de hoy (el corriente y moliente) tiene que justificarse ante el Dios eterno de la fe. Por lo que cualquier otro planteamiento en la acción evangelizadora, falsea, de entrada, el planteamiento del problema. De estas premisas sólo pueden salir los resultados que están a la vista: una actitud evangelizadora que nace de un pensamiento en busca de la aprobación del mundo. No por nada, por ejemplo, nuestro n.s.b.a. Cardenal no deja de repetir en las últimas semanas y en todos los foros lo contento que está que el presidente de la Generalitat el honorable José Montilla Aguilera, manifestara con su presencia y sus palabras en el 40º aniversario de la Facultad de Teología de Barcelona, la positiva aportación de la de la Iglesia y de sus instituciones a la cultura y a la vida del “país”. Con este infantilismo uno se convierte en cómplice del orden establecido, y como reza el pensamiento de Chesterton que desde hace semanas encabeza nuestra página, “solo la Iglesia católica puede salvar al hombre ante la destructora y humillante esclavitud de ser hijo de su tiempo”.

Prudentius de Barcino

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