Quemadmodum desiderat cervus ad fontes (y III)

13 [v.8]. Un abismo llama a otro abismo con el sonido de tus cataratas. Quizá podré terminar el salmo ayudado por vuestro deseo, pues advierto vuestro interés. No me preocupo gran cosa de la fatiga que sintáis al oír, puesto que a mí que os hablo me veis también esforzarme en este trabajo. Viéndome cómo trabajo, sin duda colaboráis, pues no trabajo para mí, sino para vosotros. Luego oíd, pues veo que lo deseáis. El abismo llama al abismo con el sonido de tus cataratas. Aquel que dijo a Dios que se acordó de él desde la tierra del Jordán y del Hermón, dijo también admirándose: Un abismo llama a otro abismo con el sonido de tus cataratas. ¿Qué abismo llama? ¿A qué abismo invoca? Ciertamente que este conocimiento es un abismo. Pues abismo es cierta profundidad impenetrable e incomprensible. De modo particular suele llamarse abismo a la inmensidad de las aguas. En ellas hay hondura y profundidad, de tal suerte que no puede llegarse hasta el fondo. En efecto, en un salmo se dijo: Tus juicios son como profundo abismo. La Escritura quiere recordar por esto que los juicios de Dios son incomprensibles. ¿Cuál es el abismo que llama a otro abismo? Si la profundidad es un abismo, ¿juzgaremos que el corazón del hombre no es un abismo? ¿Qué cosa hay más profunda que este abismo? Podemos hablar a los hombres, podemos verlos en el ejercicio de sus miembros y oírles en la conversación; pero ¿quién penetra en su pensamiento, quién ve su corazón? ¿Quién conoce lo que lleva dentro, lo que puede, lo que hace en su interior, lo que ordena, lo que quiere y no quiere en su corazón? Creo entender, no sin razón, que el hombre es el abismo del que se dijo en otro lugar: Se aproxima el hombre al corazón profundo y Dios es exaltado. Si el hombre es un abismo, ¿cómo un abismo llama a otro abismo? ¿El hombre invoca a otro hombre? ¿Pero le invoca al estilo como Dios es invocado? No. Invoca significa llamar hacia sí. Se dice de un hombre que invoca a la muerte; es decir, que vive de tal manera, que llama hacia sí a la muerte. Nadie hay que orando pida la muerte; pero, viviendo mal, los hombres llaman a la muerte. Un abismo llama a otro abismo, un hombre a otro hombre. Así se aprende la sabiduría, así se comprende la fe llamando un abismo a otro abismo. Los santos predicadores de la palabra de Dios invocan a un abismo. ¿Acaso no son ellos también un abismo? Para que sepáis que también son ellos un abismo, dice el Apóstol: En nada tengo el ser juzgado por vosotros o en dia de audiencia humana. Oídle más claro cuan grande sea este abismo: Ni yo me juzgo a mi mismo. ¿Creéis que hay tanta profundidad en el hombre que se oculte al mismo hombre en el cual existe? ¡Qué inmensa profundidad de flaqueza se ocultaba en Pedro cuando, ignorando qué había en su interior, prometía temerariamente que había de morir por el Señor o con el Señor! ¡Qué profundísimo abismo había en él! Sin embargo, este abismo estaba patente a los ojos de Dios. Porque Cristo le predice lo que Pedro en sí mismo ignoraba. Luego todo hombre, aunque sea santo, aunque sea justo, aunque se halle adelantadísimo en la virtud, es un abismo; y un abismo que invoca a otro abismo cuando anuncia al hombre la fe o la verdad en torno a la vida eterna. Pero es útil el abismo al abismo invocado cuando esta invocación o llamamiento se ejecuta “por la voz de tus cataratas". Un abismo invoca a otro abismo, un hombre gana o conquista a otro hombre; mas no con su voz, sino con la voz de tus cataratas.

