Monseñor Fisichella en la parroquia de la Concepción

En el esplendoroso marco de las clásicas conferencias cuaresmales de la parroquia de la Concepción, tuvimos la suerte de escuchar el domingo pasado a Monseñor Fisichella, la máxima autoridad del Dicasterio para la Nueva Evangelización. Se trataba de una alta jerarquía de la Iglesia, y como tal fue recibido. Media hora antes de su llegada, ante la puerta principal del templo, al pie de la escalinata, estaban esperándole los máximos representantes del clero parroquial, presididos por el señor Rector. Los 15 minutos de retraso sirvieron para acrecer la solemnidad y la expectativa en una iglesia totalmente llena de fieles ávidos por escuchar el mensaje de la Nueva Evangelización. El acto era realmente solemne, porque allí estaban también las autoridades municipales del distrito, a las que saludó monseñor Fisichella al iniciar su brillantísima conferencia.

Fue realmente esclarecedora su exposición. Tenía el valor añadido de salir de la boca de la máxima autoridad eclesiástica en lo que a Nueva Evangelización se refiere. Supongo que todos los asistentes (exceptuados quizá los protocolarios) estábamos ávidos de saber cuál es el pensamiento de la Iglesia respecto a esta gran misión a la que se enfrenta.

Las ideas, realmente luminosas; y la exposición, brillante. Monseñor Fisichella habló un español muy digno con una excelente oratoria. Iba desgranando las ideas sobre la necesidad que tiene de Dios también el hombre de hoy; sobre la necesidad que tiene Europa de contar con el cristianismo, que es su raíz; sobre la urgencia que tenemos los cristianos de hacer visible a la Iglesia. La construcción del discurso fue impecable y su fuerza, impresionante. Escuchando a Monseñor Fisichella, se enfrentaba uno al vigor intelectual y doctrinal de la Iglesia. Ciertamente el catolicismo ofrece un discurso sumamente atractivo al hombre de hoy, huérfano no sólo de fe, sino también de razón y de discurso en el que sostener su vida.

Hubo una larga invocación al humanismo, para nuestro gusto un subproducto de la fe, y por tanto resultado si acaso de la nueva Evangelización, pero no uno de sus objetivos directos.

Interesante asimismo, para cerrar el discurso, la alusión a la Sagrada Familia. Se dedujo claramente de las palabras de monseñor, que la decisión de convertirla en el símbolo de la Nueva Evangelización, estaba tomada ya antes de su consagración por Su Santidad Benedicto XVI; cosa por otra parte totalmente obvia, puesto que no pudo ser ésta una ocurrencia que se le pasó a alguien por la cabeza a los dos meses justos de la consagración. Ponderó el gran valor que tiene la basílica como símbolo de la Nueva Evangelización, puesto que manteniendo el carácter propio de una catedral, se presenta como obra característica del milenio al que da entrada el siglo XXI. Y reiteró esa bella imagen de que, del mismo modo que Barcelona no se entendería arquitectónicamente sin la Sagrada Familia, tampoco es posible entenderla socialmente sin la presencia de la Iglesia, sin la presencia de la institución sagrada de la familia. En fin, un discurso bello e impecable.

Pero a ese discurso intelectualmente irreprochable, le faltaba algo esencial: muy bien, ahí está la filosofía potentísima de la Nueva Evangelización. Pero obviamente ésta ha de ser seguida de un plan de acción, de unos efectivos para llevarla a cabo, de unas tácticas y de unas estrategias. Y sin embargo no hubo la menor referencia a nada que hiciese referencia a los protagonistas de esta nueva misión de la Iglesia y a sus planes de acción.

Nuestro interés en la Nueva Evangelización no se agota en su filosofía, espléndida por demás. Nos preocupa también, y mucho, su pastoral, es decir la movilización de los pastores. Pero de eso no nos dijo don Rino ni una palabra. Se limitó a reflexionar sobre un hecho evidente, y es que no se puede diseñar una misma pastoral para Europa que para África, ni siquiera la misma para España que para Italia. Temimos entender que la cuestión de la pastoral era tan diversa y tan local, que el Dicasterio no tenía intención de abordarla.

Como justificación, está muy bien. Pero si la Santa Sede se limita a proveer la filosofía de la nueva Evangelización y no crea ni instrumentos ni prototipos pastorales, mucho nos tememos que esta misión de la Iglesia nace con una gran cabeza, pero sin pies. Nos advierte san Pablo en su carta a los romanos: ¿Y cómo predicarán si no son enviados? Tal como está escrito: ¡Cuan hermosos son los pies de los que anuncian el evangelio del bien! A la Iglesia le faltan pies, esos pies tan hermosos de los que anuncian el Evangelio. ¿Con qué efectivos cuenta la Iglesia para la Nueva Evangelización?

Y cuando uno hace el recuento diócesis por diócesis de cuáles son los efectivos para salir a anunciar el Evangelio, entiende por qué ni monseñor Fisichella ni todo su flamante Dicasterio se atreven a proponer una pastoral de la nueva Evangelización. ¿A quién le correspondería promoverla en el arzobispado de Barcelona? Y si lo hiciese alguien con fe y coraje suficientes, ¿con qué clero contaría? La verdad es que no ve uno pastores capaces de afrontar semejante pastoral.

Y entonces es cuando uno repasa de principio a fin la brillante conferencia de monseñor y descubre que quizás el Dicasterio no está pensando ni en obispos ni en sacerdotes, por su escasa disponibilidad. Que en quienes piensa realmente es en los seglares, a través de sus organizaciones. Quizá sea certera esta intuición; quizá les tenga reservadas la Santa Sede un papel destacado en esta magna misión de la Iglesia.

De todas maneras, y aunque no hemos recibido aún la crónica de la 3º Conferencia Cuaresmal, la del abad Soler para este domingo 27, titulada “La nueva Evangelización en Cataluña”, dad por seguro que su reflexión sobre las formas y los instrumentos adecuados para esta, será para ponerla en cuarentena. ¡Cuando se comprenderá que los que han sido causantes de la crisis y la decadencia no lo serán del resurgir! La obsesión por aparecer como centrista y moderado lleva a esta tela de Penélope en el corazón del Ensanche. Tantus labor non sit casus.

Cesáreo Marítimo