Capítulo 37: Las Abluciones

Terminada la reserva, se procede a las abluciones. Entre ellas podemos distinguir tres, a saber: la de la propia boca (ablutio oris), la del cáliz y la de las puntas de los dedos. La primera, de la generalmente nadie ya se acuerda de ella, era hecha con un poco de vino en el cáliz y era considerada como ablución de la boca. Acto seguido se infundía otro poco de vino para la ablución del propio cáliz. Y a partir de este momento se retiraba el cáliz y tenía lugar la ablución de los dedos únicamente con agua en una “piscina” (pixis) es decir, un vaso grande lleno de agua, de esta pixis se deriva el vasito de que nos servimos nosotros para la purificación de los dedos después de dar la comunión fuera de la misa. Algo más tarde el ordinario de los dominicos de 1256 da por primera vez el consejo de que, después de la ablución con vino, las puntas de los dedos se podían purificar en el cáliz, inmediatamente después de la ablución con vino. Así se llegó a nuestra segunda ablución actual. A veces usaban para esta ablución con agua otro cáliz.

Por mucho tiempo el celebrante estuvo sin tomar esa agua pues se solía echar en un lugar decente. No faltaron seglares piadosos que se procuraban estas abluciones para beberlas. Lo leemos, por ejemplo, en la vida del emperador San Enrique, que pedía tomar esas abluciones, y en la vida de San Heriberto de Colonia (1021) se dice que había una mujer que andaba siempre tras las abluciones de su misa. Estas abluciones de les daba a veces también a beber a los niños recién bautizados. Costumbre muy parecida a la antiquísima de darles algo del sanguis después del bautismo. A partir del siglo XII es el mismo celebrante el que sume el vino de las abluciones. Ni se suprimió esta costumbre cuando más tarde se fundieron y combinaron la segunda y tercera ablución en una única ablución de los dedos con vino y agua. En la Edad Media después de estas abluciones tenía lugar un lavatorio de manos con agua que aún se conserva en el rito pontifical.

Oraciones que acompañan estas abluciones.

En la primera ablución (la de boca y el cáliz) con sólo vino se pide a Dios que recibamos con alma pura lo que hemos tomado con la boca y se convierta para nosotros en remedio sempiterno.

Quod ore sumpsimus Domine, pura mente capiamus: et de munere temporali fiat nobis remedium sempiternum.

En la segunda ( la de los dedos con vino y agua) que se adhiera el cuerpo y la sangre de Cristo en nuestra alma a fin de que no quede mancha de pecado en ella.

Corpus tuum, Domine, quod sumpsi, et Sanguis, quem potavi, adhaereat visceribus meis: et praesta, ut in me non remaneat scelerum macula, quem pura et sancta refecerunt sacramenta. Qui vivis et regnas in saecula saeculorum. Amen.

Ambas oraciones pudieran estar lo mismo antes que después de la comunión, bastaría con cambiar el tiempo de los verbos. Es por eso que a menudo en los misales medievales nos encontramos con ellas antes de la comunión ocupando el sitio del “Domine Jesu Christe” y de la “Perceptio”, que se halla a menudo después de la comunión. Sin duda, la Iglesia siempre ha procurado alargar con todas estas oraciones el momento de la comunión, para que con más tranquilidad podamos hablar con Cristo presente pidiéndole las gracias que necesitamos mientras perdura la influencia directa de la gracia sacramental mientras se conservan incorruptas las especies en nuestro pecho.

Las oraciones que acompañan a las abluciones

La primera de las oraciones, el “Quod ore sumpsimus” lo encontramos redactado en singular en un devocionario de Carlos el Calvo como oración preparatoria para la comunión de los seglares. Procede esta oración de la antigua liturgia romana que la tenía como poscomunión.

La segunda oración “Corpus tuum” aparece por vez primera en el “Missale Gothicum” (siglo VII) perteneciente a la liturgia galicana. A nuestro misal se incorporó por el mismo camino que tantas otras oraciones: los benedictinos la llevaron a Roma donde la conocieron los franciscanos propagándola por toda Europa.

Los misales medievales no se contentaron con sólo dos oraciones. Uno de ellos contiene hasta trece. Entre ellas figura la llamada “Oración de Santo Tomás” que conocemos para la acción de gracias después de la misa. De las otras fórmulas las únicas dignas de mención es el “Cántico de Simeón” (Nunc dimittis), la alabanza mariana “Benedicta filia tu” de Judit 13,23 y el “Verbum caro factum est”

El cáliz del vino para los seglares

Entre las abluciones, ciertamente la que más nos llama la atención es la de la boca. Ceremonia considerada de importancia no sólo para el celebrante, sino que figura con relieve entre las de la comunión del pueblo. El primero en propagar tal costumbre parece que fue San Juan Crisóstomo, que abogaba por que inmediatamente después de tomar la comunión se bebiese un sorbo de agua o se comiese un trocito de pan. La costumbre se extendió a pesar de que no faltaron quienes les pusieron sus reparos. Se estila también entre los coptos, que la llaman “el agua de cubrimiento”.

Esta costumbre se estilaba también entre los seglares y se comprende mejor, teniendo en cuenta que por entonces había que masticar el pan consagrado. Lo curioso es que siguió aún después de haberse sustituido el pan fermentado por el ázimo.

De la misma época de mayor reverencia y cuidado en el trato del sacramento proviene el ofrecer el sacristán a los comulgantes un cáliz con vino después de la comunión. Coincide esta costumbre con la supresión de la comunión bajo ambas especies. Es decir, que además de servir como ablución de la boca, se hacía así para suplir la comunión del cáliz, sobre todo si tenemos en cuenta que nunca comulgaron con el sanguis puro sino muy mezclado con vino.

El ofrecer un cáliz con vino después de la comunión lo practicaron no sólo las Órdenes antiguas, sino aún las recién fundadas como los dominicos. A partir del siglo XIII se generalizó para la comunión de los fieles, viniéndose a considerar como un eco de la comunión con el cáliz. Por esto había que procurar que el pueblo cayese en la cuenta de que no se trataba de la comunión del sanguis. Para ello se echaba mano de un cáliz u otro vaso distinto del de la consagración.

Las abluciones después de la reforma litúrgica.

El misal de Pablo VI en el nº 91 dice “distribuida la comunión, el sacerdote o el diácono o el acólito(se refiere al instituido como tal) purifica la patena sobre el cáliz y el mismo cáliz”.

Sobre cómo se purifica (vino, agua, agua y vino) nada dice así como tampoco sobre el lugar donde acontece. Tampoco lo hace la Institución General del Misal Romano que ni siquiera hace referencia a las abluciones.

La inmensa mayoría de los liturgistas posconciliares afirman que debe tener lugar en la credencia y no en el altar cómo prescriben las rubricas del Misal hasta la edición de 1962. Incluso muchos reiteran que tenga lugar acabada la celebración.

Lo que si dice el Misal es que mientras tiene lugar la purificación, el sacerdote (sic) dice en secreto la oración “Quod ore sumpsimus”. ¿No la deben decir el diácono o el acólito si son ellos los que purifican?

La oración “Corpus tuum, Domine, quod sumpsi” ha desaparecido del Misal, quizás por ello también han interpretado que se simplifican las abluciones y que de dos (vino- vino y agua) se pasa a una: la del agua, que es lo que en la práctica realizan el común de los celebrantes con el Misal posconciliar.

Dom Gregori Maria