Quemadmodum desiderat cervus ad fontes (II)

8 [v.5]. Busco a mi Dios entre las cosas visibles y corporales, y no le encuentro. Busco su sustancia en mí mismo, como si fuese algo igual a mí, y no la hallo. Siento que es algo que está por encima del alma. Para percibirle medité estas cosas y derramé mi alma dentro de mí. ¿Cuándo percibirá mi alma lo que se busca por encima de ella si no es cuando se vuelque sobre sí misma? Si permaneciese inactiva, no se vería más que a sí, y al verse no vería a su Dios. Digan ya mis mofadores: ¿Dónde está tu Dios? Hablen. Yo mientras no veo, en ranto que no sea arrebatado, me alimento día y noche con mis lágrimas. Digan todavía: ¿Dónde está tu Dios? Yo busco a mi Dios en todo lo corpóreo, ya terrestre, ya celeste, y no le encuentro; busco en mi alma su sustancia, y no la encuentro; me entregué a la búsqueda de mi Dios, y por las cosas que han sido hechas deseé ver las cosas invisibles de mi Dios. Derramé mi alma sobre mí, y ya no me queda a quién llegar a percibir sino a mi Dios. Sobre mi alma está la casa de mi Dios; allí habita, desde allí me mira, desde allí me creó, desde allí me gobierna, desde allí mira por mí, me anima, me llama, me dirige, me guía y me conduce.

9. Aquel que tiene la excelentísima casa en lo escondido, fiesta; se celebra un natalicio; hay una boda. Y se nos dice esto para que no nos parezcan inoportunos aquellos cánticos, sino que se excuse la magnificencia en gracia de la festividad. En la casa de Dios, la festividad es eterna, no se celebra allí algo transitorio y que pasa. El coro de los ángeles celebra fiesta eterna ante la presencia de Dios con alegría incesante. Allí no comienza ni termina el día de fiesta. Cuando no hace ruido el mundo, perciben los oídos del corazón, procedente de aquella eterna y perpetua festividad, algo cadencioso y dulce. El sonido de aquella festividad cautiva el oído del que anda en este tabernáculo y considera las maravillas de Dios en la redención de los fieles; y asimismo arrastra al ciervo a la fuente de las aguas.

10 [v.6.7]. Pero, hermanos, como, mientras vivimos en el cuerpo, peregrinamos hacia Dios, y el cuerpo corruptible agrava al alma, y la morada terrena deprime el espíritu que piensa en muchas cosas, aunque de cualquier modo, andando con el deseo, desvanecidas ya las tinieblas, nos esforcemos para conseguir algo de aquella casa de Dios, no obstante, mientras llegamos a este sonido (de las dulzuras de la casa), debido a cierto gravamen de nuestra flaqueza, tornamos a caer en lo acostumbrado y nos deslizamos a lo ordinario y como allí encontramos el motivo del gozo, así no falta aquí la causa del gemido. En efecto, este ciervo, alimentándose día y noche con sus lágrimas, al ser arrastrado por el deseo al manantial de las aguas, es decir, a la interna dulzura de Dios, derrama sobre sí su alma para llegar a conseguir lo que está sobre ella, y, caminando en el lugar del admirable tabernáculo hasta llegar a la morada de Dios, es atraído por el placer del sonido interior e inteligible, de suerte que desprecia todas las cosas externas y es arrebatado a las internas. Con todo, aún es hombre, aún gime en este mundo, aún lleva la frágil carne, aún peligra entre los tropiezos de este siglo. Ahora mira hacia sí, y, dándose cuenta que viene de allí (de ver las dulzuras inefables), se dice a sí mismo estando colocado entre las amarguras, que compara con aquellas cosas que entró a ver y que después de vistas se salió: ¿Por qué estás triste, alma mía, y por qué me turbas? He aquí que estamos alegres debido a cierta dulzura interior; ve que ya pudimos contemplar con la mirada de la mente algo inmutable, aunque fue rozando y apresuradamente. ¿Por qué todavía me conturbas? ¿Por qué aún estás triste? Ya no dudas de tu Dios, ya tienes algo que decir a aquellos que gritan: ¿Dónde está tu Dios? Ya que llegaste a conocer algo inmutable, ¿por qué me turbas todavía? Espera en Dios. Y como si le respondiese su alma en el silencio (le dice): ¿Por qué te turbo si no es porque aún no estoy allí en donde se halla la dulzura de donde fui arrebatada momentáneamente y como de paso? ¿Por ventura bebo ya de aquella fuente sin temor alguno? ¿Ya no debo temer ningún tropiezo? ¿Ya estoy segura de todas las concupiscencias, como si estuviesen domadas y vencidas? ¿Acaso el diablo, mi enemigo, no acecha contra mí? ¿No me tiende cotidianamente lazos insidiosos? ¿No quieres que me turbe hallándome en el mundo y alejada todavía de la casa de mi Dios? Espera en Dios, responde a su alma, que a sí misma se conturba y que parece rendir cuentas de su perturbación debido a los males de los que este mundo abunda. Entre tanto vive en esperanza. Pues “la esperanza de lo que se ve no es esperanza; si lo que no vemos esperamos, con paciencia aguardamos".

