Camino del Totalitarismo: Corrupción religiosa e ideológica de las Instituciones

¡Qué quieren que les diga! A mí las palabras del Papa volando de Roma a Santiago, me sonaron a potentísima e inequívoca voz de alerta a los católicos españoles: recordad, almas dormidas, avivad el seso y despertad contemplando cómo nos estamos precipitando hacia los años 30. ¿Temerario? Quizás. Pero no me gustaría que la New Age y los próximos 30, los del siglo XXI, me pillasen dormido contemplando cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte, tan callando.

Queriendo o sin querer, estoy calcando en este artículo el “CAMINO DE SERVIDUMBRE”, de Hayek. El problema de fondo es el mismo: el afán intervencionista del Estado (resultado de sus inclinaciones totalitarias), que le lleva a traspasar la barrera entre lo público y lo privado : con la intención de convertirse, además de administrador exclusivo y en exclusiva DE LO PÚBLICO de la sociedad, en dueño y señor de toda ella y de cada uno de sus individuos.  

Su obsesión por llegar a lo más de lo más, le lleva a erigirse en CREADOR-CRIADOR de sus gobernados. Primero los MODELA no a su imagen y semejanza, sino a su conveniencia; y luego, igual que un ganadero en su explotación, decide cuántas criaturas necesita, quiénes merecen vivir y quiénes no, cuáles son los parámetros de calidad y dignidad de vida que han de cumplir SUS CRIATURAS. Por favor, ¡no me sean ingenuos, no me hablen de Hitler!  

Siendo éste el programa del Leviatán de nuestro mundo feliz versión New Age, ¿cómo no le van a estorbar los crucifijos en las escuelas? ¿Cómo no va a instituir el aborto como primera línea de control del derecho a vivir? ¿Cómo no va a promocionar la eutanasia como segunda barrera que sólo superan los que acreditan su dignidad de vida? ¿Cómo no va a educar a los adolescentes para la total y absoluta libertad e irresponsabilidad sexual, y a las adolescentes, consecuentemente, para la más abyecta, aberrante y desquiciante servidumbre sexual? ¿Cómo no va a imponer en las escuelas un lavado de cerebros denominado Educación para la Ciudadanía?  

Cuando Montesquieu habló de la SEPARACIÓN DE PODERES, pecó de ingenuo. Pensó que manteniendo separados los poderes políticos, es decir aquellos que configuran la “ pólis ” o dimensión pública del individuo, a saber: el legislativo, el ejecutivo y el judicial, garantizaba la salud de la sociedad. ¡Pobre Montesquieu! Se pensaba que los políticos nunca invadirían el ámbito de las conciencias y que por tanto no se necesitaban prevenciones para evitar que después de asaltar el triple poder, se atrevieran con el sancta sanctórum de los ciudadanos: el que les permite ser ciudadanos y no súbditos; más aún: súbditos y no esclavos; y aún mucho más: esclavos, y no simple ganado. No se le ocurrió al pobre ingenuo que la voracidad del Leviatán político no conoce límites. ¡Ya ves!, era víctima del prejuicio de la conciencia. Pensaba que ésa era la barrera natural que ningún político se atrevería a traspasar, porque ni siquiera lo habían hecho nunca los soberanos a los que la Revolución forzó a “ceder su soberanía al pueblo”. Creyó el infeliz que hubiese sido ocioso inventarse ese fantasma para luchar contra él. ¡Cuán necio se vería Montesquieu si levantase la cabeza, al ver al soberano de su invención, el pueblo, hecho un eccehomo !  

Y se atreven, esos políticos, a invocar la CONCIENCIA y los PRINCIPIOS. A ver, señor presidente, ¿de qué conciencia me habla? ¿De la suya, o de la conciencia de la sociedad? ¿Se da cuenta, señor presidente, de que si me habla de SU CONCIENCIA tendría que dimitir como hizo el rey Balduino cuando le pusieron delante la ley del aborto para firmarla? Y si hablaba de la CONCIENCIA DE LA SOCIEDAD, piense, señor presidente, que ésta es PLURAL por derecho constitucional, y por tanto usted, como miembro del PODER EJECUTIVO de la nación, no tiene derecho ni tan siquiera a rozarla. Lo único que ha de hacer usted con la conciencia de la sociedad es respetarla en toda su pluralidad y diversidad, sin decantarse por una opinión ni por otra. Y con su conciencia personal, lo único que puede hacer es guardársela mientras esté en el ejercicio de uno de los tres poderes de la nación. Y si no se la quiere guardar, lo que ha de hacer es renunciar al poder. Porque los poderes de la nación están no para “representar” a ninguna conciencia particular de la nación, sino para SERVIR a toda la nación en su diversidad de conciencias.  