14. Entended de otro modo un abismo invoca a otro abismo con la voz de tus cataratas. Yo, que me estremezco cuando se turba mi alma dentro de mí, temo sobremanera por tus juicios, pues tus juicios son un inmenso abismo y un abismo llama a otro abismo. Porque bajo esta carne mortal, desolada, pecadora, repleta de molestias y tropiezos, sometida a la concupiscencia, existe cierta condena debida a tu juicio, porque tú dijiste: Morirás con muerte; y Con el sudor de tu rostro comerás tu pan. Este es el primer abismo de tu juicio. Pero, si los hombres vivieren mal en este mundo, un abismo invoca a otro abismo, porque de una pena pasan a otra; de tinieblas, a tinieblas; de una profundidad, a otra profundidad; de un suplicio, a otro suplicio; del ardor de la concupiscencia, a las llamas del infierno. Luego quizá esto es lo que temió este hombre cuando dijo: Mi alma está turbada dentro de mí; por eso me acordé de ti, ¡oh Señor!, desde la tierra del Jordán y del Hermón. Debo ser humilde. Me horroricé en tus juicios y temí sobremanera tus justicias; por eso mi alma está turbada dentro de mí. Y ¿qué juicios tuyos temí? ¿Por ventura son pequeños estos juicios tuyos? Son grandes, rígidos, molestos. ¡Ojalá fuesen los únicos!, mas un abismo llama a otro abismo con el sonido de tus cataratas. Pero tú amenazas, tú dices que después de estos trabajos aún queda otra condenación: Con el sonido de tus cataratas, un abismo llama a otro abismo. ¿Adonde iré lejos de tu presencia, adonde huiré de tu Espíritu, si un abismo invoca a otro abismo, si después de estos sufrimientos se temen otros más graves?

15 [v.8}. Todas tus ondas y olas se echaron sobre mí. Las olas, en las cosas que experimento; las ondas, en las cosas con que amenazas. Todo mi sufrimiento son tus olas, toda amenaza tuya son tus ondas. En las olas llama este abismo, en las ondas llama a otro abismo. Todas tus olas están reflejadas en lo que sufro; todas tus ondas que se echaron sobre mí se manifiestan en aquello con que más gravemente me amenazas. El que amenaza no sobrecarga, sino que deja en suspenso, como onda. Pero, porque libras, dije esto a mi alma: Espera en Dios, porque le confesaré; salud de mi rostro (es) mi Dios. Cuanto más frecuentes sean los males, tanto más dulce será tu misericordia.

16 [v.9]. Por eso prosigue: El Señor envió su misericordia durante el día, y por la noche la declarará. A nadie deja de oír en la tribulación. Atended cuando os va bien; oíd cuando lo pasáis bien. Aprended la enseñanza de la sabiduría y acoged la palabra de Dios como alimento cuando estáis tranquilos. Cuando alguien se encuentra en la tribulación, le debe aprovechar lo que oyó estando sosegado. Dios te envía también su misericordia en los asuntos prósperos si fielmente le hubieres servido, porque te libra de la tribulación; pero no te declara esta misericordia que te envió durante el día, sino en la noche. Cuando llega la tribulación no te falta su ayuda; en la noche te declara la realidad de lo que te dio durante el día. En efecto, así se escribió en cierto lugar: Magnífica es la misericordia del Señor en el tiempo de la tribulación, como las nubes de lluvia en tiempo de sequía. El Señor envió su misericordia durante el día y por la noche la declarará. No te manifiesta que te socorre sino cuando te ha sobrevenido la tribulación, de la que te librará Aquel que te prometió durante el día. Por eso nos aconseja imitar a la hormiga. Como la prosperidad del mundo representa el día y la adversidad del siglo simboliza la noche, así, pero de otra manera, la prosperidad del mundo representa el verano, y su adversidad, el invierno. ¿Y qué hace la hormiga? Durante el verano recoge lo que le sirve de alimento durante el invierno. Luego en el tiempo de verano, es decir, cuando vivís en prosperidad, cuando estáis tranquilos, oíd la palabra de Dios. ¿Cómo podrá suceder que en medio de la tempestad de este mundo atraveséis todo este mar de la vida sin tribulaciones? ¿Cómo podrá suceder esto? ¿A qué hombre acontece esto? Si acontece a alguien, mucho ha de temerse la calma. El Señor envió durante el día su misericordia, y por la noche la declarará.

