Raíces de la pederastia en la Iglesia (4)

Tu es Petrus, et super hanc petram aedificabo Ecclesiam meam, et portae ínferi non praevalebunt adversus eam . Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Así están las cosas: se han abierto de par en par las puertas del infierno para sacar sus huestes contra el sucesor del humilde Pedro. Y ciertamente, cuando contemplo a Benedicto XVI, tan valiente en esta batalla; cuando veo su extraordinaria inteligencia, tan bien articulada con su fe; cuando advierto que tras su fragilidad se esconde la firmísima seguridad de que está recorriendo el Vía Crucis con que Dios ha castigado a su Iglesia pecadora en la cabeza de su supremo pastor; cuando entiendo que la penitencia tiene que ser proporcional al pecado; cuando le veo como el Agnus Dei qui tollit peccata Ecclesiae , tengo la absoluta seguridad de que nuestro Santo Padre Benedicto XVI está siendo llevado al degolladero como víctima propiciatoria por los pecados de la Iglesia. Y veo que una vez más conviene que uno muera por el pueblo; en este caso, el Pueblo de Dios. Y me digo una y otra vez, non praevalebunt, non praevalebunt . Toda la infamia de la Iglesia, ¡cuánta, cuánta!, con la pederastia como culminación de tanta traición e indignidad, cargada sobre las espaldas de la víctima. Sucumbirá al sacrificio; pero su muerte no será en vano. Fructificará como la sangre de los mártires.

La Iglesia se salva de ésta, ¡claro que se salva! Ahí está Benedicto XVI como la persona providencial capaz de salvar de ésta a la Iglesia. Basta que paseemos la vista por los cardenales. ¿Conocemos alguno que sería capaz de sobrellevar esta tribulación con la fe, la esperanza, la caridad y la calidad personal con que lo está haciendo el Santo Padre?

Pero pasemos al análisis humano del fenómeno, del que sin duda no se le ha escapado al Papa ni el menor detalle. Por empezar, con toda discreción, ha dado instrucciones para que se evite la admisión de homosexuales al sacerdocio. Ésta de la homosexualidad es la clave del problema. Y la Iglesia lo está asumiendo. Es sabido que el informe final que se hizo en EE.UU. sobre los abusos sexuales de sacerdotes, marcó dos características: primera, que la mayor parte de esos abusos se habían cometido contra adolescentes varones: eran por tanto de naturaleza homosexual. La segunda característica que señala el informe, es que los autores de esos abusos eran una minoría de sacerdotes de marcada tendencia homosexual.

Es bueno que se hayan elaborado minuciosos y rigurosos informes sobre el tema, pero los parámetros en que éste se mueve (actos de pederastia de naturaleza mayoritariamente homosexual), hace previsible que quienes cometen esos abusos sean mayoritariamente homosexuales. De lo cual se infiere que reduciendo la presencia de homosexuales en la Iglesia, se reduce la pederastia, por ser ésta de carácter marcadamente homosexual. Es una medida de la más elemental prudencia. Es el camino para prepararle a la Iglesia un futuro menos tormentoso.

Pero no es el futuro ni el presente el que está conmocionando a la Iglesia. Es el pasado, son unos pocos decenios hacia atrás, es la fatídica etapa del posconcilio, que apenas dejó piedra sobre piedra. Y entre las piedras que se removieron hasta los cimientos, está la del aggiornamento de la moral: las opciones políticas nacidas para salvar el mundo y que sedujeron a tantísimos sacerdotes, tenían como complemento la liberación de tabúes sexuales. Y criticaban abiertamente la represión sexual que caprichosamente imponía la Iglesia a sus fieles y a sus sacerdotes. Así que parte de la modernidad posconciliar pasada por la izquierda y el progreso, era la desinhibición sexual. Con dos resultados muy distintos según que esa modernización y esa puesta al día también en lo sexual, la practicase un sacerdote heterosexual o uno homosexual.

Simultáneamente a esa “modernización” de la Iglesia se produjo un fenómeno cultural de gran calado: la organización de los homosexuales en los países occidentales, primero con el objetivo de defenderse de una situación que consideraban injusta; y segundo con la intención de invadir todos los poderes y tomarlos en la medida en que les fuera posible.

