El cardenal Newman y la Fe Católica (I)

GERMINANS con el deseo de rendir homenaje al Cardenal Newman con ocasión de su beatificación, inicia hoy la publicación de un corpus de reflexiones sobre la Fe, un tema tan magistralmente tratado por el nuevo Beato de la Iglesia.

MARCO HISTÓRICO-SOCIAL

La vida de Newman transcurre entre 1801 y 1890. Prácticamente todo el siglo XIX. El único siglo que cuenta con adjetivo calificativo: “decimonónico”. Será inevitable en algún momento recurrir a él. En 1845, justo en el ecuador de su vida, siendo presbítero de la Iglesia Anglicana, John Henry Newman se convierte al catolicismo. Su vida transcurrió pues durante la era victoriana (en 1837 es coronada la reina Victoria, que morirá en 1901). Un reinado que cuenta también con adjetivo calificativo. Si juntamos decimonónico y victoriano, y recordamos que este último adjetivo a menudo estuvo asociado al sustantivo “moral”, asentamos dos de los caracteres que mejor definen esa época.

Una nota especialmente característica de esta época es el orgullo inglés en pleno apogeo del imperio.

Pero sigamos observando el escenario en que le tocó actuar al cardenal, hoy ya Beato, Newman. Inglaterra ha contribuido tanto como Francia a la euforia y al orgullo de la Ilustración; es decir a la exaltación desbordada de la razón y a la relegación vergonzante de la fe. Recordemos que Darwin (1809-1882) máximo exponente del racionalismo en Inglaterra, es coetáneo de Newman.

Y recordemos que a pesar de haber arrinconado la fe, que es el único fundamento sólido de la moral, a pesar de ello Inglaterra mantiene una moral impecable; la llamada moral victoriana. ¿Basada en convicciones? No, sino en la hipocresía, elevada a marchamo del orgullo británico, exhibido con toda incoherencia y desvergüenza. Como muestra, la ignominia de la guerra del opio, que tan decente les pareció a los puritanos británicos. El comercio de drogas, el más indecoroso después del de la trata de negros y la trata de blancas, convertido en el mayor negocio del honorable imperio británico. Ésa era la catadura moral de la época victoriana.

Y como no podía ser de otro modo, la “santa Iglesia local”, tan prestigiosa e imbatible como el mismo Imperio, exhibía con orgullo a su cabeza religiosa, la reina Victoria, y defendía con uñas y dientes, y por supuesto con inmenso orgullo, su monopolio de la fe cristiana, del culto religioso y de la moral en Inglaterra.

Es en este escenario en el que ha de desenvolverse John Henry Newman, miembro de la Iglesia Anglicana por añadidura, para que fuesen aún mayores los tropiezos que encontró en su camino de defensa certera tanto de la razón como de la fe, tan maltratadas ambas en esa sombría época de deslumbrantes resplandores de relumbrón.

Fue la honestidad intelectual (virtud que sólo cultivan las inteligencias más preclaras y libres) y su fe inteligentísima y humildísima, lo que llevó a Newman a replantearse la vigencia y el vigor de los valores en que se estaban criando él y sus correligionarios.

Virtelius Temerarius