Los llamados "Hijos del Concilio" y su capacidad de legitimación
Son la mayoría y tienen el poder, pero han perdido algo mucho más valioso que el poder y el número, y es la capacidad de legitimación. La tuvieron ciertamente: ellos eran los que repartían certificados y credenciales de buenos obispos, buenos sacerdotes, buenos laicos, buenos cristianos, buenos católicos. Ellos tenían el sello de la autenticidad. Eran los hijos del Concilio renovador y revitalizador de la Iglesia. Ellos eran la Iglesia. Así lo proclamaban.
Pero como el tiempo, inexorable, pone a cada uno en su lugar, es evidente que éstos no eran lo que ellos declaraban, sino que eran hijos del postconcilio, de esos que hicieron del Concilio un traje a su medida, y de la Iglesia un harapo. Cierto es que de esto hace ya medio siglo. Con la pátina de los años, su error y su decadencia se manifiestan en toda su dimensión. Los últimos coletazos de esa gloria periclitada los dieron, ningún asiduo de Germinans lo desconoce, megáfono en ristre. Desde entonces su declive ha sido cada vez más espectacular. Eligieron el plano inclinado, y no hay quien detenga su caída.

Ignoro si las mentes más ciegas y obcecadas, si los más irreductibles de nuestros adversarios ideológicos, habrán percibido el sinfín de alternativas concretas que estamos últimamente presentando sobre la renovación diocesana que necesitamos. Infinidad de veces los Ignasis Garridos, los Jordis Morroses, ese tal Lluís, nuestro amado Quique alias Max, el tal Simpson y otros parecidos, comentaristas asiduos de nuestra página en Infocatólica, nos han querido echar en cara esa nuestra estrategia de crítica que al parecer caminaría pareja a la ausencia de propuestas. Al mismo tiempo afirman que trabajamos para la opción Sáiz. ¡Qué empedernidos, qué obtusos! ¡No nos conocen!
Rutas nuevas, un caminar audaz entre dificultades, con un único horizonte.
Mijaíl Gorbachov fue el último presidente de la Unión Soviética, fue el más carismático, el más popular, el más querido fuera de sus fronteras, incluso recibió el Premio Nobel de la Paz, sus reformas a fondo del régimen comunista, llevaron una serie de palabras rusas al lenguaje cotidiano de los occidentales, la "perestroika" o la "glásnost", estaban en la boca de todos al inicio de aquella última década del siglo XX. Pero el resultado de sus gestiones políticas y económicas llevó a la disolución de la Unión Soviética, y a una terrible crisis económica de sus ciudadanos. En las primeras elecciones democráticas en la Nueva Rusia de Boris Yeltsin, Gorbachov se presentó a los comicios y no obtuvo ni el 1% de los votos. Todos estaban descontentos de él, los nostálgicos y abundantes comunistas por el hecho de haberse cargado el Partido y el Imperio Soviético, y el resto de la población por haber caído en una terrible miseria, de la que sólo se salvaron un grupúsculo de escandalosos "nuevos ricos capitalistas", que acapararon en pocas manos la mayoría de las riquezas del país.
Ahora que José Manuel Vidal nos dedica 