Tenían un arma de enorme poder y precisión: el chantaje. Al considerar toda la sociedad la homosexualidad o sodomía como algo tan detestable que no debe ni nombrarse! (¡ne-fando!), podían ejercer toda la presión que quisieran contra honorabilísimas personas que ya fuese por su inclinación natural o por probarlo todo, habían compartido actividades homosexuales con estas personas que a cambio de su silencio consiguieron a ponerlas a sus pies. Y así ocurrió en efecto: en todos los estamentos, incluido el eclesiástico, hubo personas dispuestas a vivir de rodillas e incluso a rastras por comprar esos silencios. Imagínense que un político, un juez, un eclesiástico fuese acusado de comportamientos sexuales anómalos, en alguno de esos países en que consideraban que los hombres habían de ser machos, y las mujeres hembras.

Durante todos esos años, los homosexuales de todo género, tanto los chantajeadores como los chantajeados, estuvieron encerrados en el armario. Salieron primero los que habían decidido que ésa iba a ser su lucha por la vida: los chantajeadores formaban parte de ese contingente. Entretanto fueron ganando posiciones en la sociedad y en la economía. Al salir cada vez más homosexuales a la luz pública, y al suavizarse hasta desaparecer la condena social de la homosexualidad, dejó de ser causa de suicidio el que descubriesen que uno era homosexual, con lo que fue cada vez más soportable el que se supiese esta condición de uno, y los actos y situaciones que la acompañaban.

El sida fue un duro golpe para los homosexuales. Al descubrirse la enfermedad, se la asoció exclusivamente a esta práctica sexual, de manera que algunos personajes que habían mantenido oculta su homosexualidad, se consideraron delatados por la enfermedad y “salieron del armario”. Luego se supo que la incidencia más alta en este colectivo se debe a la mayor promiscuidad que en él se da. Justamente fue la aparición del sida en algunas de las víctimas de la pederastia de los sacerdotes (promiscuidad de nuevo), lo que contribuyó a la mayor extensión y rigor en las acusaciones y en la persecución de los responsables de estos crímenes.

La salida del armario de los homosexuales y de la homosexualidad, tuvo su reflejo en la Iglesia. Algunos sacerdotes se atrevieron incluso a proclamar públicamente que eran homosexuales, con lo que pretendían dar carta de naturaleza a la homosexualidad en el sacerdocio. Este posicionamiento doctrinal llevaba implícita de hecho la equiparación de la actividad homosexual con la heterosexual en caso de transgresión (considerada cada vez menos grave) de la continencia. ¿Que han pecado más los homosexuales en la Iglesia? ¡No padre! Pero ante la monstruosidad de la pederastia (en su inmensa mayor parte de carácter homosexual), las transgresiones de los heterosexuales, muy pocas de ellas civilmente delictivas, han quedado totalmente en la sombra.

Conclusiones:

•  La infidelidad por la infidelidad y el cambio por el prurito de quebrarle el espinazo a la tradición y al dogma, aunque fuese en cosas nimias, rompió la nervadura del edificio y sometió su resistencia a pruebas tan duras, que hubo serios desmoronamientos. Es que las pequeñas infidelidades y las transgresiones en lo nimio, nunca son triviales. Como las pequeñas vías de agua en las presas, no son más que el principio de grandes desastres.

•  La inmensa mayoría de los sacerdotes, religiosos, religiosas y seglares que han sido infieles a la Iglesia, actuaron de buena fe, convencidos de que la construcción política del hombre a cargo del progreso y a cargo de la nación era tan buena en sí misma, que podía sustituir a su construcción religiosa. Entendieron que con una política tan certera y tan potente, Dios quedaba como responsable subsidiario de nuestra salvación tanto individual como colectiva. Y actuaron en consecuencia. Y ¡cuán amargos son los frutos de tamaño error!

•  Una ínfima minoría de hombres de iglesia han actuado desde dentro y desde fuera con manifiesta maldad. Una vez desactivadas las fuerzas del chantaje y del silencio, la mayor fuerza del mal se ha desintegrado. Esta batalla está terminada: sólo queda el repliegue de cada uno a sus posiciones y el recuento de daños sufridos. Tardaremos todavía más de un decenio en tener un balance nítido. La Iglesia quedará saneada y reforzada. Sus enemigos, no.

•  Uno de los caídos de esta batalla puede ser el mismo Papa. Para lavar la Iglesia tan gran pecado, no podía ofrecer una víctima expiatoria de menor rango. Al fin y al cabo, es bien larga la lista de los papas mártires. La Iglesia pagará un alto precio, probablemente el único justo; tiene una víctima que inmolar en el altar de la justicia o de la venganza. La culpa de la Iglesia quedará lavada con este sacrificio: gracias a esto se salvará. Por eso nos atrevemos a decir con confianza, non praevalebunt!

Virtelius Temerarius