Afirmar que todo lo relacionado con el medio ambiente constituye uno de los temas que más interesa a nuestros contemporáneos no es más que una perogrullada. Sólo hay que ver la cantidad de noticias que se generan alrededor de este campo. Y no sólo las noticias. Hay toda una disciplina alrededor de la depuración de aguas, la gestión de residuos, etc… Hasta el mismo Papa Franciscus dedicó hace unos años una encíclica «sobre el cuidado de la casa común», Laudatio sí.
¿Es el medio ambiente, la ecología, algo que debe ser ajeno al cristiano, ya que pertenece al orden natural? Si pensamos que el mismo Doctor Universalis – San Alberto Magno – hizo un tratado de jardinería podemos decir que no. ¿No choca el cristiano con la idea de progreso y su apocalipsis terrenal, la destrucción del mundo provocado por el descontrol del mismo progreso?
¿Se debe desentender el cristiano de la naturaleza – buscando la huída del mundo - porque aspira al Reino de los Cielos? Lo primero que hay que decir es que el Dios cristiano no es un Demiurgo, que crea a partir de una materia amorfa preexistente, sino que crea de la nada (ex nihilo) y que su obra es buena (Gen 1,31) porque la ha hecho Él. El mundo no es un error, ni un mal, por el contrario, la creación es buena.
Además, el Dios cristiano se desvela en el orden natural, donde el hombre puede avizorar la presencia de Su Autor. ¿No afirma, acaso, el Cántico de los tres jóvenes de Daniel que los cielos y la tierra alaban a Dios? ¿No están los Salmos preñados de esa celebración al Autor de la creación? ¿No obedece la tormenta al Señor y ante Su potente voz queda calmada? En San Francisco encontramos ese amor a las obras de Dios y a Dios al unísono.
¿Qué problema puede haber entonces con el ecologismo? ¿Acaso no quiere el cuidado del medio ambiente? Debemos partir aquí de una doble afirmación: sí, la naturaleza es buena, pero – sin que esta adversativa anule lo anterior -, también es contingente. En cuanto ser creado es también una pura posibilidad porque su acto de ser se lo debe a Dios, no es suyo propio. La cuestión es otra y es la existencia del mal, de la que es responsable el hombre, por el pecado original. ¿Qué detesta, pues, el cristiano? El cristiano no detesta otra cosa que el desorden, la fealdad y el mal que el mismo hombre ha introducido en la creación por su separación del Creador.
Es la acción del hombre, a través del sistema económico el que acaba desencajando la relación de la criatura con el medio ambiente. La modernidad introduce una estructura que produce el arrastre de la acción humana y si no se corrige acaba infundiendo más desorden en la naturaleza.
¿Si esto es así, dónde está el problema? El problema está en que el ecologismo ha transmutado de ciencia a ideología, respondiendo no a cuestiones que se pueden discutir dentro de su ámbito, sino a intereses de clase. Sus tesis han rebasado el campo de la ciencia. Por otro lado, está el inmanentismo que se resuelve en toda filosofía moderna. Es el esfuerzo del hombre de mantener las cosas en el ser, como si fuera su acción la que diera a los entes su existencia, evitando, de esta manera su vuelta a la nada. De ahí que este progresismo haya devenido en apocalipsis, en la destrucción del mundo que advendrá, si no se toman medidas urgentes, en su contra.
El cristiano, en este sentido, se muestra como el verdadero optimista, porque sabe y cree que la naturaleza, en cuanto obra de Dios es buena y Dios, al contrario del hombre, no destruirá su obra. Esperamos los cielos nuevos y las tierras nuevas. En el ínterin, nos ocuparemos, como mayorales, de lo que nos ha sido regalado.