Nuestros obispos resisten (por ahora) la presión independentista

A estas alturas de la película, no se le escapa a nadie que la manifestación del día 10 de Julio en Barcelona se convirtió en una auténtica reivindicación independentista. Se convocó en defensa del Estatut, pero nadie se acordó de la sentencia del Tribunal Constitucional. El único grito que se oyó era: "In-de-pen-den-cia". A pesar de convocarla el 90% del arco parlamentario catalán, la quasi totalidad de los medios de comunicación catalanes, los sindicatos y un sinfín de asociaciones de todo tipo; el catalanismo -supuestamente moderado- no se controló y apareció el independentismo descarnado, en algunos casos -como el que sufrió el Presidente Montilla- energuménico. Hubo debate en numerosos estamentos de la sociedad catalana. Los representantes de Foment (empresariado catalán) no se adhirieron al acto, pero sí acudió su Presidente, Joan Rosell. El nuevo Presidente del Barça prefirió ir a Sudáfrica y no asistir al acto, al contrario de su predecesor Joan Laporta. Indudablemente la iglesia catalana (especialmente sus obispos) también sufrieron numerosas presiones, sino encaminadas a apoyar decididamente el acto, al menos dirigidas a una posición clara y contundente a favor del Estatut. Pero no cayeron en la trampa. Por una vez, hicieron un análisis inteligente y supieron calibrar que esa manifestación podía suponer el inicio de una fractura en la sociedad catalana.

Y eso que las presiones fueron constantes e intensas. No solo desde los medios más progres, que enseguida han afeado la actitud de nuestros prelados, sino desde posturas más oficialistas. Concretamente, dos muy significados prebostes, en los que se mezcla su militancia política con su influencia religiosa, no han parado de conminar a nuestro episcopado. Son Joan Rigol y Albert Manent. El primero de ellos, Presidente de la Junta Constructora de la Sagrada Familia , que tendrá un papel relevante en la próxima visita papal. Rigol (cura secularizado) también ha sacado a relucir su independentismo, hasta ahora privado. Incluso se dice que abandera el sector más soberanista de Unió, con verdadero enfado de ese "hombre de estado" llamado Durán i Lleida. Pese a su actual ascendencia con el cardenal Martínez Sistach, por el momento, no ha logrado su anhelo.

Cierto es que el inevitable Abad de Montserrat se ha despachado con unas previsibles declaraciones, pero, por ahora, lo han dejado terriblemente solo. Después ha habido (a toro pasado) unas ambiguas declaraciones del obispo Vives, al que intentaron tirar de la lengua, sin conseguir la menor concreción . Todavía más evasivo e indeterminado ha sido el cardenal Martínez Sistach en la entrevista que le publicó La Vanguardia este domingo.

Pero esta semana se reúne el plenario de la mal llamada Conferencia Episcopal Tarraconense. Las presiones se han redoblado. Existe un interés creciente e indisimulado del poder político por lograr la bendición eclesial. ¡Tan laicos que son ellos! Sin embargo, debemos advertir a nuestros obispos de la tremenda división que causarían sí tomaran partido por la causa independentista. En estos momentos, existe un riesgo evidente de fractura en la sociedad catalana. Tan católicos y dignos de su protección son los independentistas como los españolistas. Tan católicos y dignos de su protección son los partidarios del Estatut como sus detractores. Tan católicos y dignos de su protección son los que pusieron banderas estelades en sus balcones, como los que colgaron banderas españoles. Cuidado con tomar partido con una sola parte de la sociedad catalana. No debemos seguir los ejemplos vascos, belgas o del Quebec. Al menos, no con la bendición eclesial. Estos experimentos suelen acabar mal.

Oriolt