11. Espera en Dios. ¿Por qué te digo espera? Porque le confesaré. ¿Qué le has de confesar? Salud de mi rostro (es) mi Dios. Mi salud no puede proceder de mí. Esto diré, esto confesaré: Salud de mi rostro (es) mi Dios. Por tanto, estando con temor sobre las cosas que de cualquier modo conoció, preocupado, volvió a examinarlas de nuevo para que no se introdujese subrepticiamente el enemigo. Por eso aún no dice: Estoy por completo a salvo. En efecto, teniendo nosotros las primicias del espíritu (sin embargo), gemimos dentro de nosotros mismos esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo. Tendremos la perfecta salud cuando nos encontremos viviendo sin fin en la casa de Dios y alabando eternamente a Aquel a quien se dijo: Bienaventurados los que habitan en tu casa y te alaban por los siglos de los siglos. Esto aún no ha llegado, porque todavía no nos ha sido dada la salud que se promete; por eso confieso a mi Dios en esperanza y le digo: Salud de mi rostro (es) mi Dios. Por la esperanza hemos sido salvados, y la esperanza de lo que se ve no es esperanza. Persevera, pues, en la esperanza para que llegues; persevera hasta tanto que llegue la salud. Oye a tu Dios, que te habla en tu interior: Espera en el Señor, obra con fortaleza y confórtese tu corazón, y espera en el Señor, porque quien perseverare hasta el fin, éste será salvo. Luego ¿por qué estás triste, alma mía, y por qué me turbas? Espera en Dios, porque le confesaré. Esta es mi confesión: Salud de mi rostro (es) mi Dios.

12. Mi alma está conturbada dentro de mí. ¿Acaso se turba en Dios? En mí está conturbada. Se repone en el inmutable, se perturba en el mudable. Conozco que permanece la justicia de Dios, ignoro que persista la mía. Pues el Apóstol me aterra al decir: El que cree estar en pie, vea no caiga. Luego, como no poseo la firmeza ni confío en mí, mi alma está conturbada dentro de mí. ¿No quieres ser conturbado? No descanse tu alma en ti mismo y di: A ti, Señor, elevé mi alma. Oye esto mismo más claramente. No confíes en ti, sino en Dios. Porque, si confías en ti, tu alma se conturba dentro de ti, porque aún no halló cómo ha de estar segura de ti. Luego como mi alma está conturbada dentro de mí, ¿qué falta si no es la humildad para que no presuma el alma de sí misma? No le queda más que hacerse por completo pequeña, no le resta más que humillarse para que merezca ser exaltada. No se atribuya nada a sí misma a fin de que se le confiera por Dios lo que le es útil. Luego como mi alma está conturbada dentro de mí y la soberbia es la causa de esta perturbación, por eso me acordé de ti, ¡oh Señor!, desde la tierra del Jordán y desde el pequeño monte de Hermón. ¿Desde dónde me acordé de ti? Desde el pequeño monte y desde la tierra del Jordán. Quizá desde el bautismo, donde se da la remisión de los pecados. En efecto, solamente corre a la remisión de los pecados el que se confiesa pecador, y nadie se confiesa pecador si no es humillándose delante de Dios. Luego desde la tierra del Jordán me acordé de ti y desde el pequeño monte. No desde el gran monte, para que tú hagas de un monte pequeño un monte grande, porque el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado. Si indagas el significado de los nombres, Jordán significa bajada de ellos. Baja tú para que seas ensalzado; no te ensalces, no sea que seas quebrantado. Y desde el pequeño monte de Hermón. ¿Qué significa Hermón? Detestación. Detéstate, desagrádate. Si te agradas a ti, desagradas a Dios. Luego como Dios nos da todos los bienes por ser bueno, no porque nosotros seamos dignos; como El es misericordioso, no porque nosotros lo merezcamos, desde la tierra del Jordán y desde el Hermón me acordé de Dios. Merecerá gozar exaltado el que se humilla; el que se gloría en el Señor no se exalta en sí mismo.

Obras Completas de San Agustín. Tomo XX. Enarraciones en Salmos. Ed. BAC.

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