17 [v.10.12]. ¿Qué harás en esta peregrinación? ¿Qué harás? En mí está la oración (que dirigiré) al Dios de mi vida. Como ciervo sediento y. que desea la corriente de las aguas, recordando la dulzura de su voz, por la que fui conducido, a través del tabernáculo, hasta la casa de Dios, digo aquí mientras este cuerpo que se corrompe deprime al alma: En mí está la oración (que dirigiré) al Dios de mi vida. Para rogar a Dios no he de comprar algo de país extraño, ni para que me oiga Dios navegaré a
fin de traer de lejos incienso y aromas; ni tampoco presentaré un becerro o carnero entresacado del rebaño. En mí está la oración (que dirigiré) al Dios de mi vida. Dentro tengo la víctima que inmolaré, dentro tengo el incienso que ofreceré, dentro tengo el sacrificio con el que aplacaré a mi Dios. Sacrificio para Dios es el espíritu afligido. ¿Qué sacrificio de espíritu atribulado tengo en mi interior? Oye: Diré a Dios; tú eres mi protector; ¿por qué te olvidaste de mí? De tal modo sufro en este mundo, que parece que tú te olvidaste de mí. Tú me ejercitas, pues conozco que
difieres, pero que no me quitas lo que me prometiste; sin embargo, ¿por qué te olvidaste de mí? Conforme a nuestro clamor, también clamó nuestra Cabeza: ¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me abandonaste? Por tanto, diré a Dios: tú eres mi protector; ¿por qué te olvidaste de mí?

18. ¿Por qué me rechazaste de la sublimidad del manantial de la inteligencia inmutable de la verdad? ¿Por qué me rechazaste? ¿Por qué, debido a la pesantez y carga de mi iniquidad, estando allí absorto, fui arrojado a estas cosas? En otro lugar dice esta voz: Yo dije en mi arrobamiento, es decir, cuando vio algo extraordinario en el enajenamiento de la mente, yo dije en mi arrobamiento: Fui arrojado de la presencia de tu vista. Comparó estas cosas en las que vivía con aquellas a las que había sido arrebatado, y se vio arrojado lejos de la presencia de Dios, como también (éste) aquí, y por eso dice: ¿Por qué me rechazaste y por qué ando afligido al oprimirme el enemigo y quebrantar mis huesos? Es decir, al oprimirme el diablo tentador, el cual con reiterados tropiezos aflige y oprime por doquier, llevando por la abundancia de ellos al enfriamiento la caridad de muchos. Cuando vemos muchas veces caer por los tropiezos a los fuertes de la Iglesia, ¿no dirá el cuerpo de Cristo: El enemigo quebrantó mis huesos? Los huesos son los fuertes, y de cuando en cuando caen los mismos fuertes por las tentaciones. Cuando alguno del cuerpo de Cristo considera estas cosas, ¿acaso no ha de clamar por la voz del cuerpo de Cristo: ¿Por qué me rechazaste y por qué ando atribulado al afligirme el enemigo y al quebrantar mis huesos? No solamente desgarra mis carnes, sino que también quebranta mis huesos, a fin de que veas que quienes se creían fuertes caen en las tentaciones, para que desconfíen los débiles viendo sucumbir a los fuertes. ¡Qué infinidad de peligros existe, hermanos míos!

19. Me insultaron los que me atribulan. De nuevo repite lo anterior al exclamar ahora: Cuando me dicen todos los días: ¿Dónde está tu Dios? De modo especial profieren estas palabras en las tribulaciones de la Iglesia: ¿Dónde está tu Dios? ¿Cuántas veces no oyeron estas voces los mártires que sufrían con valentía por el nombre de Cristo? ¿Cuántas veces no se les dijo: ¿Dónde está tu Dios? Os libre si puede. Los hombres veían exteriormente sus torturas, pero no veían interiormente las coronas. Me insultaron los que me atribulan cuando me dicen diariamente: ¿Dónde está tu Dios? Y yo, debido a esto, puesto que mi alma está turbada dentro de mí, ¿qué le diré si no es aquello: ¿Por qué estás triste, alma mía, y por qué me turbas? Y, como si le respondiese, dice ella: ¿No quieres que te turbe, colocada aquí en tantos peligros? Suspirando por los bienes eternos, sintiendo sed y trabajo, ¿no quieres que te atribule? Confía en Dios, porque todavía le confesaré. Vuelve a manifestar la confesión y a repetir el apoyo o seguridad de la esperanza: La salud de mi rostro es mi Dios

Obras completas de San Agustín. Tomo XX. Enarraciones en Salmos (2º). Ed. BAC.

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