Ya nadie se acuerda del obispo Carrera

¡Cómo pasa el tiempo! El pasado 3 de octubre se cumplió el tercer aniversario del fallecimiento del obispo Carrera, sin que nadie se acordase de él. Atrás quedaron las conmemoraciones del primer y segundo año, singularmente apropiadas por el sector nacional-progresista eclesial, pero este 2011 ha sufrido el menoscabo más gélido. Ni Jordi Llisterri, ni Francesc Romeu, ni Jaume Aymar, ni tan siquiera el orate dominical de La Vanguardia , que tanto se llenaron la boca con su recuerdo, le han dedicado unas míseras líneas. Cierto es que el tiempo todo lo borra y sic transit gloria mundi, pero resulta realmente inmisericorde este abrupto paso del cero al infinito. Sin embargo, en Germinans no nos hemos olvidado de él. Siempre hemos querido reivindicar a nuestro querido bisbe Joan, que procuró ser el obispo de todos y no solo de una de las facciones de ésta, su querida diócesis barcelonesa.  

Han sido muchos los que se han sorprendido de nuestra defensa a ultranza del difunto obispo auxiliar. Carrera era un hombre que provenía del nacionalismo, fue uno de los fundadores de Convergència Democràtica de Catalunya y militó en Unió Democràtica, hasta que recibió el nombramiento de prelado. Pero es que el Joan Carrera obispo fue un caso verdaderamente sorprendente. Tan sorprendente que una de las facetas menos recordadas es que acabó siendo despreciado por los miembros de esa otra Unió a la que nunca perteneció: la Unió Sacerdotal. La repelente U.

La U fue una oposición radical, combativa y despiadada contra el cardenal Carles. Muchos han querido hacer amnesia de ello, pero Germinans no es más que un pellizco de monja, comparado con la brutalidad mostrada contra el anterior arzobispo. Por eso consideraron a Carrera como un traidor, un quintacolumnista, un infiltrado. Ni le perdonaron que admitiese su nombramiento (el cual había partido de Don Ricardo) ni mucho menos le toleraron que aceptase ser el moderador de la Curia, en aquellos días en que al cardenal Carles le llovían palos de todas partes, incluida la denuncia fantasma de la fiscalía italiana de Torre Annunziata.

Pero el sorprendente Carrera fue más lejos. Fue un entusiasta seguidor de Juan Pablo II y un incomprendido defensor de los nuevos movimientos. Por ahí también recibió numerosas críticas. Como pueden ver, el bisbe Joan tenía una personalidad suficientemente poliédrica, para no dejarnos arrastrar por la versión simplista y naif que nos han contado de él.

También lo han postergado los estamentos eclesiales de la diócesis. Su final como obispo auxiliar fue terrible. Cumplió los 75 años en 2005 y jamás se le aceptó la renuncia, muriendo a los tres años pasados de su merecida jubilación, todavía en activo. Mientras fue auxiliar de Sistach estuvo siempre ninguneado, totalmente apartado del núcleo de poder. Pese a ello, y aunque anhelaba su retiro, el cardenal no movió un dedo para que se le aceptase, pues quería un sucesor de su cuerda, cuyo apellido -a poder ser- empezase por Tur y acabase por ull. Como sea que a su empecinamiento le respondía Roma con largas, Carrera fue pasando amargamente sus días hasta el derrame cerebral del santuario de El Miracle. Después, ya fallecido, se tuvo que aceptar deprisa y corriendo la solución Taltavull. Un auxiliar designado con fórceps, con el que Sistach practica el mismo desdén que con Carrera. El otro día me tropecé con el menorquín en la calle Juan Guell, a las puertas del geriátrico sacerdotal (único sitio donde le dejaron residir) y pude verle con una bolsa saliendo del supermercado. Pensé: otro auxiliar que está solo. Que incluso tiene que ir a buscarse unas piezas de fruta, que le ayuden a edulcorar la magra dieta de la residencia. Me llevé la misma impresión que con Carrera, cuando lo veía caminar cabizbajo, a distancia de Sistach, sin que ni los vicarios episcopales ni el secretario-canciller le hicieran el menor caso.

Pero donde más sufriría el bisbe Joan sería al contemplar la absoluta división de la diócesis entre sacerdotes mayores y sacerdotes jóvenes. Él que tantos puentes tendió siempre. Él que era lector diario de Germinans y, aunque disentía, nos mandaba cables de mediación. Cómo padecería al ver que la diócesis va repleta de anónimos fills del concili y diáconos permanentes en liza.

Oriolt