¿De gustibus non est disputandum? (II)

Respuesta de Lucas L. al escrito de ayer de Guilhem de Maiança "Por qué necesitamos Democracia Cristiana y no partidos católicos (II)"

Este escrito de Don Guilhem me parece algo contradictorio con el que publicó en la primera entrega por varios motivos. Empezó usted hace una semana estableciendo que en política hay cuestiones opinables y otras que no lo son, y que convenía mucho saber diferenciarlas bien, que hay un déficit de formación considerable en los católicos españoles sobre cuestiones temporales (y, por tanto, no han entrenado su discernimiento sobre cuestiones esenciales y opinables), y en ambos acababa con la tesis de que necesitamos una democracia cristiana (sin especificar qué cosa sea eso) y no partidos católicos. En éste parece ser que el planteamiento de una “democracia cristiana” (sin que sepamos qué pueda ser tal cosa) viene dado porque usted piensa, o más bien se imagina, que el tradicionalismo politico español, que es una alternativa enteramente diferente, adolece de contaminación idealista y hegeliana.

“La cultura política de una parte demasiado considerable de lo que podríamos llamar el tradicionalismo español es fruto de una Filosofía de la Historia demasiado dependiente de las categorías hegelianas de análisis de la Historia”

Si lo único que conoce usted del tradicionalismo son algunos textos de Donoso Cortés puedo explicármelo, pero vaya por delante que es usted la única persona que conozco que afirma una cosa así.

El tradicionalismo político en primer lugar, en España surge como un movimiento popular profundamente religioso ligado a acontecimientos políticos muy concretos (1808, 1833), y sin tener formado ningún corpus de doctrina, que precisamente se fue formando con el tiempo con esfuerzos teóricos (que no “ideológicos” o “idealistas”, de aquí y de allí). Pero si algo caracteriza a estos esfuerzos es que ninguno bebe de Hegel ni se remite a ninguna otra corriente filosófica moderna, ajustándose siempre a la doctrina de la Iglesia.

¿Se puede decir que la esperanza en el “Reinaré en España” es hegeliana? ¿Se puede decir que el trilema de 1808 “Dios-Patria-Religión” es hegeliano? ¿Las Cortes orgánicas y con mandato imperativo que rigieron en los reinos cristianos peninsulares desde el s. XI, nada menos, con las Cortes de León, son hegelianas? ¿Jaime Balmes, Vicente Pou, o Vázquez de Mella son hegelianos? ¿Eran hegelianos quienes invocaban en sus estandartes a María Santísima? ¿Son hegelianas las festividades religiosas carlistas? ¿Carlos VII, que acudía a tomar consejo de Don Bosco, o el Alfonso Carlos I que acudía de rodillas ante el Papa eran hegelianos?

Plenamente de acuerdo conque para saber qué sea “liberalismo” hay que acudir a la Encíclica Libertas. Lo que no comprendo es que se traigan como guía magisterial las Instrucciones de la Secretaría de Estado. Porque de Magisterio estamos hablando, ¿no?

Obvio la posible obediencia del Cardenal Rampolla a la masonería, cuestión no aclarada todavía…

¿Acaso no había muchos excesos, corrupción económica o de costumbres y cinismo en la Monarquías católicas absolutistas del siglo XVII y XVIII o en la España franquista? ¿Acaso no había muchos abusos, clientelismo y discriminación en los concejos locales de la democracia orgánica de la Ciudad europea medieval?

Sin que todavía sepamos qué es esa “democracia cristiana” que propone usted, prosigue el alegato con la falacia del hombre de paja. ¿Quién ha negado alguna vez lo que afirma en sus preguntas? Me da la impresión de que, sin haberse informado previamente de la materia que trata, pretende atribuir al tradicionalismo sus planteamientos y categorías propias de usted.

El tradicionalismo ni pretende, ni afirma, ni sostiene, ni lo ha hecho nunca, que en la monarquía católica (no necesariamente absolutista, pues en España no hubo absolutismo en los siglos que usted menciona), ni en los concejos medievales hubiese habido abusos o excesos.

Lo que sostiene y ha sostenido siempre el tradicionalismo es que era más razonable aquella forma de organización que la presente y que había más mecanismos concretos de defensa de las libertades o derechos concretos que hoy. Nada más.

