Como lobos rapaces

“Attendite a falsis prophetis,
qui veniunt ad vos in vestimentis ovium,
intrinsecus autem sunt lupi rapaces”.

Los que ingenuamente nos augurábamos hace algunos meses que Lluis Martínez Sistach acabaría haciéndose merecedor con el tiempo del rojo capelo dispensado por Roma no nos hemos equivocado… pero hay que matizar (porque parece que de matizar se trata): el rojo es el color de la sangre y el título cardenalicio que le tocó a nuestro inefable arzobispo –el de San Sebastián en las Catacumbas– evoca en modo especial la efusión de ella por tratarse de un lugar marcado en modo particular por la presencia de los mártires. Sólo que no es la suya la que el purpurado barcinonense, fiel al juramento de su cardenalato, tiñe hoy dramáticamente sus vestiduras prelaticias, sino la de todos aquellos inocentes de cuya muerte se ha hecho cómplice por no haber hecho honor a su obligación de pastor, sino por haberse convertido en un lobo rapaz. Por supuesto nos estamos refiriendo a su deplorable actuación en el inaudito e inédito caso del que se ha hecho tristemente célebre como el cura abortista de Barcelona.

Nuestra pluma hasta hoy se había resistido a cargar sus tintas contra el Cardenal Martínez Sistach y nos obstinábamos en darle un voto de confianza pensando que lo suyo era una actitud timorata provisional al hacerse cargo de una archidiócesis que estaba hasta el cuello de problemas y entregada atada de pies y manos a los mercenarios. Confiábamos en que no quería comprometerse hasta tener bien pensada una estrategia que pondría en marcha a la primera oportunidad que se le presentase: entonces no le dolerían prendas en coger el rábano por las hojas y empezar a cortar cabezas. Pero nos hemos equivocado miserablemente. Hace unos días estalló el mayor escándalo que puede protagonizar un sacerdote, tan impensable, tan inconcebible, tan inimaginable que le ha cabido a Barcelona el triste honor de crear escuela con él: un cura que pagaba abortos a las feligresas que acudían a él en busca de consejo. No hace falta insistir en lo monstruoso del caso: salta a la vista. Era ésta la circunstancia en la que el Señor Cardenal tendría que haberse mostrado por fin como obispo. ¿Qué ha hecho? Se ha comportado, por el contrario, como un lobo rapaz.

La comunicación de la Delegación de Medios de Comunicación del Arzobispado de Barcelona habla por sí sola: en lugar de transmitir la esperadísima voz del Señor Cardenal, pronunciándose sobre un hecho gravísimo y sin precedentes, como todo el mundo está esperando desde hace días y es su deber ineludible, se trata, en cambio, de una nota que se emana a petición del sacerdote directamente implicado en los hechos intentando justificar lo injustificable. Calla el que tiene que hablar y el que tendría que callarse es el que habla, pero no en términos de desmentido (que ojalá hubiera sido el caso) o de arrepentimiento, sino con la desfachatez de pretender hacernos comulgar con ruedas de molino y de confundirnos con eso de matizar lo que no admite matiz de ningún género.

Oiga usted, mosén Pousa: de su propia iniciativa y espontáneamente reveló a un periódico que pagaba abortos a sus feligresas. Ahora bien, esto o es verdad o es falso. O es sí o es no. O pagana o no pagaba. No puede ahora venirnos con zarandajas y decirnos que sí es no y no es sí o que entre el sí y el no hay un término medio tan amplio como el caleidoscopio. Sobre la comisión u omisión de un acto sólo se admite el blanco y negro. Sean las que hayan sido sus motivaciones o el pretendido trasfondo social del asunto, lo que interesa es saber si usted corrobora lo dicho anteriormente o no: si usted pagó esos abortos la ley canónica (y eventualmente la civil si es el caso) debe recaer con todas sus consecuencias sobre usted; si resulta que, al final, no pagó es usted un mentiroso desvergonzado, irresponsable y sensacionalista, que ha creado una alarma injustificada y terrible en la comunidad eclesial y como tal merece que se lo castigue ejemplarmente. En ambos casos es imperativa y urgente la adopción de medidas por parte de su ordinario, pero éste calla… Ya ha pasado suficiente tiempo como para que hubiera aparecido, por ejemplo, una carta pastoral a los fieles, aclarándoles al menos que, una vez esclarecidos los hechos, se actuará con contundencia. Magnífica ocasión para recordar el magisterio de la Iglesia sobre la vida. Pero Martínez Sistach no ha dicho esta boca es mía hasta el momento.

En su lugar, su oficina de información se dedica a dar cancha a mosén Pousa para que éste intente vendernos una versión absolutamente inadmisible de los hechos, de la cual sólo se desprende que en modo alguno considera haber hecho algo malo y de que todo se trata de una lamentable malinterpretación. Dice que en su trabajo social (ojo: no dice “pastoral”, lo cual ya de por sí es significativo), ha procurado hacerlo “en comunión con el pensamiento de la Iglesia sobre el respeto a la vida humana desde su concepción hasta la muerte”. Es evidente que “procurar” no es lo mismo que “cumplir sin reservas y a rajatabla” como era su obligación como sacerdote (a fortiori en tema que no es opinable). Pero no contento con esto “lamenta que, en muchos casos, las estructuras sociales estén en contradicción con el debido respeto a la persona, que es imagen de Dios”. O sea, la culpa no es suya, sino de las estructuras. Ya hemos oído esa cantilena del pecado social: es historia vieja, como que fue el caballito de batalla de los teólogos de la liberación, que negaban el pecado personal y le echaban la culpa a las “estructuras de pecado”. Es decir, que pagar abortos no es malo en sí, sino que como la sociedad obliga a ello, pues no hay otro remedio. ¡Menuda desfachatez! Después de esto, declarar que quiere “testimoniar su sentido de comunión con la Iglesia en su tarea pastoral” suena a sarcasmo cruel. No se sabe qué idea pueda tener mosén Pousa de lo que es la comunión eclesial ni la tarea pastoral. Desde luego, con su conducta ha demostrado que es paupérrima.

Lo más lacerante y sangrante de todo este trágico juego es que cuenta con la complicidad de quien debiera poner orden. El Señor Cardenal ha recibido al cura abortista. No sabemos si le ha hecho la reprimenda o no. Pero esto ya no es un asunto privado que se pueda resolver en el tête-à-tête: es un escándalo público, del que debe resultar la aplicación de la ley canónica. Si se verifica la culpabilidad, remoción del oficio y excomunión. Diríamos también consigna al brazo secular, pero mucho nos tememos que éste trataría a mosén Pousa como un héroe. Entretanto, hete aquí a Fausto blanqueando sepulcros: los que chorrean la sangre de los santos inocentes. Qui potest capere capiat!

Aurelius Augustinus

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