Hablarle a Dios de tú

Me preocupa ver a los príncipes de la Iglesia haciendo de príncipes de este mundo y pereciéndose por codearse con ellos. Algo hay en esto fuera de lugar y fuera de tiempo. En efecto, eso estuvo en su lugar y fue lo que tenía que ser, cuando la Iglesia jerárquica era nada menos que todo un estamento que competía en poder con el estamento formado por la nobleza. Los príncipes de la Iglesia se trataban de tú a tú con los príncipes de este mundo. Es que tenían tanto en común…

Pero aquéllos eran otros tiempos; entonces era normal que los jerarcas eclesiásticos no tuviesen ocupación más noble que ver cómo participarían del poder civil con mayor provecho para su propio poder, el eclesiástico. Y eso les llevaba mucha dedicación a los poderosos. Entonces se entendía perfectamente esa afición de los jerarcas eclesiásticos a tratar con los jerarcas civiles. Era el “tú me ayudas a sostener e incrementar mi poder, y yo te ayudo a sostener e incrementar el tuyo”. Al fin y al cabo eran los dos estamentos con poder sobre el tercer estado, que se ponían de acuerdo para ver cómo vivirían mejor uno y otro a costa del estado llano.

Pero si eso es ya historia, si a quien ha de dedicarse el pastor es a su rebaño, ¿qué hacen nuestros pastores dedicándoles a las ovejas descarriadas de alto copete muchísima más atención que al resto del rebaño? Gracias a Dios no son todos los pastores; sin embargo esta proclividad hacia los poderosos es especialmente llamativa donde se practica el nacionalcatolicismo, sea éste de la nación que sea. Si la misión de la Iglesia es también la nación, y ambas son inseparables, es obvio que las autoridades eclesiásticas dediquen sus desvelos a tener propicias a las autoridades civiles, y viceversa.

Viene todo esto a cuento de que últimamente nuestro n.s.b.a. Cardenal Martínez, como cabeza visible del nacionalcatolicismo catalanista, se está prodigando creemos que en demasía, con las autoridades civiles. Bástenos comparar la beatificación del Padre Hoyos en Valladolid con las dos beatificaciones celebradas por nuestro Cardenal en Barcelona. Mientras aquí el Cardenal vació de fieles las iglesias y acordonó los accesos para que sólo pudieran entrar los de protocolo, entre ellos las máximas autoridades civiles del tripartito y de los sindicatos, que se significan por su acción contra la iglesia y contra la moral cristiana, en Valladolid se celebró la ceremonia en espacio abierto, pues no hay iglesia capaz de albergar a los 20.000 fieles que asistieron.

Y en Valladolid, la representación política estaba formada por católicos que participaron en la celebración como el resto de los fieles. Sin un protocolo especial para ellos, y sin echar a los fieles para que cupieran ellos. ¿De verdad cree Su Eminencia que le aportan a la ceremonia ni un átomo de valor, esos escarnecedores de la fe católica que pone en su cortejo? ¿Y por qué echa a los fieles para poner a éstos en su lugar? ¿Por la gloria de Dios? ¿Por el bien de la Santa Iglesia? ¿Por honrar al nuevo beato? ¿O acaso sólo por enrolarlos en su propio boato?

Por si algo nos faltara, hemos visto ya el esperpento del recibimiento de la cruz de la juventud en Santa María del Mar, espectáculo grotesco para celebrarse en una iglesia, beatíficamente bendecido por Su Eminencia, que asistió embobado al despropósito. ¡No será ése el ensayo y anticipo de lo que piensa ofrecerle a Benedicto XVI en el templo de la Sagrada Familia como recibimiento y bienvenida! ¡No estará acariciando la idea de darle al Papa una lección de progresía y ofrecerle al tiempo un anticipo de los singulares cultos progre-laicos que piensa organizar en la nueva iglesia una vez consagrada por Su Santidad! ¡Dios no lo quiera! Si ése es el camino que se ha trazado, y ésas las piedrecitas que va soltando para que no nos perdamos, está claro que en aras de su coherencia pastoral, volverá a echar a los fieles de la iglesia para poner en su lugar el espectáculo profano a juego con las autoridades civiles, infieles a rabiar, que ese día exhibirá como lo más selecto de su rebaño y como su mayor trofeo pastoral.

Por cierto, ¿qué lectura ha hecho Su Eminencia de los párrafos 34 y 35 de la Instructio “ Inter oecumenici ” para la aplicación de la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II? Dicen literalmente:

34. Cada Obispo en particular o, si pareciera más oportuno, las Conferencias Episcopales regionales procurarán aplicar en sus territorios la prescripción del sacrosanto Concilio que prohíbe la acepción de personas privadas o de clases sociales, tanto en las ceremonias como en la solemnidad externa.

35. Por lo demás, no dejen los pastores de trabajar, con prudencia y caridad, a fin de que, en las acciones litúrgicas y, especialmente, en la celebración de la misa y en la administración de los sacramentos y sacramentales, aparezca, incluso al exterior, la igualdad de los fieles , y se evite, además, toda apariencia de lucro.

¡Ah, la gloria mundi ! Por tutearse con los grandes de este mundo, los que siente que le hacen grande a él, está dispuesto a transgredir las normas emanadas a partir del Concilio, que tanto se ocupó de la igualdad de los fieles en la iglesia, y abandonar una vez más a su rebaño fuera del templo. Después de esto, ya sólo le queda hablarle a Dios de tú, ¡si es que tiene algo que decirle!, y al Papa en catalán, ¡con pinganillo, claro está! Todo por la Patria.

Cesáreo Marítimo