La moralidad en Política no reside en la forma o estructura que adopte el Estado sino en el comportamiento de los ciudadanos.

De nuevo patinazo, cosa que me temo sucede por un cierto desconocimiento.

El tradicionalismo, Don Guilhem, no pretende hacer depender la moralidad de la política de la forma o estructura del Estado, sino que lo único que afirma y sostiene es que para atender a cuál deba ser la forma más adecuada del Estado hay que atenerse a la historia, vicisitudes e idiosincrasia de cada pueblo. Y que en el caso de España, por su historia, por las vicisitudes históricas y por el carácter de los españoles es mejor la Monarquía, y que la República siempre ha ido asociada al liberalismo -y al más violento y anticatólico- y al conflicto civil. Pero en el caso de Irlanda pudiera ser muy bien la República, y de hecho para los católicos irlandeses es la que debe ser.

Lo demás se lo inventa usted, me temo.

La Iglesia Católica no posee ninguna forma política.

Supongo que querrá usted decir que “La Iglesia Católica no se identifica con o propugna ninguna forma política", porque en primer lugar, tener, tiene un Estado soberano regido por una Monarquía en la que además no existe división de poderes, según la Constitución del Estado Vaticano. A menos que usted sostenga que el Vaticano es una Democracia Cristiana.

En segundo lugar, en las pocas ocasiones en que la Iglesia por boca de su Supremo Pastor ha tocado el particular han resultado alusiones como la siguiente:

Hubo un tiempo en que la filosofía del Evangelio gobernaba los Estados. Entonces aquella energía propia de la sabiduría cristiana, aquella su divina virtud, había penetrado profundamente en las leyes, instituciones y costumbres de los pueblos… cuando la religión fundada por Jesucristo … florecía en todas partes secundada por el favor de los príncipes (Carta Encíclica Inmortale Dei, 1888)

Y no veo rastro de idealismo en ese discurso…

Y en tercer lugar porque es indiferente al caso que la Iglesia tenga una u otra forma del Estado, ya que corresponde a las potestades civiles cuidar de los problemas pertenecientes a la esfera temporal ejerciendo su legítima autonomía según reza la Gaudium et Spes del Concilio Vaticano Segundo.

Si no existen regímenes o sistemas políticos católicos, ¿como será de recibo la existencia, salvo casos muy puntuales y restringidos de minorías católicas en países donde están acorralados, de partidos católicos?

Efectivamente, cuando no existen regímenes políticos católicos, los católicos tienen que arreglárselas con los instrumentos que el poder civil les deja para hacerse oír y recordar a todos sus compatriotas que los deberes para con Dios de la Nación siguen vigentes a pesar de estar vigente un sistema no católico.

Uno de ellos, muy deficiente ciertamente, son los partidos políticos, que transitoriamente y mientras siga vigente el estado de cosas actual, son los únicos instrumentos de que pueden servirse para este propósito.

Eso sí, estoy de acuerdo con usted en que no deberían existir partidos católicos, -pues deberían estar todos suprimidos-, sino que lo que debería existir es un Estado católico.

Con un partido católico, la voz plural de los católicos en los temas opinables queda secuestrada y la de los obispos y sacerdotes, comprometida

Con un partido católico nada de esto sucede si se sabe de dónde se viene y adónde se va. El “problema” de los partidos católicos no son sus posturas sobre los temas opinables, sino más bien precisamente que recuerdan que hay temas que no son opinables.

Sin embargo, los “problemas” y “dramas” a que alude usted han solido acontecer más bien con partidos clericales como con la democracia cristiana, pero no con los partidos católicos.

Este es precisamente el drama a que nos condujo la pretensión del carlismo dominante y del neocatolicismo español decimonónico de querer presentarse y apropiarse como voz única de la expresión política de todos los católicos.

“El drama” no fue el Carlismo. El Carlismo pretendía solucionar el drama como partido católico que era y es, recordando aquellos temas que no eran opinables. Porque el drama fue el de que en el s. XIX empezó a haber “católicos” que cuestionaban que el Estado debía respetar el Evangelio o que daban por buena la sumisión de la Iglesia al Estado.

Y como esos “católicos” no soportaban, y siguen sin soportar que se les recuerde la doctrina de la Iglesia sobre el respeto de los poderes temporales a la Ley eterna y revelada, entre otras cosas, hacen de ello un “drama".

