Dar prestigio a Solsona: El ministerio episcopal de Don Vicente Enrique
Abierta la cuestión sucesoria en la sede celsonense, tal como Oriolt refería en su artículo de este mes de agosto, y habiendo encontrado este tema eco entre los lectores de “La Cigüeña de la torre”, que se hizo eco del artículo, así como también algunos comentarios circunstanciales referidos a Mons. Vicente Enrique y Tarancón en un breve post del mismo Fernández de la Cigoña, dando la noticia del fallecimiento de Don Joaquin Ruiz-Giménez, he decidido redactar este artículo en el intento de evidenciar como el ejercicio del ministerio episcopal de Don Vicente Enrique durante los casi 19 años que pastoreó la diócesis de Solsona (1945-1964) fue de tan alto calibre y dignidad, de tal altura de miras y de tal dedicación y entrega, que cómo él mismo refería al final de su vida “constituyó el más hermoso y fecundo periodo de su ministerio episcopal”. Nunca como en Solsona, aquel sacerdote diocesano de Tortosa, inteligente e ingenioso, sensible y paterno, que compactaba una erudita formación teológica con una honda espiritualidad sacerdotal, sería lo que ha de ser un obispo católico: un gran Pastor del pueblo a él encomendado.

Se van acabando las vacaciones y poco a poco vamos reincorporándonos a nuestros puestos. Han sido unos días de distensión, para recargar pilas visitando a nuestros amigos en Francia. De camino a París nos desviamos para alcanzar l’Abbaye de Barroux (Provence), una muestra de la vitalidad del renovado monaquismo francés.
En la archidiócesis de Barcelona hay 208 parroquias. De ellas, 91 son regidas por sacerdotes mayores de 65 años. El 45% del total son rectores que ya estarían jubilados en la vida civil. Sí solo atendemos a la edad de jubilación canónica, fijada en los 75 años, nos encontramos con 31 párrocos que ya la han cumplido. Casi una quinta parte del total.
Mañana, 25 de agosto de 2009 se cumplen 5 años del piadoso traspaso del que fuera Arzobispo de Barcelona, el Cardenal D. Marcelo González Martín. Para hacer un minúsculo acto de justicia a un arzobispo expulsado por su propio clero, hagamos una sencilla crónica de algunos hechos que tuvieron lugar en nuestra diócesis hace 40 años, y de los cuales, aún pagamos las consecuencias.
Jesús ya reprochó a sus discípulos su poca fe. En el Evangelio encontramos dos pasajes. En el primero les increpa por haberse desesperado al pensar que se hundía la barca en la que iban en medio de una tempestad, diciéndoles: “Quid timidi estis, modicae fidei?” (¿Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe?). En el segundo se dirige particularmente a san Pedro, que se hundía después de caminar un trecho sobre la superficie del mar: “Modicae fidei, quare dubistasti?” (¿Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?). Las circunstancias de ambos episodios son las mismas: el mar, la barca, los elementos. El símbolo es claro: la Iglesia (la barca) está en medio de las gentes (el mar) y debe enfrentarse al ataque de sus enemigos (los elementos). ¿Qué es lo que mantiene a salvo a los discípulos? El poder de Jesucristo. ¿Qué es lo que sostiene a los hombres de Iglesia en medio de los avatares por los que ésta ha de atravesar? La fe en Jesucristo. No poca sino mucha, una fe inquebrantable y a toda prueba, una fe capaz de mover las montañas.