Y en cuanto a los PRINCIPIOS que invoca, señor presidente, en cuanto a SUS PRINCIPIOS personales, digo, pues lo mismo: se los guarda para ejercitarlos en la intimidad; porque usted no tiene ningún derecho a gobernar la nación según sus principios personales, ni el partido a apoyarle para ello. Por prescripción de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, por imperativo constitucional, por exigencia democrática. Porque si hay LIBERTAD DE CONCIENCIA, LIBERTAD RELIGIOSA, LIBERTAD DE OPINIÓN, y ésas son LIBERTADES DE LOS CIUDADANOS, y no de los poderes públicos; libertades que tiene derecho a reivindicar cada ciudadano individualmente o en colectividad ; si ésas son libertades privadas (¡no públicas!) los poderes públicos no tienen ninguna legitimidad ni para legislar ni para diseñar políticas sobre ellas. Y esas libertades son pisoteadas alevosamente cuando se conciertan los tres poderes para hacer prevalecer unas OPINIONES SOBRE OTRAS, unas CONCIENCIAS sobre otras, unos VALORES sobre otros, y cuando utilizan la ENSEÑANZA, la SANIDAD, la ASISTENCIA SOCIAL y todo el aparato de propaganda del Estado para amaestrar a la sociedad según la conciencia, los principios, las ideas y los valores del gobernante de turno o de su partido ( que no es un poder público , sino un ente privado).  

Quid ergo? Pues la cuestión es bien sencilla. La cuestión es que para preservar la LIBERTAD de los ciudadanos (¡si es que se les puede seguir llamando así!), por encima de la separación de los poderes públicos y con carácter de total y absoluta prioridad, está la SEPARACIÓN DE LO PRIVADO Y DE LO PÚBLICO . La separación de la administración de los dineros y de la administración de las conciencias . Bastante tenemos con poner en manos del Estado más del 50% de nuestros dineros (¡que no es poca servidumbre ésa!), para además cederle el 100% de nuestras conciencias.  

Óigame, que el tema es muy simple: a pagar impuestos no me apunto si quiero y me borro si no quiero; que para eso se llaman IMPUESTOS, porque son una imposición en la que finalmente te va la supervivencia: preguntádselo, si no, a las infelices víctimas de Hacienda. Pues bien, mientras a pagar impuestos no puedo apuntarme y borrarme a mi antojo, a creer o dejar de creer en una u otra religión, a adherirme a una u otra ideología puedo apuntarme y borrarme cuando me dé la gana. Éste es por tanto un ámbito de LIBERTAD INDIVIDUAL que el Estado no ha de traspasar por ningún concepto: NO ha de poder emplear los dineros que me exige imperiosamente y bajo pena de inanición, para laminar mi libertad: la que por ser mi último refugio de libertad frente al poder, tendría que ser INVIOLABLE. El traspaso de esa barrera tendría que encender todas las alarmas y poner en marcha todos los mecanismos de defensa de la sociedad. ¿LOS HAY?  

Ubi Gentium sumus? ¿En qué país incivilizado vivimos? Incivilizado es el país cuyos habitantes no son capaces de ser cives , es decir “ ciudadanos ”. ¡Ya ven! ¿De dónde nace la legitimidad del Estado para forjar conciencias ni siquiera desde la escuela pública? ¿Y desde los medios? ¿Y desde la legislación? ¿Y desde las instituciones públicas? ¿Cómo es eso de hacer esas leyes inicuas profundamente behavioristas, que persiguen y castigan el bien, al tiempo que alientan y premian el mal? También el behaviorismo consiguió acondicionar el cerebro de las ratas para que percibiesen las descargas eléctricas como placenteras. Pero no nos contaron el final de la película por no perturbar nuestros idílicos sueños: esas ratas acababan tremendamente desquiciadas. Y los ciudadanos que consumen el mal al que les induce el estado como el mejor de los bienes, también.  

Quam rem públicam habemus? ¿Qué COSA PÚBLICA tenemos, que nos ha invadido totalmente el ámbito privado? ¿Se dan cuenta? Por definición, la Res Pública, que no es sino la Cosa Pública, no tiene derecho a meter sus narices en el territorio de LO PRIVADO. Y para privacidad, la conciencia, la religión, los sentimientos, los valores, las ideas. El Estado, que es y ha de ser únicamente Cosa Pública, no puede ni debe declararse competente en asuntos individuales y privados de los ciudadanos. No debe meterse a decidir lo que tienen que pensar, creer y sentir los ciudadanos. El Estado no puede tener ideología ni antiideología; ni tan siquiera conciencia; ni menos promocionarlas desde el abuso del poder.  