De formarse y presentarse un Partido Católico, con la intención de votar parlamentariamente a favor de leyes a favor de la Familia y de la Vida tal como entiende la Iglesia y en contra de las disposiciones contrarias a las mismas ¿qué sucedería en los temas opinables, que son la inmensa mayoría de los temas de discusión parlamentaria?

Es que lo que no debe presentarse es un partido católico con ese nombre: “Partido Católico", ni tampoco otro que se llame “Democracia Cristiana", ¿comprende usted? Los carlistas jamás lo pretendieron.

Y en cuanto a la pregunta que formula, vuelve usted a hacer un drama de lo que no lo es.

Imagínese apoyando o no una amnistía para el conflicto etarra

Bueno, una amnistía para los terroristas (no para “el conflicto". Recuerde que no es bueno adoptar las expresiones del enemigo) es una cuestión opinable siempre que no ofenda ni atropelle el legítimo derecho de las víctimas a ser resarcidas ni suponga una tomadura de pelo para los españoles, ¿no le parece?

un recorte o una ampliación de un Estatuto o del modelo autonómico

Lo mismo: mientras no atente contra la libertades más elementales, ni suponga un subterfugio para introducir ideologías anticatólicas, o desestabilización alguna injustificada, no veo dónde está el problema.

un modelo escolar mixto o separado por géneros

Dejando de lado el pequeño detalle de que en los años 20 la Iglesia condenó la coeducación, en primer lugar no veo por qué habría que imponer un modelo escolar único para toda España.

la abolición o incremento del Impuesto de Sucesiones

¿Usted cree que la votación sobre el Impuesto de Sucesiones abriría una brecha insalvable entre los católicos españoles?

reimplantación o no de la cadena perpetua

Sigo sin ver el drama. ¿Usted piensa que la divergencia de opiniones sobre este tema constituiría “un drama"?

Aquí vuelve el gran problema de base: el idealismo que subyace en demasiado tradicionalismo hispánico y que lo asemeja, a veces, a su contrario el marxismo. Un idealismo donde todo es unicidad, todo está claro de antemano, todo es absoluto, todo es monolítico, todo es blanco o negro, sin oxígeno, sin espacio para aquella “facultas (vis) electiva mediorum in bono servato ordine finis”

Yo el único “gran problema de base” que veo es el de saber cuáles son sus fuentes para sostener que el tradicionalismo ofrece “un todo absoluto, monolítico, blanco o negro y sin oxígeno".

El tradicionalismo es un “todo absoluto” y “monolítico” cuando se trata de defender lo que la propia doctrina católica –que sí es absoluta, monolítica y afirma que hay blanco y negro- dice que no es opinable. Cuando no se trata de eso, no veo tales notas por ninguna parte.

Resumiendo, a lo largo del artículo se ve que hay principalmente tres cuestiones sin aclarar, o errores de base:

El primero es la no explicada tesis por la cual la alternativa a una pluralidad de partidos políticos católicos ha de ser una “Democracia Cristiana", que además, no se explica lo que es (¿La reedición del partido “Democracia cristiana”? ¿Una república democrática cristiana? ¿De qué está usted hablando?). Y si con “Democracia Cristiana” está usted hablando de un partido, ¿no se contradice usted mismo cuando dice que la existencia de un “partido católico” comprometería la voz plural de los católicos en temas opinables, e incluso a la misma Jerarquía?

El segundo es que se pretende hacer pasar por opinable lo que no lo es, aludiendo al “drama” que supuso el Carlismo en el s. XIX, cuando el único drama en el s. XIX fue el de millones de católicos capitaneados por destacados jefes que se venían desvinculando de la doctrina de la Iglesia sobre cuestiones temporales para militar en el liberalismo. Y que cuando usted enumera una serie de cuestiones opinables al final del artículo pretende hacer un drama de ellas.

Y el tercero es el de no ver que lo que constituyó el auténtico drama y que constituye el problema de la presencia de los católicos en la política desde hace dos siglos, no fue ni el tradicionalismo, ni el que hubiera tres o diecisiete partidos católicos, al menos en el nombre, sino que fue la doctrina liberal, que inficionó y confundió los espíritus hasta el día de hoy y que no sabemos si usted propugna para esa indefinida Democracia Cristiana que constituye el eje de sus artículos.