Y no me vengan con trucos democráticos, que no cuelan. Ni se puede decidir por votación, aunque sea unánime, que dos y dos sean cinco (¡ni tampoco se puede votar que sean cuatro!): por el simple motivo de que NO LE COMPETE AL PODER , sea éste democrático o totalitario; ni le compete decidir lo que hemos de pensar los ciudadanos; ni le compete decidir si nos concede el derecho a la vida: porque ése es un derecho que lleva ya puesto cada uno antes de asociarse con su vecino para formar una pólis. Ni le compete, claro está, decidir si en la escuela tiene que haber crucifijos o no. Eso no le compete en absoluto al poder, sea del género que sea, sino que se lo ha de resolver ella solita la SOCIEDAD CIVIL. ¿O acaso han decidido los dueños de lo público (es decir los políticos) dejar sin ninguna competencia a la SOCIEDAD CIVIL?  

¿Que no hay sociedad civil? Todo lo que NO son instituciones del Estado es SOCIEDAD CIVIL. Incluida la Iglesia, claro está, incluidos los partidos políticos, incluidas las empresas, incluidos los clubes y asociaciones, incluidos los sindicatos exclusivamente asociativos (cuando entramos en la representatividad más allá de los miembros de la agrupación, estamos ya en lo político). Hay mucha SOCIEDAD CIVIL y las instituciones del Estado (empezando por el Parlamento) están pisoteando sus COMPETENCIAS.  

La Iglesia, a cuya jerarquía fraudulentamente los políticos le otorgan representatividad ( do ut des ; en román paladino, “toma y daca”, y ésta también fraudulentamente la acepta); la Iglesia, digo, es una parte muy significativa de la sociedad civil, cuyas COMPETENCIAS está pisoteando el Estado. Es el resto de sociedad civil la que tiene que disputar y si llega el caso, negociar con la Iglesia, si quiere quitar los crucifijos de las aulas. ¿Y eso cómo se hace? ¿Discutiendo con la Conferencia Episcopal? ¡¡No padre!!, discutiendo con la porción de Iglesia que hay en cada aula y en cada ámbito en que se plantea el problema.  

Nuestros jefes religiosos son jefes religiosos, NO POLÍTICOS. Y por tanto el poder no tiene por qué tratarlos como jefes de nada. El que sean jefes, es cosa interna de la Iglesia. Los fieles aceptamos su jerarquía religiosa; pero eso no implica que les asignemos por ello jerarquía civil sobre nosotros y que por tanto ellos sean nuestros representantes ni tan siquiera religiosos ante el poder político. Eso sí que es decimonónico; y no lo han tocado. Lo mismito que los sindicatos. Al poder político le interesa reconocer representatividad religiosa y representatividad sindical. ¡Pues no! A los trabajadores de a pie les revienta el fraude de la representatividad sindical, y a los cristianos de a pie nos repatea que se le dé carácter de representatividad “política” a la jerarquía interna de la iglesia (que ni es democrática ni tiene por qué serlo, al ser cuestión privada de los que voluntariamente deciden pertenecer o dejar de pertenecer a esa agrupación libre de ciudadanos).  

Si el Estado español quiere tratar cuestiones religiosas con el Estado Vaticano (que ése es el nivel real), puede hacerlo. Pero de la misma manera que el Estado no negocia con la directiva del Real Madrid o del Barça cuestiones que afecten a su respectiva masa social, porque esas directivas no lo son de los socios, sino del club-entidad, así tampoco tiene por qué negociar, discutir o pactar mis derechos de conciencia con la directiva de la Iglesia. Mis derechos de conciencia son un derecho político exclusivamente mío, sobre el que no he cedido representación a nadie. Ni a obispos, NI TAMPOCO A DIPUTADOS. Nadie tiene derecho a administrar en mi nombre lo que es exclusivamente mío.  

Por eso, en el momento en que veo POLITIZARSE LA MORAL, me saltan todas las alarmas y pongo el grito en el cielo. A mí me da muy mala espina ver a los obispos con el poder político. Los católicos somos ciudadanos maduros y tenemos plena capacidad de gestionar nuestros derechos civiles, entre los que están la libertad de religión, la libertad de conciencia, la libertad de opinión y la libertad de elegir entre las distintas fórmulas morales que nos propongan las distintas religiones, igual que podemos elegir entre los distintos partidos políticos y sindicatos.  

Si no hay partido único impuesto por la ley, ni sindicato único impuesto por la ley, ¿por qué tendría que soportar una MORAL ÚNICA impuesta por la ley? Eso vino a explicar el presidente del gobierno al criticar al Papa por su referencia a los años 30: que no es el Papa quien nos ha de proponer una moral, sino el Parlamento quien nos la ha de imponer

M. T. Cicerone